16 mayo 2006

Camino al colegio



La calle Arcipreste de Hita era la que yo recorría de pequeño para ir a mi primer colegio. Vivía en la Puerta de Bejanque o, para ser más exactos, en la penúltima casa de la Carrera, justo frente a la taberna de Pedro Sotillo. Bajaba desde esta plaza de Bejanque, por la antigua Carretera de Zaragoza y la tercera bocacalle a la izquierda era la calle Arcipreste de Hita. Había que dejar atrás la plazuela de Bejanque, donde estaba el Comercial Ciclomoto, la tienda del señor Nicolás Gamo, la alpargatería de la Elvirita, después la "autógena", luego la calle de la Mina y la tienda del señor Ventosa, luego el garito de Perico "Legaña" el guarnicionero, luego otra bocacalle, la de Calnuevas, y finalmente llegábamos a la cuesta del Arcipreste de Hita. Abajo, casi al comienzo, vivía Mary que cogía las medias y en la esquina había un estanco, el estanco de la Leo. Cuando yo subía la pequeña cuesta que hace la calle, lo hacía por la acera derecha. Ésta estaba, y aún está, pegada a la Tapia del Palacio de la Duquesa del Sevillano y miraba las ventanas que daban a la acera izquierda a distintas alturas. Por entonces el barrio estaba habitado y, según iba al colegio, podía ver a los hombres en camiseta afeitándose cerca de la luz de las ventanas con el espejo colgado de una de las hojas. También el aroma del café de los desayunos descendía por la calle. Los ruidos de las cucharas y de los útiles de cocina salpicaban casi como campanilleos la mañana. Tengo recuerdos muy grabados de esa calle. Era una calle empedrada a la antigua y con dos aceras hechas de losas de piedra. Yo, con total seguridad, tenía por entonces menos de 7 años.Hoy la ventisca del tiempo y el furor de las inmobiliarias lo ha borrado casi todo.
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Al menos en la foto se reconoce el tiempo estancado, sin tabacos, pero quieto. Es mejor en ésa que ahora con derribos de sus casas y muros. Se reconoce estrecha y cuando llueve húmeda y sombría...Pero uno no tiene de joven esa sensación si no más bien diferente y grata en memoria. Pues la calle era el medio hacia un fin; aunque ahora sea parte del fin ya sin remedio.
Los recuerdos conducen a la nostalgia y si se saben contener perduran dándole a la vida el empuje para vivir. Suerte que puedas seguir viviendo en la misma ciudad; en caso contrario la deslocalización se revuelve contra los inadaptados al no identificarse con el medio