13 mayo 2006

Efímero

Uno se siente un ser genial cuando, por la noche, fluyen las ideas y los pensamientos inundan la mente y la desbordan. Pero no es así. Los sentimientos de la noche son vanos. Raramente se recuerdan al día siguiente. Sin embargo, en la noche, cuando se producen, son tan poderosos que uno los cree indestructibles. Las personas somos así de vanas. Así de efímeros son nuestros sentimientos. Grandiosos cuando pensados pero olvidados al segundo, borrados de la arena de la mente por la ola nueva de lo actual que viene y va incansable.
Los momentos de la noche nos desvelan espléndidamente sabios ante nosotros mismos. Somos todopoderosos del pensamiento, gigantes de la razón. Dura poco la grandiosa sensación, al otro día no existe nada. Toda la sabiduría fue borrada por la marea del amanecer. Ahí quedamos nosotros, seres indefensos, una vez más. Rocas batidas por las olas y, otra vez, estériles de pensamientos, vacíos de ideas en la playa desierta de la soledad.
¡Qué sabio fui anoche! ¿Qué pensé? No importa, no lo recuerdo pero sé que era genial. Sí. Como toda mi vida, sin guía.
Descubría que desde que, de pequeño, me desasí de mi madre no he vuelto a encontrar punto firme donde descansar. Lentamente se desvela la vida como camino hacia la indefensión y la vulnerabilidad más desvalida.
Sigo con ilusión, estoy como loco por creer, pero ya es muy difícil que me engañen. Es tal el afán por creer que, a veces, ya no me importa descubrir que me quieran engañar. Perdono todo por la ilusión de seguir creyendo. No me importa implorar: Dime que me quieres, aunque sea mentira.
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