28 enero 2016

La Casa Zarrúa Cap.7

Zarrúa, en las semanas siguientes, entró en competencia con otro como él. Era un representante de la empresa textil catalana. Se llamaba Borrell y ante los jefes de Intendencia había entrado en un concurso para servir mantas, uniformes, tiendas, pertrechos para los blocaos y otros aperos y utillajes. En aquella ocasión Zarrúa temía perder la partida. Era cierto que él mantenía muy buenas relaciones con los del arma de Ingenieros pero, con los de Intendencia, aún no tenía relación y temía que el contrato se lo llevara finalmente el catalán.
Borrell le localizó. Hablaron amigablemente en la discreción de la suite del hotel del ingeniero.
El asunto, según Borrell, era que no debían presentarse los dos a la subasta de los lotes demandados. Si lo hacían, los jefes militares exprimirían a ambos a la baja, de modo que, además de tener que pagar la habitual comisión, su porcentaje quedaría tan mermado a favor de los militares, que el negocio no valdría la pena. Ahora bien, si no entraban en competencia y sólo uno de ellos intervenía, bastaría con darles un porcentaje sin necesidad de disminuir los grandes beneficios de la venta y por tanto sus ganancias personales.
Naturalmente había de ser Zarrúa quien se retirase de la puja a cambio de que fuese Borrell quien le cediera el negocio, según le prometió, en la siguiente oportunidad.
Abdel les vio salir juntos del hotel y tomar una copa, antes de despedirse, en una terraza cercana.
Apenas se marchó el catalán, el morito se acercó a Zarrúa. Éste, al ver al zangolotino, le ofreció asiento. Por todo saludo, Abdel dijo:
-No fíes Borrell. Él aquí mucho tiempo antes que tú. Muy amigo de jefes de Intendencia. Tiene muchos negocios.
El ingeniero Zarrúa se admiró de que Abdel estuviera al tanto de esas cosas.
-¿Cómo sabes tú eso?
-Información vale mucho. Borrell vende todo. También armas a cabilas.
-Pero, eso no es posible. ¿De dónde las va a sacar?
-Jefes de Intendencia saben. Todo negocio. Todo dinero. Guerra mucho negocio.
El ingeniero quedó perplejo ante aquella información que le asustaba hasta el punto de resistirse a creerla. Pero se dijo que, de ser aquello cierto, Borrell no le cedería tampoco la siguiente contrata de material, pues la connivencia del catalán con dichos cargos militares le tendría a él permanentemente vedado el negocio. Era evidente que, por sus peligrosas actividades, habría entre ellos un pacto de silencio y colaboración.
Zarrúa dijo al morito:
-Pero, si me dices qué ruta usa para llevar armas y a qué cabilas, si es que eso es verdad, yo podría denunciarle, le arrestarían y me quedaría sin competencia. Entonces el contrato sería mío.
-No. Sería lo contrario. Él nunca va, lo hacen otros pagados en su nombre. Si tú denuncias Borrell, los militares volverán contra ti. Borrell y militares negarán todo. Los negocios acabarán para ti. Denunciar nunca. No bueno para negocios.
-Pero la subasta de los materiales es dentro de diez días. Creo que sólo me queda retirarme.
-Abdel sabe solución.
-¿Cuál es?
-No bueno que tú sepas. Tú vas a Intendencia en diez días y negocia con militares. Abdel hará lo que pueda.
El muchacho se marchó sin más. El ingeniero se quedó pensativo, dudando de que aquel mocito, por espabilado que fuera, pudiera hacer algo por conseguirle aquel negocio.
Cuando llegó la fecha, Abdel no había dado señales de vida. Sin embargo, el ingeniero pensó que nada perdería por comparecer en la puja. Se retiraría de ella y luego hablaría con Borrell para pedirle alguna comisión por su retirada. Puede que el catalán accediera a darle alguna parte de su copioso beneficio, sobre todo si le dejaba caer, como por casualidad, alguna de las cosas que el morito le contó.
Para su sorpresa, llegada la hora de hacer las pujas, Borrell no aparecía. Los militares empezaron a ponerse nerviosos y viendo que pasaba más de una hora del momento de la subasta y Borrell seguía sin comparecer y, pese a las protestas de Zarrúa, adujeron la indisposición de uno de los jefes principales y la pospusieron para el día siguiente. Pero al día siguiente Borrell tampoco acudió y no les quedó a los de Intendencia más remedio que aceptar el pliego de Zarrúa al que, naturalmente, pidieron bajo cuerda una comisión, pero al que no se atrevieron a intentar rebajar los beneficios. Zarrúa les dio una cantidad mayor de la que pidieron pues, en los negocios, había siempre que mostrarse generoso con quienes se pudiera volver a negociar, sobre todo, ansioso, como estaba, por quitarle a Borrell aquel filón que tenía en Intendencia.
El ingeniero echó cuentas de lo ganado en aquella operación. Le quedaron ocho mil pesetas.
Tres días después, cuando el ingeniero esperaba ver aparecer a Abdel, se presentó en su hotel un sargento de la policía militar con dos soldados. El señor Borrell había desaparecido y ninguno de sus conocidos o colegas sabían nada de él. El ingeniero contestó a todas las preguntas del suboficial con los datos que de Borrell conocía, pero nada pudo aportar sobre su paradero pues, en verdad, nada sabía.
Pasó una semana antes de que Abdel, inesperadamente, apareciera. Le llamó desde un café, entre la algarabía del cercano zoco, y el ingeniero se sentó a su mesa.
-¿Negocio con los de Intendencia? –preguntó Abdel por saludo.
-Sí, por suerte. Borrell no se presentó.
-¿Ganancia mucha?
-Estuvo bien.
-Esta vez primero trabajo y ahora dinero. Yo también confianza, ya sabes, sin ella no negocio. Negocio bien. Quiero dos mil pesetas.
-Pero, ¿qué ha pasado con Borrell? ¿Qué has tenido tú que ver?
-Tú negocio. Borrell no cosa tuya. No más problema con Borrell.
El ingeniero se quedó mudo. Le impresionaba la parquedad de Abdel y la seguridad tozuda en cuanto decía, ambas cosas impropias de un muchacho.
Tras un minuto de silencio, como Abdel notara la indecisión del ingeniero, dijo en un inesperado tono despectivo:
-Si tú no conforme, no dinero. Si tú miedo, Abdel marcha y no más negocio.
No llevaba tanto dinero encima. Fueron al hotel y discretamente le entregó el dinero al muchacho. Éste desapareció sin más palabras.
Diez días después los periódicos locales publicaron que se habían encontrado algunos efectos personales, restos de ropa y documentación de un representante de la industria textil catalana que inexplicablemente se había adentrado en el Rif y, al parecer, tras despeñarse, había sido devorado por jabalíes y lobos.
Según aquella noticia el enigma se había resuelto y a nadie le interesó seguir indagando sobre el caso.

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