07 mayo 2012

Bolarque (parte 5ª)


Herrero, herrador, arriero y carretero, eran los cuatro oficios de Natalio de Gurba. En estas artes era tenido por perito en su pueblo, Pastrana, que, oficiosamente, era la capital de la comarca de La Alcarria. De su fragua salían objetos de todo tipo y en ella se reparaban aperos, herramientas e incluso armas.
Solía acompañarse de su hijo Celedón, aprendiz por entonces de todos sus oficios. Mas el padre veía que a su hijo le tiraban más los de arriero y carretero y, aunque sabía herrar perfectamente, notaba que la fragua no le agradaba demasiado. Pensaba Natalio que su hijo tenía más afición a comerciar, vagando por caminos y pueblos, que al oficio más asentado y sedentario de herrero. Y comprendía que a su joven hijo le deslumbrara y le resultase más entretenido el hecho de viajar constantemente, tratando, vendiendo y comprando, que la monotonía del trabajo duro del metal, yunque y martillo, encerrado en una ahumada fragua. Y se decía, sin mencionárselo al hijo, que las generaciones nuevas eran más amantes de la distracción y del comercio que de la dureza de los trabajos viejos.
Iban, aquella tarde, camino de Yebra. Tenían que reparar en aquel pueblo los portones de la iglesia, a la que habían de acoplar las grandes visagras que para el caso habían fabricado y, además, llevaban una trócola compuesta para izar la campana nueva al campanario y las piezas y herramientas necesarias para fijarla en él.
Más que por su voluntad, fue por complacer a Celedón por lo que se detuvieron en la Venta Miñosa. El ventero era amigo de ambos y, una parada en la venta, significaba enterarse de noticias nuevas, pues aquellas paradas de viajeros eran los paneles de las novedades en la comarca y aún más allá de ella.
Cuando Marcela abrió la puerta ambos dedujeron que la moza era nueva, pues no la habían visto antes. Entraron y al poco bajó Luis Dum Dum al comedor. Apareció un tanto cariacontecido pero, al verles, cambió su semblante.
-        Me alegro de veros –dijo el ventero, por saludo-. Precisamente voy a necesitar vuestra opinión.
Y padre e hijo se quedaron perplejos al ver que Luis volvía sobre sus pasos y, al cabo de un momento, bajaba de nuevo con un fardo de tela vasta y polvorienta. Lo puso sobre una mesa grande y lo extendió sobre ella. Pero cauto, como siempre, sólo dijo:
-        Esto me lo dejaron unos hace un tiempo y, hace un rato, al toparme con ello, sigo sin saber muy bien lo que es. Pero como me parece que tiene algo de maquinaria, seguro que vosotros podréis darme razón. Habéis aparecido en su momento.
Celedón miró a su padre pero éste miraba concentrado las artes que sobre la mesa estaban. Las observó en silencio, sin tocarlas.
-        ¿Qué me dices, herrero? –dijo el ventero.
-        Que razón tienes, maquinaria es. Pero maquinaria de guerra.
-        ¿De guerra?
-        Se trata de una ballesta de cranequín. Pero está desmontada, por eso no sabías lo que era.
-        ¿Ballesta de qué?
-        Las antiguas ballestas habían de montarse poniendo el ballestero los dos pies en la verga de la ballesta, o en un estribo que la ballesta llevaba en su extremo, y luego tirando con las manos, o con una uña de metal, de la cuerda, hasta encajar ésta en la nuez, que es el dispositivo que la sujetaba a ras del canal que sujeta la saeta. Pero ésta tiene un dispositivo de cremallera insertado en la cureña, que es la pieza grande de madera, y esa pieza redonda, con esa pequeña manivela y esas dos uñas, sirve para tensar la cuerda al desplazarse girando por la cremallera. A este dispositivo de tensado se llama cranequín.
Los otros dos quedaron admirados de la sapiencia del viejo. Y como vieran que Natalio callara y no parara de observar, pasado un momento y la inicial sorpresa, el ventero preguntó de nuevo:
-        ¿Y que importancia tiene el cranequín ese?
-        Su ventaja, porque transforma el arma. Con él se puede montar una ballesta con una tensión que sería imposible conseguir con las manos.
-        ¡Ah, es para que no sufran las manos del ballestero!
-        Eso es lo de menos –dijo el herrero-. Si la verga, o sea, el arco de la ballesta, tiene un temple de calidad, y colocando como saeta un virote con punta de cuadradillo, dicha saeta atravesará fácilmente una armadura a 60 sesenta pasos.
-        ¿Cómo va a atravesar una armadura?
-        Tenlo por seguro.
Pero como vieron que el herrero tomaba la verga de hierro entre las manos, la sopesaba y, apoyándola en el suelo la hacía combarse ligeramente con su peso, le preguntó Celedón por qué la comprobaba tanto.
-        Nunca he visto material como éste, ni sé de nadie que sepa hacerlo. Es más ligero que el que yo sé templar, más duro y, a la vez, comba sin dar señales de fragilidad y mucho menos de partirse. Por fuerza no es sólo de hierro, pero desconozco qué otra cosa lleva.
-        ¿Y el saquito ese?
-        Se llama aljaba y seguro que en él se guardan saetas.
-        Así es –dijo Dum Dum al abrirlo- y son de varias clases.
-        Hay de tres clases en la aljaba –dijo Natalio, tras echarles una ojeada-. Unas son barbadas, otras son pasadores y, las más gruesas, con punta de pirámide son los cuadradillos. Pero dejémos ya esta conversación y guarda estas artes. Pues, aunque hace ya muchos años que fueron sustituidas definitivamente por las armas de pólvora, no es permitido que plebeyos las tengan. Así que vuélvelas a su escondite y deshazte de ellas o mantenlas ocultas.
-        ¿Y dónde aprendiste sobre estas armas?
-        El Marqués de Mondéjar y el Duque de Pastrana tienen algunas parecidas entre sus colecciones y, alguna vez, me ha tocado el repararlas. Pero ninguna con una verga de tal calidad como la que ésta tiene. No he visto nada igual. Y guarda esto de una vez –dijo muy serio Natalio.
El ventero no se hizo de rogar y rápidamente recogió de nuevo todo en el fardel y, escaleras arriba, lo escondió bajo sacos en la sala de los atrojes.
Cuando bajó convidó a vino a padre e hijo pero éstos se despidieron enseguida y, casi sin charla, continuaron viaje. A Celedón le pareció que su padre iba algo arrepentido de haber dado tantas explicaciones. Y era raro, pues sabía que el ventero y él eran viejos amigos. Y Celedón se preguntaba qué pasaría por la cabeza de su padre.

2 comentarios:

Paz Zeltia dijo...

vaya tecnicismos con la ballesta!
un cursillo habrás tenido que hacer para escribir la escena!

Soros dijo...

Pues claro, he tenido que leer un poco sobre las ballestas. Si no, ¿a ver cómo? ;-)