06 mayo 2012

Bolarque (parte 4ª)


Vivía Luis Dum Dum tranquilo y ajeno a los ajetreos del siglo, que tan ocupado mantenían, por el bien de las Españas, a su Católica Majestad don Felipe el Segundo. Y se recreaba en su estado, diciéndose que, en la venta, no habría él de temer por perder sus derechos o sus reinos o sus fueros o sus alianzas o ninguna otra cosa de las que carecía, siempre que mantuviera la necesaria compostura, pues los desvelos de los poderosos ni por asomo tenían que ver con su modesta y servicial industria. Y gozaba sintiéndose necesario pero insignificante, próspero pero no rico, contento pero no afortunado, interesado pero no avariento, que las cosas buenas, y más aún las malas, no convenía que pasaran de cierta medida y, guardando esa proporción, todas eran necesarias para la vida. Que las guerras no las necesitaban sino los poderosos, por su desproporción en todo.
Había conocido el nombramiento de don Ruy Gómez de Silva, en 1572, como primer Duque de Pastrana y Príncipe de Éboli y enseguida, al año siguiente, hacía apenas un mes, el de su sucesor, don Ruy de Silva al que larga vida concediera Dios, mientras él pudiera pasar la suya como hasta entonces.
Sus únicas preocupaciones tenían que ver, por sus antecedentes moriscos, con no significarse en modo alguno ante cualquiera revestido de hábito y, especialmente, si se trataba de Dominicos del Santo Oficio. Por otro lado, era un experimentado alojero con cuanto caballero se presentara por la venta, siendo sus servicios más serviles, aduladores y ceremoniosos que si le hubieran criado para monaguillo o paje del Santo Padre. A los arrieros, comerciantes, ganaderos, artesanos, pastores, tratantes y demás hierbas, les trataba como convenía, que venía a ser en razón de lo que tuvieran y gastaran, a excepción, claro, de los muy asiduos o de los contados a quienes podía llamar amigos.
Aquella tarde la venta había quedado vacía después de la comida. Con el estómago lleno y la cabeza vacía, se fijó en la última moza de mesón que había contratado diez días atrás. Ella trajinaba limpiando las mesas y yendo y viniendo a la cocina. Como no estaba casado ni tenía compromiso con mujer alguna, enseguida le vino a la cabeza, por extraño que parezca, esa chispita que aviva la imaginación, despierta luego el motorcillo del deseo y, termina, por dar calor entre las piernas. Y conociendo aquel primer impulso, por haberlo sufrido numerosas veces, se dijo que era lo natural, al hallarse mujer y hombre en soledad y bajo techo. Bebiendo un jarrillo de vino observaba a la muchacha, ya mujer bien trazada, trajinar en su trabajo con cierto descuido en el escote al inclinarse y un desorden en el pelo que, a veces, le caía descuidadamente por la cara. Y estos dos últimos detalles, lejos de inclinarle a llamarle la atención por greñuda y descotada y repropiarle,  como pedían las normas de las casas serias, le afianzaron más en la dulce tibiedad de sus ensoñaciones y en la posibilidad de pasarlas a limpio. Que estas cosas, cuando prenden, siempre van a más.
La moza, en un principio, no reparó en sus miradas pero, a los pocos minutos, se le hicieron evidentes. Y como no era monjita reformada, sino moza de mesón, se columbró enseguida que el patrón estaba deseando comprobar una de las facetas más importantes y personales de las de su oficio. Y, en lugar de cohibirse, se descocó un poco más,  procurando con habilidad enseñar más de lo que, antes de percatarse, el descuido enseñaba, y le devolvió alguna que otra mirada acompañada de cierta sonrisilla, para cerciorar al amo de su claro discernimiento en el asunto que se veía venir. Y el ventero, concienzudamente, sopesó los hechos y se dijo: “Honradas o putas, siempre se sabe cuándo con ellas va a haber entendimiento.”
-        Digo, Marcela, que si me acompañarías arriba, donde están los atrojes, que quiero mover contigo unos sacos pesados.
-        Sí señor, no faltaría más –dijo la indina, con aún menos seriedad que picardía.
Apenas llegaron arriba, y cuando ya a Dum Dum se le habían ido las manos adonde más carne había, llamaron fuertemente a la puerta. Gruñó Dum Dum y se rió la moza.
-        Anda baja y abre, mujer, que enseguida bajo yo.
Mientras bajó la mujer, atusándose y arreglándose la ropa, y él intentaba sosegarse, pensando que hasta en esos trances eran más disimuladas por naturaleza las mujeres, dieron sus ojos en el fardel que los padres de Abel Adán le habían dejado trece años atrás. Recordó que, ciertamente, por codicia, lo había abierto a los pocos días de su marcha, pensando que pudiera tratarse de alguna riqueza o metal noble pero, al descubrir unos artefactos que no conocía, ni entendía para qué pudieran servir, volvió a envolver el fardel en la rústica tela y allí lo dejó, olvidándose de él. Y tuvo que ser aquella tarde, tomándose el tiempo imprescindible para disimular el fruto de su rijosidad frustrada, cuando puso, por casualidad y tras tantos años, los ojos en aquel bulto polvoriento.
Casi se había perdido en su memoria la aparición por la venta de los padres de Abel Adán, la criatura que encomendara entonces a la moza de la venta y que ella dejara con sus familiares en Sayatón. Recordó que la moza marchó del mesón hacía tres años, cuando engolosinó a un caballero de Alcocer. Y él, pese a que ella, al partir, le recordó su obligación con el muchacho, pensó que, para entonces, ya tendría cumplidos los doce y que el trabajo que hiciera bastaría para compensar por su sustento, sin necesidad de más dádivas suyas. Y, lo cierto, es que no había vuelto a acordarse de él. El tiempo, con su paso terco y silencioso, no da respiro a nadie – se dijo.

4 comentarios:

Isidro dijo...

Vaya putada, que le has gastado a Luis Dum Dum.

Saludos

Soros dijo...

Pues sí. Pero ten en cuenta que, como tiene a la moza tan a mano, en cuanto me discuide y vea que estoy entretenido con otros capítulos, le dará algún revolcón a mis espaldas.
Saludos, Isidro.

Paz Zeltia dijo...

indina (descarada)
se columbró (no lo encontré, pero se deduce por el contexto)
usas un vocabulario que contribuye a meterse en la atmósfera de la época, pero que me obliga a ir al diccionario
:-)
merece la pena tomarse el tiempo, que voy siguiendo con gusto la historia. (pena de que abortaras el revolcón)
:-)

Soros dijo...

En realidad, Zeltia, indina procede de indigna, pero creo que lo has pillado. Miguel Delibes se lo aplicaba a las zorras (animales) y la señora del caso, sin tener hopo, compartía la denominación.
Columbrarse algo es adivinarlo por ciertos indicios. Y sí que viene en el María Moliner.
Con respecto al revolcón, no desesperes, que en las mentes de las mujeres y de los hombres de todas las épocas se alojaron siempre los mismos pensamientos. :-)