14 noviembre 2010

Acuartelamiento del Príncipe

El soldado caminaba despistado desde la estación. Buscaba el centro. Le habían dicho que su cuartel estaba cerca de la Plaza de Cervantes. La plaza rectangular, amplia y bordeada por uno de sus lados de soportales, era el núcleo del casco viejo. Cuando llegó a ella el petate le pesaba sobre el hombro y el nerviosismo de la incertidumbre le cosquilleaba por dentro.
- Perdone, ¿el Acuartelamiento del Príncipe?
- Lo tienes ahí mismo –dijo el transúnte, sin pararse, señalando la entrada de una bocacalle.
Apenas caminó unos metros por ella vio, tras las cristaleras del bar Ocampo, un grupo de suboficiales que alternaba dentro. Apretó instintivamente el paso y salió a una plaza con unos jardines en el centro. La hermosa fachada de la universidad le impresionó. Indeciso, giró a la derecha y, observando incrédulo aquella fachada, caminó lentamente hacia ella. Terminó por quedarse parado, de espaldas al Hotel El Bedel. Aquella fachada no podía ser la de un cuartel.
Desorientado, se giró. En la cafetería del hotel fumaban indolentes y tomaban copas en un servicio de cristalería refinada algunos oficiales. Vio por un instante su figura reflejada en la gran luna de cristal, superpuesta a la de aquellos elegantes militares. Apenas mantuvo la visión un segundo. El soldado, impulsado por un muelle interior, se alejó, acercándose a la puerta de la universidad. Estaba cerrada. Despistado, miró a su izquierda y, sólo entonces, apreció el enorme edificio de ladrillo con el mástil y la bandera en su portón principal. Dedujo que los jardines centrales se lo habían tapado. Dos paracaidistas, de apariencia impávida y la mirada fija y perdida en un horizonte que sólo ellos vislumbraban, hacían la guardia con fusiles de asalto ante la puerta de la mole. Entre ambos un sargento con las manos atrás, pistola al cinto, y aire impaciente, le miraba, plantado con las piernas abiertas en el centro del portón. El soldado tuvo la certeza de que le había estado observando desde que entró en la plaza. Sin duda aquél era el cuartel que buscaba.
Maquinalmente revisó su atuendo, botas y gorro. Según se acercaba al portón, el sargento, de expresión indescifrable, no le quitaba de encima la mirada. El soldado al llegar soltó el petate, se cuadró y saludó, adoptando su mejor aire marcial:
- A sus órdenes, mi sargento. ¿Es éste el Acuartelamiento del Príncipe?
El soldado, cuadrado como estaba, recibió por respuesta un puñetazo en el pecho y la primera admonición cuartelera:
- Pero, ¿tú, de dónde sales? ¿Es que no te han enseñado a saludar a la bandera?

En el bar Ocampo han puesto un comercio. El Hotel El Bedel pertenece hoy a una cadena, se ve que casi todo lo que permanece ha de encadenarse a algo. Dragados está remodelando el viejo acuartelamiento para convertirlo en dependencias de la universidad. Quedarán las fachadas, pero la gran urdimbre de sus tripas se la están comiendo los equipos de demolición. Portones, túneles, cuerpos de guardia, pasadizos, pabellones, oficinas, patios, salas de oficiales, de suboficiales, despachos de jefes, cantinas, comedores, cocinas, sala de banderas, prevención, calabozos, cocheras, enfermería, almacenes y todo el laberinto de pasillos, escaleras, galerías, sótanos y cámaras, se están convirtiendo en cascotes y polvo.
El soldado hace ya varias décadas que cumplió su compromiso, entonces casi ineludible, con la patria. Tenía la esperanza de recorrer algún día, de viejo, aquellas dependencias. Suponía que los años cambiarían los recuerdos, pero ya no le va a ser posible comprobarlo.
Tras las lunas del hotel El Bedel, esta vez por la parte de dentro, ha observado la vieja fachada, el portón y las dependencias a medio derruir, con ese aspecto de efímeras y destartaladas casas de muñecas infantiles que las demoliciones dejan cuando están a medias. El que fue soldado se entretiene, lo que dura un café con leche tomado con calma, en sus recuerdos. Casi todos ellos tienen nombres pero, a la vista de lo que está pasando con el edificio, casi prefiere no indagar ni saber sobre ellos.
Una mujer joven ha bajado de su habitación a desayunar. El camarero le informa de que sólo sirven el desayuno continental.
El que fue soldado paga y sale. Echa una mirada a las obras y otra a la fachada de la universidad, atraviesa la plaza y se va por la Calle de las Beatas.

4 comentarios:

Insumisa dijo...

El que fue soldado ¿cayó por tierra luego del puñetazo?

... curiosa que es una,

Soros dijo...

El que fue soldado me dijo que aguantó. Que, sorprendido una vez más por la brutalidad humana, quedó aturdido por ella y ainado por el golpe inesperado. Pero aguantó de pie y aprendió a vivir, como aprendemos todos, en medio de un mundo diferente aunque, bien mirado, no mucho peor que el habitual. Pero eso el soldado, por entonces, no lo sabía. También me lo dijo.
¿Curiosidad saciada? :-)

d:D´ dijo...

Bos días amicus:
Recién llegados al cuartel de arriba era ya anochecida la retreta y sin ubicarnos adecuadamente de forma pasajera pasé la misma en la 11. Cargado como iba sobre mi uniforme paracaidista, un petate al hombre y dos bolsas militares en la mano, entré por el pasillo de la misma. Un caminito de hijosdeputa me recibían a ambos lados; una mirada furtiva en redor me predispuso para lo que me acontecería. El primero fue un puñetazo al hombro derecho, el segundo un sopapo en la mejilla, el tercero una colleja en la nuca, el cuarto un manotazo en la espalda, el quinto no lo vi venir y me golpeó la frente, el sexto lo sentí como de patada trasera,el séptimo calentó la otra mejilla, el octavo fue un hostión en la cara que me hizo sangrar y al día siguiente ir al Gómez Hulla a retirar una muela, el noveno un empujón derecho al interior de una taquilla donde me encerraron y voltearon, el décimo no vino y pasé a ser escabel de un primero en su cuarto para apoyo de sus pies mientras veía la tele.
Por fin la cordura de un profesional del Ferrol de aquel entonces entró irritado y levantando al primero de la solapa le extendió una hostia amistosa y dejó claro su mayor poder demostrado. Gracias a aquel mozo galaico pude pasar la noche tranquilo y al día siguiente ser destinado a mi compañía; los que durmieron en las cías contigüas no pasaron trances de este tipo, ni por asomo. Tiempo después nos hicimos grandes compañeros y unos meses más tarde aquellos que me sometieron a golpes fueron desterrados a Meco y degradados de forma pública en la gran explanada frente a la 15. De eso hace varias décadas, tantas que van para tres.

El tiempo restante fue "sublime" y donde pude dar rienda suelta a mis gustos deportivos por el salto al aire desde alturas dispares y volar como un pájaro en segundos para abrir un "parafly" en el momento preciso.

A pesar de eso decidí cerrar este capítulo de mi vida para siempre y desmontar teorías castrenses tan primitivas como el hombre que sólo demuestran su evolución tecnológica para someter a los más débiles y proteger los intereses de las riquezas universales. Anacronismos que sólo defienden quienes siguen creyendo que el fin justifica los medios sin dejar que sean las palabras las primeras y únicas que se enfrenten.
Deica logo amicus.

Soros dijo...

Beato Darzádegos, ya veo que te hicieron un buen recibimiento y también que supiste aprovechar lo que aquello te ofreció de bueno.
Pero parece que te lograste zafar de aquel anacronismo y que tu jucio sobre todo aquello te hizo madurar y, sin olvidar lo pasado, no te hizo demasiado daño.
Gracias por tu comentario.
Deica logo amicus