12 octubre 2009

12 de octubre de 1979


Cuando aquella mañana llegó a la finca de La Dádiva, la alambrada que rodea el caserío estaba abierta, y dentro la camioneta pick-up del encargado estaba aparcada frente a una de las dos naves, junto a un Land Rover en buen uso. Había tractores, piezas, maquinaria agrícola vieja y aperos esparcidos tras las naves. La casa antigua está ya en ruinas con el tejado parcialmente caído y con una de las paredes laterales caída del todo. De modo que parece una casa de muñecas infantil, pero a escala natural, porque dentro se ven los muebles y los viejos enseres en los distintos pisos aún milagrosamente suspendidos entre los armazones y las vigas.
Junto a la alambrada que rodea el caserío hay un cerrete pequeño y picudo. A él se subió para tener una visión mejor de la finca. Las grandes explanadas de labor se extendían onduladas hacia el norte. A lo lejos la tierra se elevaba de nuevo e impedía ver los confines de la finca, más allá de lo de Valdelhombre. A la izquierda estaban las terreras que la hacían limitar, brusca y abruptamente por el desnivel, con el río. Había también olivares a la derecha. Un barranco pequeño con un arroyo era sobrevolado, casi literalmente, por una autopista de peaje. Pensó, al ver esto último, que don Manuel, el notario, jamás habría consentido que aquella autopista hubiera cruzado su finca, si hubiera vivido para verlo. Pero quizás ni el mismo don Manuel hubiera podido impedir aquella obra, pues los tiempos habían cambiado el reparto de poderes y, algunos, habían ido a parar a quienes jamás los detentaron, por eso de la democracia. En cualquier caso, el que observaba la finca desde aquel oterillo no estaba muy seguro.
A don Manuel, sus propios hijos le llamaban don Manuel. Y, cuando les llamaba, más les valía acudir en el acto y dejar familia y trabajo por muy ingenieros que fueran y por estado de casados que tuvieran y por padres y señores que se sintieran y por muchos años que tuvieran cumplidos y por miles de canas que peinaran y por reverencias que les hicieran en sus empresas y en los bancos en cuanto detectaban su presencia. Don Manuel no admitía dilaciones y sus hijos habían sido educados en una obediencia militar a su persona.
Inmóvil en el pequeño otero, se fue treinta años atrás. Recordó la primera vez que vio la finca. Iba con Gaudeano, un hijo de don Manuel. Casualmente un amigo común se lo había presentado unos meses antes de aquel doce de octubre. Gaudeano estaba pescando y los otros dos le observaban.
- ¿Te gusta la pesca? –dijo Gaudeano.
- No, me aburre. En cambio la caza me encanta.
- ¿Conoces la finca de La Dádiva?
- Pues no.
- Entonces te invito al desvede –dijo Gaudeano de sopetón.
El que acababa de ser invitado ni conocía la finca ni había oído hablar de ella. Por otro lado esas invitaciones de caza no las tenía por fiables, pues la experiencia le decía que las más de ellas solían olvidarse. Sin embargo, antes de separarse, después de tomar unas cañas por la tarde, Gaudeano le dio una tarjeta y le dijo que un par de días antes le llamase por teléfono para concretar. Por la tarjeta supo que Gaudeano era ingeniero y que su empresa era muy conocida en la zona. Así quedaron las cosas.
Llamó a Gaudeano. Como si se conocieran de toda la vida, éste le dijo que el día doce a las ocho de la mañana para oír la misa dominical en la parroquia de San Gregorio. La cita a las ocho no le pareció oportuna pues a esa hora ya solía estar él en el campo todos los días de caza, cuánto más tratándose del día del desvede; pero ya, quedar en una iglesia, para oír misa, él que ni siquiera era practicante, le terminó de fastidiar del todo. Y pensó que sitios tenía donde ir de caza sin necesidad de tanto misterio, tanto retraso y tanta misa. Así que malhumorado, pero con toda la educación y prudencia que pudo reunir, no le puso pegas a Gaudeano y se dijo que, a una mala, con no volver a quedar valía. Pero, sin embargo, era un día de desvede y no se las prometía nada felices con aquellas perspectivas.
Iba a entrar a San Gregorio, cuando Gaudeano, que bajó de un elegante coche, le llamó la atención. Se saludaron y, mientras lo hacían, otro suntuoso Mercedes paró al lado.
- Mira, éstos son mi hermano Laureano, su amigo Julián Belamonte y su socio Licinio Gándara.
Tras los saludos de cortesía entraron en la iglesia, muy poco concurrida un domingo a aquellas horas, y escucharon misa. Tal vez ellos con verdadera devoción pero, el invitado, con un gran esfuerzo, pues se imaginaba ya por el campo con las perdices delante y quizás alguna ya colgada. En el transcurso de la ceremonia creyó oír, aunque seguro que eran imaginaciones suyas, tiros desde la misma iglesia, ubicada en el centro de la ciudad. Interiormente le metía prisa al cura pero le parecía que éste, adrede y fastidiado por su premura, dilataba la ceremonia todo lo que podía, enlentecía sus alocuciones a los fieles y, en cuanto más deprisa él contestaba, más tiempo se daba el sacerdote en replicar. Hoy no recuerda si llegó a comerse las uñas total o parcialmente.
Cuando salieron de la iglesia, Gaudeano le pidió que dejara su coche y fuera con él pues no conocía el camino a la finca. Tras un trayecto no muy largo en el que el invitado no hacía más que mirar el reloj y calibrar la claridad del día, que se le antojaba ya muy avanzado, y pensar en la cantidad de tiempo que llevaban de atraso o perdido, que para el caso era lo mismo, observó, totalmente consternado, que Gaudeano dejó la carretera y se metió al aparcamiento de un bar. El coche de su hermano, con sus amigos, estacionó junto al suyo.
- Bueno, pues ahora vamos a desayunar como está mandado –dijo jovialmente Gaudeano.
- ¿No se nos va a hacer un poco tarde? –dijo, llevado por los nervios y totalmente desasosegado.
- Hay mucho día por delante y la finca no se va a mover de su sitio.
- Hombre lo digo porque son ya las nueve y media…
Tomaron todos café pausadamente, charlaron de fincas, de cacerías, de ojeos… contaron unas cuantas anécdotas y se rieron porque el invitado sólo había cazado en lo libre como, ingenuamente, confesó. Pese a su impaciencia, se dio cuenta de que aquella gente carecía de su acuciante ansia por verse en el campo y que, al parecer, habían tenido la caza a su alcance durante toda su vida. Pese a su acelero, tuvo que esperar también, con la paciencia carcomida, a que se tomaran tranquilamente una copa a fuerza de conversación.
Eran más de las diez cuando salieron definitivamente hacia la finca. Tras un vericueto de caminos, Gaudeano dijo que la finca empezaba a partir de un olivar cercano. Enmudeció el invitado cuando, apenas iniciado el paso por entre los olivos, comenzó a moverse una marejadilla de perdices, con sus cabecitas altas y su elegante y rápido apeonar. Se le salían los ojos de las órbitas.
Gaudeano, que lo noto, dijo:
- Tranquilo, hombre, que ésta es la linde de la finca.
- ¿Quieres decir que son más abundantes en el centro?
- Pues claro hombre. Este olivar ni lo tocamos.
Al invitado le pareció que tardaron una enormidad en colocarse las cananas, en ponerse los chalecos, en preparar las mochilas, en armar las escopetas, en preparar los cartuchos… Se dio cuenta de que eran gente muy sibarita, que llevaban cajas de diez cartuchos de marcas que él desconocía, que usaban escopetas inglesas Purdey, que todos llevaban un par de juegos de cañones… pero ya no podía poner atención a nada porque, como un perro, estaba loco, desatalentado por salir…

4 comentarios:

isidro dijo...

Tremendo el choque de valores y aficiones de esta historia.

Parece que su final sera divertido.

Soros dijo...

De momento, el invitado, alucinó. Y eso y, la angustia por tanta dilación, era lo que la historia quería contar. Quizás lo que pueda seguir es más fácil de imaginar. Pero sí, quizás tenga continuación.
Un saludo, Isidro.

BBK dijo...

Mmmmmm
Desesperadito el invitado. Sospecho de quien se trata. Y estoy a la espera de una continuación, aunque la caza no me guste mucho que digamos. Igual estoy a la espera de una historia inconclusa hace varios meses... pero quizás tendré que comprarla ya terminadita ¿verdad?
es lo justo.

Un beso

Soros dijo...

Bueno, BBK, veo que tú también les ves continuación a esta historia. En principio no la tenía, pero nunca se sabe.
Siempre hay alguna historia en perspectiva pero, algunas veces, se escribe de modo irregular y las historias quedan suspendidas o se continuan pero sin ponerlas, de momento, en el blog...
Besos.