15 febrero 2008

Viaje al mar

Se acercaban a los 70 años y no habían visto el mar. Nos enteramos, por casualidad, en una sobremesa. Hay cosas que se dan por sentadas, sin ningún fundamento, pero se dan. ¿Quién no ha visto hoy el mar?
- Me ha dicho la Mari Carmen que el mar es precioso y sobre todo en las puestas de sol.
- ¿Pero es que usted no ha visto el mar?
- Uy, hijo, de qué parte, si nosotros no hemos salido del pueblo nunca. Bueno, el padre fue una vez a Barcelona a la boda de su hermana Maruja, y dice que lo vio, y también salió cuando la mili pero a Calatayud y a Jaca que tampoco tienen mar. Y luego, ya sabes, a Madrid cuando la enfermedad y por aquí por los alrededores.
Nos resultaba extraño que alguien no hubiera visto el mar. Pensamos qué lugar sería el idóneo para que alguien lo descubriera de mayor. Cavilamos un buen rato entre los recuerdos de nuestros paisajes marinos. Al cabo de un rato dijimos, casi al unísono:
- ¡Nazaré! ¡O Sitio de Nazaré! ¡Tiene que ser allí!
Les propusimos hacer el viaje. Todo fueron problemas, inconvenientes y dilaciones. Que si quién se iba a ocupar de los animales, que si ellos no podían moverse de allí, que a ver si les pasaba algo… Pero nada, nosotros firmes, que nos vamos y nos vamos.
Era finales de agosto cuando salimos del pueblo. Los cuatro en un flamante coche camino de Portugal a punta de mañana.
- A ver si nos vamos a marear, tómate esta pastilla, Tomás, que me la dio ayer la médica.
La primera parada fue Segovia.
- Y cómo hicieron estos arcos aquí, en mitad del pueblo.
- Fue hace muchos años y era para traer el agua.
- ¡Ah, claro, entonces tiene su explicación!
La segunda parada fue Salamanca.
- ¡Vaya Plaza Mayor! ¡Pero si yo creo que ni la de Madrid es tan hermosa como ésta!
Después les explicamos que ya estábamos en Portugal y que allí hablaban otro idioma y ya no les servían sus pesetas, que también tenían otra moneda, pero que no se preocuparan que nosotros llevábamos escudos.
- Pero, me entenderán, ¿no?
- Eso sí, usted a ellos puede que no, pero ellos seguro que le entienden.
La primera parada en Portugal fue en Guarda, frente a la Seo. Inmediatamente nos dirigimos a tomar algo a uno de los bares bajo los soportales de la plaza.
- Un vaso de vino - pidió Tomás directamente.
El camarero sin titubear, y con esa prodigalidad que suelen tener los portugueses a la hora de dar de comer o de beber, le puso un buen vaso de vino lleno hasta arriba.
- Oye, que me parece que me va a gustar este país.
Dormimos en un hotel de Aveiro. Al día siguiente antes de marchar, Carmen y Tomás no salieron de su habitación sin dejar la cama hecha y todo en orden.
- Pero, mujer, si en los hoteles no hay que dejar hechas las camas.
- Sí, hombre, y qué piensen que somos unos guarros, una gentuza o qué sé yo.
Paramos en Batalha y, cómo no, en Fátima.
- Bueno, ya está bien, que nosotros tenemos nuestra virgen de la Estrella. ¿A ver si nos vamos a cambiar ahora? – dijo Tomás, cuando se cansó de ver el santuario.
Faltaba una hora para que se pusiera el sol cuando llegamos a Nazaré. Había que verles a los dos cuando, desde lo alto de O Sitio, se asomaron al mirador y vieron el inmenso océano con la bola del sol al fondo bajando hacia él. Se quedaron callados y sobrecogidos y casi sin quererlo, en un gesto de mutuo amparo, se cogieron de la mano. El silencio de su ensimismamiento duró un rato.
- ¿Quién nos iba a decir a nosotros, Tomás, que íbamos a venir a estos sitios tan bonitos?- dijo Carmen, olvidándose de nosotros, porque, en ese momento, estaban ellos dos solos.
Naturalmente bajamos en el elevador y, después de dar una vuelta por el pueblo, cenamos en el Beira Mar. Las almejas y el pescado les encantaron.
- Mañana venimos a comer aquí. Pero de todas todas. No me habléis de otro sitio, ¿eh?
Dormimos en un hotel de esos en los que las habitaciones tienen todas una terracita que da al mar. Carmen y Tomás, tan pronto como se levantaron, se sentaron en la terracita y como dos niños se pasaron el tiempo mirando al mar sin más. Sólo cuando les llamamos se rompió su recogimiento.
Pasamos la mañana en el pueblo. Las mujeres se fueron hasta la orilla del mar y Carmen dijo:
- Ahora comprendo cómo la gente se desnuda y se baña, si es que me dan ganas de hacerlo a mí- y se descalzó y se pasó un buen rato chapoteando entre las olas que venían y se iban tras mojar sus pantorrillas, dichosa, como si fuera una niña.
Yo creo que Tomás pasó algo de envidia pero, por vergüenza, claro, no se atrevió a hacer lo mismo. Luego estuvimos comiendo gambas y vino blanco Gatao por las tabernas del pueblo. Después a comer al Beira Mar de nuevo. Oye, ni una queja. Por la tarde a ver el mar. No se cansaban nunca de mar aquellas dos almas mesetarias.
Al día siguiente tocó Lisboa.
- Lo que yo no entiendo es cómo, en mitad de esta barahúnda de calles y coches, vosotros sabéis donde vais – decía Tomás desconcertado, mirando a todas partes.
El castillo de Belem y los Jerónimos fueron parada obligada, claro. Carmen y Tomás estaban excitados por la emoción. Como si fueran niños, caminaban embelesados y, como si hubieran vuelto a sus mocedades, no cesaba la ternura de sus manos entrelazadas. Sí, es verdad, daba ternura verles.
Luego el centro, el Rossío, el Castelo, el Barrio Alto, el Chiado, la plaza del Comercio, la avenida da Liberdade…
- ¿Y por ese puente tan alto tenemos que pasar mañana? ¿No podríamos ir por otro lado?
Al día siguiente, era inevitable, nos despedimos del mar o, mejor dicho, de la desembocadura del Tejo que allí casi es lo mismo. Fuimos a Évora para despedirnos también del Portugal de toda la vida y, ya, regresamos a España. Dormimos en Cáceres.
Al día siguiente, cuando estábamos a punto de llegar a su pueblo, en el último cruce que llaman de Cantaperdiz, les preguntamos en plan de guasa:
- ¿Están contentos de que lleguemos al pueblo? ¿O igual les apetecía seguir?
- Pues por mi parte no habría ningún inconveniente- dijo Tomás con toda decisión.
Estaba todo dicho.

6 comentarios:

Insumisa dijo...

El mar... me encanta, igual tu relato, ha sido lindo. Una pareja mayor que disfruta su primer visita al océano.

¿Huele a brisa por aquí?

;·)

Saudades, Soros.

P.D. La chocrosita está enorme y aun no cumple los 4 meses, saludable, contenta, comelona, juguetona, cariñosa y aprendido las malas costumbres de la Yoya.

Soros dijo...

Saludos y gracias por el comentario.
Me alegro de que la chocrosita haya hecho pie en tu casa y de que a la Yoya se le haya pasado el mosqueo.

Anónimo dijo...

ya me disculparás por lo ingenuo, pero tus relatos rezuman un aire que parece cogido con cazamariposas de la realidad, como si lo fueran tal cual y tú les dieses la forma con las letras. no sé, igual son plenamente inventados, y entonces tienen todavía otro mérito.
como lo de sedeín. de sedeínes, como de caínes, está la geografía hispana bien trufada, pero por más que lo busco en el google maps, ni rastro. suena a un lugar de cuyo nombre no quiero acordarme...

un abrazo,

el de tiermes.blogia.com

Ermengardo II dijo...

Cuando lleve a mi familia a la desembocadura del Duero no se podían creer que aquel rio fuese el mismo que pasa por la Rozuela. Casi llorabamos todos de la emoción.

Soros dijo...

Tiermes, lo que te voy a decir es obvio. Algunos relatos los invento de cabo a rabo, otros tienen una base real y unos pocos son descripciones de hechos, descritos tal y como los sentí.
Con respecto a lo de Sedeín me da la sensación que el de la parte Berlanga lo ha encontrado en el google ;-) o por lo menos él lo cree.

Koborrón, pero si es lo que yo les digo siempre a los portugueses, pero papo, si es que os damos los ríos ya criaos

Saludos a los dos.

Paz Zeltia dijo...

Esta historia me emocionó, vaya tontorrona estoy hecha, si es qu3e se me humedecieron los ojos mirando la foto e imaginando la escena...
que, allí o en otra parte, con mar o siendo otro sueño el conseguido, siempre hay manos arrugadas que se buscan, antes de doblar la esquina que lleva al barrio definitivo.