- Evidentemente Dios existe y habita en Grecia, no olvide que nosotros somos los ortodoxos, tal como ustedes mismos nos llaman. Somos los que hemos permanecido en la recta idea, en el dogma genuino. Sí, por eso Dios tiene una especial predilección por Grecia, ¿comprende?
- ¿Cómo puede estar tan seguro?
- Es muy fácil, donde más está Dios también está muy presente el Diablo y aquí el Diablo está detrás de cada peña.
- ¿Lo ha visto alguna vez?
- No una, muchas veces. Si duda de mi palabra hable con el pope Ioanni de los Meteora, el que habita en el monasterio de Ayia Triadha, cerca de Kalambaka. Si lo hace, pregúntele por Marino. Es mi nombre y viví varios años en el monasterio.
- Y, ¿qué hacía allí?
- Hoy parezco un hombre bueno o, al menos, un hombre normal. Sin embargo si usted me hubiera conocido hace 20 años no pensaría que se trataba de la misma persona.
- Bueno, todos cambiamos con los años. Es lo normal.
- No, no me refiero a ese tipo de cambio. Yo entonces era una fiera, era una persona sin corazón, sin piedad, sin entrañas… yo fui un violador, asesiné, robé, comercié con todo, me vendí como mercenario… usted no puede hacerse idea. Fui allí a encontrar al que soy ahora y a dejar al que era antes.
- Y, ¿qué le hizo cambiar?
- Llegó un momento que no me aguantaba a mí mismo, no sabía salir de mi propia furia, de mi violencia ardiente, tenía una turbulencia dentro que me corroía, que me mataba. Era un gato rabioso lo que habitaba dentro de mí. No podía vivir así y no sabía qué hacer. Entonces me vine a las Meteora y hablé con los monjes, les conté todo. Ellos decidieron que debía aislarme del mundo si quería volver a encontrarme conmigo o, quizás, con otro. Escogieron al pope Ioanni y me mandaron con él al monasterio. Pasé allí cuatro años.
- Y, ¿qué hacía allí durante tanto tiempo?
- Cavar y pensar. Sólo eso.
- Bueno y todo esto, ¿qué tiene que ver con lo de Dios y el Diablo que me decía antes?
- Entre los monjes hay exorcistas, cosa normal por lo que le dije de Grecia. A partir de los dos años de mi estancia en el monasterio, y cuando ya mi alma se había serenado mucho, me pidieron que acompañara a los exorcistas en sus visitas. Eran mis únicas salidas del monasterio.
- No me diga que ha visto endemoniados.
- Endemoniados y endemoniadas. Y viéndoles me di cuenta de lo cerca que yo había estado de estarlo.
- No me tome el pelo. ¿De veras cree en esas cosas?
- No me queda más remedio, después de haberlas visto. Sí, no se ría, yo también fui como usted. Jamás creí en esas cosas y hasta me burlaba.
- Bien, pero, ¿cómo puede usted saber que aquellas personas estaban endemoniadas? ¿No serían enfermedades mentales lo que padecían?
- No. Lo sé porque cuando iba a visitar a aquellos pobres seres que jamás me habían visto, ni sabían nada de mí, ellos al instante me reconocían. Me llamaban por mi nombre y me decían pero Marino, pedazo de cabrón, si tú eres la escoria de la humanidad, ¿cómo te atreves a venir a echarme de este cuerpo, como tienes valor a venir aquí, tú que eres mierda de serpiente? ¿Es que prefieres que me aloje en el tuyo, maldito hipócrita, farsante de mierda? A mí no me engañas como al gilipollas ese de pope pajillero, que es tan farsante como tú... y otros muchos insultos y palabras que me siento incapaz de reproducir, ni de hacerlo con la vehemencia con que ellos y ellas se pronunciaban. Y además me decían a la cara todos mis pecados. Era increíble.
- Bueno pero eso no es extraño, al fin y al cabo, todos tenemos los mismos pecados.
- No se confunda, amigo. Me daban todos los detalles…
- ¿Cómo puede estar tan seguro?
- Es muy fácil, donde más está Dios también está muy presente el Diablo y aquí el Diablo está detrás de cada peña.
- ¿Lo ha visto alguna vez?
- No una, muchas veces. Si duda de mi palabra hable con el pope Ioanni de los Meteora, el que habita en el monasterio de Ayia Triadha, cerca de Kalambaka. Si lo hace, pregúntele por Marino. Es mi nombre y viví varios años en el monasterio.
- Y, ¿qué hacía allí?
- Hoy parezco un hombre bueno o, al menos, un hombre normal. Sin embargo si usted me hubiera conocido hace 20 años no pensaría que se trataba de la misma persona.
- Bueno, todos cambiamos con los años. Es lo normal.
- No, no me refiero a ese tipo de cambio. Yo entonces era una fiera, era una persona sin corazón, sin piedad, sin entrañas… yo fui un violador, asesiné, robé, comercié con todo, me vendí como mercenario… usted no puede hacerse idea. Fui allí a encontrar al que soy ahora y a dejar al que era antes.
- Y, ¿qué le hizo cambiar?
- Llegó un momento que no me aguantaba a mí mismo, no sabía salir de mi propia furia, de mi violencia ardiente, tenía una turbulencia dentro que me corroía, que me mataba. Era un gato rabioso lo que habitaba dentro de mí. No podía vivir así y no sabía qué hacer. Entonces me vine a las Meteora y hablé con los monjes, les conté todo. Ellos decidieron que debía aislarme del mundo si quería volver a encontrarme conmigo o, quizás, con otro. Escogieron al pope Ioanni y me mandaron con él al monasterio. Pasé allí cuatro años.
- Y, ¿qué hacía allí durante tanto tiempo?
- Cavar y pensar. Sólo eso.
- Bueno y todo esto, ¿qué tiene que ver con lo de Dios y el Diablo que me decía antes?
- Entre los monjes hay exorcistas, cosa normal por lo que le dije de Grecia. A partir de los dos años de mi estancia en el monasterio, y cuando ya mi alma se había serenado mucho, me pidieron que acompañara a los exorcistas en sus visitas. Eran mis únicas salidas del monasterio.
- No me diga que ha visto endemoniados.
- Endemoniados y endemoniadas. Y viéndoles me di cuenta de lo cerca que yo había estado de estarlo.
- No me tome el pelo. ¿De veras cree en esas cosas?
- No me queda más remedio, después de haberlas visto. Sí, no se ría, yo también fui como usted. Jamás creí en esas cosas y hasta me burlaba.
- Bien, pero, ¿cómo puede usted saber que aquellas personas estaban endemoniadas? ¿No serían enfermedades mentales lo que padecían?
- No. Lo sé porque cuando iba a visitar a aquellos pobres seres que jamás me habían visto, ni sabían nada de mí, ellos al instante me reconocían. Me llamaban por mi nombre y me decían pero Marino, pedazo de cabrón, si tú eres la escoria de la humanidad, ¿cómo te atreves a venir a echarme de este cuerpo, como tienes valor a venir aquí, tú que eres mierda de serpiente? ¿Es que prefieres que me aloje en el tuyo, maldito hipócrita, farsante de mierda? A mí no me engañas como al gilipollas ese de pope pajillero, que es tan farsante como tú... y otros muchos insultos y palabras que me siento incapaz de reproducir, ni de hacerlo con la vehemencia con que ellos y ellas se pronunciaban. Y además me decían a la cara todos mis pecados. Era increíble.
- Bueno pero eso no es extraño, al fin y al cabo, todos tenemos los mismos pecados.
- No se confunda, amigo. Me daban todos los detalles…
6 comentarios:
Bonito empeño, ese de serenar el alma...
Por lo que se ve a Marino no le quedó otra salida. ;-)
Es como el propranolol de los demonios. Interesante punto. No creo mucho en eso de los endemoniados, ni santos, ni cosas de esas. Pero de que respeto, respeto.
Un saludo, querido señor Soros.
Hola guapo.. te he dedicado unas pequeñas palabras en el blog,un saludo.
Pero de que respeto, respeto. Como siempre me gustan tus expresiones, cuando te pones así, como de andar por casa. Bueno y lo de chocrosita para qué te cuento. ¿Cómo le va a la chocrosita?, por cierto.
Saludos.
Tormenta, ya contesté a tus palabras en tu blog. Así que en tu mano queda si recibiremos o no nuevas de tu parte.
Saludos.
Estos finales tuyos inconclusos me ponen de los nervios! :)
que muy bien, pero que poner,me ponen. :P
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