10 febrero 2008

La fábrica


El periódico local, de costumbrista, oloroso y melífero nombre, como la provincia pretendía ser en el fondo, o sea, un remanso de paz y concordia, publicó el día 25 de abril de 1920, en su número 1336 la noticia: “Horroroso incendio. Fábrica de harinas destruida”.
La noticia ocupaba la portada a varias columnas, pues en la capital de provincia pocas cosas destacables solían suceder. En el pomposo y afectado artículo se citaba la ubicación del molino de Mora a tres kilómetros de la capital río abajo y su pertenencia a las señoras viuda e hija de Vicente Sánchez. Luego se hacía un pormenorizado homenaje a todos los que, imbuidos de fervor solidario y cívico, intentaron con su presencia, valor y entrega evitar la consumación del desgraciado y luctuoso suceso. O sea, el incendio.
No creo que el periódico olvidara a nadie pues se citaron muy prolijamente, en un alarde de diplomacia local y provinciana, la colaboración y el concurso de todas las fuerzas vivas: Gobierno, Ayuntamiento, Policía, los distintos talleres del Ejército acantonados en la capital, la Guardia Civil, la Academia Militar, industriales, periodistas, numerosos obreros voluntarios… Y no olvidaba el periódico hacer una exhaustiva relación de personal, con más de 40 nombres de los más notables y destacados jefes, oficiales, concejales, responsables, etc. que en el lugar del siniestro se personaron. Nadie fue olvidado, en sus méritos, por el redactor. Pero no debía ser muy concienzuda la preparación de ese ingente número de personal para sucesos de este tipo cuando, a pesar de conocerse el incendio a los veinte minutos de iniciarse, el molino ardió sin quedar nada. Y, aunque no lo digo por alabarles, compañía selecta y personal de rango no se puede decir que faltara en el incendio.
Los pocos objetos que se salvaron lo fueron gracias al maestro de harinas y a los cuatro obreros que estaban en la fábrica y de cuyos nombres, casual e incomprensiblemente para un hombre con tanto tacto, el redactor no guardó memoria. Lástima.
Una caja metálica donde se guardaba el dinero para el funcionamiento corriente del molino y la documentación y los libros de contabilidad del mismo fue cuanto pudieron poner a salvo los obreros. Por el contrario, todos los enseres del maestro de harinas y de los trabajadores que vivían en las dependencias del molino ardieron con él. Además el maestro de harinas perdió todos sus ahorros, unas 5000 pesetas, que guardaba en el fondo de un baúl, usanza muy frecuente entonces.
El Gobierno Civil abrió una suscripción para paliar en lo posible las pérdidas de estos trabajadores. María y Salvador fueron los primeros en contribuir con una cantidad que mantuvieron secreta.
Las lenguas se pusieron de nuevo en acción y enseguida se oyó elucubrar sobre si el incendio habría sido intencionado por rencores, venganzas o envidias, que para todo hubo versiones muy bien fundadas. Pero parece que la buena fama que los dueños del molino tenían hasta entonces y el empeño de los propios trabajadores en salvar lo que pudieron de los dueños, hizo que la idea no prosperase pero, por hablar, no quedó quieta baldosa alguna ni teja por remover. Así que, a falta de cosa más fundada, se concluyó que el molino estaba maldito y que el fantasma de los difuntos Vicente y Felipe lo habitaban y, más aún, que el de Felipe fue el que propició el incendio haciendo que la correa de la polea que lo mató produjera el incendio al rozar con el entarimado y hacerlo arder.
Salvador y María, pasado el susto inicial, hacen recuento de sus caudales, de lo que sus clientes les deben, de lo poco que se salvó, de lo que les paga el seguro, que no cubría el género almacenado, y de lo que pueden conseguir poniendo en prenda sus pertenencias, labran una parte de las cuatro fanegas de tierra que rodean el molino y otra parte la ponen de huerta y Salvador pierde su rango de jefe, hasta que lleguen mejores tiempos si es que llegan, y trabaja en lo que haga falta. Los parientes de Fontanar echan una mano y otro primo de Salvador, Eduardo, que tiene un molino en Anguita también les ayuda. Así, reunidos todos sus recursos, presentan, el 19 de julio de 1920, proyecto al Ayuntamiento de la capital para la edificación de una fábrica de harinas sobre el solar del molino destruido. También piden, a la Jefatura de Obras Públicas, mantener el acceso necesario a la carretera Madrid-Francia. No han tardado mucho en organizarse ni en reunir los recursos necesarios.
Con tantas inquietudes, gestiones y preocupaciones casi se les echa encima sin notarlo la llegada del hijo que esperaban pero, éste, inexorablemente llega. Y lo hace para bien, porque María da a luz el 30 de julio una bonita niña a la que deciden llamar Carmen.
El 16 de agosto del mismo año reciben la licencia de construcción del Ayuntamiento, poco después de la renovación del permiso de acceso de Obras Públicas. Dos años dura la construcción de la fábrica. Finalmente la equipan con la maquinaria más moderna de la época, que fue instalada por la casa "Buhler Hermanos" de Madrid. El viejo maestro de harinas tuvo trabajo en la fábrica hasta que se jubiló y los obreros mientras lo desearon.
Pero no está terminada la fábrica cuando, el 25 de julio de 1921, nace un nuevo hijo, Manuel. Y terminada ésta y produciendo ya desde un año atrás, nace el tercer hijo que resulta ser otra niña, Pilar. Es el 31 de octubre de 1923.
Afortunadamente la ya fábrica de Mora, pues heredó el nombre del viejo molino es un negocio muy productivo y bien administrado. Ya no funciona con el agua del caz sino con electricidad y en el caso de que ésta falle puede recurrir a un gran motor de barco para mover la maquinaria. Así que la presa del río, el largo caz, las caceras y el desagüe al río han dejado de preocupar a los molineros y sus dos funciones más duras: La de limpiar cauces con el agua hasta el pecho y la de amolar las piedras de moler han quedado para el olvido. Harto lo hicieron los antiguos, que a viejos no llegó casi ninguno. Vicente y Felipe y Braulio y Eleuterio y Venancio y Bautista y… todos aquellos Sánchez que se fueron a la tumba con los bronquios atascados por el polvo del cereal, con algún que otro dedo, mano, brazo o hueso de menos por el abrazo de las poleas y con el esqueleto doblado por los años de humedad en los caces. Eso sí, sin dejar nunca de oír el refrán popular, tan viejo como cruel pero, según las lenguas de siempre, muy cierto: “De molinero cambiarás pero de ladrón no”. Sempiterno sambenito de los del gremio.
Y no digo mentira pues ya va para quinientos años que Lázaro de Tormes hizo también de ello mención bien conocida pues, siendo su padre molinero de aceña en el Tormes, dejó el buen Lázaro escrito en carta bien famosa lo que sigue: “…Pues siendo yo niño de ocho años achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allí a moler venían, por lo cual fue preso, y confesó y no negó, y padeció persecución por la justicia…” Así que, como molineros, tampoco andaban ellos libres de sospechas ni eran menos merecedores de ser bienaventurados…

5 comentarios:

Anónimo dijo...

lo del periódico local, no creas que ha cambiado mucho. Cambiaras de periódico pero no de...

Soros dijo...

De acuerdo con lo de los periódicos locales. Los años no los han mejorado en el fondo.

Paz Zeltia dijo...

En horabuena por reconstruir toda una historia a partir de una noticia local. Todos los titulares esconden mucha "chicha" detrás...

"ladrones" o no, con desgracias y todo, estos molineros salieron adelante. La vida siempre se abre camino.

a roja dijo...

Dónde podría conseguir los planos que aparecen en la fotografía?

Soros dijo...

Los planos que salen en la fotografía, a roja, los tengo en casa. Pero no creas que son los originales.
Si tienes tanto interés en ellos podría fotocopiarlos y mandártelos.
Bueno, después de que los encontrara, claro.
Un saludo.