27 marzo 2007

Aquella mujer


Aquella mujer no me hubiera parecido nunca una mujer para mí, ni de lejos. Sí, de acuerdo, me habría fijado en ella, la habría visto alejarse lentamente mirando su silueta desaparecer en la distancia. Para qué voy a negarlo, uno no es insensible y ella era preciosa.
Seria, distante, elegante y sofisticada no me hubiera sido sencillo abordarla en modo alguno, ni siquiera me habría atrevido a proponérmelo a mí mismo. Me habría dicho, para qué, fracaso garantizado.
Por otro lado, y perdonada la manera de señalar, me parecía una pija integral. ¿Dónde voy yo con una tía así? Olía a grandes marcas a 500 metros. Todo en ella era redondeado, sin aristas, inaccesible, su forma de vestir sin dejar nada al albur, su cara ovalada y perfecta, su pelo pretendidamente aniñado, sus bonitas piernas, la curva discreta y rotunda de sus pechos, las suaves pero marcadas caderas… Hasta podía imaginarme a distancia su perfume, carísimo, por supuesto, de esos dulces y envolventes que parece que se te pegan si te cruzas simplemente con ella; que te dejan casi como a una mosca pegada a la miel o, si escapas, te lo llevas tatuado en la pituitaria.
Sí, decididamente no creo que alguien así pudiese fijarse en mí. No creo que yo fuese el tipo de hombre que llama la atención a una mujer así. Parecía el modelo de mujer al que alguien espera en un BMW rojo o en un Mercedes biplaza o en alguno de esos coches deportivos que parece que exigen llevar al lado una venus rubia.
Ni los coches así, ni las mujeres que los comparten habían sido nunca mi fuerte. A decir verdad, por mis gustos, algo sobrios en ambos aspectos, mis amigos me decían que no tenía ni puta idea, por decirlo de una vez y sin ambajes, ni de coches ni de mujeres. Y seguro que con los tiempos que corren no les faltaba razón.
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