07 noviembre 2017

La Historia Milenaria


Se percató del teclado polvoriento. Sopló sobre él y, al instante, flotó la pelusilla a la luz oblicua de la tarde con un brillo minúsculo y fugaz. Le pareció el leve fulgor de la desidia, del desánimo, del monótono correr del tiempo. Vamos, algo así como el sedimento donde germina la vagancia con una constancia imperceptible.
A la par, le recordó los días de la última semana, cuando desde el alba se empeñó en hoyar, distraído y perezoso, los también polvorientos caminos y senderos de algunos de sus desiertos más entrañables. Como el que se empeña en tener una misión, de la que es a la vez único jefe y soldado leal.

El primer día subió por el camino más alto del monte del Marojal. Es el camino que cruza las Peñas y desde el que se contempla, desde la uve de su paso más elevado, a lo lejos, gran parte de la provincia, debajo, el minúsculo pueblo de La Bodera.
El camino cruza una estribación del Sistema Central. El caminante deja el coche en la Cerrada del Abogado porque quiere ahorrarse los dos primeros kilómetros llanos, de yermos, barbechos, yecos, labores y rastrojos. Pueden ser buenos, pese a su monotonía, para desencamar a la rabona o levantar un bando de perdices pero, para el paseo, prefiere más la variedad.
Desde la cerrada comienza a ascender lentamente entre pastizales y praderas y el campo se vuelve paulatinamente más silvestre. El camino genuino está casi perdido, las caballerías y las personas hace muchos años que dejaron de usarlo. Hay alguna pista nueva para los ganaderos que ya se mueven, no iban a ser ellos la excepción, sobre ruedas, como Dios manda.

Sorteando los grupos de estepas que invaden el camino tortuoso y semicegado por la broza llega al monte. Es como llegar a una muralla. Es un monte de rebollos y robles, con pocas encinas, y con un sotobosque de biércoles, aliagas y estepas. En muchos lugares se erige una maraña de fusca impenetrable, hogar de jabalíes, corzos, tejones y becadas.
Allí la rampa del camino viejo se acentúa. El suelo está, a trozos, levantado por las torrenteras y con hileras de cantos rodados al albur. El silencio del monte es, a ratos, total. Y, cuando se para a escucharlo, el caminante casi se asusta con un temor irracional y le dan ganas de acelerar el paso.
Apoyado en el pequeño compás oscilante de sus piernas llega arriba. Otea un rato el vasto horizonte desde aquella soledad. Piensa si no será demasiado bajar por la otra vertiente y, sorteando la linde del monte bajo con las tierras de labor, alcanzar tras unos kilómetros el camino principal.
Sabe que serán tres horas más de caminata. Lo sopesa y, con indiferencia, se dice: “¿Y para qué las quiero?”.

Al camino principal llega tras hora y media. Es el camino que cruza el monte por su parte baja. Es uno de los tramos que aún perdura del Camino Real que cruzaba en dirección a Soria. Pérez Galdós lo cita en uno de los Episodios Nacionales (Narváez, cree recordar). También fue cuerda de merinas durante la Mesta, así como testigo de las correrías del Empecinado en sus escaramuzas por estas sierras cuando la Francesada. Sostienen algunos que el Cid (Ruderico, como firmaba), en su destierro, lo atravesó de noche en su primera incursión en el Reino de Toledo, en manos entonces del moro infiel. Ahora dicen que también formaba parte de la Ruta de la Lana (enésimo camino de Santiago) y que, por ella, subían los entonces preciados vellones de La Mancha en dirección a Burgos. Y no sería raro que pronto se descubra que lo transitó el propio don Quijote o, al menos, Cristóbal Colón…Pero, que las flechitas amarillas ya las tiene. Y de vez en cuando pasan peregrinos, dicen.
Así que el caminante, a medida que lo recorre paso a paso, y aunque no ve un alma, se siente muy acompañado por la intimidad de la Historia y las historias de España, tan variadas y difíciles de encajar como el propio país. Y se dice que esto es lo que tiene el tener alguna lectura, que se alivian las soledades del alma nostálgica, aunque a los pies, sacrificados porteadores del cuerpo, les dé igual todo.

Pero ocurre un milagro. Sí, un ruido. Es un traqueteo lejano que crece lentamente. El caminante, aunque no tiene nada que temer, se sobresalta. Ya se había acostumbrado al silencio y a la perenne soledad. Son dos motoristas que vienen en dirección contraria. Van despacio y, cuando le dan vista, enfilan un poco más deprisa hacia él. Enseguida los identifica, sus uniformes verdes cantan, son de la Benemérita, seguramente del SEPRONA (Servicio de Protección de la Naturaleza).
El caminante se palpa. Sí, lleva la cartera y el DNI. También se alegra de no estar de caza, pues tendría que haberles enseñado un sinfín de papeles: licencia de armas, permiso de caza, guía de la escopeta, seguro de cazador, control de munición, control de piezas, permiso del coto, tarjeta canina, certificado de vacuna antirrábica (del perro, claro), precintos…
Afortunadamente, la caza está mucho más controlada que las cuentas en paraísos fiscales, dónde va a parar. El caminante es consciente de poblar un país civilizado que cuida su medio ambiente. Y no lo dice simplemente por alabar a las autoridades.
Los guardias paran a su altura y él hace lo propio. Saludan y preguntan qué hace por allí. Les dice que de paseo. A los guardias les extraña un paseo tan largo, pero él les dice que le gusta el paraje. Los guardias le indican que aquel monte es un coto, pero él les replica que no está molestando a los animales, que no lleva perro y que por el Camino Real hay derecho de paso.
Ya se sabe que a algunos guardias les joden los listillos pero éstos no son de ésos y no le quitan la razón. Le desean un buen paseo y justo cuando están montando en sus motos aparecen en la misma dirección del caminante dos ciclistas.
“Coño, dos bicigrinos de la Ruta de la Lana, y yo que me creía que por aquí no pasaba nadie”, piensa el caminante.
Llegan a la altura de los guardias y del caminante. ¡Ahí va!, si son catalanes, con su banderita estelada ondeando en las bolsas traseras de las bicis.
Parece que los guardias tienen ganas de cachondeo. Les paran. Uno de ellos tras saludar militarmente a los ciclistas y darles los buenos días, dice socarronamente:
-¿Qué? ¿De visita por el extranjero?
-¿Por qué dice usted eso? ¿Es que no se puede circular por este camino? –dice uno de los ciclistas mosqueado y sin saber muy bien qué replicar.
-No, hombre. Es que como decís que “Catalonia es not Spain”, que también tiene cojones que lo digáis en inglés teniendo vuestra lengua…
-Pues claro que Cataluña no es España, parece mentira que no lo entiendan ustedes. Somos un pueblo muy distinto con una historia milenaria.
-Anda éste, como si los Toros de Guisando fuesen de anteayer…- y el guardia se dirige al caminante, esperando su apoyo- ¿Qué le parece a usted eso!
El paseante se lo piensa un poco y al cabo dice:
-Pues, mire, que estos catalanes llevan razón. Cataluña no es España…
-También usted se pone de su parte, lo que me faltaba por oír –corta el guardia.
Pero el caminante continúa:
-Efectivamente, Cataluña no es España. Pero es que tampoco Castilla es España, ni Andalucía es España, ni Aragón es España, ni Galicia es España… ni ninguna otra región, considerada aisladamente, es España. Somos España todos juntos. Si no, seríamos otra cosa, pero ya no seríamos España.
Y el caminante se queda satisfecho de haber dado una opinión con tanta mesura y mano izquierda.
El guardia tarda unos segundos en responder, pero al final resuelve:
-Pues no sé si lo ha arreglado usted o lo ha terminado de fastidiar. Pero bueno, circulen y tengamos la fiesta en paz, que vamos de servicio y no viene a cuento iniciar un coloquio justo aquí, donde Cristo dio las tres voces.
-Buen servicio –dice el caminante.
-Adeu noi! –reivindican su lengua los de la estelada, ignorando a los guardias.

El caminante se va y, cuando ve alejarse a los ciclistas y se pierde el ruido de las motos, recapacita sobre sus lecturas y cae en la cuenta de que España, a diferencia de casi todos los demás países, siempre ha sido el principal problema para sus ciudadanos.

10 comentarios:

Isidro dijo...

Me alegro mucho de volver a leerte, llevo tiempo echando en falta tus escritos. Buen relato que, además, viene al pelo con la actualidad. Muchas gracias por el regalo que nos brindas.

Sara dijo...

Hola, Soros, bienvenido. Yo también me alegro de que estés de vuelta, caminante. Y sí, parece que el problema de España siempre han sido "las españas", desde las dos que definiera Machado en su poesía hasta ese cúmulo de "españas" al que tú haces referencia en tu escrito.

Besitos.

Conxita C. dijo...

Hola Soros, bienvenido como dice Sara, se te ha echado de menos y vuelves con un relato de mucha actualidad y eso que, personalmente estoy un poco cansada de tanto monotema, como si en el país no pasarán cosas muy graves y no publicitadas aparte del problema catalán.

Muy divertidos esos bicigrinos jajaja muy acertado y muy atinado ese paseante y su comentario sobre la confluencia de identidades, de pueblos, con sus peculiaridades, sus lenguas y sus historias. Y cuánta razón en su comentario final España, a diferencia de casi todos los demás países, siempre ha sido el principal problema para sus ciudadanos.
Un beso

Ángeles dijo...

Me ha gustado mucho la primera parte del texto, la descripción del paisaje, y me ha divertido la segunda. No sé si la anécdota -la doble anécdota- es real o es creación literaria (yo apuesto por lo segundo), pero sea como sea, es magnífica y muy significativa.

Y en general, me ha gustado la forma en que has alternado la seriedad y la ironía, igual que en el camino se alternan los tramos más ásperos y los más cómodos.

En fin, un regreso de campeonato :)

Soros dijo...

Gracias a ti, Isidro, que a tantos nos podrías dar lecciones con la geografía de los montes que llevas grabada en tu memoria.

Soros dijo...

Sara, a los reyes y reinas antes se les nombraba como "de las Españas" y es que desde siempre hemos sido un país muy mestizo que, en lugar de gozar de todas las virtudes que traen los mestizajes culturales, se ha encarnizado en resaltar las diferencias que, en honor a la verdad, creo que son muy pocas. Y te lo dice uno que viaja mucho y habla con todo el mundo. ¡La madre que nos parió, qué igualitos somos y que poquito nos queremos!

Soros dijo...

Llevas razón, Conxita, qué cansado es esto.
Muchos historiadores extranjeros, que nos ven mejor y más claramente de lo que nos vemos nosotros mismos, están de acuerdo en esa última frase. Y ya lo creo que es dolorosa, por acertada.
Lo que podríamos llamar "La guerra de fronteras" asoló Europa en el siglo XX. Ojalá todos seamos más humildes, más realistas y más generosos en un siglo en el que Europa quiere remontar su pasado.
Un abrazo

Soros dijo...

Ángeles, me animáis mucho todos los que comentáis porque, a veces, uno se desmoraliza porque cree que vive en un mundo donde las creencias tienen más valor que los razonamientos y donde la vehemencia sustituye y arrincona a esa cultura tan reposada que se llama Historia y que los antiguos decían que era maestra de la vida.
Me alegro si os gusta lo que escribo pero más me alegro por vuestra amistad.

Anónimo dijo...

Hola, Soros.
Me alegra mucho que hayas desempolvado el teclado y estés otra vez de vuelta.
Los pies no entienden de lecturas y se cansan pero al alma sí le ayuda, tienes toda la razón.
Creo que el nacionalismo o el patriotismo, para mí es muy parecido o lo mismo, viene de una necesidad de sentirse diferente y de pertenecer a algo, lo cual es una tontería porque todos somos más o menos iguales, con nuestras pequeñas diferencias.
Y en cuanto a pertenecer a algo, al final no pertenecemos a nada, a nosotros mismos y tampoco, porque nos morimos.

Soros dijo...

Oye, Palomamzs, lo has dejado muy claro en cuatro palabras. Todas las personas somos iguales y patatín patatán... y luego salimos con éstas.
Saludos.