23 diciembre 2015

¡No hay manera!

Uno de los modos con los que indicamos nuestra impotencia y frustración al intentar algo, que deseamos y no logramos, es esta expresión: ¡No hay manera!
Y suele ser una expresión en la que, coloquialmente o por escrito, hacemos elipsis de la cosa que tratábamos de conseguir y que ya hemos citado. Así decimos: ¡No hay manera!
Y se sobreentiende que no hay manera de conseguir esto o lo otro, cosa o asunto que ya hemos mencionado.
Sin embargo, si buscamos un uso distinto de esta expresión, tal vez nos sorprendamos del uso de la misma que en algún momento de la historia existió en nuestra lengua.
Esta curiosa anécdota ocurrió en Granada en el siglo XVI. La protagonizó un hombre cultivado, un humanista, ejemplo de la élite más representativa de su época. Se llamaba Juan Latino y dicen que nació en Baena. Era persona estudiosa, un gran conocedor tanto  de las lenguas clásicas como de su literatura, un poeta capaz de escribir en latín y en castellano, traductor de Horacio y Terencio y, resumiendo, un digno representante del Renacimiento. Por añadidura, Juan Latino sentía una gran vocación por la docencia, cosa que, como veremos, tuvo gran importancia en el devenir de su vida.
Y es en este punto donde entra en la historia doña Ana de Carlobal, dama de la aristocracia granadina, a la sazón de diecinueve años y, tan aficionada a las letras, que sólo eran hermosas para ella las personas que destacaban por su cultura literaria, según ella misma aseguraba.
El padre de la dama, ante las sinceras  y vehementes aspiraciones culturales de su hija y la imposibilidad de darle oportunidad de estudio como si de un varón se tratara, decidió, ya que como mujer no tenía otra posibilidad para instruirse, que recibiera clases particulares.
El señor Carlobal eligió por su reputación intelectual a Juan Latino, por entonces con veinticinco años, como gramático y preceptor de su hija para que ésta ensanchase sus horizontes culturales.
Pero, deslumbrado por la buena fama del señor Latino, olvidó el padre de doña Ana los avisos a este respecto de otro gran humanista, Juan Luis Vives, cuyos consejos, sobre las enseñanzas particulares a las damas, eran los que siguen:
Primero, que fueran impartidas por otras mujeres doctas y buenas.
Segundo, que, si lo primero no fuera posible, y hubieran de ser necesariamente impartidas las tales enseñanzas por un varón, habría de ser éste bien de mucha edad, o bien de virtud muy probada y, en cualquier caso, casado con mujer no fea y a la que amase, para evitar en lo posible la tentación por las demás.
Ignoradas, o tal vez desconocidas, las recomendaciones de Vives por el padre de la dama, inició don Juan Latino sus lecciones.
Enseguida la notoria belleza de doña Ana despertó la pasión del gramático. Y los ardores que sufrió el preceptor desembocaron en escenas más propias de la desequilibrada fogosidad de su edad que del juicioso criterio que se le suponía por su grande conocimiento de las letras. Y promovió el gramático, cada vez con más frecuencia, tórridas escenas entre ambos. Enseguida pasó de mirarle deslumbrado a los ojos a tomarle las manos y de ahí a besarla y, al no notar en ella rechazo suficiente o contundentes y muy airadas quejas, dio el gramático en meterle la mano por la manera de la saya. Y ella, llegados a este punto y consciente del riesgo que semejante avance conllevaba, tras reprender al maestro duramente, decidió, para el día siguiente, coserse la manera de la larga falda.
Y es que las sayas que vestían en aquel tiempo las mujeres tenían una abertura por uno de los lados, de modo que por ésta, cuando lo precisaban, pudieran meter la mano y ceñirse o desceñirse las ropas interiores, o refajos, sin tener que desprenderse de la falda. Y a tal abertura se le llamaba “manera”, por estar hecha para meter la mano.
El día que don Juan Latino, buscando la manera, no la halló, se dijo, consternado y sorprendido: ¡No hay manera!
Y, al verse frustrado e impotente en su empeño, dejó Juan de acudir al domicilio de doña Ana para continuar sus enseñanzas.
Extrañado el padre, pidió explicaciones de su ausencia al gramático. Y éste le dijo que no se trataba de ninguna deserción de sus obligaciones sino, por el contrario, de falta de interés de la alumna por profundizar en la materia. Y dejó al padre bien patente la ausencia de inclinación por el aprendizaje que la dama mostraba y le dejó asimismo bien claro que, en tales circunstancias: “No había manera.”
El padre, sorprendido, reprendió a doña Ana y le rogó mayor interés por las lecciones y, de este modo, consiguió Juan Latino volver sobre sus pasos con redoblado afán e interés didáctico, en la seguridad de encontrar más dispuesta a doña Ana para el aprendizaje.
Pero algunos encantos debía de poseer don Juan Latino, amén de su cultura, que ya de por sí le hermoseaba ante la dama pues, según luego se supo, doña Ana se descosió la manera y, desde el primer día, don Juan Latino le metió la mano por dicha abertura y, cada vez con menos vergüenza por ambas partes, terminó aquello por hacerse costumbre Y, tantas veces encontró el gramático la manera que, perdida la resistencia de la dama, no tardó en desvirgarla y en preñarla. Y a los nueve meses nació la criatura que enseguida se supo de quién era, al ser mulata.
Y es que Juan Latino era negro y esclavo. Pero, como ya se ha dicho, encontró la manera. Y, gracias a ello, pasó de esclavo a hombre libre, de inculto a catedrático y de soltero a casado. Y dicen que siempre sonreía cuando alguno, llevado por el desánimo, exclamaba en su presencia: “¡No hay manera!”.
Y hasta tengo mis dudas de que la manida expresión, esa de “meter mano”, no venga de aquellos nombres, usos y costumbres.


Si alguno que este cuento haya leído desea comprobar la base cierta de esta historia puede recurrir, entre otros, al libro “Juan Latino. El esclavo catedrático” de Eduardo Soler Fiérrez. En dicho libro podrá profundizar en el entorno histórico de la Granada y la España del siglo XVI y abordar la vida y la obra del humanista Juan Latino.

4 comentarios:

JuanRa Diablo dijo...

La anécdota me hace pensar que el tal Juan Latino tenía buena mano para la docencia y excelentes maneras para tratar a las damas. Que el saber no ocupa lugar, y que es evidente que siempre da sus frutos, aunque sean frutos que necesitan pañales.

Soros dijo...

Ya ve, señor JuanRa Diablo, para que luego muchos digan:"¿Para qué sirve la cultura?"
Y es que, por difícil que parezca, ayuda mucho para encontrar la manera de resolver muchas cosas y, en general, el aprendizaje suele dar muchas satisfacciones. Los clásicos se hartaban de decirlo.

JAVILA dijo...


Javila

No se equivocó el que dijo: el que la sigue la consigue. Y me viene a la mente el
dicho ese de " se verá negro para conseguirlo". Seguro que el color, llegado su
momento, no influiría para encontrar la MANERA.

Soros dijo...

Pues no debió de influir, Javila, pues don Juan Latino tuvo fama de ser, además de gramático, muy buen mozo.
Saludos.