01 noviembre 2011

La menor

Los responsables del coto habían vuelto a retrasar la fecha de la apertura de la caza. Las ilusiones habían de posponerse.
¿Había motivos para este segundo retraso? Ciertamente sí. Siempre los hay cuando se trata de favorecer la supervivencia de la caza menor.
Aunque la lluvia había venido pocos días antes, los animales no habían superado la sequía ni podían recuperarse en cuatro días de sus efectos. Así que el día 13 de noviembre, más de un mes después de la apertura oficial, será el primer día de caza si todo va bien.
Es una paradoja que los cazadores sean los que se preocupen por la caza, al menos, hasta donde pueden.
Pero temo ver frustrado tanto desvelo. Y no es porque esté en contra de la medida.
Es porque esto de la caza es una historia larga. Y, cuando hablo de la caza, me refiero a la caza menor. Es la que conocí y la que conozco, porque hace cincuenta años no había otra. Hoy, en casi todas partes, convive la caza menor con la mayor.
En estos cincuenta últimos años, la caza menor ha superado, con mayor o menor éxito, muchos factores adversos. Algunos de los que se me ocurren son estos:
La irrupción masiva de la química en el campo: fertilizantes, herbicidas, plaguicidas, insecticidas, conservantes de semillas, etc.
La concentración parcelaria, que acabó con linderos, acequias, ribazos, malezas y otras zonas proclives a la supervivencia de la caza menor.
La proliferación de pistas y caminos que permiten que el campo sea cruzado por múltiples lugares y, en la práctica, por todo tipo de vehículos.
La mecanización de la cosecha y el indiscriminado paso de las máquinas por los lugares de cría de los animales.
La contaminación de las aguas que fue evidente cuando murieron todos, o casi todos, los cangrejos.
La proliferación de alimañas y aves de presa.
El abandono progresivo e irreversible del campo por el hombre, con todo el impacto que sobre el hábitat existente ha llevado consigo.
La merma del pastoreo tradicional.
En resumen, el campo ha quedado a su albur. Cuando uno da una vuelta por cualquier lugar, no ve a nadie. Las personas ya no habitan el campo como antaño.
La caza mayor, fundamentalmente, el jabalí, que antes permanecía confinado en sus montes y en las zonas de mayor espesura, ha progresado alarmantemente en los últimos veinte años. Su densidad, ayudada por la ausencia de personas en los campos, ha hecho que este animal amplíe sus dominios y, en las noches, campe a su gusto por vegas y laderas, huertas y plantaciones.
Ha sido sorprendente para mí, en recientes amanecidas, observar como estos animales regresan a su monte tras sus incursiones en las partes cultivables de los términos, en vegas y laderas. El problema es que los jabalíes son omnívoros y, además, tienen por la carne una avidez especial y, entre sus sentidos, el olfato destaca sobremanera. De hecho, en zonas linderas con sus manchas, han desaparecido las especies de caza menor y, especialmente la perdiz.
Si en cada ojeo que se da en un monte se capturan 50 jabalíes, ¿cuántos habrá?
¿Qué supondrá para la caza menor el hecho de que seguramente más de cien ejemplares campen por todos lados en las noches? ¿Respetarán acaso en sus salidas los nidos de perdiz, las crías de liebre, las huras donde los conejos hacen sus nidales?
Creo que a la caza menor le ha salido un enemigo temible, que con su acción incontrolable, eficaz y constante, está llegando más allá de las medidas de protección que puedan tomarse.

2 comentarios:

Isidro dijo...

Tu análisis, Soros, es muy acertado, pero te olvidas de otra enfermedad mucha más sanguinaria. La "plomosis".
Magnifica secuencia de la foto, que tiene su mérito, porque se vé cómo todo el bando inicia el vuelo.

Un saludo

Soros dijo...

Puede, Isidro, que como tú dices, la plomosis, sea también otra causa. Sin embargo, ésa es, o sería, controlable, mientras que las causas que se desprenden del cambio en las formas de vida creo que son mucho más difíciles de paliar.
Saludos.