16 mayo 2011

Deportes de invierno

La vendimia pasó primero, la aceituna después. Y, tras ambas, estaba el Colás a la cuarta pregunta. Pero, como su mente no paraba de maquinar, se arrimó al Jonasín el Burraco porque no podía quitarse de la cabeza lo del bicho. Y también porque los días iban pasando en blanco y sin blanca, pero las ganas de comer perduraban tercas.
El Jonasín tenía tierras, mayormente viñas, y no vivía mal. El Colás, estando mano sobre mano, sólo tenía la escopeta y lo libre. Así que, cara la munición y esquilmada la caza en el término al final de la temporada, empezó a frecuentar al de las viñas.
Lo de la marquesa, visto lo visto, había que dejarlo quieto, al menos, de momento. Desde aquel episodio, el sargento no le miraba igual y el Toledano, sin decirle nada, le sonreía de lado, casi imperceptiblemente, sólo con la comisura de los labios, con un gesto, a la vez, de soberbia y de burla. Le descomponía el guarda cada vez que entraba en la taberna del Fabián con aquel retintín en la mirada.
-        ¡Qué cabrón, si supiera la dimutación que me se pone con esa sonrisilla! ¡Qué hostia le metía!
Pero hacía como si no se diera cuenta y su idea se le quedaba caliente en la sesera y no tuvo nunca una palabra con él.
Al Burraco, estando en antecedentes, le mosqueó al principio el acercamiento del Colás. Pero éste, que sabía muy bien que a fuerza de lamer se saca sangre, no perdía ocasión de hacerse el servicial y, de paso, buscarse alguna ayuda para su pobretura que, por entonces, ya había pasado de intermitente a crónica:
-        Mira, Jonás, que mañana te ayudo, que yo sin hacer na es que me atontolino.
-        Oye, Jonás, que en cuanto empieces la matanza te echo una mano.
-        Mira, Jonás, que estos días te ayudo a cortar el lote de leña en lo del monte.
-        Que mañana estoy en tu casa a descargarla, que pasado para tronzarla y meterla en la leñera.
-        Verás, Jonás, que cuando quieras te acompaño al campo, sin ningún compromiso, pa lo que surja.
-        Toma, Jonás, fúmate un pajandini conmigo. Anda, galán.
-        Jonás, que te ayudo a capar los cochinos, que a mí no ties que pagarme na.
-        Jonás, que si catas las colmenas te ayudo con las artes.
-        Venga, Fabián, ponte un tinto al Jonás. Bebe, galán. No te importe juntarte con los pobres.
-        Jonás, que si limpias los palomares te echo una mano, que es que no sé estarme quieto.
-        Que me llames si las tainas o los palomares o la casa o lo que sea necesitan obra, que, de siempre, tengo buena mano pa la albañilería.
-        Jonás, que si blanqueas la fachada dame un toque.
-        Jonás, como al Señor, a ti me ofrezco. Hágase en mí según tu palabra.
Y, como el Colás era un buen trabajador y de eso nadie tuvo nunca duda, los recelos de Jonasín el Burraco terminaron por desaparecer. Y, como el otro iba a él como el gato al ratón, pues, aparte de invitarle habitualmente en la taberna, unos días le convidaba a merendar, otro le daba unos pichones, otro una carga de leña, otro un plato con un somarro, otro unas criadillas, una frasca de miel y, cuando el trabajo había sobrepasado lo que se consideraba mera ayuda, le arrimaba también unos billetes. Y así, poco a poco, terminó el ratón por sentirse gato.
Un buen día, en cuanto se topó con el Burraco, le dijo con gesto preocupado:
-        ¿Hace mucho que no vas por donde la nogueralino?
-        Ya hace tiempo, ya.
-         Pues te están comiendo los conejos las yemas de las cepas en cuantito quieren asomar, pero sin dejar ni una. ¡Qué devoro te están preparando, la Virgen!
-        ¡No jodas! Y tú cómo lo sabes.
-        Porque casualmente pasé ayer, a ver si había salido alguna seta en los arenales, y en cuanto atravesé por lo tuyo y guipé los escarbaderos me lo colegí.
-        Mañana mismo voy con los bichos, ¿te vienes, Colás?
Se le iluminó la mente al bracero. Pero, taimado como la raposa, disimuló y, en lugar de poner ojos de avidez y de entusiasmo como el cuerpo le pedía, encaró al otro, como con desgana y cara de circunstancias, y sólo dijo:
-        ¿Con los bichos? ¿Es que tienes más de uno?
-        Sí, pero ya te contaré mañana. Al alba en el portón grande de mi casa.
-        Allí estaré.
-        ¡Ah! Y gracias por el aviso.
-        ¡Papo! Estaría bueno que me lo hubiera callado.
Y se fueron cada uno para su casa.
-        Bichos, había dicho bichos el Burraco –se decía el Colás
Y su cabeza urdidora no paraba de cavilar idea tras idea. Al día siguiente, el de las viñas le mostraría sus cartas, porque, de momento, las suyas estaban ocultas y el otro, sin percatarse de su jugada, no le cortó su revesino. Había valido la pena practicar con el Jonasín la corta de leña, las cargas y descargas, los arreglos, las limpiezas, la albañilería y demás deportes de invierno. Ya lo creo. Sí.

No hay comentarios: