30 abril 2011

El ingeniero

Tras aquellos hechos, el Colás se pensó mucho el volver a lo de la marquesa. Y bien sabía Dios que no era por temor al guarda. No, no era eso. Aparte de que el Toledano, a lo último y a la vera del jefe de puesto, había sabido echarle un capote. Pero el Toledano no le intimidaba. En todo caso, desde aquel día, le guardó una ley. El guarda, al fin y al cabo, era un ganapán como él. Bueno, como él no, que él, en el campo, no conocía amos ni lindes y, fuera del campo, según y conforme. Pero, pensándolo despacio, también era el guarda de su condición, aunque hubiera dejado de estar asilvestrado por mor de los años y los kilos y, sobre todo, por ese dogal con que la señora marquesa le tenía tan mansamente paniaguado. Un zorro que se había pasado al bando de los mastines. Así había echado aquel mondongo.
-        ¡Toledano, eres un hombre con corazón! ¡Bien alto lo puedes decir! ¡Me cago en diole!
Y, aunque esto último nunca se lo dijo, el Colás lo llevaba en su magín, pese a que el guardián de un coto no pudiera caerle nunca bien.
-        Pero había una difiriencia.
-        Diferencia, Colás.
-        Eso: diferiencia.
Lo primero, que no le descerrajó un tiro con la tercerola, lo segundo, que, si bien le denunció, no tuvo entrañas a dejar que el escarmiento llegara más allá del dolor. Y el dolor verdadero, para el Colás, no eran las hostias que le dio el sargento, sino la multa y el escarnio público de verse confeso. Que hay pobres que, siéndolo, temen al dinero tanto como lo codician y, tal vez para compensar, andan más sobrados de amor propio que el más rico.
Así que, entre la deferencia que le cobró al guarda y el miedo a los civiles, el Colás se reportó.
En el pueblo se supo enseguida de su visita al cuartel y también que, pese a salir sin culpabilidad probada, le habían dado una manita de cera. Esos hechos, lejos de convertirle en una figura reprobable, le dieron una aureola de furtivo. Pero de furtivo esquivo, de furtivo fantasmal, como, por otro lado, debe ser cualquier furtivo que se precie. Pasó a ser  un personaje de ésos que padecen persecución por la justicia, con sobrados motivos supuestos por todos, pero cuyas acciones, para deleite del mismo público, no podían ser probadas ni se conocían testigos de ellas. Era una suerte de bienaventurado como, según rezan las enseñanzas de la Iglesia, lo son  todos aquellos perseguidos por causa de la justicia, a los que se les adjudica la propiedad del reino de los cielos. Bueno, si los curas no son mentirosos y, Dios me libre, de tenerlos por tales.
Así que el Colás no paraba de cavilar. Y un buen día le vino la inspiración, y no precisamente en forma de paloma, ni de destello brillante, ni de cosa tal. Fue al encontrarse a Jonasín el Burraco tirado en el suelo junto a un majano en los yecos de los Alcobanes. Al pronto casi dio un respingo al pensar que al Burraco le había dado alguna perlesía, porque el hombre yacía allí sin movimiento. Pero enseguida le notó rebullirse y, sin ruido, se fue acercando a él. Estaría a veinte pasos cuando el Burraco le localizó y, sin levantarse del suelo, le hizo seña con la mano de que se detuviera. Al minuto algo botó a ras de tierra a pocos metros del majano y el Burraco, como impulsado por un muelle, se abalanzó sobre aquello que alocadamente daba envites sobre el suelo. El hombre se incorporó rápidamente mientras desenredaba un hermoso conejo del capillo.
-        Bien callao te lo tenías, perillán.
-        Es que esto no es pa pregonalo.
Y tras meter al conejo en un fardel después de darle un cogotazo, se volvió con la mirada ávida hasta el majano. Se arrodilló, acercó su cara al suelo, y comenzó a emitir un sonido peculiar.
-        Papo, ¿qué haces?
-        Calla, Colás, que estoy llamando al inginiero.
Al momento un hurón asomó entre las piedras y se dejó coger mansamente por el Burraco. Éste se metió la mano en la chaqueta de pana y sacó un trocillo de carne diminuto que le dio al animal, antes de meterlo en el macuto.
-        Es que le tengo que dar el bocadillo.
Recogió el Jonasín otros dos capillos de sendas huras y volvieron juntos al pueblo con la confianza que se genera instantáneamente entre los que, de repente, se reconocen como colegas. Y Jonasín el Burraco, en el camino, fue poniendo al Colás en antecedentes del noble arte de cazar con bichos.
-        Y, ¿por qué le llamas inginiero?
-        Porque lo es de minas.
-        Y dónde te has mercao al animalito.
-        Eso es largo de contar.
Y el Colás no preguntó más, porque ya sabía él que las cosas largas de contar eran siempre ingeniosas, no siempre verdaderas del todo, y rara vez comprendidas. Por otro lado, él no era quien para sacarle al Burraco explicaciones. Así que fue tomando nota de todo lo que el otro, de modo intrascendente, le fue contando del hurón, su cuidado y su uso. Instrucciones someras y generalidades, pensó el Burraco, pero no tuvo en cuenta que al Colás, con poquito, se le iniciaba en cualquier arte ajeno a la lectura.
Arte que, a diferencia de otras con renombre, requería la carencia de fama y el anonimato para sus practicantes. Y esto, aunque perece nimiedad y tontería, es importante, porque, ¿a qué artista le gusta ser desconocido? ¿Es que la vanidad no es la gran impulsora de las acciones humanas?
Pues de ésta no. De modo que no había de enterarse tu mano izquierda de lo que hiciera la derecha, y así inició el Colás aquel otro camino de perfección, abrazando las virtudes franciscanas del silencio, la humildad, el mirar al suelo y el mucho tenderse en él, musitando ruidos extraños y ciertos bisbiseos que sonaban a oración.

2 comentarios:

isidro dijo...

Pero bueno, Soros, vaya lujo.
El profesor Joaquinete,el Tajadilla, Jonasín el Burraco y, encima, el Colás.

Sin comentarios.

Soros dijo...

Ya sabes, Isidro, que la ficción da para todo. Pero también sabes muy bien que entre las ficciones pueden deslizarse algunas verdades. Y a nadie interesa hasta dónde llega la ficción y hasta dónde la realidad. Es mejor dejarlo todo a la imaginación del lector, que algo tendrá que poner, digo yo. La verdad queda para el que escribe, que, escribiendo, ya hace lo que puede. Además, según las cosas que se narren, suele interesar que todos sean personajes literarios.
Gracias por la asiduidad de tus lecturas.