23 abril 2011

Yo no salgo a saludar


-Yo no salgo a saludar. Yo no me visto para ir por ahí como un fantoche. Yo no pertenezco a una cofradía de lucimiento. Yo me encierro en la Colegiata a las nueve y media y luego, pasada lista, se decreta silencio. Y, a partir de ese momento, queda cada uno con lo que lleva dentro.
-¿Y si alguno no llega a su hora?
-El templo se cierra y ya no se abre a nadie.
-Y cuánto dura el silencio.
-Hasta que acaba el acto, más allá de las tres de la madrugada.
-Pero sonará la música de las bandas, los clarines, los tambores, los cánticos, qué sé yo. Vendrán, por lo menos, los de la legión.
-Ahí no habrá más ruido que el de un solo tambor que desfila junto al trono. El resto será el ruido de las cadenas que arrastran los descalzos, el de las cruces que llevan sobre sus hombros y el ruido de los horquilleros del trono. En mi cofradía no hay bandas, ni perifollos, ni desfiles de carrozas, ni pompas. Mi cofradía tiene un único trono. No busque usted folclore, que aquí no hay más que un sentir profundo y callado: el de cada cual. Mi cofradía es lo más serio. Y, para mí, lo más serio del mundo. Llevo una semana que no sujeto los nervios, ni duermo siquiera.
-¿Y cuál es esa cofradía tan severa?
-No es severa. Es lo que es, es lo que tiene que ser. La severidad para los jueces, si es que quieren tenerla.
-Bueno, disculpe. Pero, cómo se llama la cofradía.
-Vaya usted esta noche a las once a la puerta de la Colegiata y se enterará, que me está usted tomando por una empleada de turismo.
-Pero, ¿y si el tiempo no lo permite?
-Mire usted, es lo último que nos faltaba: querer gobernar también el tiempo.
A las diez de la noche empiezan a llegar personas a la plaza aneja a la Colegiata. A las once menos cinco la plaza está bastante concurrida de gente expectante. Pero amenaza lluvia y por una puerta sale el Hermano Mayor encapuchado y les dice a los periodistas que la procesión no saldrá, que la estación de penitencia se hará en el interior.
Cuando dan las once campanadas, se hace un silencio total en la multitud. Justo con el eco de la última, se escuchan tres golpes secos y un vozarrón resuena en la plaza:
-¡Hermandad Sacramental del Santísimo Cristo de la Sangre y Nuestra Señora del Mayor Dolor: estación penitencial!
Desde dentro contestan otros tres golpes.
La puerta de la Colegiata se abre y quienes quieren entran en ella. Es una procesión a la inversa. La gente camina lentamente entre filas hieráticas de encapuchados, de blanco y rojo. Hacen éstos una guardia inmóvil, cada uno en su puesto, mientras los devotos y los curiosos miran un trono que representa el instante en que Cristo muere en la cruz con su madre dolorosa a los pies. Y sí, en la parte delantera, a la izquierda, hay un solo encapuchado con un tambor.

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