La bandera de mi país siempre era esgrimida por gente de derechas, hasta el punto que yo pensaba al verla siempre en ellos. Identificaba la bandera con ellos y pensaba, inconscientemente, que el país también les pertenecía. La gente de derechas que yo he conocido desde que era muy joven era gente adinerada, de media a alta posición. La gente de derechas era también, al menos externamente, gente religiosa, católica en mi país, muy respetuosa y proclive hacia la autoridad eclesiástica y sus deseos. La Iglesia, por lo general, era recíproca en sus simpatías hacia ellos. La gente de derechas era poderosa, influyente y pronta al amable compadreo entre los suyos. La gente de derechas hacía y deshacía, porque podía y nadie osaba impedírselo, cuantas cosas le venía en gana. La gente de derechas pasaba por ser gente como Dios manda y tal y como convenía que todos fuésemos, por lo menos, en apariencia: gente de bien. Así que la gente de derechas solía reunir, no totalmente pero casi, el monopolio del dinero, de la religión, del poder, de la bonhomía y de la patria encarnada en la bandera, de las tradiciones, de la historia... La gente de derechas era la esencia de la nación. Era la nación. Sin más.
Como la gente de derechas hizo siempre lo que quiso, a nadie le extrañaba que amañaran las cosas, fueran las que fueran. Al fin y al cabo siempre lo habían hecho. Tampoco era chocante que pusieran a los suyos en los puestos que desearan, ese había sido siempre su comportamiento natural. Los empresarios tuvieron siempre un cierto estilo gansteril que, nadie sabe cómo ni por qué, consiguieron que se viera como normal, como parte del orden establecido por la naturaleza. La ley del más fuerte. Algo así como una selección natural institucionalizada. A nadie le extrañaba que la derecha fuera como un ave de rapiña porque siempre lo había sido y porque además pusieron de moda el serlo, como un avance más del bien común. Al fin y al cabo ellos creaban los puestos de trabajo casi del mismo modo que el Creador hizo el mundo en una semana. Y, al que creaba puestos de trabajo, todo le estaba o de debía de estarle permitido.
Resumiendo, que nadie se alarmó nunca porque alguien de derechas hurtase en cuentas, hiciera apropiaciones indebidas, defraudara, extorsionara, coaccionara, practicase el cohecho, el nepotismo… era algo connatural con ellos. Al fin y al cabo no mataban a nadie. ¿Cómo si no iban a ser el alma máter del país? Sólo faltaría eso, que no pudieran hacer lo que quisieran. Cualquier desmán de la gente de derechas es visto, al fin y al cabo, como algo esperable e ineludible, como algo que ellos hacen ya casi genéticamente. Nadie espera otra cosa de ellos. No sé por qué pero en mi mente, desde pequeño, la cosa quedaba así explicada. Este comportamiento de la derecha llegó a hacerse tan natural como la salida diaria del sol por el Éste. La derecha también era un valor diario y permanente que ahí estaba y estará guste o no. Es el motor del país, no puede ser de otra manera. ¿Qué queremos el caos, la anarquía y el desorden? Pues dejemos las cosas como están. No ideemos experimentos arriesgados.
Claro que todo esto puede ser una falsa percepción, casi una impronta, que yo fui recibiendo desde niño y que, hasta ahora, los hechos no me han desmentido. También puede que, siendo yo una criatura, las cosas me pareciesen así y que mi torpe mente, yendo ya para viejo, tampoco haya notado grandes cambios. Pero claro tanto la visión del niño, como el juicio del viejo pueden estar mal construidos, ser erróneos, dirigidos, interesados y malintencionados. Errores de percepción ya que como todo el mundo sabe, las percepciones pueden ser engañosas. Por las impresiones de uno tampoco se puede condenar a nadie, naturalmente todas estas afirmaciones habría que probarlas, pues estoy seguro que sorprenderan a todos cuantos las lean. A nadie se le ocurren estas cosas tan absurdas.
Como la gente de derechas hizo siempre lo que quiso, a nadie le extrañaba que amañaran las cosas, fueran las que fueran. Al fin y al cabo siempre lo habían hecho. Tampoco era chocante que pusieran a los suyos en los puestos que desearan, ese había sido siempre su comportamiento natural. Los empresarios tuvieron siempre un cierto estilo gansteril que, nadie sabe cómo ni por qué, consiguieron que se viera como normal, como parte del orden establecido por la naturaleza. La ley del más fuerte. Algo así como una selección natural institucionalizada. A nadie le extrañaba que la derecha fuera como un ave de rapiña porque siempre lo había sido y porque además pusieron de moda el serlo, como un avance más del bien común. Al fin y al cabo ellos creaban los puestos de trabajo casi del mismo modo que el Creador hizo el mundo en una semana. Y, al que creaba puestos de trabajo, todo le estaba o de debía de estarle permitido.
Resumiendo, que nadie se alarmó nunca porque alguien de derechas hurtase en cuentas, hiciera apropiaciones indebidas, defraudara, extorsionara, coaccionara, practicase el cohecho, el nepotismo… era algo connatural con ellos. Al fin y al cabo no mataban a nadie. ¿Cómo si no iban a ser el alma máter del país? Sólo faltaría eso, que no pudieran hacer lo que quisieran. Cualquier desmán de la gente de derechas es visto, al fin y al cabo, como algo esperable e ineludible, como algo que ellos hacen ya casi genéticamente. Nadie espera otra cosa de ellos. No sé por qué pero en mi mente, desde pequeño, la cosa quedaba así explicada. Este comportamiento de la derecha llegó a hacerse tan natural como la salida diaria del sol por el Éste. La derecha también era un valor diario y permanente que ahí estaba y estará guste o no. Es el motor del país, no puede ser de otra manera. ¿Qué queremos el caos, la anarquía y el desorden? Pues dejemos las cosas como están. No ideemos experimentos arriesgados.
Claro que todo esto puede ser una falsa percepción, casi una impronta, que yo fui recibiendo desde niño y que, hasta ahora, los hechos no me han desmentido. También puede que, siendo yo una criatura, las cosas me pareciesen así y que mi torpe mente, yendo ya para viejo, tampoco haya notado grandes cambios. Pero claro tanto la visión del niño, como el juicio del viejo pueden estar mal construidos, ser erróneos, dirigidos, interesados y malintencionados. Errores de percepción ya que como todo el mundo sabe, las percepciones pueden ser engañosas. Por las impresiones de uno tampoco se puede condenar a nadie, naturalmente todas estas afirmaciones habría que probarlas, pues estoy seguro que sorprenderan a todos cuantos las lean. A nadie se le ocurren estas cosas tan absurdas.
1 comentario:
Vale, pues son totalmente ciertas; los borrachos también las piensan y ya se sabe que esos tres tipos tan dispares aciertan
Nada ha cambiado. Peor aún, además creían (pues ellos creen...no piensan) que el dinero no tenía fondo y ahora han dejado sin blanca al pueblo. ¿De dónde roban entonces?
Cómo la Creación y Demiurgo que se inventaron, creían que salía de la nada y cómo dijo aquel presocrático: De la nada nada.
Por eso un viejo pasaje de un libro por ellos tan recirrido, de un libro de contradicciones, dice o ponen en él que lo que haga tu mano derecha no lo sepa la izquierda...Supongo que lo dirían por si te quedabas ciego no la culparan.
Claro que lo que un niño aprecia es sólo una percepción aún por evolucionar, pero lo que no pueden evitar es que sea una opinión limpia e inocente; tal vez la más acertada y libre.
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