28 mayo 2007

Lo inesperado.


No son encuentros forzados. Se producen, simplemente, sin saber por qué. Son muestras del supremo valor de lo que no tiene utilidad. El valor impagable de la sorpresa. Encontrar donde no buscas. Recibir de donde no esperas. Es como si tu alma estuviera disgregada sin tu saberlo y de vez en cuando te toparas con algún trocito de ella que alguien amablemente te ofrece: “Señor, ¿es suya esa brizna de alma que me encontré?”. Decididamente no estoy hecho para esta civilización de lo previsible en la cual nos gusta tener seguro todo, que todo coincida con lo que se espera , en la que la propiedad nos da una seguridad ficticia y nos ofrece tranquilidad a nosotros mismos porque confundimos la seguridad con la posesión. Lo imprevisible nos vuelve vulnerables. Lo imprevisible nos hace vivir. El castillo de la seguridad cae ante ello, porque es un castillo imaginario en el que nos gusta encerrarnos para sentirnos bien. El socorrido reflejo de cerrar los ojos ante el peligro con la pueril intención de que así desaparezca.

1 comentario:

Alejandra dijo...

Esas sorpresas... esos pequeños detalles que algunas veces pasan sin darnos cuenta (porque acostumbramos a nuestros ojos... los ojos del alma a no mirar más allá) son los que hacen especial vivir una vida en la que con el paso del tiempo nos acostumbramos a la monotonía, a la seguridad y a la comodidad. Son instantes en los que sientes que nada está escrito, y que una pequeña casualidad puede llevarte por otro camino. Como me gusta recibir esas sorpresas inesperadas de la vida!!! es como tu dices, son cosas que derrumban los muros invisibles de la seguridad y en esos instantes sentimos el regalo de lo que es vivir.

Abrazos!