28 abril 2007

Solo


Solo. Una vez más repasaba su vida. Las fantasías que nunca fueron a ningún lado pero que continuaban viajando por el inmenso espacio de su cerebro. Esa imaginación, a veces, tan certera. Esa clarividencia tan extraña como inútil. En su adolescencia comprendió que todo estaba donde nadie lo buscaba y, por eso, lo que él buscaba, que eran los demás, nunca estaban allí. Descubrió cosas que le sirvieron para toda la vida y que por las noches le hacían dormir bien, sin embargo, su vida no fue un triunfo sino más bien lo contrario. No le pesó, excepto cuando joven. De nada sirve encontrar una verdad si no la quiere nadie. Se dio cuenta de que, perito en certezas, era al mismo tiempo un ignorante en utilidades. Lo que él sabía a nadie le interesaba, a nadie le servía. Así que, aunque joven, de siempre fue un viejo y, en la vejez, siguió cultivando la misma planta extraña de la certeza pero, ya sin fe, a nadie le decía lo que pensaba. Resignado, había aprendido ya que a nadie le interesaban sus hallazgos. Del mismo modo que los viajes, que uno narra a los amigos pensando que les interesan, son un modo de dar la paliza al prójimo, lo que encuentras es mejor dejarlo para ti pro indiviso, lo mismo que lo son en exclusiva los dolores, el sueño o el recuerdo.

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