24 abril 2007

Como hermanos.


Todo comenzó porque, al nacer Eduardo, su hermano tenía ya cinco años y la llegada del nuevo no parece que fuera bien aceptada por el mayor. El pequeño se sintió siempre desplazado, despreciado, vejado, intruso, fuera de lugar y abiertamente maltratado por el hermano mayor, que nunca perdonó al pequeño que irrumpiera inesperadamente desplazándole de los mimos y cariños que, como hijo único, tuvo garantizados mientras lo fue. Pero, según dicen algunos con mucha seguridad, la naturaleza es sabia y compensadora, y así, Eduardo, a los 13 años ya medía 1,87 mientras que su hermano mayor no pasaba del 1,65.
A los 17 años, y después de una sesión más de fraternales bofetadas que cayeron sobre Eduardo por algún motivo fútil, fue cuando éste se revolvió inesperadamente y derribó a su confiado hermano de dos puñetazos. Cuando el hermano mayor, violentamente enfurecido por una reacción y una derrota a la que no estaba acostumbrado, iba a responder con una violencia madura y redoblada, Eduardo, con una navaja en la mano se le encaró y le dijo: “¡Si me vuelves a poner la mano encima te saco las tripas fuera y te arranco el corazón, lo juro!” Según relato espontáneo del interesado el remedio fue mano de santo, su hermano jamás volvió a golpearle. Sin embargo su odio hacia él se enconó y pasó a sublimarse en formas más sutiles y refinadas de desprecio y ninguneo. Y es que el rencor, como toda persona cultivada sabe, a la vez que se hace más profundo puede perfeccionarse mucho. Al cabo lo que somos, ya está dicho.

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