13 noviembre 2015

El libro del extraño adiós: Capítulo X

El padre notó al muchacho triste y por espantarle la morriña dijo:
-Ya te avisé. Algunas cosas es mejor ignorarlas, sobre todo cuanto atañen a la fama de los de tu sangre y a tu propio origen. Hay espejos que no halagan. Aunque, como vas a comprobar, en esta vieja historia  poco hay de fiable. Pero, tanto te has empeñado, que terminaré de contarte lo que sé:
Al fin, no sé si por fortuna o para mayor desgracia, llegó el informe de la prisión de Orense y, con él, una revelación que nadie esperaba. Decía lo siguiente:
Ante el notable crecimiento del número de sentencias de muerte por causa de los numerosos atentados anarquistas, azote de nuestros días, y también por estar vacante la plaza de ejecutor, se sacó a concurso la dicha plaza con fecha del primero de agosto de 1894.
Estudiadas las peticiones, la Audiencia Provincial de Orense concedió el puesto a Breixo Rafá, conocido como “O Carrasco”, venido de Portugal y procedente de la ciudad de Bragança en los Tras-os-Montes, con cédula que le acreditaba como médico, otrora morador de Coimbra, y con edad de cuarenta y siete años.
Tomó posesión de su plaza el primero de septiembre del mismo año. Y ganó la confianza de los funcionarios de esta prisión y del mismo director por su comportamiento mesurado y su trato afable.
Sin embargo, la madrugada del 23 de octubre del citado año, día en que tenía que actuar por vez primera, agarrotando a cinco condenados, ocurrieron los siguientes hechos:
Se le preparó al ejecutor una celda contigua a la de los reos para que pasara la noche en la Prisión Provincial y preparase sus instrumentos. Valiéndose de su condición entró en la noche a visitar a los dichos reos. Al amanecer los cinco condenados aparecieron desangrados tendidos sobre sus catres. El tal Breixo Rafá había desaparecido. Sin embargo, gracias a la rápida acción del entonces director de la prisión don Diosdado Pexegueiro Teimoy, que se puso en contacto con las autoridades policiales y la Guardia Civil y participó personalmente en su captura, el ejecutor fue localizado a los pocos días. Como quiera que se diera nuevamente a la fuga sin atender al alto que se le dio, fue alcanzado por los disparos de los policías y por los del mismo don Diosdado que quiso participar en su detención al sentirse personalmente defraudado por el abuso que el ejecutor hizo de su confianza y buena fe. El tal Breixo Rafá resultó muerto la Noche de las Ánimas de 1894.
Como se emitiera orden de captura a las Comandancias de la Guardia Civil y ésta, tras su muerte, no se retirase bien por olvido o por considerar que la policía lo habría hecho, lamentamos las molestias que hayamos podido causarles.
Orense a veinte de noviembre de 1925.
-¿Por qué has dicho que por fortuna o para más desgracia? ¿No fue una suerte que eximieran al bisabuelo de ser un asesino? –dijo el muchacho tras escuchar la última parte de la narración de su padre.
-Piensa un poco, hijo. Pasó de ser confundido con un asesino al que, además, se le añadía la profesión de verdugo. Ahora piensa en la cultura de la gente hace cien años, en sus supersticiones, en la extraña desaparición de los bisabuelos, en el oficio de Breixo y saca tus propias conclusiones.
-Pero, si mataron a Breixo en 1894, no podía ser el mismo Breixo que desapareció en 1925. El bisabuelo no pudo ser asesino ni verdugo. Necesariamente se trató de una infame coincidencia.
-Para la justicia sí, pero, ¿y para la gente?, ¿y para la familia?, ¿y para ti, que te has descompuesto al escuchar esta historia?
El muchacho recapacitó por un momento pero, incapaz de adecuarse al pensamiento de los coetáneos de sus bisabuelos, dijo finalmente:
-¿Y sólo quedó el libro en inglés con la despedida?
-El libro estaba en un maletucho donde el abuelo Rafafá guardaba sus recuerdos. Yo lo saqué un día por evocar mis pocos años en la Venta del Carrasco. Lo dejé por ahí y tú topaste con él.
-¿Y qué hay en la maleta?
-Viejas escrituras de la venta y de la casa del tío Pichasanta que acabó heredando mi madre, Fe la Pagana, y algunas joyas baratas, de bisutería, que fueron de ella y que el abuelo Rafafá conservó. Y también bastantes recortes de periódicos que, o bien los clientes ovidaban en la venta o bien los muchos amigos faranduleros del abuelo Rafafá le fueron entregando, puesto que él no dejó de indagar nunca sobre la suerte de sus padres.
-Me gustaría verlo –dijo el chico.
El padre se levantó y al cabo de dos minutos regresó con una pequeña maleta ajada y polvorienta.

2 comentarios:

Ángeles dijo...

Qué bien contado, señor Soros, que bien mantenido el estilo a lo largo del desarrollo de la historia, y qué bien estructurada la narración. A mí todo eso me parece dificilísimo aunque tú haces que parezca fácil. Y en eso consiste el talento.
No sé si queda mucho o poco para el final, pero yo ya me quito el sombrero.

Soros dijo...

Hago lo que puedo y, además, me gusta inventar historias. Disfruto doblemente pues, tanto al imaginarlas como al escribirlas, paso buenos ratos.
También agradezco doblemente tus palabras, como lectora y como profesional de la literatura. Así que, Ángeles, añades con tus elogios un nuevo placer a mi afición por la escritura.
A la historia ya le queda poco porque para que algunas historias puedan parecer verosímiles han de carecer de un desenlace cierto y seguro y cada lector, en su imaginación, ha de aventurarse a dárselo.
Muchas gracias.