10 febrero 2014

Liebres de enero

El viejo sabía algo de la naturaleza de las liebres. Algunas cosas, como el resto de los cazadores, las había aprendido por la observación y la experiencia. Otras las aprendió en los libros. Pero, claro, éstas últimas eran cosas mitad mitológicas y literarias y mitad científicas que, por vergüenza, no se atrevía a compartir con otros del gremio.
Él intuía que le oirían con cierta burla y más los más rudos de entre ellos que, siendo gente avezada de campo, acostumbraban a burlarse callada o abiertamente de cualquier lechuguino de capital que les viniera con milongas.
Sin duda podía hablar con ellos de querencias, de clima, de días favorables, de lugares al abrigo del zarzagán, de refranes al uso y de otras cosas que, sobre las liebres, muchos de ellos compartían pero que, en el fondo, no pasaban de ser los comentarios usuales entre cazadores más o menos entregados o expertos.
Otra cosa muy distinta sería contar en la tasca del pueblo que, en la antigüedad, era la liebre un animal consagrado a Venus y, a veces, también a Baco, pues se tenía a la liebre por un animal muy voluptuoso y ardiente tanto en sus celos como en la duración de los mismos. De paso habría que ponerles al tanto de que Venus era la diosa del amor y Baco un dios proclive a las orgías y al desenfreno. Menudo papelón. El viejo, a sus años, se resistía a ir de listillo.
- Y ese Baco, qué pasa, ¿era amigo tuyo?
Tampoco se atrevía a hablarles de fenómenos más científicos, como los de la superfetación y la reabsorción, relacionados con la fama sexual de las liebres que, al parecer, del sexo lo aprovechaban todo. Eso habría dado para más de un cachondeo y, probablemente, hasta hubiera servido para que al viejo le regalaran alguno de los motes que, con tanta sorna como destreza, solían poner y de los que, hasta el momento, pensaba que se había librado.
Cómo iba a contarles que las liebres que se quedan fecundadas en la primera cópula siguen siendo receptivas y que no interrumpen la ovulación y siguen siendo fértiles y que, además, son capaces incluso de retener vivos los espermatozoides del primer apareamiento para que otros óvulos sean fecundados en su día por ellos. Esto quiere decir que pueden tener dos embarazos diferentes de una sola cópula, con partos diferidos en el tiempo o que, sin haber parido, pueden quedarse preñadas nuevamente de otro macho. Él sabía que eso se llama superfetación. Pero, anda y vete tú con esas historias y se las largas, si te atreves, al tío Toribio, al Matacorzas, al Sata o al Motopeto, por no citar a otros.
- Y dices que con partos diferidos en el tiempo. ¡Hostia, como los pagos de la Cospedal! ¡Huy copón!
Y ya, lo de la reabsorción, es decir, que no pueden abortar, porque si, por alguna razón, mueren los embriones implantados en su útero éstos son asimilados por el cuerpo de la liebre… Para qué hablar.
- Anda, no tomes más cañas que tú si que te las estás reabsorbiendo. ¡Menudo superfeto estás tú hecho, no te jode!
Nada, ni pensarlo. Menudo cachondeo se podía preparar. Y lo de “Superfeto” le podía quedar de por vida. Chitón.
Lo cierto es que el viejo sabía que, aunque las liebres están en celo de enero a octubre y, a veces, casi todo el año dependiendo de la abundancia de alimentación y del clima, es en los meses de febrero a abril y en los de junio y julio cuando más número de partos se producen. También sabía que suelen gestar entre 42 y 44 días.
A sabiendas de estos datos y teniendo en cuenta que la temporada de caza se cerraba a primeros de febrero, sabía que el mes idóneo para cazar liebres era enero. El resto de los meses de caza naturalmente que podía darse con alguna, pero era su entrada en celo en enero la que propiciaba que comenzasen a buscarse unas a otras y, por tanto, a concentrarse en las zonas más propicias. Sin embargo, al mismo tiempo, no valía cualquier día, ni cualquier enero. Había que tener en cuenta que hubiera anticiclón que, aunque las noches pudieran ser heladoras, los días fueran soleados, apacibles, casi cálidos. Si eso se daba, el celo de las liebres entraría en acción y éstas buscarían los lugares orientados a mediodía, en puntos abrigados y altos donde les diera el sol desde el amanecer. Su potente olfato les haría encamarse relativamente próximas unas a otras, para pasar el día abrigadas y comenzar sus escarceos a la caída de la noche incitadas por las hormonas y guiadas por sus dos sentidos más desarrollados: el olfato y el oído.
El penúltimo domingo de enero confluyeron todas las circunstancias y el viejo se alegró de haber sido discreto pues en el paraje que eligió, a lo largo de unas horas, vio cinco liebres. Y, donde él cazaba, eso no era frecuente. Ni mucho menos.

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