13 enero 2009

Lázaro

Lázaro aprendió pronto que se vive solo, del mismo modo que se nace y que se muere. Cosas que, por otro lado, todo el mundo sabe aunque a algunas personas les dé un poco de repelús solamente el pensarlo y, mucho más aún, el reconocerlo. Hay veces, ciertamente, que se encuentra o, mejor dicho, se topa uno con corazones hospitalarios que te acogen, te cobijan, te dan calor y te quieren, sin haber dado motivo alguno para ello, y eso es muy bello y tierno, sobre todo si dura, pero nunca invalida lo primero.
- ¿Cómo que no invalida lo primero? ¿A ver, qué demonios quiere usted entonces?
Bueno, bueno, hay muchas personas que hasta se enfadan y sostienen que esto no es así, que esa soledad no existe, y quizás en su caso sea cierto, porque nadie vive en la piel del otro y hay cosas que no pueden asegurarse aunque uno crea que las sabe con certeza. Pero, como en el mundo de las letras todo tiene cabida, es fabuloso poder decir lo que uno cree porque sólo en el improbable caso de que te lean, y eso con el tiempo, podrán contradecirte e incluso demonizarte o cositas peores. Y, ya que supuestamente estamos solos, podemos habitar en ese mundo interior sin consultar a nadie y gozar de esa libertad ilimitada que, por cierto, en el mundo exterior tampoco existe.
- ¿Cómo que no existe? ¿Me va a negar también la democracia y el pluralismo? ¡Lo que me faltaba por oír!
Bueno, bueno, hay quien dice que sí, pero no se enfade usted ni se ponga así, que nada de lo que digo busca la polémica, sólo es una mera exposición de las creencias de una persona como tantas otras y, por supuesto, referido sólo al mundo de las letras. Pero dejémoslo, para no molestar, en que probablemente la libertad no exista, aunque también hay gente que lleva siglos dando por cierta la existencia de Dios, sin prueba alguna, y nadie les molesta, ¿qué reciprocidad es esa? ¡Qué genio gasta usted, para creer en el pluralismo y todas esas cosas!
- Pero, ¿cómo quiere que escuche lo que dice sin perder la calma?, comparar las idiotas elucubraciones de un ser que se considera a sí mismo como insignificante, con la innegable existencia del Altísimo. No, si terminará usted poniendo en duda que el sol nos ilumina cada día. ¡Qué asco de relativismo, Dios Santo! ¿Cómo se puede tolerar este sindiós?
- Pues, ya que lo dice, con la misma calma que tolero yo ese condiós, sin fundamento razonable, con el que las personas de bien vienen machacando a los incrédulos desde que el mundo es mundo. Y no he dicho que fuera insignificante, sino que soy igual a usted en cuanto al derecho a mis propias creencias, que es distinto. Y, ahora, si es posible y no le sirve de molestia, déjeme seguir con mi historia de Lázaro que, que yo recuerde, no le he interrumpido nunca sus discursos en el caso, claro está, de que alguna vez los hubiera seguido con la vehemencia que usted sigue los míos.
- Pero es que yo no puedo permanecer impasible ante la negación de la evidencia.
- No niego ninguna de sus evidencias, sólo pongo en duda que lo sean. Y, en hacerlo, tengo tanto derecho como usted en creerlas verdades inamovibles. Y, ahora, si no es mucho pedir, ¿Me dejará seguir con las letras de mi historia?

Pues bien, dicen que Lázaro era amigo de Jesús y que fue la única persona a la que éste resucitó. Esto invalidaría, o al menos quitaría bastante fundamento, a esa teoría de la soledad del ser humano que vengo defendiendo. Porque qué mayor prueba de amistad y compañía hay que la de ir a buscarle a uno para volver a traerlo acá desde aquel allá tan lejano de la muerte. Un allá tan lejano, tan lejano que es comúnmente conocido como el Más Allá, nada menos. Bien, tengo que admitirlo, puede que así sea si damos el hecho por cierto y probado, pero sólo en el caso de Lázaro porque, que yo tenga noticias, el acontecimiento nunca ha vuelto a repetirse. Así que al igual que el caso de Lázaro no afianza la teoría de la soledad, ésta que yo propalo por ahí, tampoco vale para rebatirla pues no da, ni mucho menos, para generalizar.
A los niños que nacían muertos o como muertos, si, por el medio que fuera, conseguían traerlos a la vida, existía la costumbre de ponerles de nombre Lázaro. Una romántica costumbre ya perdida, como tantas, en este mundo tan práctico. La fiesta de este santo se celebra el 17 de diciembre, bueno se conmemora porque celebrarla, celebrarla, no la celebra nadie. Y se dice también que, por esta deferencia que el Señor hizo a Lázaro no dejándole solo en esa oscuridad total que se supone que es la muerte, todos los que acompañaban o acompañan a los ciegos, amparándoles en la oscuridad de su vida, tomaron el nombre de lazarillos.
- Y después de decir esto, de hablar de este bello ejemplo de los lazarillos, ¿todavía tiene usted el valor de asegurar la soledad del ser humano?
- Pues sí, lo tengo. Porque, aún acompañados, nacemos, vivimos y morimos solos, porque ninguna de esas cosas puede hacerlas ninguno por nosotros. Que la compañía, cuando se tiene, sirve para mitigar la soledad pero jamás la anula. La compañía es sólo una ilusión. Y déjeme seguir señor acompañado, que parece que se ha puesto por meta no dejarme solo ni en paz.

Así que volviendo a Lázaro, nuestro personaje de letras, vivió éste una infancia feliz, con hermanos y primos de su edad con quien jugar y pelearse, con padres que le quisieron y le reprendieron y con abuelos que, además de quererle, le mimaron, le consintieron y le protegieron para que su encuentro con la vida no fuera brusco sino paulatino y así le diera tiempo de acoplarse, sin choques repentinos, a lo que le esperaba. Los abuelos, no se sabía bien por qué, tenían siempre tiempo para contemplar a los nietos, cosa que no sucedía con los padres. Puede que fuera porque simplemente tenían más tiempo o, tal vez, porque con el ejercicio de la vida habían aprendido a utilizar más sabiamente el tiempo que tenían. El caso es que las cosas eran así.
Lázaro fue conociendo todos aquellos seres que poblaban la tierra o, al menos, cuantos había en el trocito de tierra donde él habitaba y se movía. Y el descubrimiento más grande fue el del río, pues Lázaro era un niño de tierra adentro. Era ésta una corriente de agua que nunca se paraba y donde habitaban los animales más fabulosos y crecían las plantas más vistosas. El río era el ser más grande en movimiento que nunca había visto, por eso le impresionó. Le dijeron que el agua nacía en las montañas y que luego, pasando por su casa y por su pueblo y por otros muchos pueblos, se iba al mar. Mar y río eran palabras de sólo tres letras pero con mucho significado dentro y no como otras de muchas letras, tales como epifenómeno o idiosincrasia, que escondían entre tanto signo escrito mucha oscuridad.
Lázaro le preguntó un día a su abuelo que qué era un río. El abuelo le dijo que un río era un reloj de agua pero que no había que darle cuerda como al suyo, que un río no se paraba nunca. Luego Lázaro le preguntó que qué era el mar. Y el abuelo, ya más apurado porque el niño no había visto el mar, le dijo que el mar era ancho igual que el río era largo y que no se le veían las orillas, del mismo modo que al río, viéndosele las orillas, no se le veía el inicio ni el final. Y le dijo también que al mar iban todos los ríos que había y allí echaban toda el agua que llevaban y ya, llegando, se quedaban tranquilos y no corrían más.
- ¿Y no se llena nunca el mar?
- No, no se llena nunca porque el mar está lleno siempre. En el mar se junta el nunca y el siempre, mientras que los ríos son el ahora.
- ¿Y por qué no se llena? –dijo Lázaro, pasando del lío ese del nunca, del siempre y del ahora.
- Porque es el sitio donde van a beber agua las nubes que llenan los cielos y que, después de hinchadas, descargan en forma de nieve, granizo y lluvia sobre la tierra. Y que luego, de nuevo, los ríos se encargan de devolver estas aguas al mar como si todas ellas hubieran sido un préstamo que la tierra, como buena pagadora, se precipitaba a devolver cuanto antes. Y esto que te digo está ocurriendo siempre.
- Pues hay que ver cuánto trabajo para nada.
- Ya te irás dando cuenta de que a las personas nos sucede igual.
Pero a este último apunte del abuelo no hubo ya preguntas por parte del muchacho porque Lázaro, como todos los niños observadores, sabía que muchas veces las personas mayores, poniéndose serias, decían cosas ininteligibles. Y sabía también que, si seguías preguntando, se ponían más serios aún y la respuesta terminaba siendo siempre la misma: Cuando seas mayor lo entenderás. Bueno, digamos que a Lázaro le tocó una generación de personas mayores que todavía decía esas cosas. Hoy en día ya se ha perdido también, como tantas otras, esa seguridad en entender las cosas de mayor.
El entendimiento, que a Lázaro le pronosticaban parejo al crecimiento, lo consideró siempre una forma de dar por zanjadas las cuestiones y de que a los mayores les dejaras en paz pues, como bien comprendería de adulto, hay mayores que nunca entienden nada por más viejos y reviejos que se hagan. Incluso, llegó Lázaro a imaginar, que hay personas que llegan a edades tan avanzadas en un intento, infructuoso casi siempre, de ver si finalmente consiguen entender algo y que los más listos, los que enseguida entendían las cosas, se morían casi siempre mucho antes porque ya no tenían nada que hacer aquí. Claro que en ambos casos, como en casi todos los casos que versan sobre cosas de la vida, esto no era seguro y había excepciones aleatorias, que las seguridades cada día, en todos los aspectos, las vamos perdiendo las personas más y más con el tiempo.

4 comentarios:

Ermengardo II dijo...

Que bonito eso de ser testigo del encuentro paulatino de un niño con la vida.
En cuanto al párrafo final, estoy de acuerdo: la vejez no siempre significa sabiduría. Me dan mucha pena esos viejos que se van a pasar la tarde en el banco de un centro comercial.

Soros dijo...

Amigo, de la vejez sabemos poco. La impresión que me da es que hoy en día la vejez lleva consigo bastante soledad. Así que no me extraña que los mayores huyendo de ella hagan cualquier cosa.
Saludos

Insumisa dijo...

Me da gusto que hayas encontrado el hilo de la inspiración de nueva cuenta.
:-)

Soros dijo...

Ya veremos lo que dá de sí, Piel de Letras. ;-)