Querida tía Carmen:
Hace 35 años, tal día como hoy y en Sigüenza, mi mujer y yo nos hicimos novios. Han pasado los años y, como sabes, ha muerto mi madre hace pocos días. Así que, mezclando en esta fecha los recuerdos amargos con los dulces, te escribo esta carta porque lo que en ella quiero decirte no sería capaz de decírtelo de palabra sin que las lágrimas me inundaran los ojos y mi voz se tornara trémula y, seguramente, se viera ahogada por el llanto. Así que te ruego que me disculpes por no ser lo suficientemente entero para decirte todo esto cara a cara, como tú mereces tan sobradamente que lo hiciera.
Hoy me he parado a pensar en lo que ha sido mi vida. Supongo que eso es una cosa que todos hacemos de vez en cuando. Pero, en mi caso, la mayoría de los recuerdos son muy gratos. He tenido mucha suerte y lo agradezco. Sé, por mi madre, que vine al mundo deseado, porque ella me dijo que soy un hijo del amor, y no de la casualidad, como sé que del amor fueron nacidas también todas mis hermanas.
Una de las cosas que en mi vida tengo por verdad indudable es el amor ciego que se tuvieron mis padres y que se lo seguirán teniendo si es verdad que las cosas no se acaban aquí, como mi madre pensaba. Eso explica, tal vez, por qué en mi vida siempre me sentí muy querido por los que me precedieron. Y, dejando ya a mi madre y a mi padre, me refiero a mi querido tío Ángel y a ti.
Mi infancia, o al menos mi infancia feliz, no existe sin vosotros. No sé si recuerdas que en las largas temporadas que mi padre y mi madre pasaban en Madrid, de médico en médico por la desgraciada enfermedad de mi padre, yo estaba en casa de la abuela María, tu madre. Muy bien atendido, ciertamente. Sin embargo, sólo había una persona que reparaba en aquel niño tan desamparado al que no le faltaba de nada excepto lo más importante: el cariño y el amor de una madre ausente. Pero llegaba mi tía Carmen por las tardes y, aunque tenías a tus hijos tan ansiosos como yo de tu calor y tu cariño, nunca me faltó tu abrazo, el sentarme en tus rodillas y el achucharme como los niños necesitan que se les achuche para que se vean protegidos, no perdidos y amados. Puede que tú, querida tía, no lo recuerdes porque, quien siempre dio el cariño sin medida, no conoce memorias ni espera agradecimientos, pero ambas cosas de mí las tienes desde siempre porque yo nunca lo he olvidado. Y, si me permites decirlo, por haberme mezclado con tus hijos en el reparto de tu cariño, siempre me sentí uno más de ellos porque para mí fuiste siempre la Mamá Grande. Y con esto quiero decir la mamá de todos nosotros, de los tuyos y de los ajenos porque los corazones generosos desconocen la medida y el número.
Los niños fuimos creciendo. Ángel Luis, en puridad mi primo verdadero aunque tuviera más, y yo íbamos juntos al colegio. Cuántas veces nos dabas de merendar pan con chocolate (a decir verdad mucho más chocolate y mejor del que me daban en mi casa, donde el pan, no sé por qué, era más abundante) sentados en la alfombra mientras veíamos los programas infantiles de los jueves. Recuerdo a aquellos pioneros de la tele Herta Frankel, Franz Johan, Gustavo Re, la perrita Marilín… Querida tía, cómo pasan los años y, sin embargo, cómo recuerdo aquellos jueves de cariño, calor, besos y chocolate…
Recuerdo también tantas tardes en vuestra casa con mi padre y mi madre y con todas mis hermanas, todos allí bien recibidos, y todos con vosotros tan felices. Qué generosos fuisteis siempre. Y no sólo de lo material sino, sobre todo, generosos del cariño. Siempre recuerdo a mi padre y al tío Ángel discutiendo de fútbol, el uno diciendo, por chinchar, que ganara el mejor y el otro que por… narices tenía que ganar España. Luego los tantos fines de semana de Torija… Qué de cosas bonitas.
Recuerdo, y no te imaginas con cuánto agradecimiento y cariño, cómo, cuando murió mi padre, el tío y yo nos hicimos amigos. Cómo me perdonó mis insolencias, cómo estuvo pendiente de mí en mis años más inestables y difíciles, cómo supo ganarse mi confianza con un tacto que mi padre no hubiera sabido emplear (a veces pienso que lo hizo tan bien conmigo porque no era su hijo). No sé qué decirte, querida tía Carmen, de mi tío Ángel. Me contó muchas cosas de la vida, de su vida, de cómo él veía la existencia, supe de su ironía ante mi idealismo de adolescente, me contó sinceramente las horribles vergüenzas de la guerra, me habló de las muchas ratonerías de la vida… tuvo una paciencia conmigo inusitada para su carácter y, aunque de niño me parecía un hombre temeroso, de adulto creo que llegamos a ser si no amigos, porque la edad era dispar, al menos grandes confidentes y, para mí, un extraordinario consejero. Por ahí andan, grabadas en mi mente, las conversaciones de aquellas mañanas de domingo en que bajaba a veros y que, el tío, me recibía en la cama. Aquellas gracias, aquellas ironías, aquellas confidencias, que no pude tener nunca con mi padre, por su pronta muerte, las tuve de mi querido tío Robisco, como en mi casa le llamábamos siempre con un respeto, porque su carácter recio no admitía bromas según de quien vinieran.
Han ido pasando los años, querida tía, y cada uno hemos trazado nuestras vidas con rasgos diferentes. Creo que somos una pequeña comunidad que seguimos conservando un cariño labrado por el roce y la convivencia de aquellos años únicos que, como tantas cosas, ni volverán ni podrán repetirse. Por todo eso, tía Carmen, ahora que me falta mi madre quiero que leas esta carta como un homenaje a ti y a esa seguridad y felicidad que el tío y tú me disteis y que siempre va conmigo.
Sólo quiero añadir que, aunque no nos veamos tanto como en otros tiempos, llevo tu recuerdo permanentemente en mi corazón y que, viéndonos o no, es algo que siempre permanece, porque cariños como éste no son cosa de un día, ni se hicieron en un momento.
Con el cariño de toda la vida,
Hace 35 años, tal día como hoy y en Sigüenza, mi mujer y yo nos hicimos novios. Han pasado los años y, como sabes, ha muerto mi madre hace pocos días. Así que, mezclando en esta fecha los recuerdos amargos con los dulces, te escribo esta carta porque lo que en ella quiero decirte no sería capaz de decírtelo de palabra sin que las lágrimas me inundaran los ojos y mi voz se tornara trémula y, seguramente, se viera ahogada por el llanto. Así que te ruego que me disculpes por no ser lo suficientemente entero para decirte todo esto cara a cara, como tú mereces tan sobradamente que lo hiciera.
Hoy me he parado a pensar en lo que ha sido mi vida. Supongo que eso es una cosa que todos hacemos de vez en cuando. Pero, en mi caso, la mayoría de los recuerdos son muy gratos. He tenido mucha suerte y lo agradezco. Sé, por mi madre, que vine al mundo deseado, porque ella me dijo que soy un hijo del amor, y no de la casualidad, como sé que del amor fueron nacidas también todas mis hermanas.
Una de las cosas que en mi vida tengo por verdad indudable es el amor ciego que se tuvieron mis padres y que se lo seguirán teniendo si es verdad que las cosas no se acaban aquí, como mi madre pensaba. Eso explica, tal vez, por qué en mi vida siempre me sentí muy querido por los que me precedieron. Y, dejando ya a mi madre y a mi padre, me refiero a mi querido tío Ángel y a ti.
Mi infancia, o al menos mi infancia feliz, no existe sin vosotros. No sé si recuerdas que en las largas temporadas que mi padre y mi madre pasaban en Madrid, de médico en médico por la desgraciada enfermedad de mi padre, yo estaba en casa de la abuela María, tu madre. Muy bien atendido, ciertamente. Sin embargo, sólo había una persona que reparaba en aquel niño tan desamparado al que no le faltaba de nada excepto lo más importante: el cariño y el amor de una madre ausente. Pero llegaba mi tía Carmen por las tardes y, aunque tenías a tus hijos tan ansiosos como yo de tu calor y tu cariño, nunca me faltó tu abrazo, el sentarme en tus rodillas y el achucharme como los niños necesitan que se les achuche para que se vean protegidos, no perdidos y amados. Puede que tú, querida tía, no lo recuerdes porque, quien siempre dio el cariño sin medida, no conoce memorias ni espera agradecimientos, pero ambas cosas de mí las tienes desde siempre porque yo nunca lo he olvidado. Y, si me permites decirlo, por haberme mezclado con tus hijos en el reparto de tu cariño, siempre me sentí uno más de ellos porque para mí fuiste siempre la Mamá Grande. Y con esto quiero decir la mamá de todos nosotros, de los tuyos y de los ajenos porque los corazones generosos desconocen la medida y el número.
Los niños fuimos creciendo. Ángel Luis, en puridad mi primo verdadero aunque tuviera más, y yo íbamos juntos al colegio. Cuántas veces nos dabas de merendar pan con chocolate (a decir verdad mucho más chocolate y mejor del que me daban en mi casa, donde el pan, no sé por qué, era más abundante) sentados en la alfombra mientras veíamos los programas infantiles de los jueves. Recuerdo a aquellos pioneros de la tele Herta Frankel, Franz Johan, Gustavo Re, la perrita Marilín… Querida tía, cómo pasan los años y, sin embargo, cómo recuerdo aquellos jueves de cariño, calor, besos y chocolate…
Recuerdo también tantas tardes en vuestra casa con mi padre y mi madre y con todas mis hermanas, todos allí bien recibidos, y todos con vosotros tan felices. Qué generosos fuisteis siempre. Y no sólo de lo material sino, sobre todo, generosos del cariño. Siempre recuerdo a mi padre y al tío Ángel discutiendo de fútbol, el uno diciendo, por chinchar, que ganara el mejor y el otro que por… narices tenía que ganar España. Luego los tantos fines de semana de Torija… Qué de cosas bonitas.
Recuerdo, y no te imaginas con cuánto agradecimiento y cariño, cómo, cuando murió mi padre, el tío y yo nos hicimos amigos. Cómo me perdonó mis insolencias, cómo estuvo pendiente de mí en mis años más inestables y difíciles, cómo supo ganarse mi confianza con un tacto que mi padre no hubiera sabido emplear (a veces pienso que lo hizo tan bien conmigo porque no era su hijo). No sé qué decirte, querida tía Carmen, de mi tío Ángel. Me contó muchas cosas de la vida, de su vida, de cómo él veía la existencia, supe de su ironía ante mi idealismo de adolescente, me contó sinceramente las horribles vergüenzas de la guerra, me habló de las muchas ratonerías de la vida… tuvo una paciencia conmigo inusitada para su carácter y, aunque de niño me parecía un hombre temeroso, de adulto creo que llegamos a ser si no amigos, porque la edad era dispar, al menos grandes confidentes y, para mí, un extraordinario consejero. Por ahí andan, grabadas en mi mente, las conversaciones de aquellas mañanas de domingo en que bajaba a veros y que, el tío, me recibía en la cama. Aquellas gracias, aquellas ironías, aquellas confidencias, que no pude tener nunca con mi padre, por su pronta muerte, las tuve de mi querido tío Robisco, como en mi casa le llamábamos siempre con un respeto, porque su carácter recio no admitía bromas según de quien vinieran.
Han ido pasando los años, querida tía, y cada uno hemos trazado nuestras vidas con rasgos diferentes. Creo que somos una pequeña comunidad que seguimos conservando un cariño labrado por el roce y la convivencia de aquellos años únicos que, como tantas cosas, ni volverán ni podrán repetirse. Por todo eso, tía Carmen, ahora que me falta mi madre quiero que leas esta carta como un homenaje a ti y a esa seguridad y felicidad que el tío y tú me disteis y que siempre va conmigo.
Sólo quiero añadir que, aunque no nos veamos tanto como en otros tiempos, llevo tu recuerdo permanentemente en mi corazón y que, viéndonos o no, es algo que siempre permanece, porque cariños como éste no son cosa de un día, ni se hicieron en un momento.
Con el cariño de toda la vida,
11 comentarios:
HERMOSA, íntima, personal. No deseo estropearlo. Solo gracias por permitirme asomar dentro de tus mas bellos sentimientos y recuerdos.
"Creo que somos una pequeña comunidad que seguimos conservando un cariño labrado por el roce y la convivencia de aquellos años únicos que, como tantas cosas, ni volverán ni podrán repetirse."
A veces pienso, Piel de Letras, que también hay gigantes de bondad entre las personas que leen lo que escribo, que la bondad es adorno de muchos que la llevan pegada a su alma sin saberlo, que hay personas repletas de indulgencia que cuando opinan tienen el simple y raro don de ser sinceras. Gracias.
Adrià, todo un detalle que hayas elegido precisamente ese pasaje. Me ha llegado el mensaje. Un abrazo.
Me gusta mucho que sepas conservar con toda su frescura los buenos recuerdos y el agradecimiento a los gestos de amor que recibiste. Traer de este modo el pasado al presente no solo embellece ambos momentos, los llena de la densidad cálida del amor que es el sustento de nuestra vida.
Gracias por poner en palabras tus sentimientos y permitirnos conocerlos y conocerte mejor.
De nada, psorozco. :-)
anda la emoción suelta, haciendo de las suyas.
yo
tú
él, ella
n o s o t r o s,
los que estamos.
(todavía)
Solté la emoción para otra persona. Hay cosas que no deben posponerse.
¿La hiciste llegar a su destinatario?
Espero que si...
La carta le llegó a la destinataria. Ella se sorprendió. Me llamó emocionada y contenta. Me dijo que de cuántas cosas me acordaba pero que ella no había hecho nada especial.
Eso yo ya lo sabía, porque hay gente que da lo que tiene y a sí mismos a raudales, sin sentirlo y sin contarlo.
Pero yo quedé contento por habérselo dicho, porque hay cosas que si esperan a salir puede que te las tengas que quedar para siempre y he llegado a una edad en la que he dado en hacer lo que me peta.
Realmente bonito, Soros. Me alegro de que se lo dijeras aunque fuera por escrito.
O casi mejor por escrito porque así lo puede leer muchas veces.
Ese tío Robisco es al que tenías miedo de pequeño, ¿verdad?
Tuviste una infancia muy buena.
Y lo leyó muchas veces, Palomamzs, porque era tan buena que no era consciente de serlo. Pero murió en el 2011.
Sí ese era el "terrible tío Robisco" de mi infancia que, sin embargo, cuando perdí a mi padre, fue mi amparo en la adolescencia y mi amigo cuando me hice adulto.
Mi infancia fue muy entretenida y mi juventud un poco turbulenta, pero esa es otra historia.
Gracias.
Publicar un comentario