Agustina, la tutora, tenía enfrente, al fin, a los padres de Vanesa. A los dos, sí, por increíble que a ella misma le pareciera. Eran gente bien, acomodada.
La muchacha era una adolescente que no había completado su educación secundaria en ninguno de los tres institutos por los que había repartido su presencia desde los doce años, edad a la que abandonó la escuela. A los 17 había dejado el último centro, contribuyendo así al descanso de su tutor, en particular, y al de la totalidad de su panel educativo, en general. En el curso, durante el cual cumpliría los 18 años, accedió a un centro de educación para personas adultas. El último puerto, éste permanentemente abierto, que el sistema educativo le ofrecía para terminar la educación secundaria.
Aparte de los problemas de afirmación personal que le llevaban a enfrentarse con el profesorado y los padres, de los de disciplina que le impulsaban a no acatar las normas, de los de afectividad que le incitaban a ser líder sin serlo y foco de atención constante, de los de drogodependencia inducida por la socialización del fin de semana, de los de conducta agresiva y provocadora por la acumulación de las circunstancias antes dichas, se sumaba el redomado desapego de sus padres hacia ella, la pseudo independencia a la que le habían acostumbrado desde pequeña, el furor por distintas “play stations” sustitutivas del control parental de su tiempo y aborrecidas tras cada temporada, por pasadas de moda, y la afición a todos cuantos distractores la sociedad facilita a los padres para que se desentiendan de sus funciones sin que parezcan incumplirlas.
Sin embargo eso no era todo, Vanesa tenía dislexia, era incapaz de concentrarse más de un minuto en una cosa, no había aprendido a interpretar un texto, no alcanzaba a entender ninguna insinuación con sentido del humor, tenía graves problemas, no ya para abordar cualquier razonamiento abstracto, sino incluso concreto, su planicie ante la búsqueda de solución a un problema simple era sorprendente, no era capaz de imaginar y, a veces, ni de retener historias sencillas… toda prueba, test o batería clasificaba a Vanesa por debajo del umbral o del límite o del baremo o del borde que los orientadores y psicólogos consideraban mínimo.
Así que Agustina, con todos los puntos tomados para hablar de modo que los padres no se dieran por ofendidos, les dio un exhaustivo, amable y tranquilo informe oral de todas estas cosas y, con prudencia, les pidió que procurasen que Vanesa continuase asistiendo al centro un par de años más hasta que pudiese completar, a su ritmo, la educación secundaria y fuese madurando personalmente para poderse enfrentar a la vida y al trabajo.
- Lo que usted nos dice es no es posible – dijo resuelta la madre, si bien con cara de disgusto y mohín de gran resignación- porque, mire usted, nosotros tenemos muy, pero que muy claras, las limitaciones de nuestra hija, pero lo que no vamos a hacer de ninguna manera es dejarla sin una carrera. Así que, visto lo visto, y si no hay otra solución, se hará maestra.
La muchacha era una adolescente que no había completado su educación secundaria en ninguno de los tres institutos por los que había repartido su presencia desde los doce años, edad a la que abandonó la escuela. A los 17 había dejado el último centro, contribuyendo así al descanso de su tutor, en particular, y al de la totalidad de su panel educativo, en general. En el curso, durante el cual cumpliría los 18 años, accedió a un centro de educación para personas adultas. El último puerto, éste permanentemente abierto, que el sistema educativo le ofrecía para terminar la educación secundaria.
Aparte de los problemas de afirmación personal que le llevaban a enfrentarse con el profesorado y los padres, de los de disciplina que le impulsaban a no acatar las normas, de los de afectividad que le incitaban a ser líder sin serlo y foco de atención constante, de los de drogodependencia inducida por la socialización del fin de semana, de los de conducta agresiva y provocadora por la acumulación de las circunstancias antes dichas, se sumaba el redomado desapego de sus padres hacia ella, la pseudo independencia a la que le habían acostumbrado desde pequeña, el furor por distintas “play stations” sustitutivas del control parental de su tiempo y aborrecidas tras cada temporada, por pasadas de moda, y la afición a todos cuantos distractores la sociedad facilita a los padres para que se desentiendan de sus funciones sin que parezcan incumplirlas.
Sin embargo eso no era todo, Vanesa tenía dislexia, era incapaz de concentrarse más de un minuto en una cosa, no había aprendido a interpretar un texto, no alcanzaba a entender ninguna insinuación con sentido del humor, tenía graves problemas, no ya para abordar cualquier razonamiento abstracto, sino incluso concreto, su planicie ante la búsqueda de solución a un problema simple era sorprendente, no era capaz de imaginar y, a veces, ni de retener historias sencillas… toda prueba, test o batería clasificaba a Vanesa por debajo del umbral o del límite o del baremo o del borde que los orientadores y psicólogos consideraban mínimo.
Así que Agustina, con todos los puntos tomados para hablar de modo que los padres no se dieran por ofendidos, les dio un exhaustivo, amable y tranquilo informe oral de todas estas cosas y, con prudencia, les pidió que procurasen que Vanesa continuase asistiendo al centro un par de años más hasta que pudiese completar, a su ritmo, la educación secundaria y fuese madurando personalmente para poderse enfrentar a la vida y al trabajo.
- Lo que usted nos dice es no es posible – dijo resuelta la madre, si bien con cara de disgusto y mohín de gran resignación- porque, mire usted, nosotros tenemos muy, pero que muy claras, las limitaciones de nuestra hija, pero lo que no vamos a hacer de ninguna manera es dejarla sin una carrera. Así que, visto lo visto, y si no hay otra solución, se hará maestra.
7 comentarios:
Digo yo que si tendrá algo que ver el fracaso de la educación española con el poco aprecio que sentimos por el magisterio.
"maestra" era, sin embargo, una buena aspiración para las familias de barrios obreros que con mucho esfuerzo podían ofrecer a sus hijas una carrera. Cierto que actualmente, con tantas nuevas profesiones, y cuando las mujeres copan todas las facultades, incluídas las que eraN antes predominantemente masculinas, el estimulante, satisfactorio e imprescindible "oficio de maestro" quedó un poco relegado.
Menos mal que para eso, sí hace falta vocación, y todos los y las buenos/as maestros/as lo son porq8ue no quisieran hacer otra cosa.
Pareciera que se cortaron por la misma tijera. En México era igual, si las cosas no salían bien en alguna facultad, "cuando menos había que estudiar para maestr@"
Si supieran... el privilegio, el honor, la dicha que ser maestr@ representa.
Lo reconozco, soy una apasionada de mi profesión y por ella.
Saludos
Koborron, supongo que la educación no es lo que deseamos por muchas causas, de las que no creo que pueda excluirse tampoco la actitud del conjunto de los enseñantes.
Zeltia, creo que es cierto lo que dices, pero no me refería a antes, sino a ahora mismo. No parece que las mentalidades hayan cambiado tanto como nos creemos.
Piel de Letras, creo que hay muchos profesionales de la enseñanza que son como flores en el desierto, bellísimas pero aisladas. Estoy seguro.
No sé si os decepcionaré, pero me parece que entre la gente de la enseñanza, aparte de unos pocos vocacionales, hay una mayoría de gente que se ha arrimado a ella de un modo recurrente, acomodaticio y sin el menor interés. Pero, claro, puede ser una apreciación válida para muchas otras profesiones.
Un saludo y muchas gracias por vuestros comentarios.
Es verdad lo que dices. He conocido maestros que han perdido totalmente el intere´s por la enseñanza, si es que alguna vez lo han tenido, pero esos no son los "vocacionales", sino los que han caído en la enseñanza como un trabajo para vivir, pero también conozco una maestra maravillosa que cada dia se deja horas de dedicación y entusiasmo, y eso después de muchos años de ejercer y de haber llevado palos. Todo un mérito.
Primero decir que no he podido evitar reirme al leer el final :)
Actualmente magisterio es una carrera extremadamente sencilla, asequible para quien no quiera o no pueda dedicarle mucho esfuezo. Como en todos los estudios es complicado exigir una vocación...pero sí interés, si es que te vas a dedicar a ella.
En muchos casos, la política educativa tampoco ayuda ni a que haya profesores motivados ni alumnos lumbreras.
(por cierto, que en más de una ocasión me ha tentado lo de preparar las oposiciones de profe de secundaria, jeje)
Un saludo.
Independientemente de otras consideraciones, es la consideración social, expresada por los padres de la niña, a la que me refiero.
Personalmente me parece que la enseñanza está en manos de gente con mentalidad de funcionarios y no de personas creativas que es lo que, a mi juicio, necesitaría el sistema educativo. Un sistema plagado de legislación y huérfano de creación y esfuerzo productivo.
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