Hace algunos años, seguramente más
de los que creo, los medios de comunicación prevenían a la, entonces, incauta
población contra el sensacionalismo con que ellos mismos comenzaban a informar.
El sensacionalismo es propagar noticias de modo que provoquen emociones en el
público. En el fondo era y es una técnica de ventas agresiva. Pero de nada
sirvieron las advertencias. Hoy la forma de comunicación normal y generalizada
es el sensacionalismo y en él compiten gran parte de periodistas y de medios. Y
en él vivimos inmersos, cada día más inmunizados contra la realidad, porque
noticias que deberían alarmarnos ya ni siquiera nos inquietan. Los lobos nos
visitan todos los días varias veces y, a no ser que termine alguno de ellos mordiéndonos
en las propias gónadas, pasamos de ellos. El roce incesante de tanta noticia
sorprendente y terrible nos ha encallado el ánimo. El periodismo es liebre, la
justicia tortuga. Esto también ayuda.
Hasta lo más trivial, que suban o
bajen las temperaturas, se anuncia de modo agresivo: se disparan o se
desploman. Así, el lenguaje se ha modificado también, se ha vuelto más
competitivo (algunos opinan que más creativo) y ayer oí que a un temporal le
llamaban “La Bestia del Este”. El nombre me hizo sonreír cada vez que lo
pronunciaban, me pareció que, a fuerza de exagerar, hablábamos ya como los
niños. Qué barbaridad de borrasca.
Las palabras y las frases
normales hoy están en desuso. Desde hace años la terminología periodística
vuelca en nosotros toda su fecunda creatividad. Hay personas a las que, por sus
bajos ingresos, se les llama “excluidos sociales”; si dos personas se niegan a
saludar al rey se habla de “boicot al rey”; si dos políticos discuten en
público se habla de “un choque de trenes”; la policía, desbordada por la
delincuencia, cuando no sabe de qué va un crimen, declara que “no descarta
ninguna hipótesis”; si el Madrid gana al Valencia por 3 a 1 la noticia es que
“Madrid arrasa Valencia”; si un futbolista del Sevilla se lesiona en un partido
contra el Barcelona, la noticia es que “el Barça manda al Sevilla a la UVI”; y
no hablemos ya de las originales expresiones como: “Presentaba lesiones
incompatibles con la vida”, “Pongamos en
valor la lengua española”, “Las precipitaciones en forma de benéfico oro
blanco extienden su manto sobre las pistas de las estaciones de esquí”, “El
infierno meteorológico arrasa la A6”, “Las concentraciones cívico-festivas que a día de hoy se han producido han sido
ejemplares, manifestantes de todas las edades, en un modo lúdico, desde la
tolerancia y el respeto, han recorrido pacíficamente la ciudad gritando: ¡Muera
el rey!” … Todo así. Incluso sin haber escuchado a Jiménez Los Santos, muchos
días casi da miedo salir a la calle.
Antes a los niños nos decían,
cuando respondíamos ante nuestros profesores, que no cantáramos. Nos enseñaban a
hablar en un tono normal. Esta es otra de las cosas que ha pasado a la historia.
Si por algo se caracterizan las locutoras (qué término más antiguo), las
presentadoras, las conductoras de
programas, las tertulianas, las comunicadoras, las moderadoras, las creadoras
de opinión, las portavoces, las entrevistadoras, las encuestadoras, las
corresponsales, las comentaristas, etc. (noten qué variada terminología) y los
varones de idénticos oficios, es por emitir un conjunto de saludos, despedidas
y enunciados totalmente originales, no sólo en su literalidad, sino en el tono
en el que los pronuncian, sin renunciar a la musicalidad, a las entonaciones
más difíciles y a cuantos artificios ofrece la versátil garganta humana para emitir
sonidos que se salgan de lo habitual, dando a cada cual una originalidad
gutural propia. Una maravilla de registros armónicos.
Pero es que tantas originalidades,
hipérboles, metáforas, eufemismos y demás delicadezas del lenguaje usadas sin
conocimiento, como diría una madre de las de antes, terminan por cansar. Entre
tantas rutilantes estrellas del periodismo, termina por no brillar ya nadie.
Porque no se puede hacer de todo un espectáculo a diario. Cansan mucho y son muy
contumaces. Y, de veras, no lo digo por alabarles.
14 comentarios:
Y todo esto para no decir prácticamente nada. Pero hay que reconocer que con la "Bestia del este" ha estado muy creativos.
Por lo menos nos podemos entretener analizando las tontunas diarias. Hoy están con el viento, raro es que no lo hayan llamado ya "ciclogénesis explosiva".
Palomamzs, hasta ahora no han empezado, excepto con "La Bestia del Este", a poner nombres de cuento pero estoy seguro de que es un filón del que pronto empezarán a tirar.
Sí o "hipoaullido huracanado de la mar océana."
De todo lo que mencionas, que me parece lamentable, lo peor, con diferencia, es ése: "noticias que deberían alarmarnos, ya ni siquiera nos inquietan". Ese transitar, frívolo, de una noticia a otra, sin dejar tiempo al espectador para la reflexión (apenas para la emoción) nos está adormeciendo, deshumanizando, enajenando.
Muy buena reflexión, Soros, el periodismo se "amarilliza" no solo en la forma, sino en el fondo.
Besos.
Gracias, Sara. Estamos tan abrumados por las noticias, que no nos da ya tiempo a "digerir" una mala y ya tenemos encima otra peor.
La actualidad, incluso la más truculenta, se ha convertido en espectáculo. Y, por reacción, cada día nos volvemos más insensibles, más descreídos.
Besos.
Me ha encantado el texto, Soros.
Por supuesto estoy de acuerdo en todo lo que dices y me encanta cómo lo dices. Pero se te ha olvidado mencionar una cosilla que también considero relevante: el hecho de que la mayoría de los reporteros, presentadores, etc, hablen a grito pelado. No sólo con esos sonsonetes supuestamente originales que mencionas, sino a voces. Y eso sin duda también contribuye a darle a todo lo que dicen un tono alarmante, urgente, desesperado, que llena de ansiedad a cualquier persona un poco sensible que los escuche. Parece que todo lo que se dice es de una importancia trascendental. Como la Bestia del Este, que en vez de una borrasca parece un monstruo de la mitología escandinava.
Y lo peor es, como dices, que el efecto es el contrario: en vez de impactarnos, tanto dramatismo nos vuelve insensibles.
Me gusta, Ángeles, que abunden, más de lo que pensamos, las personas sensibles que no se conforman con este fluir de noticias en tono agresivo que pretenden distorsionar la realidad para mejorar sus "niveles de audiencia". Siempre es un alivio notar que hay más personas que se resienten de estos mismos vicios.
Además de volvernos paulatinamente insensibles casi llegamos a "normalizar" en nuestras mentes casos de los que deberíamos abominar y por los que deberíamos pedir responsabilidades inmediatas. Pero mucho debería cambiar la ética de mucha gente para que así fuera.
Bueno , tpdo parece una hiperbole ...pero si una persona no es que tenga bajos ingresos sino "cero" ingresos debería denominarse : " integrado social"?.
Amapola Azzul, me refiero, en el artículo, a la constante utilización de palabras y de términos nuevos. A esa costumbre, principalmente de periodistas y políticos, de sacar palabras novedosas. Ojalá fueran tan prolíficos, al menos los políticos, en buscar ideas que permitieran vivir mejor a la gente y evitar la pobreza, con todo lo que ésta conlleva.
Un abrazo.
Amén de lo que dices, que suscribo, me molesta el volumen de la voz. Pero si hay algo que me saca de quicio es que se pisen la palabra, los tertulianos entre sí, o el entrevistador o moderador que se lía a poner orden, desordenado aún más. Es sorprendente que quien no pisa al otro, apenas consigue hablar, por lo que, imagino, les piden colaborar en menos ocasiones, porque no dan espectáculo. El resumen y consecuencia es que hay programas en los que hablan a la vez dos o más personas, sin dejar que acaben de argumentar ni unos ni otros, con demasiada frecuencia. Simplemente, cuando ocurre, apago la tele. Nos saturan.
Un saludo
Albada Dos, no puedo estar más de acuerdo contigo. Los modos que comenzaron con los programas del corazón se han copiado al comentarismo político y demás.
Es bien cierto lo que dices, se premia el vil espectáculo, cuando más vil, mejor.
Por otro lado recuerdo, cuando chico, como el griego clásico se declamaba en cantinela...:)
Un saludo.
Alfred, creo que llevas razón en lo que dices.
Es cierto que de chicos nos enseñaban algunas cosas con un ritmo para facilitar su memorización pero, sin embargo, cuando contestábamos a las preguntas de nuestros maestros nos enseñaban a no cantar, a hablar en un tono normal.
Ya veo que también tú estudiaste en planes donde se contemplaba el estudio del latín y el griego. Supongo que, como a mí, te pesan también los años.
Saludos y gracias por tu comentario.
Muy cierto. Así nos van manejando al antojo de los intereses de los poderosos.
Saludos.
Gracias, Sara O. Durán. En efecto, todo es un espectáculo sensacionalista que hace que las "novedades" se impongan sobre los hechos que a los pocos días caen en el olvido.
Saludos.
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