16 septiembre 2015

Historia del matacán.- Novena parte

Llevábamos dos horas plantados como piedras en nuestra fortuita atalaya. El Mondacimas iba ya por el cuarto cigarro. Y ambos, él con nerviosismo y yo con curiosidad, no quitábamos ojo a las evoluciones, aparentemente erráticas, del guarda de la marquesa. El biruji me había puesto la cara colorada y, de vez en cuando, el frío me sacaba alguna lágrima, pero al Mondacimas parecía que nada le afectaba. Y yo, por supuesto, me había prohibido a mí mismo quejarme de nada, por más que las frieras de las orejas también me picaran de lo lindo.
De vez en cuando yo miraba al cielo, cada vez más tupido de nubes oscuras, y no se me iba de la cabeza la leyenda de la laguna, pero el Mondacimas estaba tan absorto, tan fijo en sus observaciones, que nada me atreví a decir. Aunque, a tenor de cómo iba cambiando el cielo, yo me imaginaba que el monstruo se estaba poniendo bastante rabioso y que, cuando menos lo esperásemos, se iba a liar una bien gorda.
El Boqui, allá abajo en la vega, parecía incansable en su búsqueda. Por sus evoluciones cualquiera diría que se había vuelto majareta. Inquieto como el azogue, no paraba de barzonear ora por los pequeños abrigaños entre fincas, ora cerca de los aguazales, ora buscando los diminutos alcores, ora parándose junto a los espesos de alreras o entre los pequeños grupos de aliagas. Bordeaba los atochales de los cerrillos menudos, las cepas desnudas de las pequeñas viñas, registraba cada pequeño caballón, cada vaguada, cada grupo de chantos, miraba con sumo cuidado las cercas de piedra de las tainas, cada erial, las espuendas de las pequeñas acequias,  los regatos, gesticulaba con los brazos como un espantajo articulado ante los terrones de las hazas, pateaba los pocos rispiones que quedaban, rodeaba cada majano, no dejaba sin mirar un pajonal, ni siquiera una pobeda, ni las gleras más peladas…
Poco a poco, en su metódico deambular descartando lugares, fue acercándose a la base del cotarro desde donde le observábamos. Estaba a unos cuatrocientos metros de nosotros, abajo, en la confluencia de la vega con el inicio de la tremenda ladera del Mojonazo.
Inesperadamente, de entre las primeras iniestas de la cuesta, saltó la liebre. Pudimos oír los excitados gritos del Boqui:
-¡Ahí va la, ahí va la! ¡Ahí va la, Dick! ¡Ahí va la, Dolly! –gritó corriendo en dirección a la liebre como un poseso.
Yo pensé que quizás no la hubieran visto pero enseguida los dos galgos corrieron velozmente tras de ella. El Mondacimas dio un suspiro, como liberándose de su tensión, al observar la trayectoria de la liebre.
-Creo que no es el matacán -aseveró Gregorio.
-¿Por qué lo sabes? ¿Es que lo distingues desde aquí? –dije yo asombrado.
-No, hombre. ¿Cómo voy a distinguir a una liebre de otra desde aquí? Es que, si fuera el veterano matacán, no habría tirado por la vega, a campo abierto, hubiera buscado el perdero atajando por alguna de las sendas que suben a este cerro. Esa liebre ha tomado la peor decisión. El terreno que ha elegido hará que no se salve. Por eso creo que no es el astuto matacán, sino otra rabona un poco bastante más tontuza e incauta.
Sin embargo, la liebre, que parecía que iba a ser alcanzada de inmediato, cuando ya los perros estaban encima, dio un violento quiebro y volvió a recuperar ventaja. El Boqui había subido al oterillo más cercano que encontró, desde cuyo altillo contemplaba la caza encelada de los elegantes galgos de la marquesa.
La liebre repitió un par de veces más la jugada a los galgos. Éstos, sin embargo, al medio minuto estaban otra vez encima de ella. La rabona se la volvía a jugar y los perros la seguían tan de cerca, ya totalmente codiciosos y entregados, que más de una vez nos pareció que la cogían sin remedio o que, incluso, ya la habían alcanzado. Pero la liebre, al quebrar a los perros, nos inducía a engaño, pues eran estos los que rodaron por tierra alguna vez por la brusquedad de sus regates.
Repentinamente la liebre, tras un último quiebro muy apurado, enfiló derecha, sin ningún titubeo, a la pedregosa pared de un prado amplio y, en apariencia, sin obstáculos. En una competición de agilidad, saltó la barda seguida por los flexibles galgos y directamente, a una velocidad antes no mostrada, se estiró en su carrera como un cohete. Iba, sin ninguna vacilación, hacia el improvisado corralejo de alambre espinoso que el tío Mentiras había levantado en mitad de la pradera para cerrar en el agosteo a las ovejas. Los galgos en la recta trayectoria tras la liebre desarrollaron también una potencia y una velocidad inusitada.
De nada sirvieron los gritos desesperados del Boqui:
-        ¡Quieto Dick, quieta Dolly! ¡Alto Dick, para Dolly! –chillaba, mientras corría alocado en pos de los perros, dando a veces grandes tropezones, como si el pánico se hubiera apoderado repentinamente de él.
Inútiles fueron sus voces pues, si los perros llegaron a oírlas, su instinto, cegado de ansiedad por la proximidad de su presa, les impedía obedecer.
La liebre pasó raseando limpiamente como un obús de pelo bajo el alambre espinoso inferior. Los dos galgos a un par de metros de ella, ciegos en su carrera, chocaron secamente contra aquel alambre y, volteándose en el aire, rebotaron brutalmente contra los dos alambres superiores con tanta violencia, que salieron despedidos y cayeron a varios metros retorciéndose de dolor y aullando lastimeramente. 

4 comentarios:

Isidro dijo...

Tus historias de caza, como siempre tan enriquecidas de detalles, son una delicia para éste que te lee con devoción. No solo eso, tienen tan palabras desconocidas para mí que son una lección tras otra en cada capítulo que nos regalas. Muchas gracias, Soros.

Soros dijo...

Ya ves, Isidro, que mis cortas experiencias (si las comparo con las de algunos y singularmente con las tuyas) dan para muchos relatos. En los cuentos, como en la caza, da para mucho más el recorrido que el final.
Un abrazo y muchas gracias por tu comentario.

Ángeles dijo...

Qué suspense, qué ritmo narrativo, qué absorta he leído este episodio y qué repentino final cuando no lo esperaba.
Voy por más :)

Soros dijo...

Vaya, Ángeles, parece que esta vez el ritmo de la narración te ha sacado del tuyo y no te has resistido a leer el siguiente capítulo. Me alegro. :-)
Gracias por tus elogios.