18 septiembre 2015

Historia del matacán.- Epílogo y final

Los acontecimientos se precipitaron. Ni mi hermana ni yo lo sabíamos, pero mi padre había solicitado empleo en la capital. La mañana del martes siguiente llegó la carta. A mi padre le contrataban, como maestro harinero, en una fábrica.
Mis padres estaban muy contentos y decían que ese trabajo era muy importante para nuestro futuro. A la semana siguiente nos marchamos del pueblo. Me dio mucha pena cuando mi padre cerró la casa y le dio las llaves al Mondacimas por si alguna emergencia. Cuando subíamos a la plaza, cargados de bultos y maletas, a coger el coche de línea, me volví y me despedí con la mano del Mondacimas y de la Fa.
Sentí que mis ansiadas correrías por el campo habían terminado al punto de empezarse.

Fue a los tres meses cuando recibimos una carta de Gregorio Sánchez Abad.
-¡Coño! Carta del Mondacimas –dijo mi padre cuando se la dio mi madre a la hora de comer. Y enseguida la sacó del sobre y la leyó en voz alta delante de todos:
“Queridos Antonio y Margarita:
Espero que al recibo de ésta estéis bien tanto vosotros como vuestros buenos hijos Santi y Manolita, yo bien gracias a Dios. El motivo de estas cuatro letras es para que sepáis que he dejado las llaves de vuestra casa en ca la tía Peseta. La razón es que me ha llamado mi hermano, el Grabiel,  el de Barcelona, diciéndome que me ha encontrado un trabajo bueno allí, en la misma empresa que él. Me cuesta irme del pueblo, como me imagino que os costaría a vosotros, pero como en este último año os habéis ido tantos, los pocos que quedamos nos encontramos cada vez más solitarios y mohínos. Aunque yo ya tengo un pie aquí y el otro en Barcelona. Mañana me baja el Zaca, el de correos, al tren. Y tampoco quería marcharme sin mandaros unas letras de despedida. Yo creo que me voy para mejor, lo mismo que hicisteis vosotros por el bien de vuestros queridos hijos.
Sin más que deciros, os deseo toda prosperidad, como sé que vosotros me la deseáis a mí.
Vuestro vecino que no os olvida.
Gregorio.

Postdata.- Que el Santi sepa que la Fa se la he dejado al Boqui porque es el único cazador bueno que queda. Me ha prometido cuidarla bien y ha agradecido el detalle porque bien sabe él que la perra es buena. Además ahora le va a hacer falta porque la marquesa le ha echado de guarda pese a que denunció el robo que a esta señora le hicieron, gentes desconocidas, de sus dos galgos ingleses. Los guardias no han encontrado a los galgos y la señora marquesa desechó al Boqui por descuidado. Y que sepa también el Santi que al matacán nadie lo ha vuelto a ver. Se ha esfumado como un espíritu.”

De aquella capital de provincia mi familia se trasladó a otra más lejana. Terminé los estudios en Madrid y luego estuve destinado en varios lugares de España. A lo largo de los años pensé en ir al pueblo algunas veces pero, quizás temiendo no encontrar nada que casara ya con mis recuerdos y a nadie con quien compartirlos, no me atreví. Temía que la visita me procurara más dolor que placer y me daban por dentro unas punzadas parecidas al miedo. Tal vez las peores heridas sean las invisibles y las peores ataduras las que carecen de cadena o cuerda.
Ahora soy ya un hombre mayor y, en lugar de Santi, me llaman Santiago y, casi nadie, don Santiago, porque ya no se lleva este tipo de tratamiento. En mi memoria quedaron aletargados aquellos años en el pueblo. De mi recuerdo jamás emigró el Mondacimas, ni el Boqui, ni la Guadalupe, tampoco desapareció la Fa, ni se desvaneció la Laguna Sapera con su monstruo, ni la caserna, ni el inefable matacán. Sin embargo jamás volví a saber de aquellas personas, animales, mitos o lugares ni, como digo, puse voluntad alguna en ello. El Chorrón del Muedo quedó vacío hace más de treinta años y el abandono lo arruinó.
Hace unos días mis viejos recuerdos despertaron inesperadamente. Resucitaron a ritmo de alegres tamboriles y vibrantes dulzainas, gracias a un grupo folclórico que actuó en el parque de mi barrio. Eran las viejas coplas que cantaban hace sesenta años en mi pueblo y que no había vuelto a oír desde entonces.

“Para bailar me quito la capa.
Para bailar la capa quitá.
Yo no puedo bailar con la capa.
Yo con la capa no puedo bailar.

Si por orgullo me llamas villano,
si por soberbia me miras tan mal.
En el pueblo nos sobra desprecio
y lo vaciamos con un orinal.

Para bailar me quito la capa.
Para bailar la capa quitá.
Yo no puedo bailar con la capa.
Yo con la capa no puedo bailar.

Si te marchas buscando fortuna,
si por dinero te vas del lugar,
en el pueblo dejarás tu vida
manque nunca pienses regresar.

Para bailar me quito la capa.
Para bailar la capa quitá.
Yo no puedo bailar con la capa.
Yo con la capa no puedo bailar.

Te despido agitando la mano,
conmovido por verte marchar.
En el alma te llevarás nudos
que ya nunca podrás desatar.

Para bailar me quito la capa.
Para bailar la capa quitá.
Yo no puedo bailar con la capa.
Yo con la capa no puedo bailar…”

FIN

2 comentarios:

Ángeles dijo...

Me ha resultado conmovedor a mí tambien despedirme de estos personajes y lugares que he conocido brevemente mientras ha durado la lectura de esta historia. Y eso significa que los personajes tienen "carnalidad" y vida, y se la imprimen a los lugares que habitan.
Te felicito, Soros, sinceramente :)

Soros dijo...

Me halaga, Ángeles, el comentario que haces porque eres una persona muy vinculada a la literatura, tanto por la lectura como por la escritura.
El recibir este tipo de satisfacciones, a un trabajo que no busca ninguna otra, es importante para mí.
Dentro de la soledad que sentimos los que, como yo, sólo escribimos para un blog, son los comentarios de algunos pocos nuestra única compañía. Así que los agradezco mucho más de lo que imaginas.
Muchas gracias.