08 septiembre 2015

Historia del matacán.- Cuarta parte

En un rincón de la tasca, sentado en un taburete, Gregorio el Mondacimas escuchaba la conversación sin perder ripio. Había visto al matacán varias veces en los últimos dos años. Sabía que esas liebres eran animales ligeros que, a fuerza de sobrevivir a tanta carrera, habían desarrollado mucho las patas traseras y que también eran livianos y magros de carne. Por todas esas cosas corrían como cometas, dada su fuerza y ligereza, y parecía que cortaban el aire en sus briosas carreras y, además, rompían a los mejores perros con la agilísima brusquedad de sus quiebros. Por otro lado, sus numerosos encuentros con humanos y canes, habían desarrollado en ellos una astucia superior a la habitual. Pero, sobre todo esto, al Mondacimas jamás se le pasó por la cabeza llevar un matacán a su cocina pues tenían fama de tener una carne más dura, fibrosa y amarga que el berceo. Y, por encima de todo, aquel matacán que tantas veces se había salvado de los perros y de los cazadores gracias a su astucia y a su empuje, le parecía al Mondacimas una fuerza de la Naturaleza digna de ser respetada para que siguiera burlando a los mejores galgos y podencos y, también, para que les bajara los humos a todos aquéllos que cazaban únicamente por distraer su aburrimiento.
Así que el Mondacimas no pudo contenerse y habló.
-Hay animales que no aprovechan a nadie aunque, por otro lado, sirven para poner a prueba a perros de mucho postín y a cazadores de muchas campanillas. Así que yo dejaría vivir al matacán y nunca le pegaría una perdigonada porque, quien se jacte de tener buenos perros, ahí le tiene para probarlos pero, abatir a tiros a un animal que ha desarrollado tanta astucia y tan grandes cualidades, no me parece que fuera de mérito para quien lo hiciera. Teniendo en cuenta, además, que la carne de los matacanes es puro cuero.
-Pero, ¿y el orgullo de colgárselo? –dijo el Boqui, cambiando repentinamente de actitud y, sobre todo, molesto por la inesperada intervención del Mondacimas que acababa de robarle el protagonismo.
-El orgullo tampoco es cosa de alimento. Si lo haces con perro, de igual a igual, puede que sea una proeza cazar al matacán, sobre todo para el perro. Aunque no creo que los perros sepan lo que es el orgullo. Pero si le esperas o le rondas a traición y lo tumbas de un cartuchazo no le veo ningún mérito, ni tampoco sé qué orgullo habría en ello –le contestó el Mondacimas
-Pues sabes lo que te digo, –contestó el Boqui con la vesania que proporciona el vino al vanidoso- que mañana mismo me lo cargo. Que si el matacán se ha hecho famoso por su astucia, más conocido soy yo en la comarca por cazar lo que viene en gana. Y te juro que el matacán mañana no llega a la noche.
Gregorio el Mondacimas no quería discutir con el Boqui, pues no le caía bien, y menos porfiar con él después de que se hubiera merendado una ensalada de vino con bastante caldo. Así que quiso zanjar la discusión diciendo:
-Ya veremos. Mañana será otro día.
-¿Cómo que ya veremos? –se revolvió el Boqui como una sabandija- He dicho que mañana despacho a esa liebre patuda y lo que yo digo va a misa. En el campo a mí no hay animal que se me escape – y al terminar la frase soltó un juramento que atronó la taberna como un trallazo.
-¡Alabado sea Dios! –dijo por lo bajinis la tía Peseta a la par que se santiguaba.
El Boqui dio la espalda a todos bruscamente y, rabioso como una fiera corrupia,  pidió una copa de aguardiente y se quedó bebiendo otras hasta tarde mientras rumiaba en silencio sus intenciones.
Gregorio el Mondacimas se calló y se marchó enseguida. Bajó preocupado a su casa aquella noche. Lamentó que el Boqui fuese de aquel jaez y que se hubiera picado con sus palabras y que, como consecuencia, hubiera decidido matar al día siguiente al bravo matacán.
Cuando llegó a su casa, bajó a la cuadra a echar de comer a sus dos gorrinos y a su borriquilla Perlita y, enseguida, su perra, la Fa, se le acercó muy contenta moviendo el rabo muy fuerte para que la acariciara. El Mondacimas se sentó en una banqueta que tenía en la cuadra y la Fa se acurrucó rilando entre sus piernas. Entonces Gregorio el Mondacimas dijo, reflexionando para sí mismo:
-Mira, Fa. Estoy muy disgustado. Por las palabras que he dicho en la taberna, ese fantasmón del Boqui quiere matar mañana al matacán. Y me fastidia que lo haga sólo por sentirse superior a los demás. Me estomaga que quiera matarlo sólo por la soberbia de sentirse mejor que nadie. Hay que ver las cosas malas que los hombres hacemos sólo por vanidad y orgullo.
Y la Fa pegó su cabecilla a los pies del Mondacimas y gimoteó un poco, como siempre que notaba triste a su amo o, quizás, porque le entendió.

2 comentarios:

Ángeles dijo...

Qué contraste entre el Boqui y el Mondacimas. El uno me ha hecho sentir mal y el otro me ha inspirado mucha ternura. Y la perrita también. Te felicito por tu talento para la creación de personajes.

Soros dijo...

Los personajes andan todos, o anduvieron por ahí. Me limito a plagiarlos de la realidad que existe o existió alguna vez. Así que, contar un cuento, no es difícil cuando la realidad te ofrece, o te ofrecía, personajes tan caracterizados.
Pero gracias, Ángeles.