12 agosto 2013

X.- El Renuncia: El maniático

MP rumiaba placenteramente la soledad en su pequeño piso del centro. Pensaba que tenía derecho a ella. Un derecho ganado con los años pasados contemplando pacientemente a sus jefes y respondiendo cortésmente a todas las demandas que, como conserje mayor del ministerio, se le hacían. Su soledad era su sosiego, su calma, su descanso, su señorío inviolable, su paraíso, su reino. Si el casco viejo de la ciudad estaba impropiamente atascado de coches subidos en las aceras, se soliviantaba, pero pensaba que así tendría que ser; si a la gente joven le había dado por hacer del centro el escenario de un botellón continuo, conforme con la marcha; si todos los grafiteros de la urbe se disputaban cualquier centímetro de pared para hacer su signito personal, se resignaba ante la tontuna; si putas y rufianes habían hecho de aquel lugar histórico su madriguera, lo asumía; si los viejos mesones cerraban a la hora que les petaba, tragaba; si la policía no paraba de pasar durante la noche tocando las sirenas, se aguantaba; si era frecuente la llegada de los bomberos con igual despliegue, lo sufría; si no faltaban ambulancias del 112 aullando como lobas, se tomaba un Lexatín; si se había convertido el centro en una panoplia multicultural, como decía el alcalde, por la mezcla de razas, colores, costumbres, vestimentas, músicas y lenguas, lo comprendía; si los componentes de la panoplia multicultural se fajaban a palos, navajazos y hasta a tiros una noche sí y la otra también, lo disculpaba en pro del mestizaje de culturas; si los vecinos sostenían atronadoras grescas frecuentemente y a deshora, lo consideraba consecuencias inherentes a la convivencia; si la fauna canina tenía perdidas las calles de cagadas, se tragaba con cívico silencio la repugnancia; si los borrachos se meaban en las esquinas y en los portales, contenía la respiración con disimulo; si robaban cada tres por dos en los colmados, se condolía con los desesperados propietarios; si se llevaban los cepillos de la rectoral de San Onofre, asimismo se condolía espiritualmente; si desfilaba la mismísima Cofradía del Santísimo Copón Bendito tocando tambores y trompetas, se deleitaba con el sacro concierto… Eran cosas con las que MP lidiaba a su manera y que, en el fondo, sufría como casi todo el mundo pero poco le importaban. Y así debía ser pues, en caso contrario, habría abandonado el mundo de los vivos por causa de los berrinches cotidianos. Y, lo que es más, seguramente, aunque hubiesen sonado las mismísimas trompetas del Juicio Final, a MP no le hubiera importado demasiado, así las hubieran tocado a las puertas de su casa. Pero, eso sí, que le llamaran por teléfono a cualquier hora y con el pretexto de venderle cualquier cosa, era algo que le dimutaba de tal modo, que le sacaba de sus casillas de una manera tal, que, de no mediar la distancia, hubiera estrangulado al sujeto de tal atrevimiento. Cómo se le podía ocurrir a alguien invadir la intimidad de su espacio y de su tiempo utilizando además para ello un artilugio que él pagaba. Era incomprensible, inaudito. Era ya el bicho que se te mete en casa, era el impedirte cualquier honrosa retirada, era utilizar tu propio dinero contra ti, era un allanamiento de morada, era una falta de respeto a tu retiro, era un desprecio hacia la intimidad, era una injuria a tu recogimiento, era, en resumen, una desfachatez y una sinvergonzonería. Era otra faceta del marketing.
- Huy, pero, ¿qué dice usted? Menuda oferta que me he hizo Telelaine.
- ¡Coño, pues si supiera la que me hizo a mí OÑO!
- Pues menudos, los seguros de CAPFRE.
- Inmejorable la oferta inmobiliaria de Briks for Airheads.
- Anda pues a mí me ofrecieron una póliza para el hogar buenísima los del POLIZÓN S.A.
- Pues a mí, ahora la tarjeta VISTA ya no me sale por un ojo de la cara.
- Yo ya no compro los polvorones donde siempre, ahora me los manda directamente EL MESÍAS.
- Pues he abierto una cuenta en el BANK BRÖN prácticamente sin gastos y que colma todas mis expectativas.
- …
- Pero, ¿cómo puede usted quejarse de la promoción telefónica si no hace más que abrirnos nuevas puertas al ahorro?
- ¡Calle usted ya, señora, y no me fría más la sangre!
Y era tras esas llamadas que tanto le exasperaban, cuando MP se lanzaba a la calle huyendo de su propia casa, buscando respiro, y con una cara de borde que impelía al mutismo a cuantos se encontraba en el camino, por más que le conocieran o, tal vez, precisamente por eso.
¿Es que a nadie le cabe en la cabeza que no quiero ser un cliente, que sólo quiero ser un ciudadano?
Avanzando por las calles llegó frente a la fachada del famoso restaurante Hardy. Inesperadamente el anciano medio ciego, que pedía a su puerta con una lata, se dirigió a él:
- Señor, está usted a las mismísimas  puertas del restaurante Hardy. Es para mí un placer, caballero, informarle de que, desde su fundación en 1839, este famoso restaurante ha sido calificado por los más afamados cronistas de la ciudad como templo de la cordialidad y del buen gusto, amén de la gastronomía. Sepa que reyes y reinas lo han honrado con su presencia y es a gente, con su figura y su prestancia, a quien los camareros esperan a la mesa. Le diré también, para su información, que los menús, vinos aparte, oscilan entre los setenta y los cien euros…
MP, halagado porque el mendigo le hubiese tomado por un turista de posibles, así como por el piropo dedicado a su figura, guardó silencio, se dejó adular y olvidó el enfado que traía.
- …Y estando usted dispuesto a ser un comensal de Hardy no le dolerá ayudar con un eurillo a este viejo casi ciego del todo que, además de quedarle muy agradecido, le dará cuanta información demande sobre la historia, barrios y curiosidades de la villa.
- ¡Coño, Sangresucia, que otra vez me has vuelto a confundir, que cada día ves menos, joder!
Y el Sangresucia dio un paso atrás, algo corrido y temeroso, por el vozarrón del corpulento jubilado, pero al instante sonrió al escuchar el tintineo de un euro en la lata.
- ¡Mil gracias, don Macario!
- Sí, hombre, pregóname bien y que vengan a pedirme hasta de debajo de las piedras.
- Más bajo puedo decirlo, pero no más agradecido.
- ¡Que te calles ya, Sangresucia!
Pero el viejo se quedó sonriendo, mientras con los ojos, que la mirada no le daba para tanto, seguía la abultada silueta que se alejaba a zancadas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bien escrito, como sueles y con tu sentido del humor habitual.
Lo de que te llamen por teléfono para venderte cosas, pase, pero que te llamen a la hora de la siesta....eso no tiene perdón.
No sé si he entendido bien el final de la historia, ¿quién era Macario?, ¿o eso da igual?

Soros dijo...

Gracias.
Macario era Macario Prosopón, también llamado MP.
Forma parte de una historia que se llama El Renuncia y que tiene un montón de capítulos.
Si estás interesada en la historia entera, empieza en:
http://sorozs.blogspot.com.es/2013/01/i-el-renuncia-vocacion-la-renuncia.html
Si luego le das a "entrada más reciente" podrás leer la continuación y así.