05 octubre 2010

Tanos

Tanos, muy superada la treintena, vivía con y de su madre. Ella, mujer acomodada, inspectora de Hacienda, tenía muy presentes sus abusos descarados pero, ¿si no es una madre, quién en el mundo pondrá más empeño en redimir a un hijo? Y así, doña Flora, siempre perseveró en el ánimo de rescatar al fruto de su vientre para la bonhomía. No era tarea fácil, bien lo sabía la recta señora. Raro era el día en que su Tanos no intentaba sacarle dinero. La severa funcionaria ya no tragaba de ninguna manera con sus cuentos, ni se dejaba engañar por las innumerables peripecias de su talludo vástago. No y no, ni un céntimo más. Lo había decidido.
Por eso, aquel día, cuando Tanos vio el coche oficial que, con otros dos inspectores a bordo, esperaba a su madre a la puerta de casa, llamó al chofer, se lo llevó a tomar un café rapidito al bar de al lado, y le dijo:
-Mire usted, Juan, cuando mi madre salga de casa y suba al coche, arranque usted. Pero, apenas haya recorrido unos cincuenta metros, deténgase. Pretexte que, por el retrovisor, me vio hacerle señales. Yo llegaré corriendo.
- Como usted diga, señorito Tanos.
El chófer así lo hizo y, a los pocos segundos, Tanos llegó corriendo, jadeando y con cara de preocupación:
- ¡Mamá, mamá!, perdonen ustedes –se dirigió muy educadamente a los inspectores- Olvidé decirte que a media mañana va a venir a cobrar tu amiga la modista. Ayer me dijo que serían unas veinte mil pesetas. Me dolería que viniera y haber olvidado el decírtelo. Con la amistad y el mutuo cariño que os profesáis, estoy seguro de que no me perdonarías semejante olvido.
Ante aquellos compañeros, doña Flora, algo envarada, no se atrevió a poner en duda la palabra de su hijo, ni su filial afecto, ni a dejarlo, ante gente tan seria, en mal lugar. Lo único que no pudo evitar fue un rictus al soltarle las veinte mil pesetas. Arrancó el coche y, apenas anduvo unos metros, la voz de Tanos se escuchó de nuevo. Frenó al instante el chofer.
- Mamá, mamá.
- ¿Qué quieres, hijo?
- Nada, mamá, que se me olvidaba darte un beso.
Y Tanos impávido, con su cínica sonrisa de golfo irreductible, metió la cabeza por la ventanilla, acarició la mejilla de su madre y le dio un beso en la frente, como a los muertos.

2 comentarios:

Insumisa dijo...

Como el tétanos, ese tanos. Envenena la sangre. ¡Qué poca!

Soros dijo...

Quienes trataron con él opinaban como tú, Piel de Letras. :-))