18 marzo 2017

20.- El Aprendiz: La estrella perdida


Valeria, a raíz de tanta comidilla, había perdido la alegría propia de sus años y se había vuelto, abrumada por los comentarios, menos callejera y más reservada. Aunque, como todo en la vida, el interés popular por su affaire iba paulatinamente decayendo en Alfambra. El rechazo sentido tuvo en ella un efecto mucho más persistente y doloroso. Fue como una demolición interior. Apenas salía si, previamente, no había quedado con Lázaro o con alguna de las contadas amigas que le quedaron. Fue el primer escarmiento serio que le dio la vida, un aviso de que, por más que se lo propusiera, no se iba a librar, y menos en Alfambra, de su condición de mujer. Condición, ya para los restos, de mujer lanzada, por decirlo con buenas palabras, aunque los más prefirieran calificarla de perdida.

Todo ello, mirado fríamente, no tenía desperdicio, ya que al que hubiera podido reprochársele su conducta era a Hilario, porque al fin y al cabo casado estaba, pero no a ella que era una mujer libre. Pero lo de mujer y libre no casaba bien en las mentalidades de Alfambra. Los viejos prejuicios habían aflorado a la primera oportunidad, como ocurría siempre, y se habían cebado con ella dejándole marcada para los restos.
Sin embargo, bien por el hecho de su muerte o por el de ser hombre, más probablemente, a Hilario todo le quedaba cumplido. El tiempo pasaba y era lo único que contaba a favor de Valeria, porque la gente de todo terminaba cansándose y lo más reciente sepultaba inexorablemente lo antiguo. Y así como el apogeo de la primavera enterró definitivamente al crudo invierno de Alfambra, el paso de las semanas sepultó lentamente el recuerdo del suicidio de Hilario y cuanto le rodeó. El mes de mayo estaba terminando.

Salía de vez en cuando con Lázaro, pero ya raramente caminaban por la ciudad o entraban en los bares o en las cafeterías que frecuentaran unas semanas antes. Casi todas las veces fueron sus paseos por la ya familiar vega del río. Sin embargo, la relación entre ambos había perdido la espontaneidad de las conversaciones, la sonrisa fácil y la alegría sensual y desenfrenada de antes. Era como si algo les hubiese convertido, en pocos días, de amantes en viejos conocidos que caminaban juntos pero dándose la espalda con su silencio.

Lázaro, en uno más de aquellos largos paseos, le dijo a Valeria que, con las vacaciones veraniegas de los muchachos de la residencia, su estancia en Alfambra se terminaría.
Ella continuó caminando, mirando al suelo, como si no le hubiera oído. Caminaron en silencio casi media hora.
Ella, sin mirarle y sin dejar de andar, le preguntó qué haría después.
Lázaro dijo que, de momento, volvería a su ciudad pero que ignoraba lo que sería de su vida. Habría de buscar algún empleo para vivir y seguir estudiando. 
Ella de improviso, sin dejar de caminar ni de mirar al suelo, le pidió que la llevara con él.
Lázaro siguió caminando sin contestar, sorprendido y asustado por aquella salida.
Sin romper el silencio, caminaron mucho más de lo habitual aquella tarde. También hablaron mucho menos. Por una vez no acabaron en la hierba de cualquier pradera junto al río.

Cuando se dieron cuenta de lo alejados que estaban de la ciudad estaba anocheciendo. Dieron la vuelta y comenzaron el regreso a Alfambra empujados por la premura del ocaso. En la ciudad se distinguían diminutas, desde tan lejos, las primeras luces, encendidas ya, a la caída de la tarde. Más adelante, oscuro el campo definitivamente, la luz de un tren que venía en dirección contraria rasgó la noche a una velocidad uniforme, y su traqueteo se acercó y se alejó de ellos con idéntica monotonía cadenciosa, hasta devolverles nuevamente al silencio.
Llegaron cerca de la ciudad sin perder el mutismo.
Había anochecido y sólo el tenue blanquear del camino de tierra, al que sus ojos se habían acostumbrado, hacía que pudieran seguir su itinerario.
Entraron en la ciudad al cabo de media hora. Llegaban ya al callejón donde debían separarse. Ella en dirección a su casa y Lázaro en dirección, como siempre, al viaducto, para luego llegar a la zona del ensanche donde la residencia estaba.
Lázaro veía llegar el callejón a ellos como si tuviera movimiento propio, como si no estuviera sucediendo.
-¿Ves aquella estrella? –dijo Valeria de improviso señalando uno de aquellos puntos luminosos en la noche– La que brilla tanto y está justo debajo de aquellas cinco que están tan juntas.
-Sí –dijo Lázaro.
-Yo la miro muchas noches. Si quieres, puede ser nuestra estrella. Cuando yo la mire me acordaré de ti y cuando la mires tú te acordarás de mí. Seguro que alguna noche coincidiremos.
-Seguro.

Lázaro no se creía que se hubieran separado así, sólo soltándose la mano y tomando caminos divergentes. Le parecía estar soñando. Sin embargo, así fueron las cosas. Ninguno de los dos tuvo valor para volver la cabeza y mirar irse al otro. Una sensación de irrealidad le invadió todo el resto del camino hasta la residencia. Una idea activa y pasiva de abandono le acompañaba.

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8 comentarios:

Sara dijo...

¡Magnífico! Aunque el estigma de Valeria se haya borrado para la opinión pública, es la memoria interior de la que hablabas el otro día la que le ha hecho madurar. ¡¡¡Esto puede ser el principio de un gran amor!!!... Si Mansoz no lo impide.

Besos.

Ángeles dijo...


Cómo cambian las cosas en un solo día, en un rato. A veces no es necesario algo tan drástico como una muerte, pero el caso es que un solo acontecimiento, una giro de las circunstancias, cambia todas las de alrededor. Valeria ha cambiado, Lázaro ha cambiado, la relación entre ellos y con los demás ha cambiado... Antes era todo muy complicado; ahora parece más sencillo y más triste.

Por otro lado, temo que la renuncia de Lázaro no sea un asunto tan sencillo como parece por ahora...

Soros dijo...

Gracias, Sara.
Pero, por las trazas, aquella despedida puede que fuera más el capítulo final de un primer amor.
Lo de Mansoz aún está por ver.
Besos.

Soros dijo...

Sí, Ángeles, en apenas unas semanas la situación ha variado. Y, de un día para otro, hubo cosas que se desvanecieron. Lázaro quiere salir de su laberinto. Pero, si fue fácil entrar en él, no lo será tanto salir.
Me parece que ya quedan sólo cuatro capítulos para que la historia termine.
Gracias por seguirla.

Conxita C. dijo...

Dura la manera de madurar de Valeria y cierta esa hipocresía que la culpa a ella siendo libre cuando el culpable era el otro, esa doble moral sigue siendo, desgraciadamente, muy vigente.
Lázaro parece que tiene claro que quiere salir de su lío pero lo cierto es que como bien dices mucho me temo que ahora eso ya no depende solo de él, se entra muy fácil pero ¿salir? me parece que le va a costar mucho. Interesada estoy en cómo lo va a resolver y sí puede.
Saludos Soros

Anónimo dijo...

Se les acabó la alegría inocente del principio.
De este capítulo me han gustado mucho las descripciones del entorno.
Y el final, esa especie de despedida.

Soros dijo...

Conxita, efectivamente, Lázaro quiere salir, desea salir de la encrucijada. Es evidente que la situación no le augura nada bueno. De hecho, ya pierde a la muchacha, por su propia inmadurez, por su miedo, porque se le echan encima situaciones con las que no está preparado para lidiar. Cosas que le asustan.
Aún piensa que Mansoz respetará su decisión tan razonada. ¿Será así?
Saludos.

Soros dijo...

Palomamzs, parece que a las personas se nos derrumba todo lo que no somos capaces de mantener y, a veces, hasta lo que nos creemos capaces de sujetar. A Lázaro se le van desvelando sus propias fuerzas. Poco a poco se le desvelará que sus fuerzas eran sólo ilusorias, una torre de naipes.
El sentido irreal de una despedida tan cierta como definitiva le pilla, como todo, con el pie cambiado.