23 octubre 2016

Partes alícuotas

Usualmente pasaba el tiempo cavilando sobre asuntos abstractos. Sin embargo, cualquier situación cotidiana, que hiciera necesaria una actuación, le descentraba. La mera disfunción de una cisterna, por ejemplo.
Su mente estaba acostumbrada a divagar por los vericuetos del pensamiento en asuntos de cierta trascendencia, cosas importantes que, en la vida, requerían un posicionamiento ético de la persona humana.
Así que, cuando recibió aquella comunicación del Ayuntamiento, comprendió que su diálogo interior cotidiano, sobre asuntos de altura, habría de interrumpirse momentáneamente.
El comunicado municipal era sobre un local, declarado en ruinas, que había de derribarse en los plazos que marcaban las ordenanzas municipales a tal fin concebidas.
El asunto era sencillo. Habría de buscarse una empresa que lo derribara y pagar la parte alícuota de los costes.
Y, como todo el mundo sabe, la parte alícuota es la que resulta de dividir un todo en un número determinado de partes iguales. Algo tan sencillo como una división, aunque parte alícuota impresione mucho más.
Aquel tipo de trivialidades no estaban a su altura. Mas, por ser cívico ante el municipio y solidario con su familia, tiró de papeles.
El edificio tenía dos plantas y una cámara sobre la segunda.
Su abuelo había vendido el edificio hacía cincuenta años. La planta baja, que constituía el 40% del edificio, a don Fidel Gusano. De modo que ese porcentaje del derribo correspondía al tal señor. Diáfano.
El resto de la finca, que constituía el 60% restante del edificio, lo había vendido su antecesor a doña Buenaventura Cañete, pero reservándose la propiedad de la cámara.
De modo que a él le correspondía una parte alícuota del porcentaje de la propiedad que representase la cámara que, por fallecimiento tanto del abuelo como de todos sus hijos, era ahora propiedad de los 23 primos restantes, y una viuda, que procedían, en partes no alícuotas, de seis familias.
Todo parecía sencillo.
Sin embargo, de lo primero que se enteró fue de que, en los cincuenta años que habían pasado, los miembros de su familia y los de la familia de doña Buenaventura Cañete no se habían puesto de acuerdo sobre el porcentaje del 60% que a cada familia pertenecía.
Entre los 23 primos, y la viuda, que constituían su familia, las opiniones, como pudo constatar, eran variadas y acordes con la plural idiosincrasia de la familia media españolas:
-Yo no sé si ahí tenemos algo pero, ya te digo, que yo no pongo un duro.
-Mi padre me dijo que, al menos, la mitad es nuestra.
-A mí no me llames para estas chorradas. Por cierto, ¿se murió tu madre?
-Siendo razonables, de su sesenta por ciento, nos corresponde el veinte. Por menos, no me muevo. En esta postura de mínimos, debemos permanecer inamovibles.
-En justicia, la mitad de lo de los Cañete nos corresponde porque la cámara en puridad es otra planta indistinta sobre la suya. Esto es innegociable.
-A mí no me vengas con problemas que estoy en el paro.
-Llámame mañana, a primera hora, que vengo de copas y no estoy para disgüisquiciones.
-Pues busca un abogado que se aclare con ellos y que se enteren los Cañetes esos.
-Pues yo creo que además de la cámara, el abuelo tampoco les vendió el sótano, así que lo que tenemos ahí es positivamente mucho más importante de lo que los Cañete creen.
-Sé de buena tinta que va a construir un campus universitario en las inmediaciones, así que el valor de ese solar va a devenir en espectacular, las tasaciones que ahora se hagan no valdrán positiva y objetivamente para nada.
-¿Sabes qué hora es aquí? ¡Vamos, no me jodas! A mí no me cuentes nada, apañaros vosotros, que vivo en el extranjero y paso del tema. Te cuelgo. Un abrazo.
-¿Reunirnos todos para llegar a un acuerdo? Pero qué dices, si no me hablo con la mitad de ellos. Menudo hatajo de cabrones, según se portaron cuando murió mi madre.
-¿Qué todavía tenemos algo en esa casa? Pues, chico, yo no tenía ni puta idea.
-Y dices que consta en la herencia de mi padre. Pues aún no tenemos los papeles, como sólo hace quince años que se murió, lo hemos ido dejando.
-Bueno pues haz lo que haya que hacer y ya me avisarás para cobrar lo que me corresponda.
-De mi madre no sabemos nada, puso una castañería de diseño en el Soho, “The Advanced Chestnut”, mira a ver por Internet.
-Sin mi consentimiento no se te ocurra buscar un abogado que luego todo son minutas y provisiones de fondos.
-Huy, qué me dices, haz lo que puedas que estoy hasta el gorro de trabajo y, además, se me acaba de morir el perro. No te digo más.
-No está en casa en este momento ni sabemos cuando vendrá. Se fue hace un año, a Alicante, con una del club “Las esclavas del amor”.
-Hijo mío, estoy en silla de ruedas en una residencia. Haced vosotros lo que queráis que yo, si llega el caso, firmo. Sí, se llama “Retiro de los Panteras Grises”. Sí, sí, en ese pueblo que dices. Pero dinero no me pidas, que soy una pantera que anda canina.
Celebró, por estas respuestas, que su familia fuera de esas que permanecen unidas, pues tenía que reconocer que todos le habían cogido el teléfono. Pero esa pluralidad de pensamiento, que enriquece a cualquier democracia, tenía empero sus problemas.
Finalmente, de entre los 23 primos, y la viuda, encontró uno con el que, a prorrateo, es decir pagándolo ambos a partes alícuotas, buscaron un abogado.
El abogado se reunió con el letrado de los Cañete, que ya les había mandado varios burofaxes, y les trasmitió las siguientes novedades:
1º.- Los Cañete no querían comprarles su parte (la de la cámara) pero, en cambio, estaban dispuestos a venderles la suya antes del derribo. Los Cañete eran nueve y, por esa sana pluralidad de opiniones, ya citada, en lo único que estaban de acuerdo era en que ninguno quería afrontar los gastos del derribo.
2º.- Al comunicar la orden de derribo a los herederos de don Fidel Gusano, se habían enterado que don Fidel, para no perder la propiedad por viejas deudas, había hecho una venta simulada, diferida a muchos años atrás, a don Julián Sesgado, intimo amigo de don Fidel. Pero, pasados los años, los negocios de Sesgado fueron negativamente a mal y un conocido banco le había hipotecado el solar. Muertos, por fallecimiento sobrevenido, el señor Gusano y el señor Sesgado, eran ahora los herederos de ambos los que estaban en litigio por la propiedad y, a la vista de que el juez se pronunciase con sentencia, ninguna de las partes iba a pagar el derribo.
3º.-Que el Ayuntamiento urgía a la demolición sin atenerse a considerar las razones personales que a todos los implicados afectaban negativamente. Las multas comenzarían a llegar, las citaciones también y que, si no se producía el derribo, sería el propio Ayuntamiento quien lo llevara a cabo, procediendo después al cobro de gastos más intereses a todos los copropietarios e incluso a expropiar el solar. El asunto mostraba perjuicios muy negativos que, además, arrostrarían sumas de dinero positivamente elevadas.

Comunicó de nuevo con los primos, y la viuda. No obtuvo mejores respuestas, sino, en la mayor parte de los casos, más airadas, con tacos, improperios y blasfemias que hubiesen sacado positivamente de quicio hasta a una impasible efigie del señor Rajoy. Algunos, ya sobre aviso, no descolgaron el teléfono.

No sabía qué hacer. Se encontraba positivamente impotente. Pensó, en términos empresariales, sobre la aplicación, en estos casos, de “La Regla de las Cuatro Pes”: Posición, problema, posibilidades y propuesta.
Pero, enseguida, se dio cuenta de que estaba en un laberinto: El Ayuntamiento por un lado, los Sesgados y los Gusanos por otro, los nueve Cañetes por allá y sus veintitrés primos, y la viuda, por acá, y que, así, no había regla de la negociación empresarial que funcionase con eficacia positiva.
Iba por la ciudad maquinalmente, embotada la cabeza por la situación. Perdido en un conandrum sin salida, sin que su cerebro pensador se diera tregua.
A veces su pensamiento era oscuro, bueno, realmente negro. Y, en esos opacos desvaríos que cruzaban su mente, llegó a imaginar cómo esos dictadores que abundan en la Historia, llegó un momento, en que se liaron la manta a la cabeza y no dejaron con la ídem puesta a títere alguno. Cómo les comprendía.
Pero, al instante, rechazó la idea. Vinieron por el contrario a su mente esos ejemplos sublimes de los santos que, en las pinturas sacras, aparecían con manos, pies y corazón lacerados, con los ojos, semi escondidos bajo los párpados, elevados al cielo. Y ansiaba fundirse positivamente, en cuerpo y alma, con esos seres sobrenaturales que impetraban justicia y paz a las Alturas, ultrajados, pero sin emitir queja ninguna, por el hacer, tan pertinaz como insensato, de los hombres (y de las mujeres, cuidado).
Pero, como ni tenía maldad suficiente para ejercer de dictador omnímodo, ni bondad necesaria para alcanzar el santoral, se refugió en su educación primaria y recordó las palabras de Kipling que su maestro le obligó a memorizar:
“Si en tu puesto mantienes la cabeza tranquila,
cuando todo a tu lado es cabeza perdida…”
Y, en ello estaba, cuando se dio cuenta de repente que se había metido por dirección prohibida. Dio la vuelta al instante y salió de aquella calle. Respiró.
Pero, al momento, se le heló la sangre: No se había dado cuenta de que iba andando.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Me he reído mucho. Tienes un gran sentido del humor.

Ángeles dijo...

Ay, pobre hombre. Claro, si es que algunos no tenemos cabeza para los asuntos terrenales. Y cuando nos vemos obligados a ocuparnos de cosas de esas, del tipo "la parte contratante de la primera parte", nos embotamos negativamente y ya no sabemos siquiera si vamos a pie o andando. O sea.

Bueno, en serio, me parece una exposición magistral de los quebraderos de cabeza que puede llegar a dar una herencia, con sus partes alícuotas, sus repartos ecuánimes y sus distribuciones imposibles. Lo he visto, de lejos, en mi familia, y te aseguro que he llegado a marearme disfuncionalmente.

PD: me ha encantado “The Advanced Chestnut” :D

Sara dijo...

Me he carcajeado positivamente. Lo que más me ha gustado: el momento en que se debate entre ser un dictador o un santo. Yo creo que, ya sea en nuestra vida o en nuestros días, a todos nos pasa, pero tú lo describes con un sentido del humor excepcional. ¡¡¡Bravo!!!

Besitos.

Soros dijo...

Me alegro, Palomamzs.
Algunas veces me sale también un humor algo más extraño que no agrada a todo el mundo.
Gracias.

Soros dijo...

Estoy seguro, Ángeles, que cualquiera que haya pasado por "particiones de herencias" se habrá encontrado con casos similares. Es muy común.
Por lo demás, ya sabes, hoy todo es diseño.
Gracias.

Soros dijo...

Algunas veces, Sara, la ira se apodera de nosotros y, otras, desearíamos tener la paciencia de algunos patriarcas bíblicos. Pero hay que sortear los vaivenes de la vida lo mejor que se pueda.
Gracias y besos.

Conxita C. dijo...

Muy buena esa fina ironía y humor que hay en tu relato mientras tocas esos temas tan terrenales que despiertan bajos instintos como esas herencias que dan muchos quebraderos de cabeza, y para muestra tu pobre protagonista. Cintura o flexibilidad para sortear, como dices, esos vaivenes de la vida.
Un saludo

Soros dijo...

Gracias, Conxita.
Ya decía Ulpiano que la justicia era dar a cada uno lo que le pertenece. Pero muchos ignoran lo que les pertenece, otros imaginan pertenencias, otros no creen la justicia y, la mayoría, ni siguiera tienen noticias de Ulpiano.
Así que, a costa de tanta incomprensión, florecen abogados, procuradores, notarios y jueces por doquier. Será nuestro sino.
Saludos.