24 marzo 2012

Inmolación


Querido amigo, seguro que no esperabas encontrarte conmigo al abrir esta puerta, aunque los de seguridad y protocolo te hayan evitado la total sorpresa. Sí, sé que han pasado muchos años y, sin embargo, uno intuye que hay sentimientos que perduran. Te preguntarás cómo es que me presento en tu despacho tan sorpresivamente. No te asustes. No vengo a pedir nada, como estoy casi seguro que habrás pensado así, al pronto. Serénate pues, de ningún modo, es mi intención violentarte ni ponerte gratuitamente en trances que afectivamente no esperabas.
Se trata de otra cosa. Tú bien conoces mi modo de pensar y sé que estás al tanto de mi evolución en estos años. Pues bien, creo que ha llegado para mí el momento de sentar la cabeza como siempre he oído decir a nuestros mayores que conviene y se espera de un hombre cabal. Como sabes, hace ya tiempo que salté los cuarenta que, dicho sea de paso, es para mí una especie de edad mítica, fronteriza entre la vehemente juventud y la serena pero espléndida madurez, en la que un hombre, como es debido, debe plantearse obligatoriamente su vida con ponderada seriedad.
Hasta ahora, lo diré claramente, he preferido no dilapidar mi juventud, como tantos otros desdichados, dedicando los años más hermosos y alegres de mi vida a enterrarme entre libros, languidecer en bibliotecas y aulas, agostar mi juvenil pujanza entre estériles temarios de oposiciones y, menos aún, realizar trabajos que mantuvieran mi libertad bajo el yugo penoso de horarios, obligaciones, compromisos y otras trabas enojosas que cercenaran las alas briosas de mi feliz albedrío o, lo que hubiera sido aún peor, que derivaran mis fuerzas físicas a labores banales para el oneroso lucro de otros. No, eso jamás. Hubiera sido romper mi integridad y tirar por la borda los ideales que han marcado el rumbo comprometido de mi pensamiento.
Por todo lo anterior, puedo certificarte que no he dilapidado mi juventud sino, bien al contrario, he gozado con la bohemia de las noches sin final, he apurado el cáliz del fogoso amor carnal con cuantas flores de pasión y lujuria se han prestado a ello vocacional o pecuniariamente, me he deleitado con los efímeros placeres de lo prohibido, he paladeado la excitación suicida de los juegos y el prurito de los negocios alegales, que no ilegales, y, para no aburrirte con otros detalles farragosos, te diré que me encuentro en estos momentos doctorado cum laude en la universidad pagana de la vida y, si me apuras, con unos cuantos máster de más en el asunto. En fin que, como ves, de lo que hay que saber, más que estar en la cúspide, la sobrevuelo muy sobradamente.
Sin embargo, ¿sería justo guardar esta acumulación de ciencia sólo para mí? ¿Sería yo, acaso, un hombre de bien si me negara a invertir tan prolija experiencia en el progreso de mis semejantes? ¿Podría llamárseme patriota si no estuviera dispuesto a poner cuanto poseo y sé al servicio de mis conciudadanos?
Mi vida ha sido una especialización complementaria a todo lo que se adquiere con el trabajo, la investigación, la lectura y el estudio. No entregarme a los demás sería, además de una frivolidad y un despilfarro, un acto de soberbia y una injusticia que mis semejantes no merecen. Tal desapego sería algo que no podría perdonarme, ni mi país entendería y, si me apuras, algo que ni la historia podría juzgar sin censurarme.
En suma, amigo, ha llegado el momento de entregarme a la política. Heme aquí. Sé que es una decisión grave la que he tomado, sé que voy a tener que renunciar a mí mismo. Pero mi decisión, si bien cargada de meditada y grave responsabilidad, me hace feliz, pues nada, sino darnos con sencillez y sin reservas, nos puede hacer más dignos de llamarnos hombres.
Así pues, querido presidente, no vengo a pedirte, sino a darme. No vengo a reclamar, sino a entregarme. No vengo a demandar, sino a ofrecerme. No a exigir, sino a inmolarme. Porque ahora, por primera y definitiva vez en mi vida, he vislumbrado mi destino trascendente y sé que ha llegado mi momento. Por ello, con paso firme y ausencia de cualquier vacilación en mi talante, me avengo gozoso al holocausto: La política me pide altar.

4 comentarios:

Paz Zeltia dijo...

cualidades para el discurso no le faltan
y vendiendo humos, genial
yo creo que le deberían dar el lugar que se merece, junto con los otros.

Soros dijo...

Sí, Zeltia, un lugar en ese magnífico monumento al cininismo que día a día se esfuerzan, aportando cada uno su granito de falsedad, en levantar los políticos y otros asimilados al ramo. Teatro en directo. Y, lo peor, es que se lo creen hasta ellos.

Insumisa dijo...

Te pasaste, señor Soros. Me he reído mucho, sin dejar de reconocer que al hilvanar semejante discurso honestamente cínico y abiertamente desvergonzado, el futuro político lleva mucho las de ganar.
Ese "muchacho" tiene potencial.
;-)

Soros dijo...

Sí, Insumisa, y aunque nadie los quiere ni los necesita, ahí tenemos a esa peste comiéndonos el coco cada día y descomponiéndonos las tripas.¡Vaya tropa, señora!