26 marzo 2012

El Juanan


El día que el Juanan terminó la obra me dijo:
-        Sólo tiene un inconveniente: que este material es inflamable.
-        Pero, hombre. ¿Y te das cuenta ahora? No sabías que estabas forrando una cocina.
El Juanan agachó la cabeza. Y, como un crío, dijo:
-        Pero, ¿a que ha quedado bien?
-        Sí. Es cierto. Pero, ¿me estás diciendo que no podremos guisar aquí?
-        Sí, eso.
-        Pero, Juanan, por qué lo has hecho. Y, sobre todo, por qué me lo dices ahora que ya lo has terminado.
-        Es que con el mosaico soy un desastre y, sin embargo, con este material lo bordo.
-        Pero yo quería que la cocina pudiera utilizarse para su menester.
-        Y yo dejártela bonita.
-        ¿Y no sabías que este material era inflamable?
-        La verdad es que me he dado cuenta esta mañana. Y como casi lo tenía terminado… pero, ya has visto, al final te lo he dicho.
A veces uno estrangularía a un semejante. Pero, por extraño que parezca, a lo largo de la vida se llega a comprender que la templanza, cuando se reúnen fuerzas y cuajo para tenerla, evita los males internos que inevitablemente proceden de toda ira. La ira salvaje es un fuego desatado que termina abrasando también al que lo siente, literalmente quemándole las tripas.
Así que respiré profundamente. Miré primero al Juanan, que seguía cabizbajo, y luego a mi mujer que, a su vez, me miraba con unos ojos que parecían la entrada y la salida de una interrogación muda.
No me extrañaba que el Juanan fuera un ser errante, ni que viviera solo, ni que pernoctara en una furgoneta abandonada, ni que apareciera y desapareciera de la ciudad con una cadencia irregular que sólo él conocía, ni que perdiera los trabajos, ni que tuviera un calendario personal que le impedía someterse a los horarios, ni que a la vez fuera tan manso, tan desastroso y tan inofensivo. Tampoco me extrañaba, porque uno termina con los años conociéndose un poco, que yo fuera un gilipollas que se apenara de cualquiera, que quisiera ayudar a quien no sabe ayudarse, que pensara que la simpleza tenía que ver con la destreza en los oficios o que el afecto puede iluminar algunas mentes que permanentemente viven errantes vaya usted a saber dónde.
Aquella tarde, como las últimas, habíamos hecho la cena en el balcón de la terraza. El mantel a cuadros rojos y blancos con dos servilletas iguales abrigaba la mesa redonda sobre la cual estaba el pan blanco, el plato con el pisto humeante, la tortilla de patatas recién hecha, los vasos y los platos de Duralex, la botella de vino y un plato de embutidos.
Fue entonces cuando reparé en que el Juanan, lejos de sentir remordimiento, tenía la mirada baja y miraba la tortilla salivando con la boca cerrada. Pusimos otro plato y le dijimos que se sentara.
-        ¡Vaya pinta que tiene la tortilla! –dijo el Juanan.
El hombre quería ser prudente pero el hambre le hacía comer con esa ligereza que no conoce disimulos. Cuando la calmó un poco, recordé al Rufo. Y en mala hora le pregunté por él.
-        Se murió ayer por la noche.
Los tres nos quedamos callados. Las mandíbulas del Juanan hacían un ruidillo casi sordo como si en la boca tuviera un charquito de saliva. Le llené el vaso de vino.
-        Tenía ya trece años –bebió un trago- y llevaba ya malo una semana. Yo creía que se le pasaría. Pero ayer, cuando me vine a trabajar, me despidió sin moverse apenas, sólo con un abrir y cerrar de ojos.
Rebañó el plato de pisto con un poco de pan. Bebió de nuevo y dijo:
-        Al volver por la noche, desde el jergón en que dormía, me miró pestañeando un par de veces. Luego movió la cola, sólo tris tras. Después cerró los ojos y se murió. Yo creo que me estuvo esperando para despedirse.

11 comentarios:

matrioska_verde dijo...

no tengo ninguna duda de que lo estuvo esperando, los perros además de inteligentes tienen un sexto sentido.

¡¡pobre Rufo!!
¡¡y pobre Juanan!!

una historia muy emotiva y deliciosa, hasta aquí ha llegado el olor de la tortilla y del pisto.

biquiños,

Soros dijo...

El Juanan estaba totalmente convencido de que le estaba esperando y lo dijo con la más simple de las candideces. Tal y como lo hace todo. Aunque hace ya mucho que no le veo.
Bicos, Aldabra.

matrioska_verde dijo...

He vuelto a leer lo que me contestabas y se me vino a la memoria cuando murió mi abuela.

Mi abuela vivió siempre con mis padres y conmigo (no tengo hermanos)o nosotros con ella, no importa, el caso es que estuvo hospitalizada sus 21 días finales, el cáncer de estómago no le daba tregua. Por aquel entonces uno de los dos hermanos de mi madre estaba viviendo en Barcelona. Cuando ya estaba muy muy malita mi madre lo llamó para que viniera a despedirse de ella, para que la viera todavía con vida. Justo llegó el día que se murió mi abuela, ni siquiera habló con él, cerró sus ojos a la vida justo cuando él estaba entrando en la habitación. Simplemente lo miró y se fue.

Fue una mujer muy importante en mi vida y todavía sigue a mi lado, aunque de otro modo.

Yo creo en estos "Sextos sentidos" o como quiera que se llamen, no me importa la etiqueta.

biquiños,.

Insumisa dijo...

¡Que lindo patas cortas!
Querido señor Soros: he estado administrando mi tiempo e invirtiéndolo de diferente manera, haciendo muchas cosas y planeando otras.
Me gusta disfrutar de lo que leo, te comento que esta noche me dispondré a ello con calma y un café en ristre PERO no pude evitar adelantar que ese perrito de la foto ME ENAMORA.

Un abrazo y el café corre por mi cuenta.

Insumisa dijo...

P.S. espero que el de la foto no sea el Rufo. :(

Soros dijo...

Sí, Aldabra, hay ciertas fidelidades que se conservan. Lo mismo que se dan afectos entre gentes que no se conocen. ¿Quién sabe el porqué?
Bicos.

Soros dijo...

Me alegro, Insumisa, de que diversifiques tu tiempo. Eso quiere decir que ya vives ajena a un monotema.
Ese perro no es Rufo pero, ¿a que le pegaría el nombre?
Te abrazo a mi vez y gracias por el café.

Insumisa dijo...

Tengo tres preguntas: ¿qué sucedió con la cubierta inflamable de la cocina?
¿no te excomulgó tu mujer por lo sucedido?
¿pagaste el trabajo a pesar de los pesares?
¡Vaya!
Conozco mas de un Juanan por mi barrio... no veas las rabietas que me hicieron pasar por sus barrabasadas.

Soros dijo...

Te sonará ridículo o, tal vez, poco creíble, pero pasamos dos años guisando en la terraza. Hasta que ahorramos para una nueva obra, que ya no hizo el Juanan.
A mi mujer y a mí, amén de otras cosas, nos unen mucho las varias tontunas que, de común acuerdo, reconocemos haber hecho en la vida. Lamentablemente, no damos para más.
Pagué, pagué, y no recuerdo si le di propina porque, de fiar en los simples, no tienen ellos la culpa.
Pero, hablando de las obras en casa, incluso los expertos tienen a sacarte de tus casillas. Te aseguro, Insumisa, que mayores disgustos que el Juanan me los dieron otros que no eran tan simples.

Paz Zeltia dijo...

e fiar en los simples, no tienen ellos la culpa.

jo, que bien hablas, Soros...

(la historia me gustó mucho, dice mucho más de lo que dice, y esa tortilla, ay, esa tortilla..., porque ya he comido hace un rato, que si no me iba rápidamente a hacerme una, hace meses que no la como!)

Soros dijo...

No creas que hablo bien, Zeltia. Cuando escribo, hago lo que puedo pero, en directo, pierdo mucho.
No seas tan rígida en tu régimen. Una tortilla pequeñita de patatas y una ensalada no le hicieron nunca engordar a nadie. A menos claro que la acompañara de una bandeja de embutidos, una barra de pan y una botella de vino y, de postre, una caja de mantecados hojaldrados. ;-)
Bicos.