11 diciembre 2010

Señora tradicional busca nuevo amante platónico

Soy una mujer tradicional. Una mujer tradicional no tiene amantes, es más, no quiere amantes. Bueno, o a lo mejor sí. Pero esto no es el caso, que la cuestión es muy otra, que no voy yo por ahí que si yo esto, que si yo aquello, que si yo hubiera querido… no señor, yo no soy de ésas.
Pero, bueno, pongamos que a una le sale, por decirlo así, un admirador, un no sé, algo así como un ser servicial, un hombre que te mira como con una devoción en los ojos. Porque, hija, es que eso pasa. Todo platónico, ¿eh?, quede claro. Que, por mi parte, más allá de alguna sonrisa no ha habido, ni habrá, y ya ha sido mucho. O sea, quiero decir algo como idealista, como una cosa de cabeza, vamos, algo que una alimenta por, no sé, por distracción, por entretenimiento, casi por no molestarse en rechazarlo, o sea.
Y platónico siempre, porque esto es fundamental y hay que dejarlo establecido. Por mi parte, claro, que es que los hombres, hija mía, todos iguales. Que una, en todo caso, pues por sentirse deseada, por la cosa romántica, por esa emoción, por el calorcillo ese interno que se siente, por ese prurito, vaya, que no sé si me explico.
Que por lo demás no, ¿eh?, que por esas ansias, de eso nada, que una es muy señora, y una, sobre todo, sabe estar. Que una es una dama y de eso se percata cualquiera que me aborde con otras intenciones. ¡Buena soy yo! ¡Ordinarieces, ni una!
Pero, si una espera algo, es un poco de romanticismo, algo así como una ensoñación, una admiración en la otra mirada, un cierto arrobamiento en tu presencia, ¡ay, no sé!, ese algo especial que hace que un hombre te mire con carita de carnerín en el degolladero, que te diga con los ojos lo que le está vedado decirte con los labios, que se arrobe, que se aturrulle, que tu presencia le ponga nervioso, ¡ay, no sé, no sé si me explico!
Y a una, por qué no decirlo, le gusta un detalle. Para mí el detalle simboliza la finura. Porque una es una mujer y los detalles, de veras lo digo, van con una, como si dijéramos, con su idiosincrasia. Un detalle rinde a una mujer, siempre lo he dicho. Lo que no consigue la perseverancia, ni los halagos, ni las palabras con doble sentido dejadas al azar, ni las miradas encendidas, ni las cartas desbordadas de sentimiento, ni las insinuaciones más provocadoras… , no sé, lo consigue un detalle, una cosita, algo sencillo.
El detalle es el punto de mi i, tengo que reconocerlo. Porque otra cosa no tendré, pero darme cuenta de que un hombre te tiene en su mente, hasta el punto de mirar aquí y allá buscando lo que imagina que te gusta, hablando, no sé, por poner un ejemplo, con una buena media docena de perfumistas, o con cuatro ó cinco trajeados joyeros, o con algún pretencioso encargado de esas tiendas de alta costura, es que sólo imaginarlo me encandila. Adivinarles buscando, entre la creme de la creme, nada, un detallito, una cosa que, al final, no va a ninguna parte. Pues parece que no tiene importancia, pero eso me desarma. No sé, es que yo soy así, una sentimental. ¿Qué quieres? Una tiene su puntito, el de la i, sí.
Así que llega el otro día y se hace el encontradizo. El encontradizo, ¿eh?, que buena es una para quedar por ahí con nadie, ni por pienso. Y, claro, le vi que traía algo en la mano. Y, bueno, yo con el corazón a cien. Y va y se acerca y me dice:
- Toma, Clarita, espero que te guste.
Y, sin esperar mi respuesta, siguió la calle adelante contoneándose, con un aire torero, con una solvencia, con un meneito de codos, con una dejadez de manos al compás de sus muñecas, como dejando a sus espaldas un ahí queda eso… que, de verdad, es que lo cogí mecánicamente, como en un acto reflejo, y es que fue la sorpresa, la sorpresa tuvo que ser, que me dejó sin palabras.
Lo saco de la bolsa. Era una caja. ¡Ay, qué emoción! La desenvuelvo. Una caja de madera pulida y barnizada a muñeca. ¡Ay, con su cierre doradito! ¿La abro? ¡Ay, Dios mío, qué diría mi marido si se entera! Y, de veras lo digo, que estuve a puntito de no abrirla siquiera. Pero, hija, el detallito me perdió y sufrí como un vuelco.
Dentro me encuentro con una nota: “Como ando muy atareado, he preferido dejarte a ti la elección, Clarita. Con devoción. Arturo.”
Una tarjeta del Corte Inglés por un valor de 300 €.
Le devuelvo la tarjeta, mira si se la devuelvo. Esto no se le hace a una mujer. Vamos, que no se le hace ni a la propia. Y no sólo por ser tan tacaño y tan zafio, que un brillantito hubiera sido lo suyo, sino, sobre todo, por ser tan doméstico y tan cutre. ¡Una tarjeta del Corte Inglés, a quién se le ocurre! ¡Capullo! ¡Ni que estuviera tratando con una fregona! ¡Un chorizo como éste, que no tiene tiempo ni imaginación para hacerle un regalo de amor a una mujer, no merece compasión! ¡Ay, si por mi fuera!, con cuánta razón dijo aquel comendador de cuando Lope de Vega: ¡Nada, nada, no hay perdón, corto picha y al montón! ¡Hortera!

4 comentarios:

Metalsaurio dijo...

Sólo un pequeño apunte: En esta frase "que buena es una para quedar por ahí con nadie, ni por pienso" creo que se te ha colado un "por" demás ("ni por pienso").

Por lo demás, muy bueno, me ha gustado mucho, sobre todo el final...igual de inesperado para mí que para la tadicional y exquisita señora, jajaja!

Un saludo.

Insumisa dijo...

Práctico el tipo ¿eh?
Pero así son los tiempos que corren. Además ¿para qué se pone tantos moños la "tradicional" señora? Al final todo viene a ser uno y pan con lo mismo. El que se mete al agua, a menos que se llame Jesús y camine sobre el líquido. sale mojado.

Soros dijo...

Metalsaurio, gracias por tu comentario. Se ve que has leído el artículo con atención y de buena gana. Gracias también por esa puntualización. Puede que tengas razón, pero piensa que la mujer está hablando en una mezcla de lenguaje finolis y castizo. Sé que poca gente utiliza la expresión a la que aludes, sin embargo y si no me falla la memoria, ya se usó en el Quijote. Y, ya sabes, de vez en cuando me gusta utilizar alguna palabra o modo inusual.
No creas que me hubiera importado corregirlo, y te agradezco tu intención, pero en este caso la puse adrede.
Un cordial saludo y gracias de nuevo.

Soros dijo...

Cierto todo, Piel de Letras. Pero, ya sabes, es sólo un relato inventado para leerlo con humor, para sonreir, y, en todo caso, reflexionar sobre el gusto que tenemos las personas por eso que se llama nadar y guardar la ropa. Pero, ciertamente, existen juegos tontos que pueden llegar a convertirse en peligrosos o en dañinos.
Mi intención, en este caso, era el humor solamente.
Una sonrisa.