19 mayo 2010

Iniciación a la educación sexual

Mucho antes de que hubiera películas porno al alcance de cualquiera gracias a Internet, cordón umbilical que nos mantiene unidos con el mundo, y, antes aún, de que comenzaran los reality shows y los grandes hermanos gracias a las plurales cadenas televisivas que son escuela de democracia y ética, y, aún antes, de que la doctora Ochoa y otros eminentes sexólogos iluminaran con su ciencia nuestras partes pudendas, e incluso antes de que se conociera lo que los viejos conocimos como el destape, mucho antes, ocurrieron estos hechos. En suma, podría decirse que ocurrieron, cuando los abuelos, al tomar un café en el bar o en las pocas tabernas que tenían cafetera, y, por la cosa de matarle el bravío a tan fiero brebaje, le decían al camarero que les echase en él una peseta de coñá, entonces, sí señor, entonces fue cuando el Francia, que había estado en la misma de emigrante y sabía del asunto un güevo, encontró trabajo en el sanatorio.
El sanatorio, decía el Francia, era un chollo con lazo. Tuberculosos y tísicas estaban separados. Mujeres y hombres, cada cual en su pabellón, para que no hubiera sexo de género.
El sanatorio, aseguraba el Francia, era una bicoca en bandeja. Como los enfermos estaban aislados, pues sabían agradecerte cualquier recado o cosa que hicieras por ellos.
El sanatorio, le brillaban al decirlo los ojos al Francia, a partir de las ocho de la tarde, que se iban los médicos y sólo quedaban los enfermos y los cuidadores y, si acaso el médico de guardia, era el paraíso terrenal sin la bicha.
Llegado el momento, el ex emigrante, bajaba la voz y la ponía ronca y entonces, los cuatro amiguetes, que le escuchaban abstraídos, sabían que había llegado el momento del relato erótico, sexual, porno y salvaje del día. Era el porno hablado de la era tabernaria. E indefectiblemente, cuando el Francia acababa su salaz relato, añadía, para confirmar la veracidad del mismo, estas sabias palabras: “Mirad, las tísicas, es lo que tienen, cuando más jóvenes más cachondas están, porque como, por la cosa de la enfermedad, tienen una fiebre que no llega a ser alta pero que no se les quita pues, la que pasa, que están con el tempero de continuo y en un estado, que lo mismo es ponerles la mano encima, que te se entregan pero ya, con ansia.”
Y, claro, él, por las noches, siempre se pedía el pabellón de las mujeres y, si no con una, con otra; ésta quiero, ésta no quiero; noche sí, noche también. Que aquello era un sin parar.
- ¿Y no te da miedo que te contagien?
- Quiá, si les pongo un talego, que llevo en el bolsillo, en la cabeza.
- Y no se extrañan de que siempre quieras ir al pabellón de las mujeres.
- Quiá, si las noches no quiere hacerlas nadie. Al primero que se lo digo me lo cambia por el turno de día.
- Pero tendrás sueño por el día y los tiempos cambiados.
- Sí, pero jodo más que una mota en un ojo. Y, encima, me pagan cada semana. Eso, sin mencionar, que algunas me quieren como a un hijo. Y en mitad de un pinar, con un clima tan sano. Hacedme caso, trabajos como éste no los pilláis ni en Francia. Ni por pienso.

4 comentarios:

Metalsaurio dijo...

Hay que ver qué cosas aprende uno de las tabernas o, en su defecto, de tu blog, jaja!

Un saludo.

Soros dijo...

Lo que yo aprendo de los jóvenes sí que me sorprende, y me maravilla, a cada paso. Aunque me cuesta. Sí.
Saludos, Metalsaurio.

Paz Zeltia dijo...

Qué historia, sea real o inventada!
Lo del talego en la cabeza me ha dejado muerta.
Parecen tan lejanos esos tiempos de los sanatorios para tuberculosos, y en la generación de mis padres todavía se moría mucha gente de esa enfermedad. Ahora suena a cosa de otros mundos. Y lo eran.

y la erótica de la palabra sigue funcionando,non?

Soros dijo...

La historia es tan real como la enfermedad.
Y cada año en España aún se diagnostican unos cinco mil casos de esta enfermedad.
La erótica de la palabra es la que mejor funciona. Seguro.
Saludos, Zeltia.