01 febrero 2016

La Casa Zarrúa Cap.11

El ejército no puso obstáculos a los proyectos de Zarrúa. Pero la condición fue que el gobierno únicamente pagaría por los resultados. Si no finalizaban con éxito, tanto el proyecto fotográfico como el viario, y, por las razones que fuese, no se terminaban, serían las empresas las que correrían con las pérdidas.
Aquella vez, los militares, conscientes de la dificultad de ambos proyectos, habían actuado con cautela. Sabían de la dificultad de volar a baja altura sobre aquellas fragosas montañas y la facilidad con que un avión de reconocimiento podía ser alcanzado en incursiones constantes y reiteradas. Conocían también el acoso al que podría verse sometido un proyecto de construcción de una carretera que se internara en territorio hostil. En ambos asuntos tenían experiencia.
Al conocer estas condiciones el consorcio de empresas pidió asesoramiento al ingeniero Zarrúa, antes de tomar una decisión final.
Zarrúa comprendió que su informe podría ser determinante. Pero, consciente de que  ambas operaciones se realizarían sobre zonas de guerra, de las que él nada sabía aunque se esforzaba en aparentarlo, se puso en contacto con Abdel.
Aquella tarde, cuando llegó el bereber a la elegante suite del ingeniero, éste tenía todo preparado para agasajarle. No faltaba comida ni bebida e incluso Zarrúa vestía formalmente, como el que desea halagar a una visita prometedora. Ambos se acomodaron en sendos butacones pero, antes de que el ingeniero abriera la boca, Abdel dijo:
-Sabía que terminaría por llamarme.
-¿Cómo? –dijo incrédulo Zarrúa.
-Tiene usted un par de negocios entre manos. Seguramente pensó hacerlos sin más porque no me consideraba necesario. Ahora se ha dado cuenta de que mi consejo y, acaso, mi colaboración le sea imprescindible.
Tras rumiar las palabras del bereber unos segundos, entre la indignación y la sorpresa, el ingeniero reprimió ambos sentimientos y, sintiéndose en vergonzosa inferioridad, dijo, con toda la humildad que fue capaz de aparentar:
-Veo que estás bien informado. No sé cómo lo consigues. Y es verdad lo que has dicho pero, aceptado esto, pienso que ambos podríamos complementarnos, como otras veces, con el objetivo de llevar a cabo estos proyectos. Son negocios, son las cosas que a ti te interesan.
Y, antes de que el bereber respondiese, le expuso Zarrúa con detalle ambos proyectos así como las condiciones puestas por el Gobierno.
-Son proyectos muy arriesgados pero, al tiempo, los más lucrativos en que usted se haya metido nunca, siempre que ambos prosperen -contestó Abdel.
-Hablemos del primero: el avión de reconocimiento fotográfico.
-Creo que éste es más sencillo que el segundo. El asunto es convencer a los rifeños de que ningún ataque deben temer de dicho avión. No será difícil proponerles no gastar munición en disparar a un aparato que no les va a hostigar. Puede que imaginen la misión del aeroplano y, aunque no valoren demasiado su propósito, pedirán algo a cambio de no agredirle.
-Bien. Si es así. Lo dejo en tus manos, Abdel. ¿Qué me dices del segundo proyecto?
-La amenaza que representa para los rifeños es en este caso más tangible. Habrá que convencer a las cabilas por cuyos territorios pase, al ejército insurgente y, sobre todo, garantizar a los nativos un salario mínimo, quizás no tan bajo como el que la empresa constructora piensa darles. El punto más difícil, en su caso, será disuadir a los partidarios de algún morabito de que desistan de hacer la guerra al infiel. Pero, si ese vial lo consideran también provechoso para ellos, en algún sentido, podremos llegar a un acuerdo. Pero será difícil garantizar que, pese a todo, no se produzca algún pequeño conato de ataque. Aunque supongo que la protección del ejército lo paliará.
Apenas sin más conversación se despidieron y quedaron en verse un par de semanas después.


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