El ejército no puso obstáculos a
los proyectos de Zarrúa. Pero la condición fue que el gobierno únicamente
pagaría por los resultados. Si no finalizaban con éxito, tanto el proyecto fotográfico
como el viario, y, por las razones que fuese, no se terminaban, serían las
empresas las que correrían con las pérdidas.
Aquella vez, los militares,
conscientes de la dificultad de ambos proyectos, habían actuado con cautela.
Sabían de la dificultad de volar a baja altura sobre aquellas fragosas montañas
y la facilidad con que un avión de reconocimiento podía ser alcanzado en
incursiones constantes y reiteradas. Conocían también el acoso al que podría
verse sometido un proyecto de construcción de una carretera que se internara en
territorio hostil. En ambos asuntos tenían experiencia.
Al conocer estas condiciones el
consorcio de empresas pidió asesoramiento al ingeniero Zarrúa, antes de tomar
una decisión final.
Zarrúa comprendió que su informe
podría ser determinante. Pero, consciente de que ambas operaciones se realizarían sobre zonas
de guerra, de las que él nada sabía aunque se esforzaba en aparentarlo, se puso
en contacto con Abdel.
Aquella tarde, cuando llegó el
bereber a la elegante suite del ingeniero, éste tenía todo preparado para
agasajarle. No faltaba comida ni bebida e incluso Zarrúa vestía formalmente,
como el que desea halagar a una visita prometedora. Ambos se acomodaron en
sendos butacones pero, antes de que el ingeniero abriera la boca, Abdel dijo:
-Sabía que
terminaría por llamarme.
-¿Cómo? –dijo
incrédulo Zarrúa.
-Tiene usted
un par de negocios entre manos. Seguramente pensó hacerlos sin más porque no me
consideraba necesario. Ahora se ha dado cuenta de que mi consejo y, acaso, mi
colaboración le sea imprescindible.
Tras rumiar las palabras del
bereber unos segundos, entre la indignación y la sorpresa, el ingeniero
reprimió ambos sentimientos y, sintiéndose en vergonzosa inferioridad, dijo,
con toda la humildad que fue capaz de aparentar:
-Veo que estás
bien informado. No sé cómo lo consigues. Y es verdad lo que has dicho pero,
aceptado esto, pienso que ambos podríamos complementarnos, como otras veces,
con el objetivo de llevar a cabo estos proyectos. Son negocios, son las cosas
que a ti te interesan.
Y, antes de que el bereber
respondiese, le expuso Zarrúa con detalle ambos proyectos así como las condiciones
puestas por el Gobierno.
-Son proyectos
muy arriesgados pero, al tiempo, los más lucrativos en que usted se haya metido
nunca, siempre que ambos prosperen -contestó Abdel.
-Hablemos del
primero: el avión de reconocimiento fotográfico.
-Creo que éste
es más sencillo que el segundo. El asunto es convencer a los rifeños de que
ningún ataque deben temer de dicho avión. No será difícil proponerles no gastar
munición en disparar a un aparato que no les va a hostigar. Puede que imaginen
la misión del aeroplano y, aunque no valoren demasiado su propósito, pedirán
algo a cambio de no agredirle.
-Bien. Si es
así. Lo dejo en tus manos, Abdel. ¿Qué me dices del segundo proyecto?
-La amenaza
que representa para los rifeños es en este caso más tangible. Habrá que convencer
a las cabilas por cuyos territorios pase, al ejército insurgente y, sobre todo,
garantizar a los nativos un salario mínimo, quizás no tan bajo como el que la
empresa constructora piensa darles. El punto más difícil, en su caso, será
disuadir a los partidarios de algún morabito de que desistan de hacer la guerra
al infiel. Pero, si ese vial lo consideran también provechoso para ellos, en algún
sentido, podremos llegar a un acuerdo. Pero será difícil garantizar que, pese a
todo, no se produzca algún pequeño conato de ataque. Aunque supongo que la
protección del ejército lo paliará.
Apenas sin más conversación se
despidieron y quedaron en verse un par de semanas después.
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