28 abril 2017

Visita a San Salvador de Cantamuda


Los dos niños, de siete y nueve años, preguntan a la mujer y al hombre si se saben la historia.
No se la saben.
-Casi nadie se la sabe –dice el pequeño.
-Si queréis, os la contamos –dice el mayor.
-Y os enseñamos un oso y la cara del que hizo la iglesia –dice el pequeño.
Siguen a la pareja que, ansiosos, quieren dar la vuelta al edificio y tomar fotografías. Ella les hace caso, pero él no para de fisgar las piedras, ajeno a los niños, como si le faltase tiempo para verlas o como si pudieran escaparse, en un descuido, del ojo de la cámara.
-¿Has visto la cara del que hizo la iglesia? –dicen los dos niños a coro.
-No.
-Pues está ahí, en esa ventana –dice el mayor.
-Pero hay otra por detrás –apostilla el menor- y la puso para que todos supieran quién había hecho la iglesia. Aunque, ya veréis, era un poco feo.
Giran por delante de la espadaña y comienzan a observar el otro lateral. Hay una escalera de piedra que da acceso a una torre cilíndrica con una puerta cerrada. Los niños les siguen.
-¿A que no ves al oso?
-Sí, está ahí.
-¡Qué va, hombre, eso es un jabalí! Tienes que mirar a la esquina de arriba del todo.
El hombre obedece y, por fin, localiza al oso.
-Lo ves, si no te lo decimos te lo habías perdido.
El hombre y la mujer siguen dando la vuelta a la iglesia y, tras el ábside, dan con un cementerio. Los chicos detrás, sin quitarles ojo.
La mujer les pregunta entonces por la historia.
-Es que vais muy deprisa y así no se puede contar ninguna historia –dice el niño mayor.
-Bueno, pues nos paramos y nos la contáis –le contesta la mujer sonriendo y haciendo un gesto amable al hombre.
Se recuestan los dos adultos en el pasamanos que rodea la iglesia, en la esquina donde se junta con el muro del camposanto. Los niños se empeñan en subirse de pie a la barbacana y el mayor, más ágil, lo consigue. El hombre ayuda a subirse al pequeño. Repara, de repente, en que los niños son una aparición y que las piedras no van a evaporarse.
-Bueno, a ver esa historia –dice la mujer.
El mayor de los chicos comienza la narración.
-Esto era un conde que se llamaba Munio.
-Yo creo que se llamaba Nuño –puntualiza el pequeño- pero, bueno.
-El caso es que el conde, que era muy viejo, lo menos de sesenta años o así, se enamoró de una chica muy guapa pero que tenía veinte. Pero, como le gustaba tanto, se casó con ella.
-No, el conde era muy viejo –vuelve a puntualizar el pequeño- pero sólo tenía cuarenta o casi cincuenta.
-No, no, de eso nada, tenía por lo menos sesenta –impone el mayor su autoridad en la materia- Y, claro, pues no tenían hijos porque él era muy viejo y, y…bueno, que no podía ser. Y entonces el conde le echó la culpa a ella y empezó a mirarla mal y a regañar con ella muchas veces y a darle voces y todo eso.
-Y, además, le entraron celos también –añade el pequeño- porque ella era muy guapa y él muy viejo, aunque cazara muchos osos y otros animales carnívoros.
-Bueno, el caso es que un día se enfadó mucho el conde porque no tenían hijos y eso. Y la noche de ese día se enfadó aún más, porque había bebido mucho vino, y la echó de su castillo que estaba por ahí muy arriba en el pico de una montaña. Y sólo dejó que una sirvienta la acompañase en la bajada de la montaña con un caballo.
El pequeño no está de acuerdo, así que añade:
-Sí, pero la sirvienta, además, era muda y no le dejó un caballo, le dejó una burra vieja que, encima, estaba muy coja.
-Bueno, es verdad –dice el mayor- Se conoce que el conde quería que en aquella noche tan oscura, al bajar del castillo, cruzando por los precipicios, se despeñaran las dos con la burra y se mataran.
-Sí, pero además aquella noche –dice el pequeño como si lo hubiera visto- había mucha tormenta, con rayos blancos y mucha lluvia. Y el conde lo hizo aposta, del enfado que tenía, para que se escurrieran y se cayeran a un barranco muy hondo y se las comieran los lobos.
-Sí, es verdad, también lo de la tormenta –vuelve el mayor al relato, algo chinchado por el pequeño- Pero, por suerte o por lo que fuera, no les pasó nada y llegaron al pueblo sanas y salvas con la burra.
-Sí, pero es que, además, al llegar al pueblo la muda comenzó a cantar muchas canciones y todos dijeron que era un milagro verdadero –añade el pequeño.
-Claro, ya lo iba a decir yo, pero es que no me dejas terminar. Y por eso a la iglesia le pusieron el nombre ese tan raro de San Salvador de Cantamuda.
Parece que el pequeño ya no tiene nada que añadir. El mayor le mira un poco retador, como diciendo: A ver ahora qué se te ocurre, chinche.
Y el pequeño cavila un poco y dice:
-Sí, pero la burra se quedó coja, la pobre.

26 abril 2017

3.- Leyenda de las Liliths


María Vanesa de las Mercedes recapituló.
-O sea, que crearon a la mujer independiente e independientemente. Crearon a esa tal Lilith, que dices que se llamaba, y, luego, totalmente arrepentidos, otra que se suponía desalojada del costillar del hombre, la tal Eva. Vamos, una dependiente fraguada desde su origen, un apéndice la pobre, una subordinada nata, un pegote del hombre, un pispajo torácico, una arrimada, una sosa apegada, como una tonta, al pecho que la vio nacer. Vamos, los corruptos haciendo leyes de transparencia. Talmente lo mismo. Y luego decimos de la mujer musulmana, si es que sois todos iguales.
Y su amigo Paco se lo volvió a explicar, tratando de que la Vane no se pusiera de manos:
-No señor, lo que pasa es que la Lilith, la mujer original, les salió mal. O sea, que físicamente les salió muy bien, entiéndeme, que era una real hembra,  pero, mentalmente, era independiente la jodía. En consecuencia: fracaso total.
La Lilith parece ser que iba a su aire, cosa que hacía también Adán  sin que nadie le llamara al orden. Pero como tanta libertad no convenía porque, a saber, ¿para qué sirve la libertad? Pues para discrepar, para ser distintos, para romper la uniformidad, para evitar la ortodoxia, para no seguir el mismo camino, para mear fuera del tiesto y para muchas otras cosas que, en términos religiosos, eran pecado y, en términos sociales, eran delito, pues la creación de la Lilith fue un fracaso. Ni más ni menos.
Si para pecar y delinquir ya estaba el hombre, sólo faltaba que le animara una mujer tan independiente como él que, encima, pecara y delinquiera a su aire o, en el mejor de los casos, le diera ideas. Pues no. Se ve que la libertad no convenía y bueno, puestos a darla, se la dieron al hombre, pero así, a dedo, como a los contratistas. Hala, majo, que, aunque seas un incontrolado, va en tu naturaleza. Y los tíos tan pichis, todos campando por ahí como primos de Dios.
Las Evas a cuidarlos y a mantenerlos en el redil de la creación ordenada, de lo moralmente viable, de lo éticamente sostenible, de atraerlos al redil del arrepentimiento y del perdón. Vamos un equilibrio, una obra de arte de la ingeniería social.
En consecuencia, de la Lilith nunca más se supo, que para eso era una tía independiente y que no se prestaba a componendas. Hala, castigada al anonimato bíblico. Pero a la Eva, pobrecilla, todas las desgracias se las endilgaron. Que si, encima, fue la que engañó a Adán, con lo de la manzana digo, que la pobre no tenía más alcances ni mucho donde elegir. Pero, vamos, que si miramos, a partir de ahí, a las descendientes de la Eva les cargaron con todo. Principalmente con la cosa de la misma descendencia y la vida hogareña. Qué coñazo. Y, fíjate, que con esta última expresión de tedio, tristemente sexista, ya se referían a Eva. Cuidado que lo tenían claro.
En cambio de la Lilith nunca más se supo. Esa no interesaba, era un mal ejemplo. Y todo por qué, porque hacía, por lo visto, lo que le daba la gana. Ni madre, ni mujer hogareña, ni paridora de hatajos de hijos, ni compañera, ni administradora, ni cómplice, ni acogedora, ni laboriosa, ni leches. Una tía independiente que iba por ahí desafiando a los hombres y tocándoles los mismísimos códigos éticos y sociales. Una holgazana, una burladora, una vividora y una tirada que, sin apego a los hombres -salvo algún ratillo entretenido- se lo montaba de puta madre (teniendo siempre fama de lo primero sin ser casi nunca lo segundo). Qué vidorra. Se lo montaba de cojones. Esta última expresión de gozo también es alegremente sexista como todo el mundo sabe. Y, sobre todo, vivía al margen del hombre, monopolizador de la libertad, y eso sí que no podía ser.
Dicen, en confianza, las malas lenguas de los enteradillos bíblicos que la Lilith fue la primera mujer de Adán y, aún en voz más baja, la primera señora que hizo uso del divorcio, de la separación o del más natural, por entonces, “¡ahí te quedas, pichón!”. Pero que, como Adán no podía con ella de ninguna manera, o sea, de ninguna, pues que hubo de creársele otra de su propio cuerpo, como de encargo, por ver si así dominaba a su pareja y seguía siendo el rey de la creación. Vamos, que le hicieron otra casi a la medida, como un primer intento mixto de cirugía plástica y clonación, o sea, como el que le corta un traje pero de la propia carne.
Porque lo que es la Lilith, ¡cómo les salió!, ¡cómo les salió la Lilith! Menuda loba, solitaria o acompañada.
Hasta algunos, con muy mala leche, dicen que Lilith es el nombre de una diablesa, que ya es el colmo del descrédito, vamos como si la hubiesen publicado en sálveme Dios decir las radios, las teles o en los mismísimos sermones de algunos obispos positivamente negativistas de cualquier evolución. Las gentes de orden, que por lo visto son tan antiguas como el mundo, si no más, pues hay quienes dicen que incluso lo fundaron, no la podían ver ni en pintura, ni en el resto de las artes plásticas.
A las Evas más conocidas de la Historia, para acreditarlas, pues cogieron y les llamaron mujeres fuertes de la Biblia pero no por su independencia, que de eso nada, sino porque, además de cumplir con su papel tradicional, todas tuvieron tiempo para hacer alguna barbaridad. Eso sí, heroica.
Así que casi todo el género humano somos descendientes de las Evas, que eran las más predispuesta a criar. Algunos hay que lo son de las Liliths pero, de estos, casi ninguno conoció a su madre, como no le diera por buscarla cuando se hizo grande. Y si la encontró fue a fuerza de fuerza, que las Liliths siempre han sido de estarse poco quietas. Y no lo digo sólo por el triquitraque promiscuo y divertido que tanto les gustaba, sino porque eran de naturaleza errante. Esa misma promiscuidad de las Liliths se veía en los hombres como cosa propia de su naturaleza. En la Biblia no se cortan, todos tenían esclavas, concubinas y una mata de esposas por si se aburrían, pero consideraban vicio nefando esta actitud cuando se trataba de sus santas costillas. A las Evas las querían para casa, las Liliths eran otra cosa.
¿Qué? ¿No te crees esto? Pues peor para ti. A ver, ¿qué quieres? ¿Ejemplos?, ¿pero ejemplos concretos y prácticos? Pues me sobran. Ahí va uno:
Entre otras, por ejemplo, las tías que anuncian las colonias y los perfumes son Liliths. Por eso hay tan pocas y casi todas hablan otras lenguas o la nuestra con un acento super extranjero.
Si las mujeres que vendieran aromas fueran Evas, veríamos orondas o, al menos, redondeadas madres rodeadas de niños, amamantando rorros, acompañadas de hombres de mirada ausente con sobrepeso o, al menos, con barriguita cervecera. Ellas haciendo papillas en la cocina y ellos arreñalados en sofás frente a la tele, con un bote de cerveza en la mano y tres o cuatro vacíos sobre la mesita que, a modo de altar de las ofrendas intelectuales del hogar, hay delante de la aplanadora pantalla plana. Naturalmente, viendo el fútbol con camisetas roturadas con los nombres de sus eminencias los talentos del balompié mundial.
Sí, Eva, bonita, échate, échate ese seductor aroma de Parbouche de Fior y habla con acento extranjero y con voz ronca que, con el olor de las vomitonas, las cacas de los niños y las efusiones gaseosas del marido (que la cerveza abre víscera), ibas a vender tú cabecitas de hostias aromatizadas. Menuda exótica evocación la del pestín hogareño. Ninguna mujer, de las de los perfumes, es una Eva. Eso que te quede claro. Vamos que ningún hombre identifica a “su mujer” como a una anunciadora de perfumes. Ni por pienso. Sólo faltaba eso.
Desengáñate son las Liliths las que venden la colonia. Las han rehabilitado los publicistas, que son unos linces en Historia Sagrada, para la modernidad.
Una Lilith puede ser una mujer aparentemente comedida, metódica, minuciosa, siempre serena, sobria, educada pero distante, una mujer que sabe estar y en ningún momento olvida quien es. Vamos, casi una dama victoriana por encima del vulgo vulgar. Una Lilith emana distancia y misterio. Es algo tan exótico, inalcanzable y fascinante como la verdad en boca de un político. ¿Estamos?
Bien.
Sin embargo, en un momentín dado, le sale la fiera esencia que lleva dentro. Desvela una libertad que pone al homo contra las cuerdas. Claro que no soy “tu mujer”, imbécil, ni la de nadie, yo soy la homa, el femenino del homo pero no su propiedad. Y va la Lilith y se desliza displicentemente entre torsos desnudos de hombres atarzanados, les mira con aires de conocedora, les rechaza displicente o les sonríe prometedora y sibilina. A la altiva Lilith le encanta soñarse tiradaza entre cojines, bañada en aromas, ansiada por los Adanes que, como tales, beben los vientos de su estela, mientras ella enseña garramen entre las gasas sutiles de vestimentas volátiles y no disimula, en su lúbrico reboce por el santo suelo, los insinuantes encantos de todos los golfos del Sudán, el apretado canal del Tetuán y todas las protuberancias y depresiones venusianas.
A ninguna Eva se le permitiría tal desparrame. ¡Sacre Bleu! Como mucho, tacones, traje llamativo y pamela en las bodas y para de contar.
¿Te vale? Pues si no lo entiendes es que estás tonta. Con perdón, María Vanesa de las Mercedes.
-¡Jodá masho tú! Ahora me explico por qué pasa lo que pasa, si es que nos la urdieron desde el Génesis, anda que no ni na. Y las Liliths de publicistas, no, si ya decía yo que las modelos no eran de este mundo. Calla ya, Paco, no me cuentes más que me estás descomponiendo –dijo la Vane.
-¿Cómo que no te cuente más?
-Pero qué machista y qué cabrón. Y te lo digo desde la tolerancia y el respeto. Pero es que, quis, quis, quis, quis, te abofitiaba pero ya, en tiempo real–dijo la Vane.
-Calla, mujer, que ya sé yo que, por mantener la paz, tengo, a veces, incluso que ceder de mis derechos. Pero la verdad, lo que es la verdad, no tiene más que un camino.
-Que te calles ya, Paco, que te la estás buscando sin conocimiento.
-¿Callarme yo? Y si quiero canto otra.

FIN

16 abril 2017

2.- Más sobre Eva y Lilith


-Huy, huy, hoy, hoy, hoy, pero qué mal me huele todo eso. Pero, ¿qué me estás contando, pisha? –dijo la Vane, o sea, María Vanesa de las Mercedes.
-Ya te digo –dijo Paco, positivamente sobrio y lacónico.
-Tú lo que eres es un catacaldos, un enteradillo, un correveidile, un zascandil, un mindundi, un gaznápiro que va por ahí oliendo y cogiendo ideas de cualquier sitio para dártelas de listo. Apuesto a que te has inventado todo eso. Cuentista, amigo de lo inútil, abrazafarolas, jarrón boca abajo, tonto los co… ¡Tontilán!
-¡Qué poquito me conoces, Vane! Lo que te he contado es la más positivamente cierta de las verdades conocidas, te lo juro por mis niños. Y ya sabes que no me gusta exagerar. Y lo que acabas de decirme no te lo tendré en cuenta, porque dudo de que te conste con positiva certeza y porque sé que lo dices desde el cariño, la tolerancia y el respeto.
-O sea, que hasta en la Biblia se venden embrollos y posverdades. Que van los eruditos esos en el asunto, o sea, en el temita ese del Génesis y primero dicen que se creó al hombre y a la mujer, a la vez pero a cada uno por su lado, como si cada uno fuera un ser humano diferente y con su propia idiosincrasia. Esto lo tiene que saber mi Pepe, pero ya.
-Ya te digo.
-Pero luego los del Génesis, sin causa justificada, van y se arrepienten. Resulta que a la mujer, en adelante mencionada como Eva, la sacan de una costilla del hombre, al que ya, por las razones que fuera o por sus tendencias, le motejan de Adán (detalle a considerar) ya desde la noche de los tiempos. Vamos, que hasta en la Biblia se produce un parcheo paleorreligioso para enmendar la plana a la idea original. ¡Huy que manejantes los biblieros, pero qué malos y qué perros! ¡Anda que no ni na!
-Pues eso dice el Génesis. Te pongas como te pongas. Vamos, no lo dice así, lo dice en otros términos, pero lo dice. Ya te digo. Como me llamo Paco.
-¿Oye, y cómo se llamaba la primera mujer, tío listo, esa que era independiente del hombre? –dijo la Vane, irguiendo el busto y poniéndose en jarras.
-Dicen que se llamó Lilith, acabado en th fricativa dental sorda.
-¿Lo qué?
-Vamos, como una z final que no se oye más que casi una mijita. Y cuidado con no morderte la lengua en el intento.
-¡Ondiá! ¿Y el primer hombre, ese que crearon con Lilith, cómo se llamaba ese maromo? –preguntó la Vane, tras fricarse con los dientes un par de veces la dental sorda.
-Aliquindoi, Vane, a lo que sigue. No hay noticias seguras de su nombre. Está todo muy confuso. La historia, a veces, es un conundrum impenetrable y, a la vez, sin salida. Sin embargo, muchos sostienen que Lilith, cuando vio las pretensiones de aquel primer hombre, tomó las de Villadiego y le dejó plantado por déspota y por abusón. Fíjate que hasta en las relaciones sexuales se empeñaba en estar él siempre encima y que la Lilith dijo que ni hablar, que no estaba dispuesta desde el principio de los tiempos a llevar ella encimaza el peso de todo. Vamos, que se lo vio venir. Que la Lilith, dicen, era una mujer positivamente muy intuitiva.
-¡Papo, con el quenandrem ese! ¿Y qué hizo el primer hombre cuando la Lilith se largó?
-Pues, qué iba a hacer, como la Lilith no atendía a razones, se quejó a Dios amargamente. Le dijo que estaba solo y que se sentía muy desgraciado y que, además, no tenía suerte con las mujeres.
-¡Chivato, asqueroso, pelota, agonías, lameculos, bocachancla! ¿Y Dios qué le dijo?
-Como Dios le quería mucho, le dijo: ¡Ay, ay, ay, hijo mío! No te preocupes, Hombre, te haré otra que te obedezca un poco y que no te dé estos disgustos tan morrocotudos.
-¡Anda, muy bonito! ¿Y a la Lilith qué? ¿No le hizo otro hombre menos mandón? ¿Un yogurín amoroso, conciliador y aseado, o algo así?
-Pues no, porque la Lilith no se quejó. Que no era ella de las que iban por ahí lloriqueándole a nadie y menos al Supremo Hacedor, por muy Dios que fuera. Que era ella muy independiente, muy impulsiva, mu arrechante y mu suya.
-O sea, que el segundo hombre creado era en realidad el primero.
-Eso parece, aunque no se descarta ninguna hipótesis. Aquí hay que andarse con mucho tiento, ya sabes, por el asunto del conundrum. Pero la cosa es que Dios, que siempre ha sido muy bueno, viendo sufrir tanto al hombre, viéndole tan desamparado, tan solo, tan inútil y tan poquita cosa, decidió hacer una ñapa por amor a su criatura recién creada. ¿Con quién iba a procrear Adán si la Lilith se le había marchado hecha una fiera? Así que tuvo que hacer un pequeño embrollo para sacar adelante la Creación como Dios manda, o sea, como mandaba Él. Vamos, una chapuza que sólo se les escapa a los ojos miopes o distraídos, históricamente hablando. Como la Lilith no se prestó a ello, pues le hicieron al hombre una mujer de una de sus costillas para ver si con esa sí que se hacía.
-¿Y le salió a Dios bien la segunda?
-Ya lo creo, shosho. A los pocos meses Yavé Dios le preguntó a Adán: “Dime, Adán, Adancito, hijo mío, rey de la creación, así en confianza, entre nosotros: ¿Cómo te va con la nueva compañera que te saqué del costillar, machote?” Y Adán, destilando hemorragias de felicidad en la mirada, le contestó pletórico de gozo al Creador: “¡Oh, mi señor Yavé! Me  va muy bien, no puedo pedir más, soy el puto amo del Paraíso y, además, ¡oh, mi Creador!: ya la tengo preñadita del to. Eres el primero en saberlo, ¡oh, mi Dios mío! Ah, y además, otra cosita te digo, ¡oh, Creador mío de mis entretelas!: La Eva, mu relimpia y ni una voz. Señor: eres el más grande.”
Y el Creador se quedó tan contento y se sintió una mijita orgulloso de su obra y, viendo a Adán tan campante, dijo, con condescendencia, eso de: “¡Hala, hala, a procrear y a llenar la tierra, que das más guerra que un hijo negativamente listo!”

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08 abril 2017

1.- Eva y Lilith


En el primer capítulo del Génesis se dice: “Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creo, macho y hembra los creó.”
He aquí una creación simultánea de la mujer y del hombre, ambos a imagen de Dios pero dos seres distintos de la creación. Algo así como los dos platillos diferenciados de una misma balanza en equilibrio, símbolos cada uno de la igualdad. Dos seres independientes y diferenciados, cada uno con su propio peso y personalidad. Y la creación del hombre y la mujer me pareció muy bien. No en vano la hizo el Supremo Hacedor, insistiendo dos veces en que los creó a su imagen. Vamos que la cosa le quedó niquelá.

Sin embargo, algo que ignoramos debió de ocurrir poco tiempo después pues, sin que se den explicaciones, en el segundo capítulo del mismo libro, Dios, por lo que quiera que fuera, se vio obligado a crearlos de nuevo. Pero, esta vez, lo hizo de otro modo.
Primero creó al hombre:
”Entonces Yavé Dios formó al hombre del polvo de la tierra, le insufló en sus narices un hálito de vida y así llegó a ser el hombre un ser viviente.”
A partir de esta nueva declaración divina  comenzaron mis dudas.
¿En qué quedamos? Si ya había creado al hombre y a la mujer, ¿por qué crea de nuevo al hombre? ¿Es que se le estropeó el primero? ¿Acaso se arrepintió de haberlo hecho a su imagen y, más realista, hizo después otro de polvo para que fuera un poco más frágil y menos orgulloso?
Seguramente nunca lo sabremos por esa costumbre que Dios tiene de ser tan hermético y de no dar explicaciones. Un comportamiento que no sé yo de qué me suena.

El caso es que luego le puso en el jardín del Edén junto con todos los otros maravillosos seres animales y vegetales. Pero hete aquí que Yavé Dios dijo: “No es bueno que el Hombre esté sólo, le haré una ayuda semejante a él.”
Es a partir de esta reflexión divina, cuando empiezan a asaltarme las sospechas. Primeramente porque es la primera vez que Dios se refiere al Hombre con mayúscula, detalle que, como a cualquier buen lector, no me pasa desapercibido; y, en segundo lugar, porque el Creador califica de “ayuda” lo que piensa hacerle para que no esté solo, o sea, para que lo acompañe.
Y de nuevo me asaltan, con éxito, las dudas. ¿Es que no había suficientes seres vivos en el Edén para que acompañasen al Hombre?

Y mis temores se confirman cuando poco después, y en el mismo capítulo se dice lo siguiente:
“Entonces Yavé Dios hizo caer sobre el Hombre un sueño letárgico, y mientras dormía tomó una de sus costillas, reponiendo carne en su lugar: seguidamente de la costilla tomada al hombre formó Yavé Dios a la mujer y se la presentó al Hombre, quien exclamó: Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne, ésta será llamada varona, porque del varón ha sido tomada.”
Ya, decididamente, Dios menciona dos veces al Hombre con mayúscula y hace a la mujer de una de sus costillas, tras un sueño letárgico como el de una operación quirúrgica.
¿Qué fue de la primera hembra que Dios hizo, creada también a su semejanza?
Algo raro y desconocido tenía que haber pasado.
Y esta creación segunda de la mujer, por los términos empleados, o sea, hacérsela de una costilla y todo eso, me suena a dependencia de la mujer hacia el Hombre y más cuando el Hombre dice que será llamada “varona” porque del varón ha sido tomada. Que es casi como decir: Ésta es mía.
Todo esto, la verdad, empezó a sonarme raro, bueno más que raro, a sonarme mal, bueno, muy mal.
Y además, luego, cuando se la presenta al Hombre, aparecen en boca de éste estas palabras que le traicionan (el lenguaje, a veces, es muy traicionero y, sin pretenderlo, damos mediante su uso las claves de nuestro comportamiento): “Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne, ésta será llamada varona, porque del varón ha sido tomada.”
Cómo que ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne… ¿Cómo que ésta sí? ¿Es que había habido antes alguna otra que no cumplió con sus expectativas?
Parece que sí. Y tuvo que ser la primera, cuál si no.
Todo muy sospechoso. Vamos, yo creo, que un misterio y de los gordos.

A lo largo de la historia, y aún hoy, hay algunos varones malintencionados que, a la vista de todo lo anterior, sostienen, con un punto de superioridad, que la mujer fue el único ser vivo que necesitó ser creado dos veces hasta que, a la segunda, a Dios le salió bien. Olvidan, sin duda tendenciosamente, que el hombre (con mayúscula o sin ella) también fue creado dos veces, si hacemos caso a estos escritos.
¿Qué necesidad tenía Dios de crear al hombre y a la mujer dos veces? Sobre todo teniendo en cuenta que Dios siempre se ha caracterizado, como la industria alemana, por hacer las cosas bien a la primera.
Muchos consideran esto el primer descrédito para  la marca “Dios”.

Pero estos obstinados manipuladores sostienen que si bien al principio Dios creó al hombre y a la mujer simultáneamente y como dos seres independientes, vio después que la cosa no había resultado. Inmediatamente, se puso a enmendar su error creando de nuevo sólo al Hombre para después sacarle a la mujer de una de sus costillas. De este modo consideran a la mujer un ser, ya desde su origen, dependiente del hombre.
Lamentablemente, como Dios no les ha sacado de su error, ellos no lo tienen por tal y, por increíble que parezca, hasta hoy en día, sin ir más cerca, tienen a la mujer por su propiedad.
Estos individuos, sin ningún rubor, sostienen que la mujer es el único ser vivo que hubo de ser creado dos veces. Hasta a Dios, la primera que hizo, le salió mal, apostillan con mucho cachondeo. Y, como ni siquiera Dios puede cambiar lo que ya ha sucedido, pues cogió y no tuvo más remedio que hacer otra nueva. No hubo otra solución.

Todo esto le dijo Paco a su amiga María Vanesa de las Mercedes. Así le habló en tiempo real, o sea, ahora, en nuestros días. Vamos que se lo soltó a la cara hace un momento.