29 noviembre 2017

Cobijo, cariño, comida.


Cobijo, cariño, comida. Dicen que son las cosas que una persona necesita para vivir.

Carmen disfrutaba lúdicamente cuando iba variando de situación espacial, al suave y lento ritmo de sus extremidades inferiores, mientras los segundos discurrían como si sus pies los fueran marcando. O sea: paseaba.

¿Cuál es mi cobijo? ¿Será, acaso, en sentido amplio, este país mío al que tanto amo?
¿Cuál es mi cariño? ¿Será, acaso, el que recibo de mis conciudadanos (y conciudadanas), zambullidos todos (y todas) en esa solidaridad que a todos (y a todas) nos hermana?
¿Cuál es mi comida? ¿Será, acaso, la que todos (y todas) producimos en las diferentes ocupaciones que nos amalgaman en la cosa del bien común y que a todos (y a todas) proporciona sustento?
Y, si estas cosas son así, ¿por qué no soy feliz? ¿Por qué no me siento libre? ¿Por qué vivo en este desasosiego? ¿Quién o quienes se conjuran contra mí?

Puede que se trate del cobijo. Nuestro país es la casa nuestra aunque, por las noticias que a diario emanan de los juzgados, para algunos (y algunas) parece más la “Cosa Nostra”. ¿Será veleidoso creer en un nuevo país limpio de corrupción?
¡Qué terca es la Historia! Oye, que ni uno, ni de los viejos, ni de los existentes. ¿Será presuntuoso que mis conciudadanos (y mis conciudadanas) y yo intentemos encontrar, o mejor, crear y creer esa utopía? La idea es tentadora y hermosa y merecería la pena dar la vida por ella. Pero, para esto, necesitamos la independencia. Miraos todos (y todas) en los países independientes.
Claro que hay países independientes donde la gente no es libre. No sé yo si la independencia, al final, sirve con seguridad para algo y si, ese algo, será mejor o peor. Ninguna garantía.
La Historia, os juro que no he visto nada más desmoralizador. Me entra un pesimismo y así como un coraje. La Historia es un coñazo. La madre (y quien quiera que colaborase con ella) que parió a la Historia.

Vale. Pero, ¿y el cariño? Ese sentirnos todos (y todas) un único cuerpo, una única mente, una sola voluntad en pos de la idea sublime, casi mística, iluminados (e iluminadas) por una naciente estrella nueva y rutilante que alumbre un futuro glorioso. Os juro que la idea es una pasada, un auténtico alucine polícromo, me ahogo de emoción, por el Niño Jesús os lo digo. Qué hermandad, qué conjunción, qué comunión, qué fe en un futuro nuevo y deslumbrante. No ya las penínsulas ni los continentes, sino el orbe entero abrazará, el día que la entienda, la grandeza de nuestra original idea de una patria nueva.
Y, lo que es más, nuestro discurrir hasta ella con esta deportividad (mismamente fair play) tan nuestra (nuestro), de ese modo tan pacífico, lúdico, festivo y simbólico, con nuestros generosos corazones puestos en la gran bandeja común, ofreciendo nuestro amor a todo el mundo conocido con el que compartiremos nuestra dicha y al que regalaremos la excelsa calidad de nuestra idea inédita.
Pero maldita Historia, parece que hay precedentes, que lees y repasas datos y ves que: a la más mínima, lo lúdico se convierte en fúnebre, lo festivo en trágico, que lo pacífico deviene, en un segundo, en belicoso. Pero, por favor, qué necesidad tenemos de la Historia, es un manual secular de pésimos ejemplos. Toda plagada de hostialidades (sorry, hostilidades). Debería dejar de enseñarse en las escuelas, de estar al alcance de los niños (y de las niñas), nosotros queremos otra cosa, hombre (y mujer). Un poquito de alegría, por favor. Una cosa tan triste debería de estar oculta y censurada, es un freno para el libre albedrío de las personas puras, honestas y bondadosas. Un compendio de ejemplos tenebrosos. Un antídoto contra la felicidad. Vamos, un asquito.

La comida al menos no nos la quitará nadie. Porque la comida sale de la tierra y a la tierra nadie puede moverla de su sitio. Al menos, por ahora.
Industria, servicios… zarandajas. A veces pienso que esto es una conjura contra nosotros todos (y nosotras todas). Una persona con poquito se apaña. Si me tiras de la lengua, lo que nos sobra son tantos bienes de consumo, tanto afán por viajar, tanto con la modernidad, tanto con el progreso, tanto con la cultura, tanto con la economía… y todo con vocación universal y globalizadora, olvidando a las minorías a las que tanto respeto se les debe. Devoción, verdadera devoción es lo que deberíamos sentir por las minorías.
Vamos que, con todos estos precedentes, es un milagro que España sea un país independiente, ¿cómo?, casi un atraso. Ya está dicho. Y, encima, que por ahí no nos comprendan y nos miren por encima del hombro.

¿Qué queremos? ¿Ser algún día como España? Bonito panorama. Para ese viaje no necesitábamos alforjas. No te digo.

20 noviembre 2017

Intríngulis de la liebre


Pues sí, lo que sé sobre las liebres me lo enseñó el Colás. Ya sabes, fue pastor desde niño y, con el tiempo, se hizo cazador. Cazaba de ordinario en lo libre pero, con más frecuencia, en los cotos, siempre de furtivo. Por eso era un cazador solitario. El veneno del furtivismo, una verdadera vocación, le acompañó siempre. Y lo practicó de todas las maneras, ejerciéndolo ya fuera en terrenos prohibidos, ya en épocas de veda, ya coincidiendo ambas circunstancias. O sea, sin respeto a espacios ni tiempos, pero con absoluta devoción a su libre albedrío. Era un furtivo muy completo, un precursor de la libertad y del derecho a decidir, una auténtica escopeta negra. Vamos, una alhaja.
Un día, el sargento de la Guardia Civil de su pueblo, le pilló con la escopeta en mayo.
-¡Tú tenías que ser, Colás, qué haces con la escopeta en este tiempo!
-¡Mi sargento, la llevo pa mi defensa!

No sé por qué lo hizo, porque ya te he dicho que era un solitario. Pero, andaría yo por los dieciocho años y él por los cuarenta y alguno, cuando aceptó que le acompañara a cazar. Iba a decir que me dejó cazar con él, pero eso sería mucho presumir, pues yo, por entonces, no tenía ni idea, ni sabía de los animales ni de sus querencias y, además, cuando me vio tirar, el Colás dijo:
-Papo, galán, no tienes tú que sembrar los restrojos de perdigones. No le pegas a una sotana en un montón de cal.

Hoy, si no te importa, vamos a caminar por los lugares donde sé que les gusta a las liebres ampararse estos días que sopla el norte, este zarzagán que tanto molesta, que quema las mejillas, hiela las manos y hace rielar el agua de los charcos y llorar los ojos.
La gente dice que la liebre puede estar en cualquier sitio y eso es verdad, mas no en días como hoy.
Pero hay que distinguir dos casos.
El primero es que, incluso en estos días fríos y ventosos, si una liebre ha huido de su encame levantada por un cazador, por un perro o una zorra, puede estar refugiada ocasionalmente en cualquier sitio. Así que, en ese caso, no valen reglas.
El segundo, consiste en buscar la liebre en su querencia con este viento frío. Buscar con intención de encontrar. Y para eso hay que ir con conocimiento.
-Sarvi, ¿a que no sabes por qué los cazadores buscan las liebres?
-Porque quieren cazarlas, ¿no?
-No, porque no saben dónde están, gelipollas –se cachondeaba de él, como siempre, el Colás.

La liebre, como sabes, no tiene madrigueras ni se mete en agujeros. También come durante la noche, a partir de la caída de la tarde. El día lo pasa encamada sesteando. Y, como la buscamos durante el día, hay que mirar las solanas a resguardo del viento.
-¿Y todo eso te lo explicó el Colás?
-No. El Colás sólo me dijo que me acordara siempre de que la liebre es mu friolenta.
-¿Y por qué la liebre no busca refugio en agujeros como los conejos?
-Es por la sangre. La liebre tiene un sistema circulatorio muy potente, tiene mucha sangre en comparación con otros animales de su tamaño (por eso tiene la carne tan oscura) y un corazón grande capaz de bombear esa sangre cargada de oxígeno a gran presión. Por eso es capaz de regular su temperatura durmiendo al raso y por eso, junto con la ligereza de sus huesos, es capaz de correr a  una velocidad que ronda los 70 Km/h. Digamos que, lanzada, puede rozar los 20 metros por segundo. Un verdadero torpedo a ras de tierra.
-¿Eso también te lo explicó el Colás?
-No. El Colás sólo me dijo que la liebre era un animalito mu sanguino.

Ahora comprenderás por qué estamos buscando los mejores abrigos naturales. Hemos de ir despacio, zigzagueando, mirando matas, macizos de aliagas, apretones de biércoles e incluso entre las lascas de piedras verticales, que también suelen servir de parapeto a sus encames.
-¿Y por qué se levantan cerca o, a veces, casi de los pies?
-Ya te digo que están sesteando y su mejor defensa es el mimetismo con el que se confunden con su encame. También su instinto, desde que son farnacas y carecen de olor, es el de estarse quietas, convertidas en piedras. Sólo si el perro las detecta o te metes encima se levantarán. Por eso hay que ir despacio y como a la deriva y nunca en línea recta en su búsqueda. Hay, incluso, quien desarrolla una gran habilidad para verlas en la cama.
-¡Sarvi, que la veo, que la veo!
-No me vaciles, Colás. Que aquí no hay nada.
-Pero, mírala, qué ojos te echa, galán. Que la tienes a tres metros, que te va a comer. Que está diciendo: “Sarvi, no me mates”.
-Déjate ya de cachondeo, Colás.
-Papo, Sarvi. Ves menos que una picha escayolá.

Cuando la liebre salta, hay veces que sale rebrincada, con la orejas tiesas y quebrando las matas o regateando al perro. En esos casos hay que reportarse, esperar a que se eche las orejas al lomo y enderece. Otras veces sale rectilínea directamente de la cama. Si le tiras mientras quiebra es fácil que falles; si le coges los puntos cuando haya enderezado, tienes más probabilidades de hacerte con ella. Pero también depende de la visibilidad que tengas al tirar. Así que en dos o tres segundos, a lo sumo, tendrás que decidir. Luego, ya se te habrá puesto a más de cincuenta metros o puede que ni la veas entre la fusca.
-Sarvi, las cortao las orejas. Pero, papo, búscalas pa una sopa. ¡Coponario, qué malo eres, galán! ¡No tenemos na en casa con este hijo! ¡Es que no sabes que estos animalitos se comen! ¡Qué poquita hambre has pasao tu de pequeño!

Además, otro punto que hay que tener en consideración, es que la liebre está en celo, a diferencia de otras especies, la mayor parte del año. Especialmente en esos periodos del anticiclón de invierno en los que, pese a los hielos nocturnos, los días son soleados. No es raro que las liebres se apareen en días benignos como ésos. Te conviene saber que el mismo Aristóteles cita a las liebres como símbolo del deseo sexual y del amor carnal y algunos santos doctores de La Iglesia como símbolo de la lujuria. Y es que los sabios y los santos, viendo en el fondo las cosas del mismo modo, las suelen denominar, sin embargo, con palabras distintas.
-¿Y eso qué trascendencia tiene para la caza?
- Supongo que te refieres a la avidez amorosa de las liebres. Pues que, si en uno de esos días soleados te salta una liebre, busca en los alrededores, porque en un radio de cien metros es posible que haya alguna más.
-¿Y fue el Colás el que te contó todo eso?
-De ninguna manera. Si me hubiera empeñado en hablarle al Colás de Aristóteles o, menos aún, de los doctores de La Iglesia, me habría tomado por un majara y, lamentablemente, su confianza conmigo se habría deteriorado para los restos tras, indefectiblemente, haberme mandado a tomar por culo. Pero sí que me dijo que las liebres eran unas criaturitas a las que les duraba el tempero todo el año y que, en los días buenos, aunque fuesen de invierno, solían ponerse una miajita climatélicas.

Aunque creas que has fallado a una liebre, siempre debes poner al perro en su rastro.
-¿Aunque la veas largarse como un rayo?
-Generalmente, sólo las verás trasponer a una distancia variable, pues los terrenos suelen ser accidentados y no dan para verlas correr a distancia.
-Pero si la ves marcharse con más salud que tú, para qué vas a seguirla.
-Porque las liebres en su formidable sistema circulatorio, esa especie de circuito sanguíneo a presión, tienen su mayor fortaleza y, a la vez, su talón de Aquiles. Basta que un solo perdigón les haya alcanzado para que, al cabo de cien o doscientos metros de veloz carrera, sufran un gran derrame interno. Si ha sido así, el perro la cobrará amagada en algún zarzón a dos o trescientos metros o aún más cerca.
-¿Y eso te lo explicó también el Colás?
-No, el Colás sólo me dijo que, al ser unos animalitos tan sanguinos, eran lo más blandito ca había pal plomo, porque con tal que las tocara una triste mostacilla se quedaban sin fuelle y se arranaban en cualquier mata. Y que la liebre tenía esos intríngulis.
-Entonces, ¿qué coño te enseñó el Colás?
-Amigo, ¿te parece poco? Sembró en mí la semilla del conocimiento.
-Pues sembraría lo que tú quieras, pero llevamos seis horas buscando y nada.
-Pues eso: que no sabemos dónde están.

14 noviembre 2017

La pantera ibérica


Ya, desde el comienzo, todo el mundo barruntaba que la temporada de caza no iba a ser buena.

Los agricultores, que no acostumbran a quejarse del tiempo ni bajo tortura, simplemente dijeron que aquel año había sido malo. Y, aunque debatieron en profundidad sobre el asunto en la Cámara Agraria con asesores muy bien informados, la conclusión fue concisa, parca y, en palabras llanas, vino a ser lo que viene a resumir esta sentencia:”La cosecha de este año ha sido la antítesis de lo que venía a ser un cosechón de la hostia. Esta cosecha no la podemos poner en valor, la tenemos que poner en temor.”

La sequía era evidente. La mayor parte de los manantiales, las acequias, los nacederos, los pilares y las fuentes se habían secado. Las salinas abandonadas mostraban sus cuarterones secos. La Laguna de Paredes, que aún en las más pertinaces sequías mostraba siempre un charcón en su centro, sólo barro reseco y cuarteado mostraba en él.

Todos los hermanos, que se aglutinaban en esa etérea comunión cinegética constituida por sociedades deportivas, peñas, cuadrillas, hermandades y otros grupos camperos, ponderaban la impotencia del hombre (y de la mujer) contra los caprichos del clima.

Algunos hacían serios y pesimistas vaticinios sobre la imparable e irreversible velocidad con la que el cambio climático nos amenazaba en silencio. Elucubraban, apesadumbrados, con la “muerte dulce”, esa que se derivaría de una primavera seca e interminable que nos llevaría a fenecer cualquier día después de decir por última vez: “¡Qué buen día hace!”.

Los ganaderos estaban también desolados. Antes, decían, de vez en cuando teníamos que llevar forraje o pienso a los animales pero, ahora, es que además de comida tenemos que llevarles el agua. Se rumoreaba que incluso algunos ganaderos habían comenzado a almacenar en sus naves barriles de cerveza antes de que los precios de la nutritiva e hidratante bebida se disparen ante el desplome de los acuíferos.

Incluso los pacientes buscadores de hongos y setas que, pese a la sequía, salían al campo con la ilusión de encontrar lo que en él no podía nacer sin el líquido elemento, perseveraban en su costumbre de registrar cada palmo de las antaño frescas praderas, hogaño convertidas en eriales polvorientos, como si su ilusión pudiera hacer que las esporas germinasen por amor.

No sé si ha quedado claro. Reinaba el pesimismo.

Pero fue entonces cuando saltó la noticia: Se había visto una pantera en la zona. Unos la ubicaban cerca de Sigüenza, otros, emboscada entre los enormes macizos de espadañas de la Laguna de Paredes, no faltaban quienes decían haberla visto en los páramos altos de Barcones y Alpanseque y quienes proclamaban que el felino asentaba sus dominios en las Peñas de La Bodera, en el corazón del espeso marojal que domina la comarca.

Todos aquellos rumores comenzaron a concretarse con fotos e incluso con filmaciones que circularon a gran velocidad por las redes sociales, por los teléfonos móviles, esos corazones paralelos por los que sienten cada nueva realidad los ciudadanos (y las ciudadanas) de este mundo global globalizado.

Enseguida comenzaron las discrepancias sobre aquel animal filmado entre junqueras o en rastrojos o sesteando bajo las retamas o luciendo su insólita silueta sobre peladas peñas. Unos sostenían que era un gato montés, otros que un lince, otros que se trataba de un guepardo, que un ocelote, que una hembra de tigre o de león, que una pantera, pero pantera a más no poder…

Pero, cuál era el origen del animal. Los grandes felinos estaban en la zona descatalogados desde tiempo inmemorial. ¿Residuo de algún circo obligado a desprenderse de sus animales para no incurrir en su explotación e indiciario maltrato? ¿Habría sido introducido por el Servicio de Protección de la Naturaleza para, paulatinamente, ir introduciendo otros y hacer de aquellas sierras despobladas un Serengueti de la Península Ibérica? ¿Habría escapado aquella fiera de la propiedad de alguna secta misteriosa que poblaba alguno de los castillos restaurados de la zona o que hacían tal vez asentamientos secretos en los pueblos abandonados? ¿Sería una creación de los servicios secretos rusos para desestabilizar económicamente la zona y crear un sentimiento independentista cerril e irreductible que hiciera saltar la unidad nacional en pedazos desde el punto más inopinado?

Lo cierto es que la sequía, la caza, la ganadería, la agricultura, el movimiento micológico de fin de semana, el cambio climático y hasta el mismísimo secesionismo catalán pasaron a un segundo plano. Teníamos un grave problema: la pantera. Y los hombres (y también las mujeres) estaban encantados con su hecho diferencial, un verdadero hecho diferencial que no se lo saltaba un gitano: la vuelta de los grandes felinos al Sistema Central. Nada menos. Eso no se conocía ni en Bélgica, ni en la Padania, ni en Córcega, ni en los landers alemanes más prósperos, ni siquiera, que ya es decir, en la gran Euskalherría con su cupo.

Eso sí, al sargento jefe de puesto de la zona le llegaban las ojeras a la boca. Que si la pantera me ha hecho polvo un gallinero en Riofrío, que si la pantera ha devorado un novillo en Cincovillas, que si la pantera ha entrado en una taina de Tordelrábano y ha hecho una sarracina… Todos los males de la zona se le adjudicaban a la pantera.

El sargento con sus pocos guardias no se daba abasto. Inspecciones, esperas, vigilancia nocturna, llamadas a la colaboración ciudadana, a los agentes de medio ambiente, al servicio de vigilancia y extinción de incendios, hasta a los pastores se les pidió que echasen una mano. Todo fue infructuoso y, por tanto, el sargento dijo que no podía descartar ninguna hipótesis. Pero lo que más le dolió fue que el alcalde de uno de los pueblos, que por prudencia no citaré, le dijo, con mucha guasa, que pidiese ayuda a los Mossos de Escuadra que eran unos especialistas en despachar fieras. Ahí el sargento se tuvo que sujetar.

Las televisiones se hicieron cargo del fenómeno informativo que el felino representaba e intentaron filmarlo y someter a debate las imágenes con expertos en información de todo tipo, que son los que más abundan en las teles, por suerte para España.
Tampoco las televisiones consiguieron localizar al animal pero, los comentaristas más veteranos y avezados, no descartan que el animal proceda de la selva venezolana. Y la cosa se ha animado con esa revelación. La fiera podía ser indiciariamente chavista y bolivariana lo cual multiplica su potencial peligrosidad.

Es indudable que con la fiera estamos haciendo país. La gente se está uniendo. Tenemos un ideal común. Todos nos sentimos identificados con él. Ya sabemos que la Guardia Civil no puede acabar con esta pesadilla intangible. Pero en el país se multiplican las esperanzas. El sábado pasado, sin ir más lejos, una caravana de cinco coches dotados de tracción cuatro por cuatro y ocupados por reputados monteros, armados y con visores Swarosvky de visión nocturna, salieron en la noche en busca del, casi ya, mitológico animal. Desgraciadamente, tras horas de recorrer pistas y caminos intransitables, no dieron con él. Sólo avistaron asustados cánidos, vulgo raposas o zorras, a los que no osaron disparar, pues su safari era lúdico y festivo y, además, en apoyo a la autoridad establecida y en coordinación con la misma.
Cansados los veteranos cazadores y, tal vez llevados por un extraño sentimiento reflejo, terminaron a la tres de la mañana en “El Tren del Amor”, reputado local de carretera, haciendo libaciones de bebidas espirituosas en compañía de unas amables señoritas.

El problema sigue, pero nada nos había unido tanto hasta la fecha. El símbolo de la zona ya es la pantera solitaria. ¿Por qué no una bandera panterada? ¿O queda más fino pantherina?

07 noviembre 2017

La Historia Milenaria


Se percató del teclado polvoriento. Sopló sobre él y, al instante, flotó la pelusilla a la luz oblicua de la tarde con un brillo minúsculo y fugaz. Le pareció el leve fulgor de la desidia, del desánimo, del monótono correr del tiempo. Vamos, algo así como el sedimento donde germina la vagancia con una constancia imperceptible.
A la par, le recordó los días de la última semana, cuando desde el alba se empeñó en hoyar, distraído y perezoso, los también polvorientos caminos y senderos de algunos de sus desiertos más entrañables. Como el que se empeña en tener una misión, de la que es a la vez único jefe y soldado leal.

El primer día subió por el camino más alto del monte del Marojal. Es el camino que cruza las Peñas y desde el que se contempla, desde la uve de su paso más elevado, a lo lejos, gran parte de la provincia, debajo, el minúsculo pueblo de La Bodera.
El camino cruza una estribación del Sistema Central. El caminante deja el coche en la Cerrada del Abogado porque quiere ahorrarse los dos primeros kilómetros llanos, de yermos, barbechos, yecos, labores y rastrojos. Pueden ser buenos, pese a su monotonía, para desencamar a la rabona o levantar un bando de perdices pero, para el paseo, prefiere más la variedad.
Desde la cerrada comienza a ascender lentamente entre pastizales y praderas y el campo se vuelve paulatinamente más silvestre. El camino genuino está casi perdido, las caballerías y las personas hace muchos años que dejaron de usarlo. Hay alguna pista nueva para los ganaderos que ya se mueven, no iban a ser ellos la excepción, sobre ruedas, como Dios manda.

Sorteando los grupos de estepas que invaden el camino tortuoso y semicegado por la broza llega al monte. Es como llegar a una muralla. Es un monte de rebollos y robles, con pocas encinas, y con un sotobosque de biércoles, aliagas y estepas. En muchos lugares se erige una maraña de fusca impenetrable, hogar de jabalíes, corzos, tejones y becadas.
Allí la rampa del camino viejo se acentúa. El suelo está, a trozos, levantado por las torrenteras y con hileras de cantos rodados al albur. El silencio del monte es, a ratos, total. Y, cuando se para a escucharlo, el caminante casi se asusta con un temor irracional y le dan ganas de acelerar el paso.
Apoyado en el pequeño compás oscilante de sus piernas llega arriba. Otea un rato el vasto horizonte desde aquella soledad. Piensa si no será demasiado bajar por la otra vertiente y, sorteando la linde del monte bajo con las tierras de labor, alcanzar tras unos kilómetros el camino principal.
Sabe que serán tres horas más de caminata. Lo sopesa y, con indiferencia, se dice: “¿Y para qué las quiero?”.

Al camino principal llega tras hora y media. Es el camino que cruza el monte por su parte baja. Es uno de los tramos que aún perdura del Camino Real que cruzaba en dirección a Soria. Pérez Galdós lo cita en uno de los Episodios Nacionales (Narváez, cree recordar). También fue cuerda de merinas durante la Mesta, así como testigo de las correrías del Empecinado en sus escaramuzas por estas sierras cuando la Francesada. Sostienen algunos que el Cid (Ruderico, como firmaba), en su destierro, lo atravesó de noche en su primera incursión en el Reino de Toledo, en manos entonces del moro infiel. Ahora dicen que también formaba parte de la Ruta de la Lana (enésimo camino de Santiago) y que, por ella, subían los entonces preciados vellones de La Mancha en dirección a Burgos. Y no sería raro que pronto se descubra que lo transitó el propio don Quijote o, al menos, Cristóbal Colón…Pero, que las flechitas amarillas ya las tiene. Y de vez en cuando pasan peregrinos, dicen.
Así que el caminante, a medida que lo recorre paso a paso, y aunque no ve un alma, se siente muy acompañado por la intimidad de la Historia y las historias de España, tan variadas y difíciles de encajar como el propio país. Y se dice que esto es lo que tiene el tener alguna lectura, que se alivian las soledades del alma nostálgica, aunque a los pies, sacrificados porteadores del cuerpo, les dé igual todo.

Pero ocurre un milagro. Sí, un ruido. Es un traqueteo lejano que crece lentamente. El caminante, aunque no tiene nada que temer, se sobresalta. Ya se había acostumbrado al silencio y a la perenne soledad. Son dos motoristas que vienen en dirección contraria. Van despacio y, cuando le dan vista, enfilan un poco más deprisa hacia él. Enseguida los identifica, sus uniformes verdes cantan, son de la Benemérita, seguramente del SEPRONA (Servicio de Protección de la Naturaleza).
El caminante se palpa. Sí, lleva la cartera y el DNI. También se alegra de no estar de caza, pues tendría que haberles enseñado un sinfín de papeles: licencia de armas, permiso de caza, guía de la escopeta, seguro de cazador, control de munición, control de piezas, permiso del coto, tarjeta canina, certificado de vacuna antirrábica (del perro, claro), precintos…
Afortunadamente, la caza está mucho más controlada que las cuentas en paraísos fiscales, dónde va a parar. El caminante es consciente de poblar un país civilizado que cuida su medio ambiente. Y no lo dice simplemente por alabar a las autoridades.
Los guardias paran a su altura y él hace lo propio. Saludan y preguntan qué hace por allí. Les dice que de paseo. A los guardias les extraña un paseo tan largo, pero él les dice que le gusta el paraje. Los guardias le indican que aquel monte es un coto, pero él les replica que no está molestando a los animales, que no lleva perro y que por el Camino Real hay derecho de paso.
Ya se sabe que a algunos guardias les joden los listillos pero éstos no son de ésos y no le quitan la razón. Le desean un buen paseo y justo cuando están montando en sus motos aparecen en la misma dirección del caminante dos ciclistas.
“Coño, dos bicigrinos de la Ruta de la Lana, y yo que me creía que por aquí no pasaba nadie”, piensa el caminante.
Llegan a la altura de los guardias y del caminante. ¡Ahí va!, si son catalanes, con su banderita estelada ondeando en las bolsas traseras de las bicis.
Parece que los guardias tienen ganas de cachondeo. Les paran. Uno de ellos tras saludar militarmente a los ciclistas y darles los buenos días, dice socarronamente:
-¿Qué? ¿De visita por el extranjero?
-¿Por qué dice usted eso? ¿Es que no se puede circular por este camino? –dice uno de los ciclistas mosqueado y sin saber muy bien qué replicar.
-No, hombre. Es que como decís que “Catalonia es not Spain”, que también tiene cojones que lo digáis en inglés teniendo vuestra lengua…
-Pues claro que Cataluña no es España, parece mentira que no lo entiendan ustedes. Somos un pueblo muy distinto con una historia milenaria.
-Anda éste, como si los Toros de Guisando fuesen de anteayer…- y el guardia se dirige al caminante, esperando su apoyo- ¿Qué le parece a usted eso!
El paseante se lo piensa un poco y al cabo dice:
-Pues, mire, que estos catalanes llevan razón. Cataluña no es España…
-También usted se pone de su parte, lo que me faltaba por oír –corta el guardia.
Pero el caminante continúa:
-Efectivamente, Cataluña no es España. Pero es que tampoco Castilla es España, ni Andalucía es España, ni Aragón es España, ni Galicia es España… ni ninguna otra región, considerada aisladamente, es España. Somos España todos juntos. Si no, seríamos otra cosa, pero ya no seríamos España.
Y el caminante se queda satisfecho de haber dado una opinión con tanta mesura y mano izquierda.
El guardia tarda unos segundos en responder, pero al final resuelve:
-Pues no sé si lo ha arreglado usted o lo ha terminado de fastidiar. Pero bueno, circulen y tengamos la fiesta en paz, que vamos de servicio y no viene a cuento iniciar un coloquio justo aquí, donde Cristo dio las tres voces.
-Buen servicio –dice el caminante.
-Adeu noi! –reivindican su lengua los de la estelada, ignorando a los guardias.

El caminante se va y, cuando ve alejarse a los ciclistas y se pierde el ruido de las motos, recapacita sobre sus lecturas y cae en la cuenta de que España, a diferencia de casi todos los demás países, siempre ha sido el principal problema para sus ciudadanos.