30 noviembre 2007

Terapia


La ciudad venía a coincidir en mi mente con la idea de progreso, de movimiento, de técnica, de avance, de modernidad; el pueblo con la de tradición y permanencia. La ciudad está continuamente cambiando, mudando, regenerándose, creciendo… tanto que, de repente, un día la encuentro desconocida y me doy cuenta que no es la misma que me vio crecer. Los cambios se suceden y se han sucedido tan aprisa que no los he notado uno a uno hasta que hay un momento en que los noto todos, todos a la vez y de golpe, y descubro con desazón que esta ciudad ya no es la que creía, ya no es la mía. Me siento un poco huérfano y un algo solo. No soy un anciano, pero tampoco soy joven y ella no es ni vieja ni nueva, es otra simplemente. Es como si la ciudad hubiera desarrollado una cierta hostilidad hacia mí que, al contrario que ella, me he vuelto más estable con el paso del tiempo. Esa hostilidad callada, que solamente intuyo, llega al extremo de hacerme sentir sobrante, percibo como si una voz saliera del subsuelo y me dijera:
- ¿Todavía estás por aquí?, ¿pero qué pintas tú ya? Desaparece y haz lugar a otros como han hecho las viejas casas y los arrabales, no ves que aquí no hay lugar para lo que se vuelve lento y poco productivo.
Con el desasosiego dentro y casi un poco avergonzado por la reprimenda huyo al pueblo y allí, enseguida, me tranquilizo y me vuelve el alma al cuerpo. La fuente romana sigue en su sitio con alguna que otra piedra mellada, la iglesia con el cañonazo en el muro de cuando la francesada, los acróbatas de la ermita de abajo con su sonrisa de siempre, el escudo de la villa presidiendo la fuente, la plaza con los soportales y el balcón esquinado, la calle principal con los blasones de los nobles y los portales oscuros y frescos, la ermita del cruce en su sitio y con cuatro flores silvestres prendidas en la puerta… y todo con el mismo orden que un día ya lejano conocí. Me doy cuenta que voy al pueblo a hacer terapia, buscando la seguridad que lo permanente ofrece, esa seguridad que la mutación de la ciudad hace tiempo que dejó de darme o, para ser más exacto, que me cambió por vértigo, estrés y ruidos de tráfico constante a la voz de ¡Deprisa, deprisa! Allí, en el pueblo, me tranquilizo porque veo que casi todo permanece y que, al simpatizar mi mente con ello, me hace creer que también yo soy el mismo de cuando entonces, que tampoco yo he cambiado. El pueblo es la terapia para mi mal de ciudad. Sí.

28 noviembre 2007

Inicio de una amistad


Tras sus, digamos, diferencias de opinión con el director del colegio menor, ni que decir tiene que le echaron. Por listo, a ver si para otra vez espabilaba. Aquella despedida fue como un epitafio por su idealismo de adolescente. El muchacho se fue muy dignamente, había sabido defender sus ideas con gallardía, pero ya no tenía trabajo ni perspectiva de encontrar otro.
No se arredró, hizo amistad con un chaval que trabajaba los veranos en la Costa Brava para pagarse los estudios en invierno y éste le dijo que si escribía a sus jefes quizás le aceptaran como camarero para la temporada de verano. El muchacho escribió y le aceptaron. Se lo dijo a su madre. Ella puso el grito en el cielo. ¡Irse a trabajar a la Costa Brava! ¡A quién se le ocurre! ¡De ninguna manera! No obstante, su madre, que le conocía bien, sabía que no podría pararle. Asustada, por lo que le pudiera ocurrir, decidió pasarles el asunto a los hombres fuertes, a los duros de la familia que eran como dos patriarcas gitanos sólo que en payo. Los dos por cierto se llamaban Ángel. Sí, como el custodio. Eran dos tíos del muchacho.
El primer Ángel le citó en su despacho, cosa que sonaba bastante seria y solemne. Era una tienda de muebles que junto con un socio, al que todos llamaban Juanito a pesar de ser cincuentón, tenía por la zona comercial de la ciudad. Todo fue entrar en el despacho, cerrarse la puerta a sus espaldas y caerle encima una retahíla de reproches, historias y advertencias que, sin duda, contribuyeron a fomentar su conocimiento de la vida, de las personas en general y de lo crápulas que habían sido su tío Ángel y su socio Juanito en particular.
- Pero, ¿es que tú nos vas a hacer creer que te vas a Lloret de Mar a trabajar?; pero, ¿es que tú te has creído que Juanito y yo somos jilipollas?; pero, ¿no te das cuenta de que ya tendrás tiempo de irte de tías y que lo que tú tienes que hacer es trabajar y ayudar a tu madre?; mira, ¡pregúntale a Juanito que le pasó a él en Cádiz cuando era joven por encelarse con una chica!
Juanito, a desgana, narró:
- Pues mira, hijo, que me pillé unas purgaciones que me duraron dos meses y el día que me iba, como despedida, sus tres hermanos me dieron una mano de hostias por haber abusado de la niña y, ya de paso, me quitaron la cartera.
- ¡Lo estás viendo, es que os creéis que lo sabéis todo y no tenéis ni puta idea de nada, que sois unos jodíos críos que vais por ahí a comeros el mundo!, ¿qué te crees que no nos hemos enterado que te han echado del colegio menor? ¡Qué vergüenza!...
El tío Ángel siguió así durante una hora poco más o menos. Cada vez que tenía que poner un ejemplo de alguna golfería, el protagonista era siempre Juanito. Así el muchacho se fue enterando de las juergas, las borracheras, las noches locas y toda la gama de consecuencias orgánicas colaterales que estos hechos traen consigo pero, eso sí, en la piel de Juanito.
Ya llegó un momento en que el pobre Juanito, algo quemado, cuando Angel le inquirió por enésima vez para que contara al muchacho alguna otra desgracia a la que, ¡cómo no!, una mala mujer le atrajo, Juanito estalló y encarándose con Ángel le dijo:
- ¡Mira, Ángel, me tienes hasta los mismísimos cojones!, y luego, dirigiéndose al muchacho, ¡dile a tu tío que te cuente él su vida, que en todas esas ocasiones estuvo también él conmigo y le pasó como a mí, joder, que ya está bien, coño!
Así se enteró de que aquellos dos seres, hasta ese momento para él próceres ejemplares, habían sido dos crápulas de muchas campanillas. No se daban cuenta que él, a su edad, si no era ya un ser puro, todavía se acercaba mucho a ello. Sin embargo, para ser tan crío, no perdió la calma. El muchacho les agradeció todas sus advertencias y consejos pero les dijo que, o le buscaban un trabajo, además de los consejos, o se iba a Lloret de Mar. Cómo es mucho más fácil predicar que dar trigo, las cosas no pasaron de sus doctos consejos y su propósito continuó firme, por que, de trabajo, nada.
Ahora le quedaba el segundo patriarca. El otro Ángel había sido su terror infantil. Era un hombre que no entendía en absoluto a los niños, gruñón, regañón, machacón y con un genio de mil demonios. Este segundo patriarca, el segundo Ángel, le recibió en la cama. Su tía ya se había levantado. Era una mañana de domingo y al tío le gustaba quedarse en la cama leyendo. Aunque este encuentro le pareció que iba a ser parecido al anterior y, si acaso, más dramático por los antecedentes, no lo fue en absoluto. Fue más parecido a las películas de El Padrino. La verdad es que este otro Ángel era un hueso mucho más duro de roer. Toda la vida había sido un mercader, un tratante, hasta a los gitanos había engañado, se había tirado la guerra entera en las trincheras, tenía un montón de condecoraciones...y físicamente imponía. En efecto, un careto tal que un gángster de Chicago y unas cejas como dos cepillos. Un pipiolo como él no tenía ninguna oportunidad ante este capo. Eso le salvó. El viejo le dejó hablar tranquilamente, sin apremiarle y a los dos minutos, aquel tahúr que había desplumado a los italianos de su compañía jugando al mus bajo fuego de mortero, ya se había dado cuenta de que simplemente tenía delante a un pobre chico que quería trabajar en el verano para luego darle el dinero a su madre y pasar el invierno estudiando. El viejo zorro se percató al instante de que era un infeliz. Cuando el muchacho le hablaba de los derechos, de la justicia, de la bondad... (la conversación se prolongó)... él no le contradecía. A veces se limitaba a sonreír muy suavemente (como diciendo: hijo, hay que joderse lo tonto que eres, lo que te falta por aprender) y otras le hacía preguntas, abundando en el tema que trataban. Por sus respuestas se daba cuenta de que el muchacho era sólo era un pobre chico sin apenas experiencia en casi nada, un inocente, un ignorante. Curiosamente desde aquel día ese gángster, que tantas veces le había hecho temblar comenzó a tenerle afecto. El tío tranquilizó a su madre y le recomendó que le dejara hacer al muchacho sus planes. Fue el inicio de una buena amistad.

27 noviembre 2007

Malacate


Al pasar por el pequeño pueblo de Hiendelaencina, también conocido por Las Minas, puede verse todavía la torre de extracción de la mina Santa Cecilia, su viejo malacate y otros restos de la intensa actividad minera que hubo en la zona en la segunda mitad del siglo XIX. Hoy el pueblo apenas tiene vida y por su hermosa plaza rectangular es raro ver cruzar a alguien en invierno.
Llevado por la curiosidad he encontrado estos datos sobre el pueblo que pueden ser curiosos para añorantes o también para los que les gusta descifrar el significado de tantas ruinas como se encuentran por ahí y que pocos saben de qué son:
Las minas de plata que, al parecer, han sido las más importantes de España en toda su historia, se descubren en 1842 por un agrimensor, D.Pedro Esteban Gorriz natural de Subiza (Navarra).
La población de Hiendelaencina, que era antes de que se hallara plata de 100 habitantes, llegó a ser de 3.200 en 1857 y, en algunos momentos concretos de gran actividad en las minas, se acercó a los 9.000. Como una ironía de la vida hoy tiene censados 103 habitantes, o sea, que todo ha vuelto a la normalidad.
Una de las sociedades que explotó las minas de plata se fundó en Londres en 1845 y se deshizo en 1879. Esta sociedad estableció un poblado fuera de Hiendelaencina. El poblado, para los ingenieros y la gente de cierto peso, se llamó La Constante, y tenía teatro, hospital y casino además de una distribución racional de calles y edificios. Esta sociedad minera en sus años de actividad llegó a enviar a la Casa de la Moneda más de 275.000 kilos de plata.
El jornal de los primeros mineros era de 5 reales diarios por una jornada laboral de 12 horas. Los sueldos de los mineros mejoraron con el tiempo y en 1870 (quizás justo antes de comenzar el declive de las explotaciones) llegaron a ser de 2 pesetas diarias para los hombres, 93 céntimos para los chicos y 83 céntimos para las mujeres que, por lo que se ve, debían reunir pocas aptitudes para la minería. Eso sí, la jornada laboral se mantuvo en 12 horas. No he encontrado datos de siniestralidad laboral, seguramente porque todavía no se había inventado el término en la época, ni puede que importara demasiado.
Hacia 1845 había más de 200 pozos abiertos. Algunas minas llegaron a los 600 metros de profundidad. En los pozos de Hiendelaencina se llegaban a alcanzar temperaturas de 47ºC por lo cual debían tener sistemas de ventilación que hicieran posible el trabajo. Mediante estos sistemas se conseguía bajar unos 10º las temperaturas extremas. Imagino las condiciones de los mineros, 12 horas a gran profundidad, cavando en la semioscuridad a más de 35ºC. De los pozos se obtuvieron siete variedades de plata. Las minas tuvieron dos grandes épocas de explotación: Los periodos 1844-1870 y 1889-1897.
La primera mina se llamó Santa Cecilia. El monolito de piedra que en su día se puso a la entrada de esta mina puede hoy verse en la plaza del pueblo.
También hubo minas de oro en un pueblo relativamente cercano: La Nava de Jadraque, pero eso da para otra historia.
Hoy la zona es un páramo en el que se ven las ruinas de los pozos mineros, las acumulaciones de ganga, las viejas torres semiderruidas y alguna liebre esquiva y curiosa que se acula para ver pasar, de lejos, los pocos coches que por la carretera secundaria se alejan hacia Soria.
Por cierto un malacate es una máquina a manera de cabrestante que se usaba en las minas para sacar minerales y agua. Tiene un tambor en la parte alta y debajo las palancas a las que se enganchaban las caballerías que lo movían.
Cosas, personas y lugares para el recuerdo
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26 noviembre 2007

Publicidad religiosa


La publicidad está hecha para vender. Así que lo que se desea vender ha de ser antes hecho cosa, transformado en algo que se vea y que se vea como bueno, es más, como necesario. Todo ha de ser hecho objeto visible para que la publicidad lidie con ello adecuadamente y se lo pueda encajar al potencial cliente como algo tangible por lo que bien vale la pena que éste suelte el dinero gustosamente.
La publicidad que está haciendo la iglesia no es una excepción. La Iglesia Católica desea que los ciudadanos pongan la cruz, nunca mejor traído el símbolo, en la casilla que le otorga el tanto por ciento del IRPF de éstos. No debería de ser esto necesario si la propia iglesia por medio de una buena labor de apostolado tuviera a sus adeptos convencidos de la bondad de su misión en el mundo. Y eso que la Iglesia Católica se jacta en España de tener un altísimo número de fieles. Pero, bien porque no sea así, bien porque la mayor parte de sus fieles en España lo sea por inercia y con poco compromiso, o bien por una mezcla de éstas y otras razones, la iglesia católica, por medio de la publicidad, pretende mostrarse como una entidad que trabaja para el bien de todos sin distinción de razas, credos, lugares o personas, de modo que ante una entidad tan de provecho para todo el mundo, qué trabajo nos cuesta incluso a los no creyentes en ella el poner la crucecita. Al fin y al cabo, creamos o no en lo que predican, por qué no financiar lo que hacen: escuelas, misiones, atención a mayores, a drogodependientes, a pobres, …
La cuestión es que los que no somos fieles de la iglesia católica no es que no seamos creyentes. Creemos en otras cosas, como en que, sin necesidad de adoctrinar, se debe de atender a pobres, ancianos, drogadictos, países con problemas de hambre y subdesarrollo, etc pero sin etiquetar nuestra ayuda y solidaridad bajo el marchamo de una iglesia que crea feligreses, si puede, con el dinero de todos. Quizás la creencia de muchos que no somos fieles a iglesia alguna se llame Humanidad. Y por humanidad deben de hacerse cosas que a todos, aquí y en cualquier parte del mundo, nos eviten los sufrimientos. Luego cada cual que crea en lo que más le llene, que viva su religión o lo que le parezca.
La sociedad puede hacer las cosas que hacen las iglesias sin adoctrinar a nadie. Por otro lado, la Iglesia Católica tiene también otra cara que no desea, al parecer, que se vea ni se mencione. Me refiero a que no es democrática mientras pretende vivir inserta en las sociedades que lo son; me refiero al papel secundario, por decir algo, que la mujer tiene dentro de ella; me refiero a la postergación que tienen los que, incluso dentro de ella, no coinciden con los postulados de la jerarquía; me refiero al trato que dan a las personas homosexuales; me refiero a su interferencia en lo que debe de ser la educación de todos; me refiero a su veto a los avances científicos en medicina y genética; me refiero a su actitud para con el poder al que, según conviene, adulan o atacan; me refiero a que su reino sí es de este mundo aunque prediquen lo contrario y no desean renunciar a ningún poder, más bien al contrario; me refiero a que no tienen escrúpulos a poner en la Bolsa las dádivas de sus fieles; me refiero a que tampoco les repugna el poseer medios de comunicación que fomentan lo contrario a la convivencia; me refiero a la forma de calificar las críticas que reciben como anticlericalismo y persecuciones a la iglesia, mientras que lo que la iglesia y sus medios dicen contra los demás es el inalienable derecho a la libertad de expresión… Creo que tenemos que estar prevenidos ante quienes desean influir en todos dándoseles una higa las creencias ajenas. Pero aparte de todo esto, que sus fieles les sostengan, me parece lo adecuado.

25 noviembre 2007

Historia sagrada


La historia sagrada. Eso sí que molaba. Cuando eres un niño alucinas con esas historias. Son cuentos fabulosos. Para empezar, nuestros primeros padres. Adán y Eva, viviendo felices en un paraíso que ni Cancún ni la Rivera Maya, donde no existía ni el dolor ni las desgracias ni la muerte y donde todos, que por cierto creo que sólo eran ellos dos, andaban por ahí en bolas. Luego lo de Caín y Abel, uno el hermano bueno, obediente y repelente y otro el hermano envidioso que, harto de tanta virtud fraterna, se quita de en medio a su chache. Vamos que se hace fratricida, pero no lo hace empujándole a un precipicio con disimulo, ni ahogándole mientras duerme como por accidente, ni envenenándole como si algo le hubiese sentado mal… no, le da caña nada menos que con la quijada de un burro. Para que se notase bien la manía que le tenía. Vamos, que se viera bien que no había sido nada accidental, ¡joder!
Después lo de Noé y el arca y el diluvio que, digo yo, si no sería un cambio climático de cuando entonces. Y qué me dicen de la Torre de Babel, vaya guirigay, ni la ONU. Y Abraham, que si el mismísimo dios Yavé no le para la mano degüella a Isaac como a un corderillo y sin pestañear. Bueno y los israelitas, como se les solía llamar en lugar de judíos, teniendo un montón de mujeres y otro de esclavas a cual más guapas y ellas, pariendo a los noventa años si se terciaba, sin fecundación in vitro ni implantaciones de óvulos ni tratamientos de fecundidad, ni nada… Y tantos y tantos episodios, tan interesantes, como: Lo de Sodoma y Gomorra, que bueno ni el Tomate, ni Salsa Rosa, ni la prensa entera del corazón lo superan, y David y Goliat, los líos de José con el faraón, los bastones que se convertían en serpientes, las diez plagas de Egipto, los mares que se abrían, las doce tribus, los filisteos, lo del plato de lentejas, las tablas de Moisés, lo del maná y las codornices, lo del arca de la alianza, Matusalem y toda la peña… bueno, bueno, bueno… si es que era un no parar de emociones. Porque, hay que decirlo bien alto, la historia sagrada para un niño no tenía desperdicio. ¡Qué atención a aquellos relatos! ¡Qué emoción! ¡Cómo soñabas con ser David para darle estopa al gigantón ese del curso superior al tuyo que os quitaba el balón en todos los recreos! La historia sagrada era una divinidad.
Lo malo era cuando crecías y te pasaban a religión. Allí ya se acababan los cuentos emocionantes y empezaban a laminarte con la culpa, el pecado, la muerte, la eternidad y el infierno. Creo que sólo creí la historia sagrada, luego ya, la verdad, no me creí nada, empecé a dudar de todo.

23 noviembre 2007

Fachada


La casa vieja evocaba recuerdos con sólo mirar la fachada. ¿Quién la haría? ¿Hace cuánto tiempo? ¿Quién dormiría en ella la última vez que estuvo viva? ¿Qué secretos habrán cobijado sus paredes?
Próxima a ella estaba la pala excavadora que la iba a derribar para hacer pisos nuevos. Saqué del bolsillo el ojo automático que, más que las cosas, perpetua los momentos y quise que alguien pudiera ver lo mismo que yo vi y cuyo modelo original ya nadie podrá volver a ver al natural.

22 noviembre 2007

Eternidad


Siempre recuerdo a los profesores de religión que tuve que aguantar de chico y a los predicadores de los ejercicios espirituales. Creo que fue porque, entonces, me asustaron adrede. En el fondo se dedicaban a ello, la iglesia ha basado siempre su poder en la coacción. Sobre todo cuando hacían aquellas comparaciones para explicar la eternidad. Cosas parecidas a estas que, quizás, hayamos oído todos alguna vez, decían, por ejemplo: Imaginaos un pedazo de hierro del tamaño de una montaña, imaginad también que un pajarillo lo roza continuamente con su ala, ¿cuánto tiempo necesitaría para desgastar totalmente la montaña de hierro? Pues bien, cuando lo hubiera hecho la eternidad ni siquiera habría comenzado.
Claro, era la eternidad que querían vendernos, porque no olvidemos que la mercancía que vende la iglesia es la vida eterna. Hoy pienso que cuando yo nací es evidente que me había perdido la parte de eternidad anterior a mi nacimiento. Este hecho lo he vivido con la misma insensibilidad e indiferencia que viviré el perderme la parte de eternidad posterior a mi muerte. Ambas, como alguien diría, sin pena ni gloria.

21 noviembre 2007

Primera


Finalmente habían transcurrido aquellos meses de verano que pasó alejado de todo, trabajando sin parar, empeñado en sus objetivos. Luis regresó a la ciudad donde estuvo un año antes de aquel verano con la ilusión, sobre todo, del reencuentro con Julia. Pasó unos días con ella que, en la intimidad fueron estupendos, pero que, finalmente, desembocaron en un descubrimiento tan sorprendente como amargo.
Aparte de ver a Julia, también se encontró al final de su estancia con algunos amigos que, pensando que lo suyo con ella era circunstancial y que conocía a Julia en profundidad, le pusieron involuntariamente al día en lo mucho que ignoraba de su querida y bella rubia.
Al parecer, mientras Luis estuvo trabajando, su amada había pasado el verano saliendo con otro muchacho de 24 años, seis más que Luis, que era representante y que cada vez que recalaba en la ciudad, y lo hacía muy a menudo, pues eso... que se iba bastante satisfecho. Luis se quedó lívido, no estaba acostumbrado a tragarse sapos como ese, sin embargo evitó que sus amigos se dieran cuenta del ascua que le habían metido en el estómago. Así que se hizo el loco. Continuó riendo con ellos y, sus amigos, creyendo que Luis también estaba al tanto de la vida de la gente de la pequeña ciudad, abundaron en la historia y le ampliaron las andanzas de su tierna y adorada Julia. Al parecer la muchacha andaba también liada, desde un año antes de conocerle, con un profesor de filosofía del instituto, del cual había sido alumna. Luis le conocía. Era Federico, un hombre de treinta y pocos años. Habían hablado algunas veces de filosofía e incluso comido juntos. Era de Galicia y, aunque estaba casado, su mujer pasaba algunas temporadas en su tierra quedándose sólo de vez en cuando a lo largo del año.
Decididamente sus amigos ignoraban su amor por Julia, pensaban que se había ido a dar una vuelta por allí en plan relax y que su relación con ella era uno de los típicos rollos de la chica al que Luis se prestaba gustoso porque a nadie le amarga un dulce y, luego, si te he visto no me acuerdo.
Cuando dejó a sus amigos tenía ganas de vomitar, le dolía la cabeza (¿sería de los cuernos?, pensó con sorna triste), estaba como desorientado... y pensar que se había pasado el verano entero escribiendo a Julia todas las noches, soñando con ella, imaginando sus encuentros, recordando la expresión de su cara que tanto le atraía y que le impedía pensar cuando estaban juntos... Como no podía irse a su pensión en ese estado, se dio una vuelta por la parte nueva de la ciudad, caminando y caminando sin parar como si buscase algo que se le hubiera perdido y no se resignara a no encontrarlo. No podía evitar el continuo flujo de ideas por su cabeza, era incapaz de controlar el discurrir de su pensamiento, era como si tuviera dentro una fuente de amargura que manaba sin descanso, sin orden, sin control. Al cabo de no supo cuanto tiempo se encontró mirando al río desde una de las terrazas naturales de la ciudad, eso sí, con los ojos llenos de lágrimas. Al día siguiente hablaría con Julia.
De regreso a su pensión, casualidades de la vida, al pasar por una calle que daba al barrio dónde Julia vivía, la vio de lejos bajar de un coche. El coche, al marcharse, casi pasó a su lado. Lo conducía Federico. No le vio.
Así que por la mañana había estado con él en la pensión y por la tarde con Federico, aprovechando que él le dijo que se iría con los amigos. Ya sólo faltaba que apareciera el representante para que entre los tres la dejáramos bien satisfecha, pensó Luis. No habló con ella ni al día siguiente, ni nunca. Tomó el primer coche que salía para Madrid. No quiso verla más.
Luis interrumpió aquí el relato. Después de unos minutos de dar caladas a su cigarro y sorber unos tragos de cerveza me dijo:
- Hoy, cuando pienso en esta historia, me recuerdo tan crío, tan iluso... que casi me da risa. Al representante no llegué a conocerle, ni ganas que tenía, claro. Sin embargo cuando me acuerdo de Federico no puedo evitar el esbozar una sonrisa. Ya ves, la madurez le quita hierro a todo. Federico era un hombre gris, aburrido, que en filosofía se definía como Aristotélico-Tomista, de ideas punteras, como ves. Me imagino, independientemente de mis sentimientos heridos de entonces, que la lozana y vital Julia tuvo que ser para él como un chispazo en su negra y aburrida vida cartesiana. Me cuesta mucho imaginarlos como amantes pero, vaya usted a saber, hay gente con dones ocultos e insospechados.
- Y, ¿qué me dices de ella?
- Con respecto a Julia y pasados los años, me hubiera gustado volver a verla. Los años ajustan mucho los sentimientos, aclaran las cosas y despejan muchas de ellas, si eres capaz de mirarlas bajo otro punto de vista más real. Creo que era una mujer apasionada, quizás, y a pesar de mi burla, encontró en el filósofo un hombre con experiencia que le enseñó cosas y que seguramente equilibraría con su calma la hiperactiva vida de Julia. Eso sí, él tampoco perdió el tiempo. Con el representante puede que encontrara al hombre en plenitud, sabiendo hacer; pero, en mí, ¿qué encontró en mí? Pues lo diré con humildad: Una obra de misericordia, la de enseñar al que no sabe. Yo no había tenido relaciones sexuales con ninguna mujer. Era un inexperto integral. Ella me enseñó un montón de cosas. Al final, casi le hubiera debido estar agradecido. Sinceramente creo que mi falta de habilidad y práctica la decepcionó y aburrió un poco o, quizás, un mucho.
- ¿Has vuelto a saber de ella?
- Me escribió e intentó reconciliarse conmigo inmediatamente después de estos hechos, pero yo jamás le contesté. Curiosamente, al cabo de los años, he encontrado referencias a ella en Internet. Sé que está en Cataluña por Tarragona o Granollers..., pero me temo que su vida sigue siendo azarosa pues la localizo por impagos, multas de hacienda, embargos y... en ningún sitio hay correo o teléfono que dé razón de ella. Julia, se ha convertido en una fugitiva contumaz, no se deja ya localizar. No pierdo la esperanza de contactar con ella algún día, ya con el rencor totalmente apagado, y saber qué ha sido de ella. Con las cenizas de lo que me parecía un volcán hoy ya no lleno ni un cenicero y, por otro lado, siempre queda un recuerdo especial de la primera mujer.

20 noviembre 2007

The Athens of the North


Cuando salió del avión en Edimburgo y entró al hall del aeropuerto, buscó inquieto la presencia de sus anfitriones, los Barbour, a quienes no conocía. Al cabo de unos momentos localizó a un hombre de mediana estatura, calvo, con traje oscuro, muy serio y envarado, que aparentaba unos 60 años y mantenía abierto entre las manos un cartel con un Mr Sánchez escrito en él. Miraba a todos los hombres con pinta de ejecutivos excepto a él porque, claro, no la tenía. Enseguida se dio cuenta de que su forma de vestir no concordaba con la idea que Mr Barbour tenía hecha del visitante que esperaba y que iba a pasar un mes en su casa estudiando, conviviendo y practicando el inglés con ellos.
Hubo de ser él el que llamara la atención a Mr Barbour sobre su presencia. Éste, sorprendido por su aspecto, le miró de arriba a abajo y, con cara de póker, le saludó serio y algo distante y enseguida le dijo, con mucha cortesía, que le permitiese presentarle a su esposa. Sentada en un sofá con dejadez estaba Dorothy, con un bonito traje de raso negro hasta los pies y trasparencias del mismo color en hombros y brazos. Ella, delgada, más alta que él, teñida de rubio y muy maquillada, fue mucho más diplomática que su esposo, le recibió con una sonrisa, dejando caer desmayadamente una de sus manos enguantadas en la suya, de modo que Sánchez enseguida rompió intencionadamente el tratamiento distante y le llamó directamente Dorothy. Ella, consciente de la barrera rota, dijo que estaba muy bien y que desde ese momento se llamarían por sus nombres cristianos. Sencillez ante todo, pensó Sánchez. Ian, o sea Mr Barbour, había enarcado una ceja y le seguía observando con distinguido descaro sin tenerlas todas consigo. Sánchez, que no sabía qué hacer para romper el hielo, le preguntó cómo se decía en inglés chubasquero, a la par que señalaba el que llevaba puesto, de un azul chillón con un letrero de Adidas en la espalda. Él le miró de arriba a abajo y soltó un seco “chaqueta de plástico” a la vez que apartaba de él la mirada censora. Luego le llevaron del aeropuerto a la ciudad. Vivían en la zona noble, cerca de The Meadows.
Al cabo de un par de días, todos se habían serenado. Sánchez se había familiarizado con su casa de tres pisos de estilo victoriano y muebles dedicados y ellos con su ruda llaneza y su forma de vestir, radicalmente informal, según el eufemismo que utilizaron. Ante su petición de que se pusiera un traje para ir a ciertos sitios, ocultó vergonzosamente que no tenía ninguno y adujo que los había dejado en España por considerar que eran impropios, ya se estaba contagiando del estilo, para el verano. Desde luego que, de haberlos tenido, no lo hubieran sido para el verano escocés. Ian, dando por imposible vestirle correctamente, sugirió que con una buena camisa discreta, abotonada hasta arriba, y un jersey azul marino, podría presentarle en cualquier sitio, habida cuenta de que a un español se le podían consentir esas excentricidades.
Enseguida le dieron el horario de clases que iban a observar y le informaron del horario general de la casa. Le preguntaron si prefería el desayuno continental o el británico. En este caso la curiosidad pudo más que la cautela y eligió el británico, paraíso del colesterol como, por supuesto, comprobaría.
Cada día le llevaban a comer a un sitio distinto y, mientras los días de diario las cenas eran en la casa, los sábados cenaban en el George Hotel, bajo una gran cúpula de cristal y con gente trajeada ranciamente. Uno de esos días Sánchez se sorprendió al ver a alguien con monóculo, cosa que él, fuera de las películas, veía por primera vez en su vida.
Con el paso de los días Ian le dijo que tenía 70 años, mientras Dorothy, que parecía mayor, confesó 65. El rito de cada día se realizaba en aquella casa con toda puntualidad. Desde el desayuno a las ocho en punto, primer acto protocolario, todo se desarrollaba según el programa. Las clases venían después y durante toda la mañana.
Antes del “lunch time” de cada día acudían al Royal Overseas League, en el número 100 de Princess Street, donde tomaban unas medias pintas de cerveza con los miembros de este distinguido club, al que Ian y Dorothy pertenecían desde tiempo inmemorial, y que estaba compuesto por un conjunto variopinto de gentes, ancianos en su mayoría, que habían servido a la corona en ultramar: oficiales de la marina real, comandantes y otros jefes de regimientos de la India y otras antiguas colonias, dueños de plantaciones de té en Ceilán y otros países asiáticos, comerciantes, administrativos de puertos y aduanas... más o menos los últimos testigos jubilados, pero aún vivos, de la existencia del imperio británico. Luego, ya después de comer, Sánchez solía darse largos paseos por la bonita ciudad, en parte para dejar descansar a sus anfitriones y en parte para quemar el aporte calórico del desayuno británico, las cervezas y el lunch. A las cinco de la tarde era el “tea time” con shortbread, un dulce típico de allí, y a las siete el “sherry time”, con jerez español y algún aperitivo, para, a eso de las siete y media pasar al salón a cenar. El día finalizaba con las noticias de las nueve y a las 10 se retiraban a dormir, a no ser que a alguien le apeteciera un night cup y un poco de conversación.
Sánchez pasó un mes viviendo de un modo muy distinto y sorprendente. Los personajes que conoció, gracias a los Barbour, por pintorescos que le pudieran parecer, eran reales. O sea que existían, aunque a él le parecía que los imaginaba cada día. El clima atroz que tiene Escocia jamás le permitió mentalizarse ni pensar que era el mes de julio. Su calendario interno se rebelaba. Así, una mañana, que acababan de terminar esa comida oficial que era el desayuno británico, con comentario de periódicos incluido, se asomó al mirador del salón. Con la mirada fija, mientras diluviaba, en los hermosos jardines y en los frondosos setos verdes y viendo como los negros nubarrones se desplazaban ligeros por el cielo de Edimburgo no pudo menos que pensar en voz alta y comentar a sus anfitriones:
- ¡Qué bien se tiene que estar aquí cuando llegue el verano!
- Oh, querido, el único problema es… que el verano aquí es justo ahora- dejó caer Dorothy sus palabras tan lánguida y amablemente como siempre y con ese puntito de guasa tan británica.
Ambos, gente y clima, fueron una novedad para él que, como se ve, no terminó de digerir. Edinburgh the Athens of the North rezaban ese año los pasquines publicitarios de las oficinas de turismo británicas. Y viendo aquel estilo de vida a Sánchez le dio por pensar, filosóficamente claro, de dónde podía venir tanto lujo y refinamiento.

19 noviembre 2007

El tío Mentiras


Al doblar una curva de la sinuosa carretera local me topé con un hombre mayor, con boina, garrota y un zurrón, caminando carretera adelante con la calima de agosto. Paré el coche.
- Si quiere usted, le dejo en el pueblo.
- Hombre, se agradece.
El hombre subió a mi pequeño coche y continuamos en dirección al pueblo. Enseguida inicié una conversación banal.
- ¿Qué hace usted por aquí?
- Vengo de mi empresa.
- ¿De su empresa?
- Sí hombre, tengo más de doscientos empleaos.
- ¿Doscientos?
- Ya lo creo y a todo placer que les tengo, no les falta de nada: no trabajan, salen de paseo cada día, comen lo que les da la gana, beben hasta saciarse, se echan unas siestas que pa qué y en estos lugares el aire acondicionado no les hace mucha falta, que si no, se lo pondría. Oiga, qué paz laboral, ni una huelga me han hecho. Hasta la fecha, claro.
- ¿Y son de usted?- le dije cayendo enseguida en la cuenta de que me estaba hablando de las ovejas.
- No, la mitad sólo.
- ¿Y las otras?
- Las otras son de la mujer.
Viendo que el hombre era burlón le cambié de tema por seguir hablando de algo.
- Y caza, ¿ve usted mucha caza por el término?
- Algo se ve, pero muy poco.
- ¿Había más antes, cuando era usted joven?
- Ya lo creo, hombre, donde va usté a comparar.
- Pero, por ejemplo de perdices, cuantas podía ver usted en un día en aquel entonces.
- Incontables, no le estoy diciendo. ¡Había bandos de perdices entonces que anublaban la luz del sol!
Con ese envite me había hecho enmudecer y sonreír. Volví a cambiar de tercio.
- ¿Será aburrida la vida por estos pueblos?
- Pues sí, pa que le voy a decir una cosa por otra.
- ¿Es que no queda gente joven?
- Pues quedar quedan, sí, pero los que hay ya no son como antes. No hay mas que vicio y sinvergonzonería y de los turistas de fuera pa qué le voy a contar. Que van por ahí medio desnudos, que no se puede ni ir al río… yo por lo menos, viendo ciertas cosas, es que me inrito de una manera que es que no lo aguanto…
- Pero, hombre, antes también se divertirían ustedes, ¿no?
- Miá, nosotros, ¿qué íbamos a hacer nosotros, pobrecillos?, pues na de na, bueno, o como mucho y en todo caso, si te enterabas que había alguna moza por ahí con el ganao, te acercabas donde ella y le arreabas cuatro pichorretazos en to el papazo, ¡pero sin malicia, oiga!, no como ahora, que no hay más que desvergüenza, ya le digo a usté.
Al llegar al pueblo, riéndome aún por dentro por lo que acababa de oir, dejé al hombre donde me indicó y subí hasta la plaza. Bajo los soportales de la plaza entré a una taberna con tarimas de madera y mostrador de zinc y, resguardado en el fresco local, tomé una cerveza sentado en una de las mesas. Al rato entraron dos hombres que se acercaron al mostrador y pidieron dos vinos. Mirándome de reojo uno le dijo al otro:
- ¿Quién es ese?
- Na, un forastero, uno que ha traído al tío Mentiras desde las curvas de los Azules.

18 noviembre 2007

Inocentes

Su mujer le decía a todas horas no fumes tanto, no comas tan poco, no bebas más. Él hacía lo que le daba la gana porque harto número de cosas tenía que hacer en la vida que no le gustaban. Su oficio se lo había llevado por delante la tecnología, su trabajo era duro, porque tenía que madrugar antes que el sol, porque en la obra todos le mandaban, porque tenía que ser el primero en llegar y el último en marcharse después de recoger y limpiar las herramientas y porque no le gustaba su trabajo de esclavo y porque, sobre todo, siempre había sido así, de hacer lo que quería. Para qué nos vamos a engañar.
Los días iban pasando pero las recriminaciones no y, como mucho, sólo alteraban su orden: No bebas tanto, deja el cigarro a todas horas, a ver si comemos más… Algunas veces, harto de la misma cantinela, contestaba con ironía y humor burlón:
- Poco me dices que no trabaje y de eso sí que vengo hecho polvo cada día. Digo yo que tampoco será bueno, ¿no?
- Pues sólo faltaba eso, aquí todo el día de non. Sin hacer nada, ¡Dios santo! ¡Hace falta valor!
Así se sucedieron los años hasta que un mal día le salió una úlcera en la boca. Probó todos los remedios caseros que se le ocurrieron y que no fueron pocos, pero la llaga no cerraba. La médica del pueblo le dijo que eran hongos y le mandó enjuagarse con un fungicida. Viendo que no dejaba de crecer la úlcera, le mandaron a la capital y de allí rápidamente a Madrid porque lo que tenía era un carcinoma. A los médicos les pareció que lo más apropiado era la radiología para tratar el tumor que tocaba lengua, boca y garganta.
Durante el viaje a Madrid, la mujer, como si le hubieran dado cuerda, machácala Pedro, machácala Juan… no paró de relatar que si no hubieras fumado tanto, que si no hubieras comido tan poco, que si no hubieras bebido… y una y otra vez y vuelta la burra al trigo…
Al llegar a la sala de espera de radiología del hospital Puerta de Hierro el espectáculo era conmovedor, había ese día, entre los enfermos esperando para radiarse, un grupo de niños con las cabezas sin pelo y con drenajes que les salían por el oído o por la nariz o por la boca o por el pecho…
Él, totalmente conmovido no ya por su mal sino por el triste espectáculo de los niños, miró a su mujer y con toda la sequedad que le salió del alma le espetó a bocajarro:
- Y éstos, ¿qué han hecho?

16 noviembre 2007

Martín pescador

En mi ciudad, como en tantas otras, han hecho muchas obras en los últimos años. Las más son pisos y chalets y otros tipos de viviendas que sirven para que los ciudadanos las habiten o especulen con ellas, para que los constructores se forren y para que los partidos políticos en el poder municipal crezcan en influencia, por decirlo de algún modo. Pero los ayuntamientos, para compensar tanta especulación y tanto negocio y tanta cosa turbia y ganar de paso algo de prestigio, hacen habitualmente obras públicas como jardines, auditorios, restauraciones y otras.
Hoy he ido a mi trabajo caminado por una de estas obras. Está hecha en un antiguo barranco por el que bajaba un arroyo hasta el río. El arroyo se ha cubierto y en las laderas del barranco se ha hecho un parque con césped y árboles variados. Entre ambas laderas, y sobre el arroyo cubierto, se ha hecho un canal artificial de kilómetro y medio con dos palmos de agua y dos carreterillas paralelas a él, una para peatones y otra para ciclistas y patinadores. El conjunto del parque se ha decorado con isletas y con patos domésticos que tienen sus casitas y a los que los empleados municipales dan de comer. Todo tiene una apariencia de naturaleza idílica y domesticada.
Pero lo curioso del caso no es nada de esto. He visto como los patos azulones que proceden del río, en otros tiempos salvajes y huidizos, se están urbanizando con la ciudad y ya han empezado a convivir en el canal con los otros patos domésticos sin asustarse de la proximidad de la gente y compartiendo la comida de éstos últimos. Así que también los patos se vienen del campo a la ciudad en una moderna inmigración animal. Pero ya, lo que si me ha dado pena, ha sido un martín pescador que, confundido por la apariencia del canal artificial, lo recorre como un loco buscando unos pececillos inexistentes que él debe de pensar que no encuentra por su torpeza. El martín pescador no sabe que las apariencias pueden ser engañosas.

15 noviembre 2007

Precisión


Mirando fotografías, no muy antiguas, que tenía archivadas en las carpetas del ordenador, ha aparecido ésta que podéis ver. No es nada excepcional, todo lo contrario, es una foto de una pared. Es un simple indicador de direcciones que fotografié en la fachada de una casa de camineros, junto a una carretera secundaria, como una cosa curiosa. Sólo pone, por toda indicación útil, necesaria y suficiente, dos direcciones: A Taracena o a Francia. La peculiaridad reside en que Taracena, población relativamente cercana a la ubicación de la casa de camineros, es un pequeño pueblo de 350 habitantes, municipio pedáneo de Guadalajara capital, y Francia, aparte de la mera desproporción comparativa, se encuentra a más de 400 Kms de la ubicación del indicador, tras infinidad de cruces y bifurcaciones. ¡Qué señalizaciones se nos ocurrían a los españoles tiempo atrás! Todo un modelo de precisión y de mentalidad. En honor a la verdad, ignoro la fecha en que dicha indicación fue colocada. Solamente me pareció curiosa.
El indicador está en la casilla de camineros situada en el paraje de Cantaperdiz, provincia de Guadalajara, en la bifurcación de la carretera hacia Ayllón y Almazán. Espero que aún siga en pie la casilla de camineros donde lo fotografié.
¿No seremos, en esto y en tantas cosas, el país de las desproporciones?

14 noviembre 2007

Olor a espliego

Hubo un tiempo en que fue cazador. Y lo fue por su gusto por la soledad, el campo, el juego y las piezas en la mesa. Así que no era un cazador de cuadrilla, ni de merendolas, ni de partidas, ni de vísperas de cañas, ni de copas a la vuelta… Él y su perra la Fary, solos, sin comida, sólo con una cantimplora de agua y de sol a sol, cazaban. Sólo caza menor a rabo, de perro se supone. Luego, las piezas, cuando las había, se comían en casa. Las dos ollas, rebosantes de aceite, una para el escabechado de liebres y otra para el escabechado de perdices, se iban reponiendo y gastando a lo largo de la temporada. Oye, qué cosa más rica. Eran tiempos en los que costaba menos matar una perdiz que lo que costaba una perdiz muerta. La caza era entonces un producto exclusivamente para la mesa.
La otra caza, la mayor, no existía todavía y cuando empezó a existir quedaba para los señoritos del todoterreno, el loden verde y los rifles con mira telescópica (especie entonces emergente) que, bien almorzados, se ponían en los puestos a las 11 de la mañana, a veces, hasta con la querida, a esperar que los ojeadores del pueblo y los de las rehalas les metieran los corzos o los jabalíes en los mismos morros. Y, luego, para colmo y tras valiente hazaña, mírale a un corzo a los ojos, parece que has matado a alguien de la familia. Si dicen que hasta lloran. Que no, que no, caza mayor no. Pero ahí estaba, el dinero no respeta nada.
La noche de antes se acostaba temprano pensando dónde estaría el bando de perdices de cada pago o donde dormiría la liebre aquella noche y cómo amanecería el día siguiente, pues en función del tiempo que hiciera iría a una parte o a otra y buscaría en unos lugares o en otros y entraría por las laderas más alto o más bajo o buscaría a la liebre en los baldíos o en los rastrojos o en los regueros… Las heladas, los vientos, la lluvia o la calma eran factores determinantes, el calor también, pero en otoño e invierno eran rarísimos los días de calor en la zona.
La Fary era su perra y lo fue hasta que murió de vieja con casi veinte años, ya sorda del todo, casi ciega y durmiendo en un flotador por la artrosis generalizada. A la Fary su madre la parió en el monte del Marojal y, desde allí, llevó a la perra y a los otros cachorros de la camada uno tras de otro a la casa del Paquito de Riofrío, su amo. Al Paquito le pareció de muy buena señal y raza el gesto valiente y constante de la perra y le regaló al cazador a la cachorra última que trajo, esa fue la Fary.
La primera vez que el cazador sacó a la Fary al campo era aún muy pequeña y, además de asustarse de los tiros, se cansaba, por lo que el cazador la tenía que meter en un macuto que llevaba a la espalda y desde allí, con la cabeza fuera le acompañó en sus primeras experiencias de caza, curioseándolo todo desde su improvisada atalaya . Pero pronto espabiló y, como el cazador era en su afición solitaria tan constante como ella en acompañarle, aprendió a seguir el rastro de codornices, perdices, liebres y conejos y, si era posible a pararlos y marcarlos a muestra. Algunas veces su instinto era tan fuerte que, pese a la obediencia que el cazador le tenía impuesta, se adelantaba a las perdices y las levantaba fuera de tiro. Ella sabía que lo había hecho muy mal y temía volver al encuentro de su socio por el dolor presentido de la reprimenda. Sin embargo, cuando lo hacía bien, cobraba la perdiz y venía orgullosa a dársela en la mano a su amigo. Sabía que le aguardaba la felicitación y la caricia. La Fary adoraba al cazador.
Un día un chiquillo del pueblo se fue con el cazador y, admirado el chaval de que la perra le trajera las perdices a la mano, le preguntó que cómo le había enseñado a cobrarlas tan bien. El cazador, muy serio, le contó esta historia con mucho detalle y calma:
- Mira, majete, los perros cuando son cachorros corren detrás de todo lo que se mueve o les llama la atención. Hay que tener mucha paciencia con ellos pues lo mismo se quedan parados delante de una mariposa, que delante de una moñuda o de una alondra o de una perdiz… Así que hay que sacarles al campo y con mucha paciencia esperar que levanten, aunque sea al azar, una perdiz. Si disparas a la perdiz y ésta cae, el perro irá hacia ella corriendo y cuando la coja pues, guiado por su instinto, se pondrá como loco ante su primera perdiz e intentará comérsela. Tú no debes dejarle que lo haga de ninguna de las maneras, aunque te cueste un poco, debes de quitársela de la boca con mucho cuidado y sin pegarle. Luego te sientas tranquilamente en una piedra y, ante el perro, que no te quitará ojo ni a ti ni a la perdiz, te pones a pelarla. En esta operación hay que tener especial cuidado. Hay que pelarla muy bien, esmerándote en quitarle los cañones del cuello y de las puntas de las alas, que son los más duros, sin dejar uno. Bueno, pues una vez que tengas la perdiz totalmente pelada y bien pelada, ¿a que no sabes lo que hay que hacer?
- Pues no, ni idea, ¿qué hay que hacer?
- Echársela al perro para que se la coma. Y esperar a que se la coma toda, tranquilamente.
- Y eso, ¿para qué?
- Pero hombre, ¿es que no te das cuenta? Desde ese día, el perro te traerá todas las perdices que coja para que se las peles.
Con el paso del tiempo la Fary y su amo y, si me apuran, casi también las perdices desaparecieron del mapa de la caza. También, con el tiempo, el chico se dio cuenta de que el cazador le había tomado el pelo, pero la historia le encantó, no la olvidó jamás y guardó siempre en su memoria un rinconcillo con olor a espliego con el recuerdo del cazador y su perra la Fary.

13 noviembre 2007

Cambio climático


Albert Arnold Gore Jr., más conocido como Al Gore nació en 1948, ha servido durante muchos años a la administración de los USA y comparte un premio Nobel de la Paz, el de este año 2007, según parece, por sus esfuerzos en constituir y divulgar un conocimiento exhaustivo sobre el cambio climático producido por el hombre en el planeta y proponer medidas para contrarrestarlo.
No he podido evitar, al conocer la fulminante carrera del político estadounidense como ecologista, el recordar a nuestro compatriota Miguel Delibes. Siempre que se produce un debate sobre el cambio climático, Delibes viene a mi memoria. Y lo hace por dos motivos, el primero porque Delibes sí que fue un pionero en estos asuntos y un profeta, pues predijo hace muchos años lo que está ocurriendo en el mundo, ecológicamente me refiero; el segundo es por el olvido y la relativa postergación que como literato comprometido ha tenido, y no digamos ya como ecologista cuando ni siquiera se empleaba esta palabra, a mi juicio por mantenerse fiel a unas posturas que, si hoy todavía se discuten y hasta se ponen en duda por “gente eminente”, hace 50 años se despreciaban con burla y escarnio.
La obra literaria y humanista de Delibes comienza en 1949, casi el año en el que Mr. Gore vino al mundo. Contrasta la vida relativamente humilde y provinciana, casi pueblerina si se leen sus obras, de Delibes, que fue profesor y periodista en Valladolid, con la vida rutilante de Gore en un país como los USA y en unos puestos de tanta responsabilidad y desde los que ha podido conocer muy bien qué es lo que estaba y está ocurriendo en el planeta. Sin embargo a Mr. Gore le han concedido el Nobel por llegar a conclusiones que Delibes expuso en su discurso de ingreso en la Real Academia Española de la Lengua en el año 1973 y que fue posteriormente editado en el año 1979 con el título “Un mundo que agoniza”. De Delibes se dijo que era el escritor de la tristeza, del pesimismo y, es más, algunos llegaron en aquellos años del desarrollismo a tildarle de reaccionario. Pobre señor Delibes, llamarle reaccionario a él precisamente. Sería muy prolijo, y pedante por mi parte, citar el pensamiento de Miguel Delibes, pero sí que invito a leer “Un mundo que agoniza”, no es muy largo, es sólo un discurso, y veréis con qué claridad y sencillez exponía lo que está ocurriendo ahora, quizás con tanta como Mr. Gore, pero con la diferencia de que lo hacía hace casi 35 años. Un poquito antes, ¿no? Claro que si la gente se burló de Delibes entonces no creo que hoy hayamos cambiado a mejor. Seguro que se intentarán medidas para combatir el cambio climático cuando todos veamos evidentes sus efectos en nuestras propias vidas pero, para entonces, no creo que sea posible hacerlo. Vivimos en un mundo en el que la máxima es “coge el dinero y corre”. Lo que pase mañana no nos importa, ya se las arreglarán otros. Pero, cuidado, este mañana lo tenemos ya encima.

12 noviembre 2007

El rincón vacío


En el rincón vacío se quedaron las palabras sin garganta que las pronunciara, las historias sin boca que las contara, las miradas sin ojos y los gestos sin cara:
- Me acuerdo como si fuera ahora mismo, además de verdad…
Ese solía ser el empiece de la mayor parte de ellas. Acontecían en las sobremesas, apurando el último vaso de vino o al aroma del café y la copa. Luego ya derivaban y se cruzaban con otras y se mezclaban en la maraña de historias que en definitiva constituyen una vida, cualquier vida. Así que el inicio se conocía pero, cómo evolucionara el relato dependía de los recuerdos que con él se cruzaran ese día. Acababan también como casi todas las historias, cuando el que las cuenta es viejo, con la desaparición de los tiempos aquellos, de los conocidos, de los amigos, de los enemigos y hasta de los caminos y de las señas que entonces existían y que ya sólo existen en la memoria del narrador. Éste, por evitar que ésta también le traicione cualquier día y los sepulte, olvida en su afán las veces que las ha contado y las repite una y otra vez a los cercanos como si fueran nuevas siempre, como si así se pudieran recuperar algunos trozos o evitar que ya, para siempre, las historias todas queden muertas en el olvido ciego y sordo.
Las historias se aderezaban con las mismas expresiones:
- Eso fue así, y si no, ahí está todavía el Moreno que vive y come…
- Tú cállate, que sabrás tú, si no habías nacido…
- ¡Qué fatigas pasamos!
- Ojalá volvieran aquellos tiempos…
- Pero, ahora ya, jódete…
Y todos los dolores pasados se amortiguaban y hasta se hacían suaves y casi agradables cuando se mezclaban con los recuerdos selectivos que, llenos de juventud y energías, eran insuperables y señalaban siempre que en el recuerdo, y casi exclusivamente en el recuerdo, cualquier tiempo pasado fue mejor.

Hablando...


La clausura de la Cumbre Iberoamericana ha dado un espectáculo triste. Parece que ya ni los poderosos saben guardar la educación ni mantener las formas, y no con los demás, ni siquiera entre ellos. Es como si también a sus palacios les hubiese llegado la marea negra de la telebasura y su estilo zafio se les hubiese contagiado. El presidente Chaves no deja hablar, el presidente Zapatero no consigue el hacerlo pese a su buen talante y el rey salta de pronto con lo que yo no me esperaba: ¿Por qué no te callas?, le dice a Chaves. Poco después se levanta y se va.
La actitud más educada me pareció la de Zapatero que, sin perder las formas, dijo, o mejor dicho, consiguió decir al final lo que quería decir. De la forma de actuar de Chaves, me parece histriónica como casi siempre y carente de respeto para sus interlocutores. Pero lo que hizo el rey forma parte de lo inesperado. No creo que se pueda pedir en una cumbre como la que estaban y por muy poco educada que fuera la intervención del otro, que se calle con un estilo tan cuartelero, como si Chaves fuese su subordinado militar y, mucho menos, levantarse y marcharse. El rey estaba allí de igual a igual con los otros presidentes y jefes de estado para defender con la palabra sus ideas. Creo que no hace mucho dijo que hablando se entiende la gente.
Sin embargo no es eso lo que más me llama la atención, porque un error lo puede cometer hasta quien ha sido educado para no hacerlo. Lo que me parece significativo es que, según parece, la mayoría de la gente apoya la actitud del rey en el fondo y en la forma o, por lo menos, eso dicen algunos medios. Esto sí que me sorprende porque es como si las mujeres y los hombres de España estuviéramos aún admirando los gestos raciales esos que se definen con frases de este jaez: “¡Sí señor, así se hace, con dos cojones!” o “¡Para chulo yo, no te jode!” o “¡Cállate de una puta vez!” o “¡A que te doy dos hostias!” y si seguimos por ese camino podemos llegar al tristemente famoso “¡Se sienten, coño!”. No me parece bien que vuelvan esos ramalazos populacheros y castizos que yo creía relegados a las tabernas y a la vieja España del toreo, del fandango y del siglo pasado y muy pasado o, como mucho y ya es bien grave, a ciertos desahogos machistas… que ya vemos también a lo que llevan. Pero ya no estoy seguro, a lo peor, como en tantas cosas me equivoco y aquí lo que hace falta es echarle cojones y sacar los pies por alto.

11 noviembre 2007

La sala de las herraduras


Desde la sala de las herraduras se ve el techo de una iglesia y su campanario, ya sin campanas, y atestado de palomas que desde él otean la vega y van y vienen a los pedazos. También se suele ver un cielo azul intenso los días claros, como es el caso.
Hoy la sala de las herraduras está silenciosa y ya no se oye en ella el repiqueteo de los martillos sobre el yunque. Aquel repiqueteo que tanto le gustaba hacer al herrador viejo. Como si cantara la bigornia. Tampoco está ya el nido que las golondrinas siempre hacían junto a la viga que la sala tiene en el centro. La sala de las herraduras ya no tiene nunca, como solía, el balcón abierto de par en par. Tiene nuevos moradores y éstos ya no son gente de vivir al aire libre y mucho menos de permitir que los pájaros vivan en su casa.
La sala es amplia y de ella salen hacia el interior de la casa dos alcobas. Las paredes blancas de yeso estaban llenas de apuntes a lápiz con las cuentas de urgencia del herrador viejo y del joven y con otros escritos más llamativos de cuando en la guerra fue lugar de refugio de soldados y algunos dejaban allí recuerdos del tipo: “Fulano de Tal de la parroquia de
Recelle en el municipio de Portomarín provincia de Lugo estuvo aquí los días que van del 28 de diciembre de 1937 al 12 de febrero de 1938 partiendo luego hacia Teruel para defender a nuestra querida España…”
Tampoco están por los suelos los pesados fardos de herraduras de distintos tipos, atadas con alambres, ni los botes de clavos de cabeza cuadrada, ni los pujavantes, ni las tenazas, ni los martillos, ni los aciales, ni la caja donde el herrador echaba los perras que pagaban los clientes por calzar a sus animales… junto con las golondrinas los viejos moradores se fueron y es inútil esperar a la próxima primavera porque ya ninguno volverá.

09 noviembre 2007

Costa Brava


El Expreso Costa Brava era un tren que venía de Madrid y que subía hasta Port Bou en la frontera catalana con Francia. Hacía su recorrido por la noche. Habitualmente el tren iba lleno de magrebíes con chilabas y un montón de equipaje, de soldados que estaban haciendo la mili en África y volvían a la península con sus bolsas y petates y, en general, de gentecilla de medio pelo como yo que ninguno teníamos pinta de tener donde caernos muertos. Era difícil encontrar un sitio, pues todo el mundo se había tumbado para pasar la noche y los acomodados ignoraban totalmente a los que no encontrábamos sitio, pasando totalmente de que tuviéramos billete con derecho a asiento y hasta de que existiéramos. A mí eso no me preocupaba. Busqué un lugar libre junto a una ventanilla, en un pasillo, y allí, a ratos de pie y a ratos sentado sobre mi pequeña maleta de cartón piedra, pasé la noche. Creo que no dormí nada. Llevaba la ventanilla abierta por la que me entraba el aire fresco de la noche y el olor a carbonilla de la máquina. Iba pasando por muchas y muchas estaciones. El Costa Brava paraba en casi todas. No me aparté de la ventanilla en toda la noche. Yo pensaba y pensaba: ¿Cómo me irá?, ¿ganaré dinero?, ¿podré volver orgulloso a mi casa dentro de cuatro meses con un montón de billetes? o, por el contrario, llevarán razón mis tíos y volveré sin un duro como un desgraciado. ¡Qué vergüenza si me pasara esto!, ¿será verdad que son tan putas las tías extranjeras y que como te descuides te dejan sin un duro?, tengo que tener mucho cuidado… Los pensamientos se sucedían veloces, atemorizantes, como el trac-trac trac-trac monótono del tren que cada vez me alejaba más de mi casa. Así transcurrió la noche.
Amaneció en Tarragona. Todavía recuerdo, como en un sueño, la explanada del mar, totalmente calmo aquel día frente a la estación, como una inmensa llanura de cemento grisáceo con esa extraña luz irreal del amanecer brumoso. Tres horas después el Costa Brava se detuvo en mi estación de destino: Blanes. En Blanes tomé un autobús que me dejaría en el Hotel Fanals.
El Hotel estaba entre Blanes y Lloret de Mar, a unos dos kilómetros de éste último. No iba yo muy tranquilo en el autobús porque todo el mundo me miraba de un modo extraño. Claro que, como me habían dicho que aquello era Cataluña, pensé que quizás habían notado que yo no era catalán y les parecía algo curioso. Pero, en efecto, la gente no dejaba de mirarme. El amable chofer me indicó donde estaba el Hotel Fanals y me dejó frente a él. A mí me impresionó el edificio. Tenía un ancho acceso por la parte izquierda que permitía a los vehículos y a las personas acercarse a la entrada principal o acceder al hermoso bar con terraza y piscina que tenía enfrente. Nada más iniciar mi entrada por ese acceso oí unas voces dirigidas a mí pero, como yo sabía a qué iba, continué mi camino. No habían pasado ni cinco segundos cuando vi venírseme encima dos enormes perros. Uno era un bóxer y el otro un pastor alemán. Casi me paralizo del susto. Antes de que me diera cuenta cada uno de los perros me tenía apretado, mordiéndome un pie, contra el suelo. Quedé inmóvil y aterrorizado. Me seguían voceando que me fuera, que aquello era propiedad privada. Yo estaba desconcertado y asustado. De repente salió por la puerta principal un señor mayor y se vino hacia mí.
- Perdone, buenos días... - El hombre me miró y, como si acabara de darse cuenta, añadió - Usted debe ser el Salvador.
- Sí, sí señor...
- ¡Las, Pat!- ordenó inmediatamente con dos voces secas, y los perros se retiraron a su espalda- Perdone, Salvador, pero ya verá usted que por aquí hay mucha gente vagabunda que se mete por todas partes. A usted estos perros no volverán a confundirle.
El hombre tenía más de 60 años y me hablaba en castellano con un fuerte acento catalán. Tenía aspecto de pallés, vestía con modestia pero iba muy limpio, era calvo y fuerte y tenía las manos grandes como el que ha trabajado con ellas toda su vida. No lo parecía pero era el dueño de todo aquello, era el señor Viçens. Educadísimo, siempre me trató de usted durante los cuatro meses de la temporada de verano en que trabajé para él.
- No trabaje usted hoy, Salvador, dedique el día a descansar que no habrá dormido bien.
- Mire usted, señor Viçens, yo he venido aquí a ganar dinero y empiezo a trabajar ahora mismo – dije yo que venía totalmente concienciado.
- Bueno, hombre, como usted quiera, pero, por favor, suba primero a la habitación que le asignarán y lávese un poco. Baje con camisa y corbata y enseguida le haremos un uniforme.
A pesar de su buen trato aquel hombre me miraba también con una cierta extrañeza. ¿Habrá por aquí tan pocos castellanos? Mis prejuicios no me dejaban imaginar otra cosa. Al poco una señora me condujo a una habitación a la que se accedía por un patio que estaba en la parte posterior del edificio. Subiendo unas escaleras que daban a una galería. Allí tenía mi habitación, compartida con otro miembro del personal del hotel, y, anejo a ella, un servicio con ducha para los dos.
Al ir al servicio para lavarme, encontré en el espejo la imagen de alguien que me costó reconocer. Era un chico con el pelo rizado, un trajecillo teñido de negro como si viniera de enterrar a su padre, la cara asustada, y, eso sí, toda ella negra de carbonilla como si se hubiera disfrazado para hacer de rey negro en la cabalgata de su pueblo. Sólo alrededor de los ojos aquello blanqueaba un poco. El humo y la carbonilla del tren habían hecho su efecto a lo largo de la noche.

08 noviembre 2007

Dos letras


Uno es un pobre diablo que tarda un montón de tiempo en darse cuenta de las cosas, en hablarse a sí mismo con sinceridad y en caer en lo evidente. Cada día lo tengo más claro ¡Qué tarugo puede uno llegar a llevar dentro y lo que se tarda en percatarse! Pienso, ya de paso, en cuántas cosas no caeré, de cuántas cosas no me habré enterado aunque las tuviera delante, en cuántos detalles de la vida me habré perdido. Cosas ya irrecuperables. A lo mejor a todo el mundo le pasa lo mismo, me consuelo.
El otro día me invita Zeltia a participar en el Meme de las 8 cosas. Vale, pues voy y me lanzo a pecho muerto y pongo que si esto que si lo otro… total, las ocho cosas que, de acuerdo, me gustan y me vinieron en ese momento a la cabeza. Al día siguiente reflexiono y me doy cuenta que, de verdad de verdad, lo que a mí me gusta es hacer lo que me da la gana y que, a partir de ahí, pues mi meme es de una sola cosa. Claro, y me quedé tan fresco. Vaya pensamiento original y sincero, hacer lo que a uno le da la gana, claro, bien, pero era lo que pensé en el momento.
Anoche, hablando contigo, mientras te observaba, caí del guindo y me di cuenta de lo necio y de lo egoísta que soy y que después de tantos años a tu lado todavía no me había dado cuenta de una cosa, que mi existencia sin ti no tiene sentido, que no hay meme de las 8 cosas, ni meme de la única cosa, ni nada, sin una palabra de dos letras: Tú.

Esperanza

- No existes si no crees en mí y te haces mi vasallo- dijo El Dinero.
- Mal que te pese, existo y sólo a mí me debo- replicó El Pelagatos.
- No existe quien no será conocido sin mi consentimiento.
- Pasaré por alguna grieta de tu puerta, como una lagartija, cuando apenas haya luz suficiente para que me distingas. Siempre ha ocurrido así y también ahora. Por eso hay esperanza.
- Mi puerta no tiene grietas que pueda atravesar tu insignificancia.
- La esperanza es la fe y el mundo del insignificante y tú sólo eres una puerta. Yo soy y tú no eres, aunque existas.
- Yo soy la puerta a todas las cosas y no necesito fe ninguna para existir porque yo soy el medio y el fin, fuera de mí no hay nada.
- Sí, te lo repito, adoquín, está la esperanza… dijo El Pelagatos, encerrado en la oscura celda, mientras dos lágrimas calientes le rodaban mejillas abajo.

07 noviembre 2007

Solitarios a su pesar


"Mis personajes no son, pues, asociales, insociables ni insolidarios, sino solitarios a su pesar. Ellos declinan un progreso mecanizado y frío, es cierto, pero, simultáneamente, este progreso los rechaza a ellos, porque un progreso competitivo, donde impera la ley del más fuerte, dejará ineludiblemente en la cuneta, a los viejos,... y los débiles."

Miguel Delibes (Un Mundo que Agoniza,1979)

La población rural no sólo en la sierra norte de Guadalajara, sino, me atrevería a decir, que en la mayor parte de Castilla es una población muy reducida y envejecida. El desarrollo de los años 60 y 70 dejó una semilla de abandono y soledad que ya ha fructificado de sobra.
Si algunas regiones, autonomías o nacionalidades españolas, que cada cual se llame a sí mismo como mejor le apetezca, tienen quejas y plantean reivindicaciones con respecto a la política que se llevó a cabo en los años de los gobiernos del General Franco, a Castilla no le faltan motivos de queja. Simplemente la despoblaron. No sé si se puede llegar a más.

La recompensa


No sé la causa pero siempre me ha fascinado la historia y el recuerdo de Juan Martín Díez, El Empecinado. Quizás sea porque algunas de sus gestas principales se dan en terrenos que me son conocidos. En la zona centro, entre los pasos de Buitrago y de Medinaceli que, aún hoy siguen siendo por los que discurren las dos principales autovías que van desde Madrid a Francia, caminos reales entonces por los que el ejército francés recibía los principales aprovisionamientos y refuerzos para Madrid y el sur.
La leyenda, que puede coincidir total, parcialmente o nada en absoluto con la realidad, dibuja a este guerrillero como un hombre de grandes fuerzas, tremenda astucia y fulminante audacia y se cuentan de él numerosas anécdotas, algunas casi increíbles. Sin embargo, lejos de ser ningún patán como algunos deducen por el apodo que le viene de su pueblo natal, fue un militar brillante que llegó a mariscal de campo (general de la época), pasando por los empleos de teniente, capitán, comandante, brigadier y coronel de caballería. La caballería era el ejército de acción rápida de entonces, que podía actuar y desaparecer rápidamente.
Comenzó con una partida de pocos hombres en la zona de Aranda de Duero y su primera acción fue la captura de un correo militar francés cerca de Honrubia, en 1808. Tenía entonces 33 años. Obviamente, El Empecinado, conocía muy bien la zona por haber nacido en Castrillo de Duero (Valladolid) y eso, además de conocer los pueblos y las gentes, le facilitó mucho las cosas. En 1810 ya se movía con un pequeño ejército de unos 6000 hombres, perfectamente entrenados para acciones de guerrilla. Fue uno de los guerrilleros españoles que mantuvo enfrentamientos constantes con el ejército francés en la zona centro, o al menos, todo lo constantes que podían ser los enfrentamientos en una guerra de guerrillas. Su actividad principal fue obstaculizar las comunicaciones, el aprovisionamiento y la retaguardia de las tropas francesas. Los franceses, incapaces de cercarlo y acabar con él y los suyos, se vengaron saqueando y destruyendo numerosos pueblos de la zona donde, por ello, se les tiene aún un infausto recuerdo. Hasta un general francés fue dedicado exclusivamente a su captura sin que tuviera éxito.
Sin embargo, no son estos hechos de armas ni otros posteriores que también tuvo en otras zonas lo que más me llama la atención de su historia. Lo, para mí, llamativo fue lo que le sucedió en tiempos ya de paz.
Es ya curioso que, con la derrota de los franceses, a la que tanto contribuyó, tuviera que exiliarse a Portugal por la llegada del absolutismo con la vuelta del rey Fernando VII. Dicho de otro modo: Juan Martín luchó para que volviera un rey legítimo que, sin embargo, a él le proscribió.
Pero lo más triste, según cuenta Benito Pérez Galdós, es que Juan Martín, añorando su tierra, llegó a un acuerdo con las autoridades absolutistas por el que se le permitiría residir en Aranda de Duero (su zona), siempre que se comprometiera a no abandonar esta plaza y a no ejercer oposición alguna al monarca. De acuerdo con ello se encaminó hacia esta ciudad, pero cuando estaba muy cerca de ella fue apresado. El autor del apresamiento fue un tal Gregorio González, alcalde de Roa de Duero. Este alcalde, al parecer sumiso ante la ocupación de los franceses, encarceló por contra a Juan Martín y todos los martes lo paseaba en una jaula para su burla pública. Parece que el alcalde hacía esto para agradar al rey Fernando VII y adularle de este modo. A los dos años el alcalde decidió ahorcar al Empecinado. El rey Fernando VII firmó la sentencia sin titubear. El Empecinado, que a pesar de sus 50 años era hombre de grandes fuerzas, viéndose ante el patíbulo, en el que le iban a ahorcar como a un perro o como a un delincuente, se soltó de sus ataduras y gritando "¿Es que no hay balas en España para fusilar a un general?", arrancó el sable al jefe de la guardia y se lanzó contra la tropa a cuchilladas. Así Juan Martín cayó muerto a bayonetazos finalmente. El alcalde adulador, que se ve que no quería perder autoridad, hizo que su cadáver fuese ahorcado. ¡Las cosas que pasan en España! Ya lo dicen en mi pueblo, cada uno es como Dios le hizo y aún peor algunas veces.

06 noviembre 2007

El coordinador


Eran los años de la transición. Aquellos años en que todo parecía posible. El país entero, no es que pareciese, es que estaba en ebullición. El progreso nos parecía irrefrenable y su velocidad de implantación uniformemente acelerada. No habíamos conocido tantos cambios en tan poco tiempo. Sólo una reacción salvaje del ejército o de la extrema derecha podía dar al traste con todo y devolvernos a la tristeza de los años en blanco y negro de la dictadura, a la monotonía del día a día sin cambios, a los mismos razonamientos impuestos de siempre, al mismo credo grabado en el granito del Valle de los Caídos, en los muros de la iglesias y en el de los cementerios.
Algunos creíamos de veras que el progreso, el cambio acelerado, no iba a terminar nunca y nos preguntábamos, si esto era así entonces, ¿cómo sería dentro de algunos años?
En los puestos de trabajo la gente sabía que hacía algo más que trabajar, que también cada uno estaba contribuyendo con su trabajo a los rápidos cambios. Parecía que España era un proyecto común y querido, por primera vez en muchos años, por una inmensa mayoría de ciudadanos, porque ya éramos ciudadanos y no súbditos.
Paulatinamente, en pocos años, las aguas se fueron remansando, enseguida los partidos políticos comenzaron a hacerse con el poder y a intentar controlar todo. Determinados proyectos se suprimieron o se hicieron fracasar bien porque no habían salido de las mentes que mandaban o bien porque no les interesaban. Otras veces simplemente se sustituía al promotor o coordinador de una idea nueva por otra persona de más confianza política, como si los proyectos innovadores pudieran salir adelante guiados por alguien que ni los conocía, ni le interesaban, ni creía en ellos. Así que ante la visita de uno de estos gerentes impuestos, recuerdo que alguien puso un cartel de gran tamaño, hecho primorosamente, como recepción al nuevo jefe. Estaba ostentosamente colocado en la pared más grande de las oficinas que el designado de confianza tenía que atravesar. Decía así, en plan lema, como si no se dirigiera a nadie: “Para hundir un buen proyecto no son suficientes mil enemigos, basta un solo incapaz dirigiéndolo.”
Así que, al menos, le quedó claro que todos sabíamos ya a qué venía. Habíamos comenzado a dejar de ser ingenuos.

En condiciones


- Pero, ¿qué me dice señá Gertrudes? ¡Qué la Marujita ha salío pa lante, que se ha quedao de penalty!, no puede ser, pero qué me dice usté…
- Pues lo que oye, doña Patro. Esta misma mañana me lo ha dicho su tía, la Franciscona, la del melonero.
- Pero si hasta ayer, como quien dice, estaba la ignorante jugando a las muñecas. Vamos, vamos, es que no me lo explico, tiene una que oír cada cosa…
- Pues todo lo ignorante que usté quiera, pero que está de seis meses es un hecho.
- ¿Y lo sabe su madre?
- Pues si no lo supiera, ya me dirá usted que clase de madre sería…
- ¿Y la chica que ha dicho?
- Pues que ella no ha hecho nada de nada, que como no fuera el día de los toros que se asustó… que no se lo explica.
- ¿Y sigue en sus trece, la simple de ella?
- Bueno lo de los toros fue lo primero que dijo, la muy payasa, al principio…
- ¿Y lo último?
- Pues parece ser que a fuerza de fuerza la madre le sacó que fue con un soldao…
- ¿Y qué dice la madre?
- Pues, la mujer, qué va a decir, que sí, que es verdad, que fue con un soldao, pero que fue cosa de mala suerte, porque, el chico, metérsela, lo que se dice metérsela, no se la llegó a meter pero le cayeron unas gotitas en las bragas y, como la chica estaba en condiciones, pues claro, se ve que la criatura se lo reabsorbió…
- Si es que madre sólo hay una, doña Patro.
- Y que lo diga usté, señá Gertrudes.

Meme de la única cosa


¡Qué bonito es no hacer nada y luego descansar!, acabo de decidirlo. Bueno, quiero decir que se puede pensar o leer o jugar o caminar o escribir o conversar… simplemente hacer lo que a uno le dé la gana. Creo que esa debería de haber sido mi primera respuesta al Meme de las 8 cosas que me pidió hacer Zeltia. Sin embargo, esta decisión, que hubiera sido la más sagaz y, ahora lo pienso, la más sincera, prácticamente, hubiera hecho las otras siete innecesarias. Pero no lo hice, así que ahora se siente, ya no se puede rectificar. Mi Meme de la única cosa sería eso: Hacer lo que me diera la gana. Con lo claro que lo tengo y cómo se me pasó por alto. Y es que somos obedientes por inercia, me dijeron el Meme de las 8 cosas y yo, ¡hala!, a obedecer. Obediencia de adultos, síntoma de muy poquito conocimiento...

05 noviembre 2007

Shopping


Hace muchos años uno entraba en una tienda y decía lo que quería. Nadie se extrañaba. Oye, que lo veían normal y nada más. Si lo tenían te lo mostraban y si no lo tenían te intentaban vender lo más similar. La gente entonces tenía las ideas claras y se escuchaban frases como éstas: Voy a comprarme unos pantalones de pana azul oscuros, voy a comprarme un chaquetón de paño verde, voy a comprarme unos zapatos negros lisos y que se aten con lazo… Todo eso se ha acabado. Ahora vas a comprarte lo que te vendan en la tienda porque para eso se dedican a la moda y saben qué es lo que necesitas y cómo tienes que vestir. Dejar la moda, como se hacía antes, en manos de los particulares es totalmente irresponsable. La prueba es muy fácil, sólo tienes que entrar en una tienda de esas con un poco de renombre y pedir una cosa normal:
- ¿Un traje marrón?
- Imposible, no lo va a encontrar en ninguna parte porque este año vienen en tejido arrugado en colores pastel desvaídos para llevarlos con camisas negras o muy oscuras y en plan informal sin corbata pero con un pañuelo tipo cachené y con mocasines de ante vuelto en tonos polvo del desierto.¡Ah! Se me olvidaba, las camisas con puños que sobresalen de la chaqueta y sin botones que vuelve el gemelo clásico en plata u oro.
La dependienta pasará de ti con la velocidad del rayo y, en cierto modo, despreciándote con la indiferencia más altanera, pues le han bastado tus tres palabras para descubrir tu catadura, impertinencia y condición. ¿Un traje marrón? Y en “Maximo Dabutti”, pero qué se habrá creído éste.
Te dará igual irte a otro lado, ni “Luchino y Visconti” ni “Astolfo do Minguez” ni “Heilfinger” ni “Pertino del Páramo” ni “Modas Pedrito”… te van a dar mejor trato, pues sólo faltaba que tuvieran que atender el primer mindundi que aparece pidiendo un traje marrón en esta temporada. Hasta ahí podíamos llegar. Así que el desdén en la mirada de encargados y dependientas irá acompañando tu desfile por estos lujosos establecimientos al servicio del cliente. Ya, al último emporio que fui y, reconozco que puesto un poco en ese plan altanero que ellos adoptan, yo también les pregunté que cuanto me rebajaban por llevar el logotipo de su marca en mi ropa y que si su política de ventas había contemplado la posibilidad de pagar a los clientes por hacer de hombres/mujeres anuncio de sus logotipos en unas prendas que ya habían pagado generosamente. De allí me echaron directamente con la indicación de que cuando se va de compras no conviene haber estado previamente de copas. Qué humillación más denigrante.

Meme de las 8 cosas


Aceptando lo que venga, en este caso, aceptando la invitación de Zeltia, ahí va mi Meme de las 8 cosas:
Escribir
Caminar
El cariño
La compañía de mi pareja
El campo
Observar
Viajar
El vino tinto viejo y bueno, acompañando a una buena comida y en compañía.

No sé si quedará bien así, pero así ha salido. Así que los del Meme tendréis que conformaros.

Un cordial saludo.

04 noviembre 2007

Frío


Madre, cántame una canción y no te vayas… sujétame la frente con la mano y no me dejes… cuéntame un cuento como cuando era niño… dime otra vez aquello de que es mejor ser tonto que ser malo… y, aunque me duerma, no me dejes solo y te vayas al frío del que no se vuelve.