Tanta información nos avasalla.
Quizá confundimos enseñar con informar. Quizá confundimos saber con estar
informados.
Reconozco que a lo largo de mi
vida he recibido por los medios de comunicación mucha información, aunque
seguro que no toda, sobre el terrorismo de ETA. Seguro también que hay
historiadores que han desmenuzado las actividades terroristas de esta
organización y las realizadas por la policía y la Guardia Civil en su lucha
contra ella. Además, por si nos falla la memoria, tenemos las hemerotecas a
nuestra disposición. También las sucesivas declaraciones de los políticos de
distinto signo a lo largo del tiempo.
Sin embargo, más allá de los
hechos, de los atentados, de las detenciones, de las infiltraciones, de las
facciones, de las declaraciones y, en general, de todas las actividades
terroristas de ETA y sus réplicas, siempre sentí otro tipo de curiosidad.
Me preguntaba cómo se encastra en
una comunidad una organización terrorista. Qué es lo que pueden sentir sus
ciudadanos cuando viven esta situación individualmente pero, al tiempo, en sus
familias, en sus lugares de reunión, en la sociedad de sus pueblos, de sus ciudades.
Algunas veces, a lo largo de
estos años, he tropezado con vascos e he intentado que me explicaran la
cuestión. No sé si desconfiados o incrédulos, me contestaban con ironía que ya
la sabía, que los periódicos no hablaban de otra cosa, que qué me iban a contar
ellos. Pero ni yo podía saber lo que sabían ellos, ni ellos dar por sentado que
en resto del país se vivía internamente su misma situación.
Apenas hace un par de meses,
picado por esa curiosidad que seguía insatisfecha, me hice con la novela
“Patria” de Fernando Aramburu.
Tuvo que ser una novela, un
relato ficticio, una creación literaria, la que me diera una solución creíble y
coherente a mis incógnitas. Tras leerla alcancé a entender ese ambiente que tan
ajeno me era. Fue como una contestación global a mis preguntas. Quedé
satisfecho porque una narración me desveló lo que muchos artículos e
informaciones concretas no consiguieron aclararme durante tantos años.
Luego, he pensado que las
personas que han vivido en el País Vasco durante todos esos años, quizá
tuvieran muchas más cosas que añadir, porque las vivencias personales nunca se
ajustan a un libro por bueno que éste pueda parecer. Pero, en cualquier caso,
ahí tienen el ejemplo de Fernando Aramburu. La literatura no es de nadie y cada
cual puede exponer sus vivencias con igual o mayor talento que este autor.
A veces la literatura puede dar
soluciones a cuestiones que los hechos reales, con toda su crudeza, no revelan.