Uno de los modos con los que
indicamos nuestra impotencia y frustración al intentar algo, que deseamos y no
logramos, es esta expresión: ¡No hay manera!
Y suele ser una expresión en la
que, coloquialmente o por escrito, hacemos elipsis de la cosa que tratábamos de
conseguir y que ya hemos citado. Así decimos: ¡No hay manera!
Y se sobreentiende que no hay
manera de conseguir esto o lo otro, cosa o asunto que ya hemos mencionado.
Sin embargo, si buscamos un uso
distinto de esta expresión, tal vez nos sorprendamos del uso de la misma que en
algún momento de la historia existió en nuestra lengua.
Esta curiosa anécdota ocurrió en Granada
en el siglo XVI. La protagonizó un hombre cultivado, un humanista, ejemplo de
la élite más representativa de su época. Se llamaba Juan Latino y dicen que
nació en Baena. Era persona estudiosa, un gran conocedor tanto de las lenguas clásicas como de su literatura,
un poeta capaz de escribir en latín y en castellano, traductor de Horacio y
Terencio y, resumiendo, un digno representante del Renacimiento. Por añadidura,
Juan Latino sentía una gran vocación por la docencia, cosa que, como veremos,
tuvo gran importancia en el devenir de su vida.
Y es en este punto donde entra en
la historia doña Ana de Carlobal, dama de la aristocracia granadina, a la sazón
de diecinueve años y, tan aficionada a las letras, que sólo eran hermosas para
ella las personas que destacaban por su cultura literaria, según ella misma aseguraba.
El padre de la dama, ante las
sinceras y vehementes aspiraciones
culturales de su hija y la imposibilidad de darle oportunidad de estudio como si
de un varón se tratara, decidió, ya que como mujer no tenía otra posibilidad
para instruirse, que recibiera clases particulares.
El señor Carlobal eligió por su
reputación intelectual a Juan Latino, por entonces con veinticinco años, como
gramático y preceptor de su hija para que ésta ensanchase sus horizontes
culturales.
Pero, deslumbrado por la buena
fama del señor Latino, olvidó el padre de doña Ana los avisos a este respecto
de otro gran humanista, Juan Luis Vives, cuyos consejos, sobre las enseñanzas
particulares a las damas, eran los que siguen:
Primero, que fueran impartidas
por otras mujeres doctas y buenas.
Segundo, que, si lo primero no
fuera posible, y hubieran de ser necesariamente impartidas las tales enseñanzas
por un varón, habría de ser éste bien de mucha edad, o bien de virtud muy
probada y, en cualquier caso, casado con mujer no fea y a la que amase, para
evitar en lo posible la tentación por las demás.
Ignoradas, o tal vez
desconocidas, las recomendaciones de Vives por el padre de la dama, inició don
Juan Latino sus lecciones.
Enseguida la notoria belleza de
doña Ana despertó la pasión del gramático. Y los ardores que sufrió el
preceptor desembocaron en escenas más propias de la desequilibrada fogosidad de
su edad que del juicioso criterio que se le suponía por su grande conocimiento
de las letras. Y promovió el gramático, cada vez con más frecuencia, tórridas
escenas entre ambos. Enseguida pasó de mirarle deslumbrado a los ojos a tomarle
las manos y de ahí a besarla y, al no notar en ella rechazo suficiente o
contundentes y muy airadas quejas, dio el gramático en meterle la mano por la
manera de la saya. Y ella, llegados a este punto y consciente del riesgo que
semejante avance conllevaba, tras reprender al maestro duramente, decidió, para
el día siguiente, coserse la manera de la larga falda.
Y es que las sayas que vestían en
aquel tiempo las mujeres tenían una abertura por uno de los lados, de modo que
por ésta, cuando lo precisaban, pudieran meter la mano y ceñirse o desceñirse
las ropas interiores, o refajos, sin tener que desprenderse de la falda. Y a
tal abertura se le llamaba “manera”, por estar hecha para meter la mano.
El día que don Juan Latino,
buscando la manera, no la halló, se dijo, consternado y sorprendido: ¡No hay manera!
Y, al verse frustrado e impotente
en su empeño, dejó Juan de acudir al domicilio de doña Ana para continuar sus
enseñanzas.
Extrañado el padre, pidió
explicaciones de su ausencia al gramático. Y éste le dijo que no se trataba de
ninguna deserción de sus obligaciones sino, por el contrario, de falta de
interés de la alumna por profundizar en la materia. Y dejó al padre bien
patente la ausencia de inclinación por el aprendizaje que la dama mostraba y le
dejó asimismo bien claro que, en tales circunstancias: “No había manera.”
El padre, sorprendido, reprendió
a doña Ana y le rogó mayor interés por las lecciones y, de este modo, consiguió
Juan Latino volver sobre sus pasos con redoblado afán e interés didáctico, en
la seguridad de encontrar más dispuesta a doña Ana para el aprendizaje.
Pero algunos encantos debía de
poseer don Juan Latino, amén de su cultura, que ya de por sí le hermoseaba ante
la dama pues, según luego se supo, doña Ana se descosió la manera y, desde el
primer día, don Juan Latino le metió la mano por dicha abertura y, cada vez con
menos vergüenza por ambas partes, terminó aquello por hacerse costumbre Y,
tantas veces encontró el gramático la manera que, perdida la resistencia de la
dama, no tardó en desvirgarla y en preñarla. Y a los nueve meses nació la
criatura que enseguida se supo de quién era, al ser mulata.
Y es que Juan Latino era negro y
esclavo. Pero, como ya se ha dicho, encontró la manera. Y, gracias a ello, pasó
de esclavo a hombre libre, de inculto a catedrático y de soltero a casado. Y
dicen que siempre sonreía cuando alguno, llevado por el desánimo, exclamaba en
su presencia: “¡No hay manera!”.
Y hasta tengo mis dudas de que la
manida expresión, esa de “meter mano”, no venga de aquellos nombres, usos y
costumbres.
Si alguno que este cuento haya leído
desea comprobar la base cierta de esta historia puede recurrir, entre otros, al
libro “Juan Latino. El esclavo catedrático” de Eduardo Soler Fiérrez. En dicho
libro podrá profundizar en el entorno histórico de la Granada y la España del
siglo XVI y abordar la vida y la obra del humanista Juan Latino.
4 comentarios:
La anécdota me hace pensar que el tal Juan Latino tenía buena mano para la docencia y excelentes maneras para tratar a las damas. Que el saber no ocupa lugar, y que es evidente que siempre da sus frutos, aunque sean frutos que necesitan pañales.
Ya ve, señor JuanRa Diablo, para que luego muchos digan:"¿Para qué sirve la cultura?"
Y es que, por difícil que parezca, ayuda mucho para encontrar la manera de resolver muchas cosas y, en general, el aprendizaje suele dar muchas satisfacciones. Los clásicos se hartaban de decirlo.
Javila
No se equivocó el que dijo: el que la sigue la consigue. Y me viene a la mente el
dicho ese de " se verá negro para conseguirlo". Seguro que el color, llegado su
momento, no influiría para encontrar la MANERA.
Pues no debió de influir, Javila, pues don Juan Latino tuvo fama de ser, además de gramático, muy buen mozo.
Saludos.
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