Lamento confundir al lector que,
embaucado por el título, llegue a este artículo indagando sobre la música argentina.
Nada encontrará en estas letras relacionado con la melancolía rioplatense, con
el lunfardo o con el bandoneón, porque, en este relato, Tango es un nombre de
perro.
Según me dijo el viejo, el perro
es un cachorro que nació el pasado diciembre.
Estas crónicas narran la
conjunción de un perro nuevo con un cazador viejo. El viejo también nació en
diciembre, pero de mediados del siglo pasado, según me confesó.
Esta secuencia de cuentos es un
conjunto de jornadas de caza.
Quienes se sientan repelidos por
tan cruenta actividad deben abandonar esta lectura antes de sentirse obligados,
con justa razón, a insultar al autor o mentarle a la madre. Quien esto escribe,
servidor de ustedes, no puede hacer más. Ya desengaña de continuar a quienes
vituperen la caza, así que, si deciden leer, no quiere quejas ni indignados
improperios.
A quienes les guste la caza y a
los indiferentes, que a la par sean adictos al vicio de leer, les anticipo que son
modestas historias de la más humilde de las cazas: la caza menor, en solitario
y al salto.
Pero que no se confundan, tampoco
encontrarán en estos relatos ojeos de perdices en hermosos latifundios, ni
historias de cuadrillas afamadas, ni memorias de ningún atlético campeón de
caza menor. Sólo se trata de los modestos itinerarios de campo de un viejo y un
perro.
Del mismo modo, prevengo a los
amantes de los grandes entornos cinegéticos, a los asiduos de las grandes
fincas y a los profesionales de los ganchos en afamadas manchas, que nada
encontrarán en estas páginas del postín, el nivel y el tronío de las grandes
cacerías. No se tratará aquí de la caza mayor, ni se hablará de rifles, ni de
miras telescópicas, ni de visores nocturnos, ni de sorteos, puestos,
secretarios, perreros, esperas y jaurías famosas. Nada útil hallarán esos
grandes monteros, maestros del arte venatorio, en estos modestísimos relatos.
No hay trofeos ni marcas ni, mucho menos, la vida social propia de esos grandes
eventos, llenos de hermandad y sana camaradería, que los del gremio llaman
monterías. La caballeresca nobleza de esos épicos lances monteros brillará por
su ausencia en estas croniquillas.
Aclarados estos puntos, quien,
pese a las advertencias, persevere, puede leer, si quiere, estos relatos.
Tal como me los contó el viejo,
los escribo.
4 comentarios:
Estoy seguro no, segurísimo, Soros, que tus crónicas lejos de despertar esos sentimientos de animadversión -tan de moda por quienes no distinguen una amaplola de un aliaga- se van a deleitar y, hasta puede, me atravería a decir, que se van a emocionar.
Muchas gracias.
Pues aunque la caza, ni la grande ni la pequeña, sea lo mío precisamente, me voy a adentrar en estas crónicas, porque intuyo que la historia de este perrito me va a gustar.
Amigo Isidro, me basta con que mis historias te entretengan. Pero te agradezco el calor que siempre pones en tus palabras. Sobre todo una persona que, como tú, si quisieras, podrías contar tantas y tantas cosas de caza.
Gracias a ti.
Los perros, Ángeles, son a veces enviados a nosotros para que viajemos, gracias a ellos, a determinados sitios o para que salgamos, también gracias a ellos, de determinados lugares.
Pero, lo importante, es que te guste la historieta del Tango.
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