Sin apenas haberse recuperado del
efecto que en su sensibilidad causó este primer artículo. El muchacho leyó
vorazmente el segundo. Éste se titulaba:
O CARRASCO, el verdugo
arbitrario.
Y decía lo siguiente:
Estimados lectores, de todos es conocida mi
acendrada defensa de estos ejecutores de la ley a los que antes, con crueldad
malsana y gratuita, llamaban verdugos.
Pues bien, hace algunos años que esta
Audiencia Provincial de Orense carecía de ejecutor. Simplemente no era
necesario por no haber condenas capitales que justificasen un dispendio en tal
funcionario.
Desgraciadamente, por los hechos que ustedes
conocen y fundamentalmente el nefasto avance del terror anarquista en nuestra
patria, estos funcionarios han vuelto a hacerse imprescindibles, esenciales
para cualquiera que respete el derecho a la vida.
Pero hoy no voy a hablarles en general.
Deseo exponerles un caso concreto del que he sido testigo excepcional y que
muestra hasta qué punto es peligroso el libre albedrío cuando se empeña en
actuar contra natura.
Este verano convocó la Audiencia un concurso
para ocupar la plaza de ejecutor en esta ciudad. Entre los candidatos que se
presentaron, y una vez revisados objetivamente sus expedientes, resolvió la Audiencia
conceder la plaza a Breixo Rafá, también conocido como O Carrasco. El individuo
procedía de la zona de Tras-os-Montes y tenía referencias de las autoridades
lusas de Bragança y también cédula que le acreditaba como médico que moró en
Coimbra y con edad madura de casi 50 años.
Las ponderadas razones que consideró la
Audiencia para su nombramiento fueron estas, a saber:
·
Ser
persona procedente de Portugal y, por tanto, desconocida aquí. Lo que aseguraba
su falta de lazos afectivos, conocimientos o amistades en esta provincia. No es
baladí el hecho de librar al ejecutor de ajusticiar a amigos y parientes y
buscarse así malos quereres en el seno de la propia familia y allegados.
·
Ser
persona de condición asocial por carecer de familia, fortuna y vivir de modo
errante. El anonimato cuadra mejor con la ceguera que a la Ley conviene.
·
Ser sus conocimientos
médicos idóneos para el nuevo carácter vocacional, pero profesional, que se le
quiere dar a la carrera emergente de Ministro Ejecutor.
·
Ser de excelente
salud y fortaleza, así como de ánimo templado y con la madurez necesaria para
el desempeño de tan discreta como noble tarea.
·
Tener
experiencia en el oficio, avalada por certificaciones de las autoridades de
Bragança e, incluso, por su mismo remoquete familiar: “O Carrasco”, que en la
dulce lengua hermana portuguesa significa: El Verdugo. Y, para evitar
suspicacias, aseguro que no hay
constancia de que dicho apodo se le adjudicara, como a algunos otros galenos,
por su praxis médica.
Pues bien, tomó posesión este sujeto y se le
dio albergue en la Prisión Provincial que me honro en dirigir. He de reconocer
que, por sus dotes de hombre sereno y cultivado, se ganó la confianza de todos
los funcionarios y especialmente la mía. Llegué a pensar, y no me duele el
admitirlo, que me encontraba ante el paradigma del ejecutor con el que siempre
soñé para la moderna administración de la justicia.
La víspera del día 23 de octubre, día de su
primera actuación, se le permitió ocupar, como es costumbre, una celda junto a
las de los cinco condenados que había de agarrotar al día siguiente. Pidió
hablar con cada uno de ellos, como tampoco es infrecuente entre los ejecutores
de la ley. Y esgrimió para ello dos razones: la primera, que, en su calidad de
cristiano, deseaba aliviar las conciencias de los reos, y la suya propia,
pidiéndoles perdón por lo que había de hacerles y, al tiempo, escuchar sus
últimas confidencias para, en lo posible, liberarles de sus postreras angustias;
la segunda, que, en su calidad de médico, deseaba administrarles un
tranquilizante para que aquella, su última noche, pudieran conciliar el sueño y
llegar enteros y lúcidos al trascendental paso de entregar sus vidas.
Ambas cosas me parecieron de una gran
humanidad y, orgulloso del nuevo funcionario cuyas ideas sobre el servicio de
ejecutor coincidían tan plenamente con las mías, otorgué mi venia sin dudarlo.
Dedicó a su humanitario cometido el tiempo
que precisó y luego volvió, en total recogimiento, a su celda. Y todos los
funcionarios tuvimos una noche inusualmente sosegada. ¡Qué orgullo sentí en
aquella serena madrugada!, ¡ni una voz de angustia, ni un grito intempestivo!
Al fin veía dignificada la figura del ejecutor, encarnada en un hombre que iba
a administrar la muerte con sana piedad, con verdadero sentimiento cristiano,
con la mayor humanidad. En las manos de aquel hombre la ejecución de una
sentencia parecía talmente un sacramento.
Llegada la hora de las ejecuciones nos llegó
la sorpresa. El Ministro Ejecutor había desaparecido y los reos yacían todos en
sus catres en la relajada postura del que duerme bajo el calor tibio de su
manta. Pero todos ellos estaban muertos y los jergones empapados con su sangre.
Al parecer, el alevoso ejecutor les dio un potente sedante y, una vez
inconscientes, les hizo a todos cortes de bisturí en los vasos sanguíneos más
eficaces para la hemorragia y más ocultos para la vista de los funcionarios.
Así, sin ninguna apariencia de violencia y sin haber dado un ruido en la noche,
todos se desangraron tan impune como mansamente durante el sueño.
Por mi experiencia en prisiones he conocido
ejecutores muy variopintos pero nunca me había encontrado con un ejecutor al
que calificaré de asesino arbitrario. ¡Qué oprobio, qué vergüenza, qué sindiós bajo
los cielos !
Ninguna persona tiene derecho a matar por su
cuenta. Es la delegación del Estado en el ejecutor la que ennoblece su trabajo,
la que lo dignifica y la que le da una trascendencia que le convierte en un
vicario del Altísimo, único dueño y señor de nuestras vidas.
El crimen de Breixo era aún más execrable
que los de aquellos a los que había de ejecutar, pues les mató con gran
alevosía tras sedarles, sin respetar su derecho inalienable a enfrentarse
limpiamente con la muerte, a percibir que era la sociedad quien les ejecutaba
por mano delegada. Este hombre conculcó todos los principios del orden al que
había jurado fidelidad. No conocí nunca un hecho de mayor vileza no sólo para
los reos, sino para el fin último de la Justicia. Un hecho, en resumen, de
total desprecio hacia la vida.
Exasperado por estos hechos y sintiéndome
especial y personalmente defraudado y, además, concernido por mi condición de
celoso funcionario, colaboré estrechamente con la policía en la localización y
detención de ese verdugo usurpador e indigno que apostató de su ministerio y se
tomó la justicia por su mano.
Tras unos pocos días de indagaciones, lo
localizamos en una venta camino de Portugal. Conociendo la psicología de estos
asesinos, enseguida intuí que no se entregaría. Así fue, intentó escapar a las
bravas a uña de caballo. Fue inútil darle el alto y disparamos. Y, sin rubor,
confieso que, si alguna de mis balas le alcanzó, nunca la di por mejor
empleada, pues ningún hombre puede arrogarse el derecho de matar al prójimo a
su antojo.
El cadáver de Breixo no recibió cristiana
sepultura pues, su crimen, era un crimen contra la naturaleza de su oficio, un
oficio cuyo elevado ministerio traicionó. Su comportamiento arrastró el mayor
anatema social en el sistema penitenciario y en el gremio.
Sólo falta que la anarquía llegue también a
los patíbulos, que la administración del castigo supremo dependa de la arbitraria
voluntad de un funcionario que decide matar al buen tuntún y con sospechosos
afanes de una bondad inaceptable y perniciosa. Y, defendiendo siempre la figura
del ejecutor, he de proclamar a los cuatro vientos: ¡Dios nos libre de los
autodidactas de la muerte! Siempre estaremos en su contra.
Diosdado Pexegueiro Teimoy
Director de la Prisión Provincial
Y, tras leer estos artículos,
quedó aún más confusa la mente del muchacho. Y, al contrario de lo que se dice
en los mil cuentos que acaban felizmente, no tuvo la certeza de que sus
bisabuelos, huyendo de este país, llegaran alguna vez al de Jauja. Pero lo
deseó.
FIN
4 comentarios:
Me repito, pero es que me parece una narración redonda, por la trama, la estructura, el lenguaje... todo.
Solo puedo felicitarte y quedar a la espera de la siguiente historia.
(Y no me des las gracias por hacer algo que me gusta).
Bueno, Ángeles, las historias van saliendo a su antojo, con unas pautas en el tiempo que son ajenas a nuestros deseos. Ya quisiera yo tener una imaginación tan fértil como para fraguar una historia cada mes pero... Ni las circunstancias ni la capacidad me lo permiten.
Saludos.
Tenemos otro cuento!
Tengo que empezar desde el principio, lo imprimiré como el anterior, para leer con comodidad. Quizá en este puente pueda leerlo.
Gracias!
Siempre tan animosa, Zeltia.
Ojalá que te guste.
Pero, hoy mismo, acabo de empezar otra historia nueva. Como escribir me gusta, es un modo de distraerme de otras cosas.
Un abrazo.
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