Comieron en la
taberna. Los parroquianos les observaban con prevención y desconfianza, pero la
curiosidad hacía que no pudieran evitarlo. Tras la euforia del desenlace y la
liberación, y también tras las iracundas protestas, MP, por fin, se había serenado.
El aroma de las judías con liebre, que el tabernero les sirvió en una fuente
mediana, tuvo también su efecto sedante. Al poco, los únicos sonidos que se
escuchaban eran los de las cucharas chocando con la porcelana de los platos. La
concurrencia no les quitaba ojo y murmuraban de vez en cuando entre ellos. MP,
en silencio, comía con el gesto serio, aún desafiante, del que se sentía en la
imposibilidad de ser desagraviado; el Renuncia masticaba con desgana, como si
no las tuviera todas consigo y temiera que, de un momento a otro, se presentara
el sargento, no con las disculpas que reclamaba MP, sino con otros cargos
recientes y, de nuevo, se vieran en la trena. Y es que el peso en el alma de
las impunes arbitrariedades vuelve temerosas a las personas y les priva de
seguridad y les inspira un miedo incierto pero, para ellos, fundado.
Y, mientras
comía tan despacio, Serafín se preguntaba si había diferencia entre ser
culpable y el que los demás piensen que lo seas. Y si eso de la culpabilidad no
sería un estigma que se adquiere más por decisión ajena que por méritos
propios. Y si eran menos falibles los que nos rodean que nosotros mismos en
determinar y repartir la sorprendente baraja de las culpas.
Fue entonces
cuando MP le miró fijamente y le dijo:
-Comes con
pocas ganas, como si tuvieras tan poca convicción en lo que haces como en lo
que piensas.
-Veo mi vida,
don Macario, desvaída como una nebulosa lejana. Y, este percance, me ha
devuelto a zonas de ella que son pantanos de cieno oscuro y fondos movedizos,
donde me cuesta discernir lo que recuerdo y donde no estoy seguro de la
realidad de las cosas que pasan por mi mente.
El viejo, que
con la comida había recuperado prestancia y aplomo, le sirvió un vaso de tinto
de la frasca cuadrada.
-¿Ves esta
frasca? El vino que contiene adopta su forma sin él tenerla y siempre será mejor
eso, que verlo derramado y perdido por el suelo, por carecer de contención. Una
persona debe siempre recomponerse y no dejarse ir por los suelos, perdida, como
vino sin recipiente.
-Creo que
lleva usted razón, pero hay algunos recipientes que, igual que mi caletre,
están deteriorados, como si el orín que cría el tiempo los hubiera podrido, y
no es fiable que puedan contener, sin escapes, cuanto debieran.
MP, después de
mirarle un ratito con mirada entre burlona y compasiva, sentenció:
-Tampoco andas
desencaminado pero, sea como fuere, come y bebe, que enseguida saldremos de
este pueblo y el aire del campo abierto nos atemperará los ánimos y la
secuencia mansa de nuestros pasos dará lugar a la recuperación del orden
interior.
MP pidió dos
Farias. Los dos fumaron en silencio.
Mientras, los
parroquianos, que parecían haberse olvidado de ellos, hablaron de la crisis, de
las construcciones detenidas, de los negocios sin trabajo, de la gente en el
paro y de todas las contingencias económicas que, últimamente, hasta con su
pequeño pueblo se habían cebado. MP y el Renuncia escucharon las mismas
expresiones que habían oído tantas veces y el viejo pensó que las mismas
palabras transitan por los mismos asuntos en todos lados y crean caminos
comunes en el pensamiento que todo el mundo se empeña en sobar.
Pagó MP y se
fueron. Al salir, los parroquianos, les miraron expectantes, como quien no se
resigna a no saber y espera que, en el último momento, le den alguna explicación.
Pero los forasteros salieron sin complacerles. MP y el Renuncia se fueron calle
adelante sin decir adiós ni volver la cabeza.
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