También le habían ordenado
verificar la documentación de ambos sujetos y sus antecedentes.
Esta orden, al sargento
Sacramento, le había disgustado singularmente. Ese chisme del ordenador le
volvía loco. Qué ganas de complicarse la vida. Lo que antes se resolvía por
radio o por teléfono en un santiamén y con un diálogo entre personas humanas y
en puro castellano, ahora había de hacerse zambulléndose en aquel piélago de pantallas,
iconos, punteros, cursores, menús, barras, botones, descargas, emergencias,
aplicaciones, enlaces, formatos, mensajes y demás jeringoncias.
- ¡Me cago en
la Internet, en la madre que la parió y en hasta en la enclavación! –se le
escapó para el cuello de su guerrera.
Reconocía Sacramento que, hoy,
hasta el más tonto se recreaba utilizando todos esos términos, pero, para él,
carecían de fundamento real. A ver, por ejemplo, ¿qué cojones era eso del
hiperespacio?
Sin embargo, admitía Sacramento,
todos esos términos y habilidades se habían convertido en elementos litúrgicos
de una nueva religión, de rápido implante, que al mando le parecía
imprescindible y en cuyos misterios, a él, aún le costaba más entrar que en los
de la fe católica que, como todo el mundo sabe, tampoco son grano de anís.
- ¡Me cago en
las encartaciones y en hasta en lo más alto del patíbulo, lástima de
jubilación! –despotricaba para sí, el sargento, por segunda vez.
Menos mal que tenía a la cabo
Virtudes. Esa muchacha, caída en aquel pueblo por los misterios del destino y
del escalafón, entendía todo aquello como si lo llevara en la masa de la sangre,
y lo dominaba con igual maestría que se domaba esa cola de caballo rubia o se
calaba graciosamente el ros reglamentario.
En cuanto la cabo Virtudes, al
amanecer, entró de servicio, consiguió en un plisplás toda la información
pedida sobre aquellos sujetos, para satisfacción y orgullo del sargento
Sacramento. No toda la juventud estaba perdida y degenerada.
Los DNI no eran falsos. Ninguno tenía
antecedentes penales y, efectivamente, el uno era un jubilado del Ministerio de
Hacienda y, curiosamente, el otro, para sorpresa del jefe de puesto, ese tal
Serafín Tirado, resultaba que era empresario y propietario de la compañía de
seguros ALWAYSPAY S.A., compañía que, al parecer, era solvente y funcionaba
bien.
El sargento Sacramento se sentó
en su sillón, encendió un pitillo, aprovechando que no había nadie, y se
regodeó con íntimo recochineo: en aquella ocasión los GEO se habían lucido.
Pero, el asunto no dejaba de
intrigarle, ¿qué hacían durmiendo en aquel chabolo de pastor un jubilado y un
próspero empresario?
Pensó que dormir en el campo no
era delito aunque, al paso que llevaban las cosas, puede que dentro de poco no
se permitiera, como tampoco le estaba permitido a él, ¡manda güevos!, fumarse
un pitillo en su oficina.
Abrió la ventana, tiró la colilla
y, de momento, la dejó abierta para que aquello se ventilase, que guardar las
apariencias era lo más efectivo ante prohibiciones sin sentido.
Al poco, un coche del GEO de la
CG frenó frente a la puerta. Descendieron de él un guardia y un teniente con
sus boinas verdes, sus chalecos antibalas, sus correajes, sus guantes, su
armamento y toda su aparatosa impedimenta e, inmediatamente, entraron en la
oficina del sargento.
Sacramento se cuadró, dio novedades al teniente y le pasó los informes.
Lo hizo con gesto serio, con competente profesionalidad y fría eficiencia
militar. Luego añadió, con gesto grave, que los detenidos seguían incomunicados
y que aseguraban no saber nada de explosivo alguno.
El teniente Sacristán miró los
papeles, carraspeó y dijo:
-Por razones
de seguridad, he de llevarles inmediatamente al lugar de los hechos. El
satélite detectó su presencia en las vías del AVE. Los TEDAX no han encontrado
nada y los perros tampoco. Pero, si han sido tan hábiles como para camuflar
algún sofisticado tipo de mina o explosivo, nosotros conseguiremos que nos
digan dónde. No olvide, sargento, que nos enfrentamos a un terrorismo cuyas
técnicas evolucionan continuamente.
- Con su
permiso, mi teniente, a mí los detenidos me parecen una pareja de mermados, mi
teniente.
-Pues más vale
que lo sean, porque según la vigilancia operativa en la zona, uno de ellos
estuvo en el túnel, bajo la vía del AVE, desde las 2,21 a las 2,32 y luego volvió, cien
metros arriba, al refugio donde les detuvimos. A esas horas, dígame usted,
Sacramento, qué podían hacer allí –zanjó el teniente Sacristán esperando, como
así ocurrió, el asertivo silencio del sargento Sacramento.
El teniente
Sacristán y el cabo Abad quedaron a la espera de que el sargento les entregara a
los sospechosos para su traslado al escenario de los hechos.
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