Serían las cuatro de la madrugada. Al unísono
se despabilaron. Súbitamente una
intensísima luz resplandeciente y blanca penetraba por cada uno de los
minúsculos resquicios que el chozo tenía. Y nunca habrían pensado que tuviera
tantos, por pequeños que fueran, ni tan parecidos a los poros de una esponja.
Casi a la par, un ruido rítmico tan potente y zumbante, que parecía salir de la
misma tierra, hacía retemblar las losas, piedras y pizarras del rústico refugio
pastoril y también vibrar de un modo aterrador y descomunal al mismísimo suelo.
MP y El Renuncia, arrebatados violenta e
inesperadamente del plácido sueño y bruscamente aterrorizados por lo
desconocido, no terminaban, sin embargo, de despertarse. Envueltos como estaban
por las telarañas más pegajosas del sueño, se palparon mutuamente para
comprobar que estaban despiertos. La luz que penetraba dentro del refugio era
tan viva, y producía tal resplandor y tan alucinantes efectos dentro del
pequeño recinto, que ambos distinguían nítidamente sus asustadas caras,
moteadas de luz, y notaban en los ojos del otro, desmesuradamente abiertos, la
alerta repentina y la tensión animal que aquel pánico, de origen desconocido,
les provocaba. Y, aturdidos por aquel repentino y extraño fenómeno, dieron sus
cabezas en adivinar lo que pudiera ser aquello.
-Extraterrestres –acertó a musitar Serafín.
-Una manifestación celeste- exclamó MP,
transido su gesto de una crédula beatitud.
-Seres de otro mundo –reiteró, con aire
misterioso y en voz baja, El Renuncia.
-¿Qué? –gritó MP, que con el estrépito no
conseguía entenderle.
-Puede que estemos a punto de ser abducidos –
insistió El Renuncia, seguidor en otros tiempos de la parapsicología, en
general, y del profesor de Jiménez del Oso en particular.
-¿Cómo que seducidos?, bendecidos será, en
todo caso –replicó el viejo, cada vez más persuadido del milagro.
-Esto sólo puede ser un encuentro en la
tercera fase –aventuró Serafín, crédulo seguidor del fenómeno OVNI.
-¿Qué dices de la tercera frase? ¿Te refieres
al secreto de Fátima? – contestó MP, más terco que nunca, en parte por su
sordera momentánea y, en parte, por su fe en el carácter místico de aquel
avatar insólito.
En esas estaban, padeciendo la incomunicación
que se deriva de las profundas creencias de los hombres, cuando una voz potente
y metálica se abrió paso entre todo aquel estruendo. Estiraron de inmediato los
cogotes, orientaron los despavoridos rostros, desencajados y somnolientos, y,
con las pupilas dilatadas al máximo y aguzados todos los demás sentidos, prestaron
gran atención.
Los alienígenas iban a manifestarse, dedujo
el amedrentado Serafín; el mensajero del Todopoderoso o, tal vez, la Santísima
Virgen, en su nombre, iban a transmitirles su nueva, esperó tembloroso de
emoción MP.
-Atención, atención. Les habla el oficial al
mando del Grupo Especial Operativo de la Guardia Civil. No intenten escapar.
Están cercados. Salgan lentamente con las manos en alto. No ofrezcan
resistencia o serán abatidos instantáneamente.
MP y Serafín intercambiaron dos miradas estúpidas.
No entendían nada.
-¿Tú crees que será la voz de un arcángel?
Parece muy ronca para tratarse de la Santísima Virgen –dijo MP, ya arrodillado hacía
un rato y, ahora, con los brazos abiertos, en cruz, y tocando con las manos las
piedras del recinto circundante.
-Vamos a ser detenidos –dijo el Renuncia con
repentino realismo.
-¿No decías antes que seducidos? –dijo don
Macario.
-Salga inmediatamente, don Macario, que éstos
nos achicharran aquí mismo.
-¿A qué vienen ahora las chicharras? ¿Qué
importan las chicharras ante una revelación? Cada vez te entiendo menos,
Serafín.
La voz metálica se impuso de nuevo sobre el
ambiente espectral de luz y ruido.
- Avisamos por segunda y última vez: somos el
Grupo Especial Operativo de…
Antes de que terminara la repetición de
aquella retahíla, Serafín, viendo que el viejo no terminaba de ubicarse, y que
bajaba humildemente los ojos al suelo con gesto de entrega y oración devota,
movió los macutos que cerraban la entrada, salió lentamente, con las manos en
alto, y gritó mirando a todos lados y deslumbrado por aquella luz que le
impedía ver:
-Soy Serafín Tirado, también conocido como El
Renuncia en La Gavina de Polvoranca y no estoy solo. Estoy con un compañero,
que es jubilado de la administración y se llama don Macario Prosopón. No tiren,
nos entregamos.
Apenas El Renuncia dijo estas palabras,
tartamudeando sí, pero con mucha decisión y toda la fuerza de sus pulmones, se
vio encañonado por seis agentes del Benemérito Instituto que surgieron a su
lado de las sombras con cascos y trajes de camuflaje y que, alternativamente,
le apuntaban a él y, luego, a la entrada del refugio con nerviosismo y tensión.
Por encima, un helicóptero con varios focos iluminaba la escena con la misma
claridad que la luz mediterránea inunda de ordinario las playas de Marbella y,
por los lados, los faros de tres coches, con luces destellantes en la capota,
enfocaban al mismo objetivo.
Don Macario, más por seguir a su compañero
que por haberse percatado de la situación, salió del chozo. Pero, apenas MP
atravesó el umbral de la guarida, con las manos juntas, humildes los ojos, y un
gesto de mística entrega, se arrodilló. El viejo parecía no haber abdicado aún
de sus suposiciones.
Los dos fueron arrojados y aplastados
violentamente contra el suelo por los agentes e inmediatamente esposados con
los brazos atrás. Mientras, los haces de luz de varias linternas acompañaban a
los cañones de las armas automáticas explorando codiciosamente el interior de
la cabaña. Indagaban si había algún otro individuo que pretendiera hurtarse a
la acción del cuerpo benemérito. Pero no lo hubo y sólo el agente más
voluntarioso, en el cumplimiento del deber, tropezó en un macuto y se pegó un calabartazo
tremendo contra la piedra del dintel de la puerta. El casco le salvó de desnucarse.
- ¡¡Ondiá!! ¡Aquí no hay nadie más, mi
teniente!
Luego, y pese a las enérgicas protestas de
MP, desengañado ya de la celeste aparición y de nuevo en la vulgar Madre Tierra,
fueron concienzudamente cacheados. Y pese a los airados alegatos de MP al hábeas
corpus, a la presunción de inocencia, a la detención ilegal, a las garantías
constitucionales y a otras figuras jurídicas más o menos conocidas, los
guardias, como si fueran autómatas sordomudos, les metieron a empujones en la
trasera de un coche todo terreno sin dirigirles la palabra ni hacer el menor
caso a las razonables protestas de don Macario, que ya voceaba como un vendedor
de melones. Uno de los agentes echó, en la trasera de otro coche, todas sus
pertenencias. Todo el tinglado se desmontó en un minuto y los vehículos
salieron de allí, a toda marcha, con rumbo desconocido.
Hay que ver la paz que se respira en el
bendito campo. Sobre todo en la solitaria Castilla. Y más, de noche.
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