-¿Había lobos
en el monte? –interrumpió el muchacho.
-Por supuesto,
por eso nadie se aventuraba a entrar en él si no iba acompañado.
-¿Y qué
ocurrió cuando el bisabuelo y la bisabuela desaparecieron?
-Cuando se
supo la extraña desaparición de los venteros, se convocó a todos los vecinos de
los pueblos del contorno para organizar una gran batida en su búsqueda.
El extenso
monte que rodeaba la venta abarcaba varios términos. De modo que los guardias,
ayudados por alcaldes y párrocos, distribuyeron aquel segundo día de noviembre
a todos los paisanos voluntarios por los distintos parajes:
-Este grupo a
Valdesteposo, ese otro a Peñarrubia, aquéllos a los Valondos, esos mozos a los
Puntales… –gritaba el cabo.
-Vosotros a la
Tasuguera, ésos a los Enechos, aquéllos a los Temblares… a la Marota, a la
Enguajarda, al Barranco Grande, a la Rejuela, a los Tajones, a las Hoyas, a los
Ojos…- ordenaba el alcalde.
-Estos hombres
al Pizorral, ésos al Mojonazo, aquéllos a la Peña Lobera, esos otros al Prao de
las Tres Doncellas… –chillaba el ecónomo.
No dejaron
montes ni baldíos ni sembrados ni prados ni arroyos ni zona alguna por
recorrer. Pero todo fue inútil. Tras tres días de búsqueda ninguno trajo a la
Venta del Carrasco noticia de los desaparecidos ni señal alguna de ellos. Y
todos se condolieron con Rafafá por una pérdida que ya parecía irreversible.
Los venteros no aparecieron y su rastro tampoco.
Y fue desde
entonces cuando Rafafá comenzó a enseñar a todos los que recalaban en la venta,
y lo siguió haciendo hasta que murió, la despedida manuscrita de su padre y les
contaba la brusca desaparición de ambos y les describía sus figuras con la
ilusión de que alguno les hubiera visto. A cambio obtenía reflexiones más o
menos sensatas, palabras de consuelo, consejos de resignación e, incluso,
burlas intempestivas o burdas y hasta impías chanzas.
Pero lo peor
ocurrió dos semanas después de la desaparición.
Cuando los
guardias aparecieron por la Venta del Carrasco, pensó Rafafá que alguna nueva
traían de sus padres o que tal vez éstos habían aparecido. Salió a recibirles
con una mezcla de alegría y esperanza reflejada en la cara, pero con el corazón
botándole con desazón dentro del pecho. Sin embargo, quedó muy sorprendido,
casi consternado, cuando le anunciaron que traían una orden de detención contra
Breixo Rafá.
-Pero ustedes
saben que desapareció junto con mi madre.
-Ahora creemos
que huyó. Perdimos el tiempo buscándoles en el monte. Si su padre resulta ser
el Breixo Rafá por el que indagamos, se le busca como autor de varios crímenes
–dijo el cabo.
-¿Un criminal
mi padre?
-Esperamos un
informe del último penal en el que estuvo pero, entre tanto, tiene que
acompañarnos al cuartel porque tenemos que levantar acta de todo lo que sepa sobre
su padre, o sea, sobre ese tal Breixo Rafá.
Ese día los
guardias recogieron los pocos libros de Breixo por si podían dar alguna pista
de éste y sólo, apiadados por los ruegos de Rafafá, dejaron el del manuscrito
de la despedida.
En el cuartel,
los guardias le informaron de que cuando mandaron a la Comandancia el atestado
de la muerte de don Diosdado Pexegueiro Teimoy, en el que figuraban como
testigos él y su padre, Breixo Rafá, resultó que éste estaba reclamado por la justicia.
Se le acusaba de cinco crímenes y se le consideraba desaparecido de la prisión
de Orense, donde se le vio por última vez. En un anexo se informaba de que el
fallecido, don Diosdado Pexegueiro Teimoy, jubilado en la actualidad, había
sido director de dicha prisión por lo que era posible que el mencionado Breixo hubiera
tenido alguna relación con su muerte. También les anunciaban que pronto
recibirían el informe pedido a la Prisión de Orense con los datos pertinentes.
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